Voces Recobradas24
PORQUE ME ACUERDO
MODOS DEL RELATO ORAL
EN EL MUSEO DEL PUERTO
DE INGENIERO WHITE
ste pensiero sobre los relatos orales se sos-
tiene por un trabajo que se está dando en el Mu-
seo del Puerto de Ingeniero White. Un museo que,
desde 1987 —año de su creación—, se ha defini-
do poco a poco a partir de una relación asidua
con los vecinos. Dos son las intenciones mayores
a las que este museo apunta en sus trabajos: el
encuentro y el festejo de la memoria. Los modos
en que estas intenciones se ponen en juego fue-
ron y son variados, aunque hay entre estos un
acontecimiento fundamental que los anima y re-
úne: la Cocina del Museo. Primero una sala más
entre otras (la del Ferrocarril, la Peluquería, la
Escuela...); luego el ámbito mismo de los encuen-
tros con los vecinos: fiestas con hacedores de vino
patero, con cocineras, con pescadores... Así hoy,
todos los domingos, señoras de distintas colecti-
vidades ofrecen tortas o masitas que cocinan se-
gún recetas de madres y abuelas.
No sería extraño, entonces, que el sabor y el
saber oscilasen en estas notas sobre la labor con
los relatos orales. Decimos «el encuentro y el fes-
tejo de la memoria», y quisiéramos nombrar así
un trabajo que es imposible pensar sin el goce
físico, sin la inminencia de la fiesta, sin el hábito
del trato
2
.
Cantaba allá Milin, en Dicklo, a poquísimos kiló-
metros de Zadar, y cuando cantaba él, el Adriático
cantaba, y en el Adriático hasta los peces cantaban.
¿Cómo, después, el pescado no va a saber mejor?
“Ahora, qué sé yo, a mí me cuesta, yo
no sé, dentro de todo, me cuesta como
trabajo por ahí decir
que llegaron a la luna. Casi no he llega-
do a la luna... Yo, yo no, no, yo no vivo
convencido que llegaron a la luna. Que
llegaron... Bueno, yo... Que salen de la
NASA, que salen de donde salen, eso,
todo eso creo. Pero... que pusieron la
bandera allá. Si es de ceniza... Yo no
me... Yo no se me mete
en la cabeza”
1
.
E
Lo viví porque me acuerdo
Autores
Reynaldo Merlino
Sergio Raimondi
LO VIVÍ
Voces Recobradas 25
El pueblo se llama Ingeniero White. Pero los
vecinos, una y otra vez, entonan «Guáyte». Así,
White y «Guáyte» refieren dos lugares distintos.
«Guáyte» mata el nombre del prócer, ese hombre
del progreso con el que este pueblo junto al mar
fue condecorado a fines de siglo
pasado. «Guáyte» destroza el blan-
co que destella en White. «Guáyte»
hace, de la lengua inglesa, un des-
propósito. «Guáyte» empieza a lle-
nar de signos aquel «blanco». Y eli-
mina toda semejanza con lo que es
la ciudad, la bahía «Blanca».
«Guáyte» es del dominio de lo oral.
Ningún periódico, ningún libro
(aunque del mismo «Guáyte» co-
menzara a circular) se atrevería a
indicar la grafía «Guáyte». Y así
sólo en «Guáyte», sólo en la dura-
ción de esa inflexión, podemos decir de las voces
del puerto.
“Todos somos buzos, nadadores. Chico tiene
dos años y sabe nadar. Estamos todo el día metidos
en el agua. De joven era como pescado, mira”
3
, dice
Milin. Los que nacían allí, en la orillita misma del
Adriático, el día pasaban en el mar. La madre lo
llamaba, con largavistas por el azul lo seguía. Y él
estaba lejos, siempre lejos.
No aquí una anécdota de la infancia, no una
imagen —que alguien se atrevería a indicar así—
«idealizada» de aquellos días en la patria, sino la
ocasión para poner en funcionamiento la metáfora
de la vida como un viaje. Es decir: el croata Milin
como un pez.
El pueblo es un puerto. En la oscilación de
Güite, White y Guáyte se reconocen aún las
inflexiones que habitaban los oídos a fines de siglo
pasado y principios de éste. El griego, el croata, el
español, el inglés, el italiano, el idish, el árabe cuen-
tan las historias de inmigración, pero al mismo tiem-
po dicen del ritmo mismo del muelle: barcos que
llegan y parten, marineros de paso en bares, fon-
das, cabarets, peluquerías... Lo sabemos: el apren-
dizaje del idioma es todo un cuento para el deste-
rrado. Y en ese cuento suele repetirse la cuestión
del malentendido. La griega que va a buscar «que-
so» al almacén es atendida por un español que le
habla de «rezos». Así, en el trabajo de los relatos el
malentendido podría estar por supuesto. Es el mar-
gen del errar de las palabras, del oír más o menos de
lo que supone que dice quien habla. Más.
Cuando hacía el servicio militar en Bagnaluka,
uno de sus jefes le comentó que se quedase, que su
futuro estaba en el ejército, y el Pez Milin le contes-
tó: “Yo voy conocer el mundo. —Ese era pensamien-
to mío. Yo si no hubiera tenido una diferencia con
el capitán acá, yo no estoy acá. ¿Quién sabe dónde
iba a morir? Yo quería conocer el mundo”. Por eso
apenas terminó el servicio se embarcó en el “Fede-
rico Glavitz”, y con ese carbonero recorrió buena
parte de los mares del planeta. Pero hubo lío en el
barco llegando a la Argentina, y
ese White que iba a ser un momen-
to más de la travesía se transfor-
mó en el final.
Argentina no es, para el Pez
Milin, la imagen de Hacer la Amé-
rica. Argentina es el Fin. El Pez,
pescado. Trabajo, casa, mujer, hi-
jos. Toda esta secuencia como una
lengua de tierra en medio de su
vida de mar. ¿Milin como un bar-
co varado? En su patio barcos pin-
tados en las paredes, un barco de
cemento que armó hasta con cal-
dera (la abre, enciende unos papeles, la cierra, y ya
sale el humo por la chimenea, ¿lo ven?); en su cuer-
po la ansiedad por ir un domingo tras otro hacia el
muelle a ver barcos, barcos, barcos. “Mira, hoy mis-
mo cuando yo siento un barco tocar pito, ¿sabes
cómo me llama? Quisiera, digo, ir ahora. ¿Quién me
va a recibir ahora? De viejo nadie me va a recibir.
Porque uno ya, pierde forza...”.
Hacer de la extrañeza de los relatos su propio
poder. Cada relato rompe el gran “lugar común”.
Una fosa común es esta: los inmigrantes vinieron a
Dos son las intencionesDos son las intenciones
Dos son las intencionesDos son las intenciones
Dos son las intenciones
mama
mama
ma
yy
yy
y
oror
oror
or
es a las que estees a las que este
es a las que estees a las que este
es a las que este
museo apunta en susmuseo apunta en sus
museo apunta en susmuseo apunta en sus
museo apunta en sus
trtr
trtr
tr
abajos:abajos:
abajos:abajos:
abajos:
el encuentrel encuentr
el encuentrel encuentr
el encuentr
o y el fo y el f
o y el fo y el f
o y el f
estejoestejo
estejoestejo
estejo
de la memorde la memor
de la memorde la memor
de la memor
iaia
iaia
ia
“Los terrenos eran fiscales, y por
la ventana de la cocina podíamos
ver pasar la casa del vecino”...(años
‘30)
Voces Recobradas26
“hacerse la América”. Y no. La América, a Milin, lo
volvió pescado. La América, para la Marzocca, es
el lugar de su padre peleado con su mamá. La Amé-
rica, para Rosalía, es el puerto que su flamante ma-
rido eligió. Y no ya la excepción que confirma la
regla, sino la rajadura por donde esas reglas se dis-
persan. (Contra el vicio de los que lo leen, en los
relatos, lo que saben de antemano.
El mecanismo de preguntar y pre-
guntar hasta que el entrevistado
diga: “Vine a hacer la América,
sí”).
El Archivo fónico del Museo
guarda hoy más de 300 cintas. Pero
el asunto, a esta altura, no es ya la
insistencia en la acumulación de
más y más testimonios, no es tan-
to el énfasis en una remanida his-
toria de lo cotidiano (de las llamadas «pequeñas his-
torias»), sino en esta pregunta: ¿qué hacer con los
relatos? ¿Qué oír en ellos? ¿Qué leer?
«Las condiciones del hombre son / a mi modo de
ver, / saber escribir y leer. / Y así en el mundo se inicia /
a guiarse con pericia / por la fuente del saber./ No es de
José Hernández. / Es mío. Es de Pedro Quinter»
4
.
¿Y Pedro Quinter quién es? Vive en el
Boulevard XX, del otro lado del Puente La Niña.
Ahí nomás, a unos metros de la Usina Nueva. ¿Se
ubican? Es una cuadra antes de la cancha del glo-
rioso Globo, al costado de la ruta. Ahora se dedica
a pelar camarones, pero fue pescador por más de
50 años. Y el verso es una de sus habilidades. Nun-
ca, para él, podría ser un oficio. Algo así: se es pes-
cador, de casualidad se hacen versos. Es una habi-
lidad como el saber tirar y voltear liebres en el mon-
te. El recitador pone en juego su
artificio como una destreza. Reci-
ta para divertir a los amigos en los
asados, pero más que divertir,
quiere “hacerlos pensar”.
La poesía, como las cubiertas,
los fierros, los tachos, los alambres
que tiene en su patio, aguanta tam-
bién el peso de la utilidad.
«Leer» y «saber» riman, «leer»
y «saber» y «Quinter» no. Si fuera
Quintér... pero es apellido alemán. Pastelerito, le
dicen. El relato de Quinter es la ocasión para curio-
sear esta historia del leer y el saber. ¿Qué es el sa-
ber y el leer rimados de Quinter? Una mezcla de
Verne (revista Tit-bits) y trabajo en el mar y pesca y
el master José Hernández y libros rusos de su sue-
gro socialista. El saber y el leer de Pastelerito como
si fueran los corralitos de su patio, esas zonas divi-
didas por redes de pesca donde se apilan cosas y
más cosas. Para un ojo laico, el patio de Quinter es
un despelote, un elogio de la confusión, una serie
de montones. Y sin embargo desde el ojo de
Pastelerito hay todo un orden allí. El puede decir
qué hay en cada pila, para qué pueden llegar a ser-
vir esos cacharros apilados... Y además gallinas, pa-
VV
VV
V
er lo que pasa,er lo que pasa,
er lo que pasa,er lo que pasa,
er lo que pasa,
con los prcon los pr
con los prcon los pr
con los pr
opios ojos:opios ojos:
opios ojos:opios ojos:
opios ojos:
la letrla letr
la letrla letr
la letr
a del libra del libr
a del libra del libr
a del libr
oo
oo
o
linda con la mentirlinda con la mentir
linda con la mentirlinda con la mentir
linda con la mentir
aa
aa
a
“Yo sé que dios es whitense”. Escribió alguna vez en su diario
la maestra Genoveva Canel. Bajo el agua, la esquina del alma-
cén de Aurelio Lago (años ‘30).
Voces Recobradas 27
vos, patos, conejos... Corralitos separados por re-
des. Límites que exhiben su flexibilidad.
«Bien terminado, bien terminadito» dice
Quinter para alabar un recitado. Y así hace de los
versos una factura como la de una mesa, muestra
—en el mérito señalado así— el poema también
como una cosa más que se «hace», ve la habilidad
de alguien que ha trabajado. ¿Pero qué es lo que lee
Quinter en los versos, en las his-
torias? «...la verdá, la pura verdá,
la pura verdá y no hay nada qué
hacerle, la verdá es la verdá y...
por más vuelta que se le dea...
Ahora, hay que buscar quien lo
crea...»
5
. Así es como Hernández
y Verne destacan y se llevan los
laureles. Y el saber de Quinter está
en equiparar a Hernández con
Verne: ambos como visionarios. Ambos cantaron la
justa antes de tiempo. Dijeron «la verdá» antes que
nadie. «José Hernández es lo más grande que exis-
tió. Hablar de José Hernández, se los pasó... se lo
han copiado hasta los judíos... Ese es una mente...
Una mente... ese los tapó y los sigue tapando a to-
dos los inteligentes... El dijo la verdad de todo... Está
pasando todo lo que: Es al ñudo que lo fajen al que
nace barrigón... Todo. Hacéte amigo del juez... Ahí lo
tenés: hacéte amigo del juez y así es la política...
¡Qué pluma! Fijáte vos que el hombre ese tenía plu-
ma ¡yo ni pelos tengo! Yo pa mí, mundialmente, fue
lo más inteligente que hubo en la tierra. No, no hay.
El ruso ese, el Tostoi, el norteamericano, el inglés
luswrik, Arriway, Hemingaw. ¡Qué va a ser este
Hemingway con José Hernández!». La verdad como
un valor de la poesía, se podría decir. Pero no: la
verdad como una condición del vivir, y la poesía,
en ella, como algo secundario, una destreza que es
esa como podría ser otra. «Yo digo ¿sabés qué? Lo
dije un rato antes que vinieras vos, se lo dije a él, y
a otro hombre que estaba acá. Que toda las histo-
rias, desde que el mundo es mundo, este, se nos en-
cajaron tergiversado a nosotros... Son todas las his-
torias tergiversadas, yo no creo en la historia de esto,
de aquel, del otro. Yo no, yo quiero ver lo que pasa
ahora, en el momento en que estoy yo, yo lo que he
leído me doy cuenta que no». Ver lo que pasa, con
los propios ojos: la letra del libro linda con la men-
tira.
Inútil leer una ingenua verdad en los relatos, a
menos que se lea el modo en que se ordena y desor-
dena allí esa verdad. Pero Quinter apuesta a una
cuestión vital: los poemas que arma en su memoria
vienen «de lo que sufrió».
«Lo que se jodió» es un gran relato del puerto.
«En el puerto todo el año es carnabal», grafitearon
en uno de los muros que rodea una cancha de fút-
bol. «Las ganas» —podría contestarse. «Las ganas
de que así sea». Destella ahí el recuerdo siempre
presente de la época de esplendor de las cantinas
(fines de los ’50 y años ’60) que hizo del pueblo una
gran mesa de invitados para los de la ciudad, para
los de afuera. Y también la costumbre de las comi-
lonas gigantes, cazuelas de mil porciones, kilos y
kilos y kilos. Las fiestas del Museo quieren apoyar-
se en esa voluntad de festejo. Y
quieren devolverle la espesura a
esa alegría, una densidad en la que
aparece el ritmo de la fiesta: su mo-
vimiento en vaivén en relación al
trabajo. El gesto es este: leer, en la
exageración de la fiesta, y no sólo
en el sufrido relato del trabajador,
el duro hacer del muelle.
«El gran desastre» es otro de
los relatos del puerto que brilla ya en las blancas
murmuraciones alrededor del ir y venir de los
mapuches. «Tierra del diablo», dicen que dicen. Ahí
está el gran salitral, el cangrejal que se come el pie,
un suelo de agua, de barro y agua que hasta hizo
del diario de Darwin un capítulo de novela fantás-
tica. Vientos infernales, inundaciones, tierras fisca-
les. Pero además la explosión del silo hace poco más
Las vLas v
Las vLas v
Las v
oces hacenoces hacen
oces hacenoces hacen
oces hacen
de los objetosde los objetos
de los objetosde los objetos
de los objetos
una funa f
una funa f
una f
acturactur
acturactur
actur
a y los ponena y los ponen
a y los ponena y los ponen
a y los ponen
en la ven la v
en la ven la v
en la v
erer
erer
er
eda del usoeda del uso
eda del usoeda del uso
eda del uso
Milin recuerda los estibadores:
“Unos hombres de mucha poten-
cia, mucha polenta, muy fuertes
con todo lo que han pasado: mise-
ria, mira, año de ‘14 a ‘18. Unos
hombres parecían unos toros,
unos caballos”.
Voces Recobradas28
de diez años, y la represión a la huelga de 1907 (con
dos muertos y un cajón dos veces baleado).
«Guáyte», como el lugar del desastre, muestra
su falta de centro (un pueblo que se esfuerza en
parecer ciudad y que sin embargo es llevado casi
de modo inflexible, como por un embudo, hacia el
muelle). Y la falta de centro es ade-
más la ausencia de tierra.
«Guáyte» es la metáfora mejor del
desterrado y del danzar de las len-
guas (los Bomberos Voluntarios
del White, como los de la Boca,
príncipes del Inferno). El desterra-
do que se afinca en una tierra que
se mueve, inestable, tan pero tan
parecida al agua. La casas rajadas —de una década
y media atrás a esta parte— por la construcción, di-
cen, de la Usina nueva. LaJulia del Boulevard co-
mentando que sólo el clavel del aire sobrevivía a
las mareas, colgado de un tirante de la galería
6
.
Esa falta de una raíz se encapricha en seguir
diciendo de la vida como migración. Frente a esto,
el whitense aparece como un emperrado en quedar-
se (en vivir sobre el vaivén del agua). En cierto
modo, el museo ha aprendido de eso, y la lancha
amarilla de pesca enfrentada al edificio exhibe la
voluntad del deslizarse. Los mismos relatos (y no
ya las visitas a las casas de los vecinos) muestran
este ir y venir, «sacan» al museo de su lugar. Los
relatos, si afianzan la labor, es porque la cuestio-
nan, porque la despedazan, porque la malentienden
—desde la confianza.
El Torta Gamero es amigo de Pastelerito
Quinter. Ambos se juntan, vuelta a vuelta, y en unas
pocas horas «arreglan el mundo». Los dos suelen
recitar, a coro, el famoso poema «Al pulpo capita-
lista». Medio ciego, de más de 80,
con un gorro de lana con ratón
Mickey y un bastón de caña, es
Gamero quien nos muestra el cuer-
po del relato. El dice que el buen
poeta debe hacer el recitado con
todo el cuerpo: con los matices de
la voz, con los ademanes que afir-
man o se desentienden de las pa-
labras, con las cejas en alto y la puntería de las mi-
radas.
Pero cada uno de los que habla es un recitador.
El relato es relato desde un cuerpo
7
.
¿Y las cosas? El relato destroza a los objetos
como referentes de colección, como signos de un
valor tan sólo estético o económico.
La casa de la Anita Ansaldo, el emperrado
silencio de esta mujer que hace, en su mudez, que
las cosas hablen. La casa alta por las mareas. La
heladera con un repasador amarillo colgando de la
manija. Un caballito de mar, dorado. Un Buda so-
bre la radio. Más allá, en la otra sala, el piano («de
concierto», acota), la máquina de escribir (la última
de las siete que le quedaron de «cuando yo daba
La memorLa memor
La memorLa memor
La memor
iaia
iaia
ia
de uno suele ade uno suele a
de uno suele ade uno suele a
de uno suele a
vivi
vivi
vi
vv
vv
v
ar lasar las
ar lasar las
ar las
lenguas de otrlenguas de otr
lenguas de otrlenguas de otr
lenguas de otr
osos
osos
os
“Guáyte”, 1938.
Voces Recobradas 29
clases») y la máquina de coser. Comunicare in italia-
no, librito sobre la mesa. «Estudié dos años en la
escuela Italiana en Bahía». Habla poco, poco y nada.
Dice que no soporta el verano. «No salgo», mur-
mura. Ojos claros, ¿celestes como el otro mar que
desea, no amarronados como la amarronada ría? «Si
tuviera plata cuando llegara el calor aquí me iría a
Europa». (Pero recuerda que la madre le decía que
no fuera egoísta, que el trigo necesita del verano
para crecer). Señala el sitio de la puerta-persiana
ahora apenas abierta hacia la calle. En otros vera-
nos ubicaba allí la máquina de coser: «Algo de aire
corría». Mientras tanto, la abanicaba su mamá.
El piano, la máquina de escribir y la máquina
de coser: las manos y no la boca, ¿no se dan cuenta?
¿Es extraño entonces que no quiera hablar?
8
Las voces hacen de los objetos una factura y
los ponen en la vereda del uso.
El Museo como embarcación. Idas a la ciudad
vecina, año a año, que ponen los cuerpos con los
relatos ahí. 1993: «El Café de la Radio» y la actriz
Valentina de la Cruz contando sus anécdotas. 1994:
«El Baile» y los músicos tocando en un pequeño
escenario; los visitantes que bailan. 1995: «Fulbo de
antes» y tarde a tarde los cracks y los hinchas codo
a codo en una tribuna; encuentros con licor de por
medio; las hazañas del club. 1997: «Cabecita de
Novia, de cuando casarse era una ilusión» y la mo-
dista de los 10.000 vestidos, Adalgisia o, mejor, Ma-
nos de Hada, en su sillita sentada esperando a quie-
nes venían a «su casa»
9
.
No perder el cuerpo. Confiar en el malentenderse.
Enfatizar lo excepcional. Oír la exageración de la pa-
labra que cruza por todas las bocas: desastre, fiesta,
rudo trabajo. Cuestionar la voluntad de lo homogé-
neo. Aprender a deslizarse. Dejar la exaltación de lo
cotidiano y abalanzarse sobre esta pregunta (otra vez):
¿qué hacer con los relatos? ¿Cómo oírlos? Y sin em-
bargo nada de esto, sino la obstinación en percibir el
relato como un objeto complejo, un mecanismo aún
inexplorado en su misma bestialidad, en su balbuceo
de borbotones de ahogados.
Oír en el Pez Milin el sonido tac, tac, tac, tac
de cuando construía ya en 1927 el muelle nacional.
Palabras como ladrillos. Un idioma que nunca lle-
gó a aprender del todo. Una lengua cortada, la in-
flexión croata en la punta. “Tres, tres golpes: ladri-
llo doble estaba hecho. Tres golpes, ma eso un se-
gundo”. Golpea, golpea, golpea, golpea. «Principio
extrañaba mucho. Mucho extrañaba, quería volver
a mi pago. No me hallaba. Una cosa que uno no se
espresaba bien. Idioma no se aprende tan fácil».
Aprender idioma, aprender construír.
Oír al «Maranfio» Tulio en el quiebre del tan-
go. (Oír al que se pasó la vida en las cantinas, suyas
y de otros, y hoy, caminando las calles de White,
asume el relato que «Guáyte» hace aún de sí mis-
mo). Oír el tango de su historia: la madre que vuel-
ve una y otra vez, el pueblo como una banda de
amigos, la historia del pueblo como las anécdotas
vividas con esos amigos, su soltería («Tuve muchas
minas pero nunca una mujer»), la guita a montones
despilfarrada en dos días, el relato de la bohemia...
10
Para hacer 800 porciones de cazuela Ud. necesi-
ta: 50 kg. de calamares; 30 kgs. de pulpo español; 20
kgs. de calamaretes; 30 kgs. de gatuso; 10 kgs. de ca-
marones; 10 bolsas de cebolla; 20 atados de perejil; 20
cabezas de ajos; 25 litros de tomate al natural; 5 kgs.
de extracto de tomate; 5 litros de aceite; 1 kg. de azú-
car; orégano (a gusto); ají molido (a gusto); pimienta
(a gusto); sal (a gusto)
11
. ¿Ya tomaron nota?
No el oficio del que tira la lengua, sino el de quien
la cocina. Eso. El lenguado («cierto pez con lengua»)
cocinado de una forma y otra.
La imposibilidad de hablar de los relatos sin ha-
blar de un relato. Sin decir «Pez Milin», «Pastelerito
Quinter», «LaJulia»... Cada relato, cada cuerpo, cada
cocina.
El encuentro y el festejo de la memoria. Reuniones
en la Cocina
12
; la serie de videos «Panza llena, corazón
contento»
13
(el intento de guisar dos platos fuertes: la
cocina y los relatos; el desenvolverse de una receta junto
al de una historia de vida; algo así: «Mientras cocino, te
cuento. Mientras lo que cuento me cocina a mí, te coci-
no»); «La Cocina del Museo»: el nombre de la editorial
de la que salen —en el malentendido de la voz en la
escritura— el folleto El Puerto
14
, pequeñas hojitas con
recetas, libritos con historias de White
15
y con historias
de vida por los mismos vecinos anotadas
16
.
La memoria de uno suele avivar las lenguas de
otros. Y esa es la apuesta de la circulación de los rela-
El santo pasea en la ría. Los pescadores, con sus familias y vecinos lo
acompañan desde las otras lanchas. (años ‘60)
Voces Recobradas30
1- Habla Andrés Gamero (Bahía Blanca, 1910). Padre de Sevilla,
madre de Zamora. Trabajó en distintas tareas en el puerto, y tam-
bién algún tiempo en la cosecha. Alguna vez se embarcó en un mer-
cante. Es recitador. Archivo Fónico del Museo del Puerto (de ahora
en más, A.F.), nº 163. De una entrevista con Andrés Gamero y Pedro
Quinter en la cocina de la casa de Quinter, 24 de abril de 1996.
2- En cierto modo, recortado frente a la actividad de otras institucio-
nes (universidad, centros, academias, periodismo, escuelas), lo que
distingue la labor con los relatos orales en un museo es la permanen-
cia en la comunidad de quienes realizan el trabajo.
3- Iván «Vinko» Milin nació en Dicklo, Dalmacia, en 1902. En 1927
llegó a Ingeniero White. Desde entonces hasta 1957 trabajó en las
tareas de construcción del muelle nacional. A.F., nº 12, 13, 14 y 15.
Entrevistas de mayo y junio de 1992.
4- Pedro Quinter (Boulevard XX, 1921), pescador. Sus abuelos fue-
ron inmigrantes (alemanes del Volga). A.F. nº 158, 159, 160 y 161.
Entrevistas del 28 de febrero y 6 de marzo de 1996, en su casa.
5- A.F. nº 162, 163 y 164, entrevista Pedro Quinter y Andrés Gamero,
24 de abril de1996.
6- Julia Palomino (Boulevard XX, 1916). Padres españoles. Visita a
su casa del 27 de febrero de 1997.
7- No funciona aquí la ausencia del autor en tanto persona, no aquí
esa mirada que recorre la teoría de la literatura desde el formalismo
de los rusos.
8- Anita Ansaldo (Ing. White, 1913). Padres italianos, de la Toscana.
Notas tomadas luego de una visita a su casa en enero de 1997.
9- Para cada uno de estos encuentros se realiza habitualmente una
tarea de investigación previa donde es fundamental el trabajo con
los relatos orales. Fragmentos de las entrevistas suelen aparecen en
el trabajo de guión: carteles, pie de fotos, etc.
10- Tulio Angelozzi (Ing. White, 1918). Padres italianos. Trabajó en
el F.C.S. y en la Junta Nacional de Granos. Fue socio, cantor, anfi-
trión y mozo de las cantinas Tulio-Il buon mangiare e Il vero Tulio.
Entrevista del 23 de febrero de 1994, en un café.
11- Receta transmitida por María Diomede de Marzocca (Mola, Bari,
Italia, 1913). Llegó a Ingeniero White en 1936 en busca de su padre.
12- Por un lado, los talleres con las escuelas: los pibes se juntan alre-
dedor de la mole de un pescador que se vuelve así el viejo de la
tribu. Por otro, las experiencias de trabajo con distintas familias o
colectividades. En 1996, por ejemplo, se dio un encuentro entre
croatas (quienes no se reunían desde hacía muchísimo tiempo) y
una reunión de tres familias enlazadas en White a partir de un pasa-
do compartido: la vida en un pequeño pueblo de Italia, Roveredo in
Piano.
13- Se realizó una primera serie de tres videos durante 1995. 1. «El
tuco de mamá», por Pirucha Margoni; 2. «La Amasada», por María
Diomede de Marzocca; y 3. «La reventona», por Matea Gómez de
Otero.
14- El Puerto comenzó a publicarse en 1992. Hasta el momento se
han editado nueve números. Esta sería una breve síntesis de sus te-
mas: relatos de visiones de San Silverio, relatos de partidas y llega-
das de inmigrantes, de alumnos e hijos de maestros, de pescadores,
de inmigrantes de la isla de Ponza, de croatas, de futbolistas e hin-
chas, de trabajadores del muelle.
15- Ritacco, M., Los griegos de Bahía Blanca e Ingeniero White, 1992;
Caviglia, M. J., La huelga de 1907, 1993; Liberali, A. M., Historietas
whitenses, 1994; y Raimondi, S., Miguelito, el rey del Chupín, 1995
16- Cuaderno de Vida de Tito Giralde Valle, 1993.
tos: El Puerto por las casas, por los bares, por las es-
cuelas. Y nunca es «lo mismo» lo que se devuelve. Nin-
guna ilusión de reflejo, ninguna suficiencia de «rea-
lismo». Algo ha pasado entre vos y yo. El malenten-
dido en marcha.
¿El pez por la boca muere?
“Panza llena, corazón contento”. La Cocina del
Museo del Puerto, como muchas cocinas, está llena
de refranes. “La casa es chica pero el corazón es gran-
de”. “Donde comen dos, comen tres”. “Gallina vieja
hace buen caldo”. El refrán aparece allí como un con-
densado, un modo donde se cuajan ciertas repeticio-
nes, donde las voces se coagulan. En ellas vive el or-
gullo de la afirmación. En ellas se siente la suficiencia
de querer dar la palabra final, de tener la justa, la pos-
ta. “A buen entendedor, pocas palabras”. “En boca
cerrada no entran moscas”. En su mismo afán por la
síntesis, el refrán parece desprestigiar la charla, el
“mucho hablar”. La labor sobre los relatos, enton-
ces, quisiera violentar esa mudez histórica. Parla,
parla, parla.
La luna es de ceniza.
Graciela Borges le da de comer al
Negro Avagnale, cocinero de la
cantina “Miguelito” (1962).
Voces Recobradas 31
O viví
porque
me lembro
MODOS DE
NARRAÇAO ORAL
NO MUSEO DE ENG. WHITE
Este trabalho divulga as propostas
vinculadas com a historia oral que des-
de 1987,m sendo desarrolhadas no
Museo do Porto de Engenheiro White,
ao sul da Provincia de Buenos Aires,
Argentina.
Estas atividades de «Encontro e fes-
tejo da memoria» são realizadas na
propria cozinha do Museo, a partir de
reuniões com os vizinhos.
Nas festividades «com os fabricantes
de vinho artesenal» (elaborado com os
pés), com os pescadores, as cozinheiras,
etc., intercambiam suas historias e suas
deliciosas comidas. Aos domingos,
pessoas de diferentes coletividades de
imigrantes oferecem bolos que cozinham
conforme as receitas de suas máes e
avós.
Assim foi formando um arquivo
fónico com mais de 300 fitas, também
uma série de videos, batizada com um
refrão popular «Barriga cheia, coração
feliz» e uma publicação com receitas,
contos de imigrantes e histórias do por-
to de Engenheiro White, contados por
seus proprios habitamtes.
I Lived through
it because
I remember it
MODES OF THE ORAL NARRATION
IN THE MUSEUM OF INGENIERO
WHITE
The work divulges the proposals
related to oral history that are carried
out in the Museum of the Port of Inge-
niero White, at the south of the Provin-
cia of Buenos Aires, Argentina. There,
since 1987, activities of «meeting and
feast of memory» are performed with
the neighbors, starting from meetings in
the kitchen of the Museum.
In parties with «vino patero»
1
-
makers, with cooks, with fishermen,
delicious dishes and narrations are
shared. Every Sunday, persons of the
different collectivities of immigrants offer
cakes that they cook according to recipes
of their mothers and grandmothers.
In that way, a phonic archive with
more than 300 tapes was created, as well
as a series of video-tapes named by the
popular saying «a full paunch, a glad
heart», and a publication of recipes, ta-
les of immigrants and stories concerning
the Port of Ingeniero White, narrated by
their own inhabitants.
1
A kind of home-made wine.
Je l’ai vecu
parce que je
m’en souviens
FAÇONS DE LA NARRATION
ORALE AU MUSEE D’INGENIERO
WHITE
Le travail répand les propositions liées à
l’histoire orale que sont menées à bien au
musée du Port d’Ingeniero White, au Sud de
la Province de Buenos Aires, Argentine. Là,
depuis 1987, on fait des activités de
«rencontre et fête de la memoire» avec les
voisins à partir des réunions dans la cuisine
du Musée.
Dans des fêtes avec des fabricants de
«vino patero»
1
, avec des cuisinières, avec des
pêcheurs, on partage de délicieux plats et
des narrations. Tous les dimanches, des
personnes des différentes collectivités
d’immigrants offrent des gâteaux qu’elles
cuisinent selon les recettes de leurs mères
et grand-mères.
De cette façon, on a créé les archives
phoniques avec plus de 300 bandes et une
série de vidéocassettes aussi, cette dernière
nomée avec le proverbe populaire «bedaine
rempli, coeur content», et une publication
avec des recettes, des contes d’immigrants
et des histoires du Port d’Ingeniero White,
racontées par ses propres habitants.
1
Espèce de vin fabriqué à la maison.
Voces Recobradas 31