image/svg+xmlVoces Recobradas26APUNTES TEÓRICOSSILENCIOde Natalia Ginzburg en «Las pequeñas virtudes»Si la palabra es el medioexpresivo más propio del hombre,también el silencio alcanza esamisma posibilidad, cuandolas palabras sobran, ono alcanzan, o son imprudentes.Los grandes misterios se abordancon silencios, como los grandesdolores o las confesiones másconfusas. Una exquisitasensibilidad como la de NataliaGinzburg analiza esos modosvariados del silencio, que en laHistoria oral imponen un enormerespeto y son tan reveladorescuanto inefables.“ e oído Pelléas etMélisande. De música noentiendo nada. Sólo se meha ocurrido confrontar laletra de los viejos libretosde ópera (Pago con misangre –el amor que puseen ti), letras fuertes, san-grientas, pesadas, con laletra de Pelléas et Mélisande(J’ ai froid–ta chevelure); le-tras fugaces, como deagua. Del cansancio, deldisgusto por las letrasfuertes y sangrientas, hanacido esta letra de agua,fría, huidiza.Me he preguntado sino ha sido ese (Pelléas etMélisande)el principio delsilencio.Porque, entre los vi-cios más extraños y gra-ves de nuestra época, hayque mencionar el silencio.Los que hoy hemos pro-bado a escribir novelas,conocemos el disgusto, lainfelicidad que se apode-ra de uno cuando llega elmomento de hacer hablara personajes entre sí. Du-rante páginas y páginas,nuestros personajes seintercambian observacio-nes insignificantes, perocargadas de una desola-da tristeza: “¿Tienesfrío?”, “No, no tengofrío”. “Quieres un pocode té”, “No, gracias”.“¿Estás cansado?”, “No losé. Sí quizá estoy un pococansado”. Nuestros per-sonajes hablan así. Ha-blan así para engañar alsilencio. Hablan así por-que no saben ya cómohablar. Poco a poco vansaliendo también las co-sas más importantes, lasconfesiones terribles:“¿Le has matado?”, “Sí, lehe matado”. Arrancadasdolorosamente al silen-cio, surgen las pocas y es-tériles palabras de nues-tra época, como señalesde náufragos, fuegos en-cendidos entre colinaslejanísimas, débiles y de-sesperadas llamadas queel espacio se traga.Entonces, cuandoqueremos hacer hablarentre sí a nuestros perso-najes, medimos el profun-do silencio que se ha idoadensando poco a pocoen nuestro interior. Co-menzamos a callar de ni-ños, en la mesa, antenuestros padres, que noshablaban todavía conesas palabras sangrientasy pesadas. Nosotros per-manecíamos callados. Es-tábamos callados por pro-testa o por desdén. Está-bamos callados para ha-cer comprender a nues-tros padres que aquellasgrandes palabras suyasno nos servían ya. Noso-tros teníamos en reservaotras. Emplearíamosnuestras nuevas palabrasmás tarde, con personasque las comprendieran.Éramos ricos de nuestro“Hilustración: Jorge Mallo
image/svg+xmlVoces Recobradas27Apuntes teóricosHebe ClementiAutorsilencio. Ahora estába-mos avergonzados y de-sesperados de él, y cono-cemos toda su miseria.No nos hemos liberadojamás de él. Aquellasgrandes palabras viejasque servían a nuestrospadres son monedas fue-ra de curso y no las acep-ta ya nadie. Y las palabrasnuevas, nos hemos dadocuenta que no tienen va-lor, de que con ellas no secompra nada. No sirvenpara establecer relacio-nes, son como agua, frías,infecundas. No nos sirvenpara escribir libros nipara mantener ligada anosotros a una personaquerida, ni para salvar aun amigo.Entre los vicios denuestra época, sabido esque está el de la sensaciónde culpa: se habla y se es-cribe mucho de ella. To-dos la padecemos. Nossentimos implicados enuna historia cada día mássucia. También se ha ha-blado de la sensación depánico: todos la padece-mos también. La sensa-ción de pánico nace de lasensación de culpa. Yaquél que se siente espan-tado y culpable, calla.De la sensación deculpa, de la sensación depánico, del silencio, cadacual se busca un modo decurarse. Unos se van ahacer viajes. En el ansiade ver países nuevos,gente distinta, está la es-peranza de dejar tras deuno los propios turbiosfantasmas; está la secretaesperanza de descubriren algún punto de la tie-rra la persona que puedahablar con nosotros.Otros se emborrachanpara olvidarse de sus tur-bios fantasmas y para ha-blar. Y están, también, to-das las cosas que se hacenpara no tener que hablar:unos se pasan las veladasdormidos en una sala deproyecciones, con unamujer al lado a la que, deesta forma no están obli-gados a hablarle; otrosaprenden a jugar al brid-ge; otros hacen el amor,que se puede hacer tam-bién sin palabras. Sueledecirse que estas cosas sehacen paraengañar eltiempo: en realidad se ha-cen para engañar al silen-cio.Existen dos especiesde silencio: el silencioconsigo mismo y el silen-cio con los demás. Una yotra forma nos hacen su-frir igualmente. El silen-cio con nosotros mismosestá dominado por unaviolenta antipatía que nosinvade hacia nuestro pro-pio ser, por el despreciohacia nuestra mismaalma, tan vil que no me-rece que le digan nada.Está claro que hay queromper el silencio connosotros mismos si quere-mos intentar romper elsilencio con los demás.Está claro que no tenemosningún derecho a odiar anuestra propia persona,ningún derecho a callarnuestros pensamientos anuestra alma.El medio más difun-dido para liberarse del si-lencio es ir a que lepsicoanalicen a uno. Ha-blar incesantemente de símismo a una persona queescucha, que es pagadapara que escuche: poneral descubierto las raícesdel propio silencio; sí,esto quizá puede dar unmomentáneo alivio. Peroel silencio es universal yprofundo. El silencio vol-vemos a encontrarlo encuanto salimos por lapuerta de la habitacióndonde aquella persona,pagada para que escucha-ra, escuchaba. Volvemosa caer inmediatamente enél. Entonces, aquel aliviode una hora nos parecesuperficial y trivial. El si-lencio está sobre la tierra:que se cure de él uno denosotros por una hora, nosirve para la causa co-mún.Cuando vamos a quenos psicoanalicen, nos di-cen que tenemos que de-jar de odiar con tantafuerza a nuestra propiapersona. Pero para libe-rarnos de este odio, paraliberarnos de la sensaciónde culpa, de pánico, delsilencio, se nos sugiere vi-vir de acuerdo con la na-turaleza, abandonarnos anuestro instinto, seguirnuestro puro placer, ha-cer de nuestra vida unapura elección. Pero hacerde la vida una pura elec-ción no es vivir de acuer-do con la naturaleza, sinovivir contra natura, por-que al hombre no le esdado elegir siempre: elhombre no ha elegido lahora de su nacimiento, nisu propio rostro ni a suspadres, ni su infancia; elhombre, en general, noelige la hora de su muer-te. El hombre no puedesino aceptar su propiorostro, del mismo modoque no puede sino acep-tar su propio destino; y laúnica elección que le estápermitida es la elecciónentre el bien y el mal, en-tre lo justo y lo injusto,entre la verdad y la men-tira. Las cosas que nos di-cen aquellos a los queacudimos para que nospsicoanalicen no sirvenporque no tienen en cuen-ta nuestra responsabili-dad moral, la única elec-ción que no está permiti-da en nuestra vida; losque hemos ido a que nospsicoanalicen sabemosmuy bien que aquella at-mósfera de efímera liber-tad en la que gozábamosviviendo según nuestropuro placer, era una at-mósfera enrarecida, inna-tural, en definitiva, unaatmósfera irrespirable.En general, este viciodel silencio que envenenanuestra época suele serexpresado con un lugarcomún: “Se ha perdido elgusto de la conversación”es la expresión fútil, mun-dana, de algo verdaderoy trágico. Diciendo “elgusto de la conversa-
image/svg+xmlVoces Recobradas28ción”, no nombramosnada que nos ayude a vi-vir; pero lo que nos faltaes la posibilidad de unalibre y normal relaciónentre los hombres, y nosfalta hasta el punto deque algunos de nosotrosse han matado por la con-ciencia de esta privación.El silencio cosecha susvíctimas día a día. El si-lencio es una enfermedadmortal.Nunca como hoy lassuertes de los hombreshan estado tan estrecha-mente ligadas entre sí, detal modo que el desastrede uno es el desastre detodos. Se verifica, pues,este extraño hecho: quelos hombres se encuen-tren estrechamente liga-dos cada uno al destinodel otro, de modo que lacaída de uno solo arras-tra a otros miles de seres,y al mismo tiempo estantodos sofocados por el si-lencio, incapaces deintercambiarse unascuantas palabras libres.Por eso –porque el desas-tre de uno es el desastrede todos– los medios quese nos ofrecen para curar-nos del silencio se revelansin base. Se nos sugiereque nos defendamos conel egoísmo de la desespe-ración. Pero el egoísmo os escritos reagrupados en este volúmen (Derechoa la autobiografía, La Nuova Italia Editrice, Firenze, 1988)traen sus luces de una constelación compleja, que reúnecuatro términos: oralidad, autobiografía, psicología, his-toria. Como en los mapas astronómicos los signos delZodíaco muestran sus figuras solamente gracias a líneasde puntos, que reúnen y enriquecen la estructura de losastros, del mismo modo que los cuatro polos indicadospueden revelarse como puntos espléndidos de una con-figuración amplia y múltiple. Escrutándola más a fon-do, quizá logren mostrar nuevas relaciones e imágenes,hasta ahora invisibles. Mi hipótesis es que la constela-ción sea relevante para comprender procesos que inte-resan a la cultura occidental –que parten de ellas peroaportan una contribución específica al crecimiento deuna cultura mundial– en los últimos dos siglos.A mitad del setecientos, se destaca de hecho el co-no ha resuelto jamás nin-guna desesperación. Esta-mos demasiado habitua-dos incluso a llamar enfer-medadesa los vicios denuestra alma y a sufrirlos,a dejarnos dirigir porellos, o a ablandarlos conjarabes dulces, a curarloscomo si fueran enferme-dades. El silencio debe serconsiderado y juzgadodesde un punto de vistamoral. No nos es dadoelegir ser felices o infeli-ces. Pero es precisoelegirno ser diabólicamenteinfe-lices. El silencio puede lle-gar a una forma de infeli-cidad cerrada, monstruo-sa, diabólica: puede envi-ciar los días de la juven-tud, hacer amargo el pan.Puede llevar, como se hadicho, a la muerte.El silencio debe serconsiderado, y juzgado,desde un punto de vistamoral. Porque el silencio,como la pereza y como lalujuria, es un pecado. Elhecho de que sea un pe-cado común de todosnuestros semejantes ennuestra época, de que seael fruto amargo de nues-tra época malsana, no nosexime del deber de reco-nocer su naturaleza, dellamarlo por su verdade-ro nombre.”EL RETORNODE LA ORALIDADTraducción de las primeraspáginas del libro de Luisa Passerini: “Storia eSoggettovita: le fonti orali, la memoria”,Firenze,1988.Lmienzo de una certeza de las profundas diferencias in-ducidas en los modos de pensar y de expresarse de losseres humanos por parte de la dupla cultura oral/cultu-ra escrita, o quirográfica. Este hilo puede ser considera-do al menos para nuestros objetivos, la punta de la in-trincada madeja. Puede observarse fácilmente que cadauno de los cuatro términos en cuestión tiene relacionesimportantes con cada uno de los otros tres. Es pues en elinterior de esos informes y no sólo de los cuatro puntos,que debe referirse la indagación. La oralidad, con sucorrelato ya indispensable, la escritura, es un buen pun-to de partida para trazar algunas líneas de un diseñoque reclamará muchas otras indagaciones profundas.Asumir la oralidad en su conexión con lo escritoquiere decir hacer nuestras las adquisiciones que en losúltimos 25 años han enriquecido la oralidad compara-da, es decir esos “estudios sobre la oralidad como fenó-
image/svg+xmlVoces Recobradas29meno recurrente en las varias culturas que datan preci-samente de los setenta”.Si un punto de partida es el “buen salvaje” deRousseau, identificado como oralista por JacquesDerrida, es cierto que sólo en las décadas más recientesla apreciación de la diferencia entre oralidad y escrituray de sus consecuencias sobre el desarrollo psicomentalhumano, se ha traducido en adquisiciones específicas.Los descubrimientos en este sentido han interesado alas disciplinas más diversas desde la historia de la cul-tura antigua a la neurofisiología, de las investigacionesantropológicas a las lingüísticas y literarias. Uno de losprotagonistas de tal mutación es Eric A. Havelock, quenos ha suministrado un interesante resumen en su bellabiografía intelectual (en la cual delinea pasajes de sudescubrimiento de la oralidad en sus propias obras) seaen las contribuciones de otros en el mismo plano.Havelock se coloca hábilmente en un observatorio pri-vilegiado, dado desde lo alto de sus ochenta años, en sularga carrera científica y del conocimiento también per-sonal de tantos estudiosos y de sus propios anecdotarioscotidianos. Impresionan en su escrito dos caracteres enparticular: el fuerte sentido de una CULTURA EURO-PEA, como fenómeno unitario de la modernidad (quedebe entenderse no en el sentido tradicional de lahistoriografía sino como conjunto temporal de procesosculturales, en relación con los últimos dos siglos) y laaguda percepción de la relación entre vivenciasautobiográficas y descubrimientos científicos. ParaHavelock, el momento en que se coagulan las tenden-cias de períodos largos o medios, para redescubrir laoralidad está en los primeros años de la década del se-senta, y más precisamente entre 1962 y 1963, años enque se publican algunos textos fundamentales de antro-pología, biología, teoría de la comunicación e historiadel pensamiento antiguo1.En la propia experiencia personal del autor sereencuentra ese momento de “colisión cultural” que vie-ne a ser la fragua de la comprensión científica.En octubre de 1939 Havelock había experimentadoel efecto de un “Sortilegio oral” escuchando en Torontoun discurso de Hitler, trasmitido por radio al aire libre.La impresión que tuvo, frente a aquel renovado poderde la palabra estuvo en la base de sus reflexiones sucesi-vas, y no solamente las suyas, y se pregunta si McLuhany Lévi-Strauss no habrían vivido experiencias similaresy fueron marcados por ellas. “Era de veras el renaci-miento de la oralidad”, también en el modo terrible ysiniestro del totalitarismo, y la aparición de un nuevotipo de comunidad “a partir de la voz”.Havelock sabe bien que esta circunstancia fue una“resurrección parcial”. Pocos años después de esto queconsideró la fecha crucial, 1963, se publica el libro deWalter Ong, que individualiza los tres estadios de la his-toria de la cultura: el de la cultura oral-aural, el de laescritura (con el alfabeto y la imprenta), y el electrónico.Después de los análisis de Ong se hace imposible con-fundir la oralidad primaria, propias de las sociedadesdonde no ha aparecido la escritura, con la oralidad deretorno, que conocemos hoy a través del predominio delteléfono, la radio, la televisión, cuya existencia dependede la escritura y la imprenta2.El aspecto más interesante por lo que se relacionacon nosotros,es el redescubrimiento de la oralidad, ensu capacidad de apelar a nuevos modos de concebir lahistoria de la cultura humana. Sobre todo por el relieveatribuido a los fenómenos culturales en su complejidady a los mismos textos, bloqueados “en un aislamientomonumental” y concebidos en cambio como mensajes.Por otra parte, por la contribución a la construcciónde una historia psico-cultural de la humanidad; por ejem-plo, en la interpretación del pasaje en la cultura griega,de una concepción de “cosas justas a hacer”, como cues-tión de conveniencia y correcto proceder, a un sistemade valores morales autónomo y capaz de serinteriorizado, como una de las formas de transición deuna cultura oral a una civilización de la escritura.Me refiero más que nada a una clave interpretativageneral, que asumen estos intérpretes, casi implícitamen-te, cuando admiten en la historia procesos deinteriorización y formación del individuo, sobre cuyofondo pueden comprenderse los cambios inducidos porpasajes como éste, de lo oral a lo escrito.Son negadas contemporáneamente la continuidaddel yo y la ilusión de reconstruir el pasado, que de he-cho se regulan diversamente. La imaginación históricano puede superar el hiato entre el pasado y presente,tanto menos sobre el plano de la interioridad. Pero, ¿cuálinterioridad? Lo que falta, no es tanto el super-yo, cuan-to el ello, o por mejor decir, se rechaza cualquier movi-miento suyo, menos el acto originario –explicado conlas circunstancias históricas y familiares– de asumir unaidentidad fija. La lúcida narración de un yo omnipoten-te y autoirónico, exhibe “por la fuerza de la escritura”4,la enfermedad que confunde vida y escritura. Lareabsorción de toda la vida psíquica en la instancia de laconciencia es indispensable donde la libertad y la an-gustia fundan el proyecto de la existencia. La autobio-grafía no es entonces otra cosa que identificar este pro-yecto y escribirlo.1 * Las obras en cuestión fueron: El pensamiento salvaje de C. Lévi–Strauss (1962); el ensayo de J. Godoy y I. Watt sobre Las conse-cuencias del alfabetismo (1963); Galaxia Gutemberg de M. McLuhan, (1962); E. Mayr, Specie animali ed evoluzione, E. A.Havelock, La Musa impara a scrivere, Roma, Bari – Latersa, 1986.2 * W. Ong, Presencia de la palabra, Oralidad y escritura.3 * Marie Cardinal, Le parole per dirlo, Milano, Bompiani, 1976.4 * Norbert Elías, Saggio sul tempo, Bologna, Il Mulino, 1986. Poteree civiltá, Bologna, Il Mulino, 1983, cap.IV, p. 287 y sig.M. Guglielminetti, Memoria e scrittura, Torino, Einaudi, 1977.NOTAS