image/svg+xmlVoces Recobradas37APUNTES TEÓRICOSLO COTIDIANOY LA HISTORIACuando nos instalamos en un escenario en donde prevalece el quehacerCOTIDIANO, se nos impone indagar sobre la relación entreeste quehacer de todos los días ylo que suponemos diferente almenos en el escenario:LA HISTORIA.Pero si ahondamos en ambosmarcos, nos encontramos con quela verdadera novedad la proponela MEMORIA, que consientesintonizar músicas que ya no sonaudibles sino para esa memoria,interiores que ya no están a lavista de los sentidos sinodel recuerdo, reencuentros que se habían aislado entre olvidos o desmemorias, duelosque se reabren en la medida quela introspección prosigue, angustias que antes fueron iras oviolencias, y que hoy hasta podemos ver como arbitrariedades o injusticias.as pérdidas en ge-neral, dejan un saldoinacabable de oscurida-des, de confusionesimprocesadas, de clavesocultas, de esperanzasdifusas en la memoria. Ypueden ser duelos sola-mente personales, aun-que es difícil que noaparezcan básicamenteentrelazados con pérdi-das de la propia socie-dad de pertenencia, odolores que quizá ten-gan también una raízcomún en el dolor políti-co.¿Cuál es el tránsitoque convierte ese dolorpersonal en un dolor“civil” o “social”? Quizánunca se verifique esetránsito, y ese umbral delo individual hacia laconciencia social no al-canza a trasponerse, y lanostalgia queda comomar de fondo, anegandoislotes de memoria ehistoria.De todos modos,ese proceso interior de lamemoria, ha dejado tes-timonios invaluables, endonde abrevar los mate-riales que la HistoriaOral privilegia porquerevelan la profundidadde las arcas de la reali-dad pasada, y los frutosque la cosecha proveepara una memoria sazo-nada de realidades omi-tidas o fantasmasreactualizados.Esta vía expresivade un pasado que no nosconcierne, como es el delas memorias individua-les, suele acarrear unvagón de noticias y do-cumentación de las pro-fundidades de los hu-manos, tanto personalescomo colectivas, llenasde intencionalidades yde categorías potencia-les, que conviene leer, almenos como roturaciónde territorio conocido,aplanado y abonado,por lágrimas y sonrisas,de la más diversa convo-catoria y la más reciadurabilidad. No seránvestigios, entonces, sinobrotes de la más puracepa humanizadora.Estos dos libros ele-gidos de los que extrae-mos algunas muestrasmínimas son incitaciónde lectura ávida, queaconsejamos desde VO-CES RECOBRADAS.H.C.LApuntes teóricosHebe ClementiAutor
image/svg+xmlVoces Recobradas38«UNA MIRADA ATRÁS. AUTOBIOGRAFÍA».EDITH WHARTON. (España, Ediciones B, 1994.)dith Wharton nació en 1862 en Nueva York, secasó en 1885 con un banquero bostoniano, se divor-ció en 1913, a poco de haber iniciado su carrera lite-raria con una colección de cuentos. Recién en 1934-al cabo de varios otros libros- publicó su autobio-grafía. Murió en 1937 en Francia. El esplendor delos salones bostonianos de fin de siglo no acunó aesta mujer de incisiva pluma y apasionada búsque-da interior. A setenta años de vida vivida, su regis-tro es imperdible, crítico, tierno y también implaca-ble, respecto de la alta sociedad de su tiempo y desu país. Aunque la opción europea prendió en ellacircunstancialmente, como amiga y devota que erade Henry James, en realidad su verdadera plenitudla encontró en el área campestre de su propio lugar,y así lo dice sin ambages en “Una mirada atrás”. Sutrayectoria puede ser la de muchos, también, segui-da de cerca. Esta página que se transcribe es bienreveladora de un mundo interior con el que nos sen-timos totalmente coetáneos, a pesar del tiempotranscurrido y el espacio diferente... tal como nossucede a veces con los textos que recobramos a tra-vés de la oralidad, aunque estemos lejos de la belle-za expresiva de la Wharton, al menos nos acercancontenidos comunes. H.C.“... La publicación de The Greater Inclination rom-pió las cadenas que por tanto tiempo me habían ligado auna especie de apatía. Durante casi doce años yo habíaintentado adaptarme a la vida que llevaba desde que mecasé, pero ahora me abrumaba el deseo de conocer a otraspersonas que compartieran mis intereses. Había encon-trado dos estupendos amigos que habían contribuido aeducarme y ampliar mis intereses; uno, sin embargo, eraun abogado muy atareado que no vivía en Nueva York yque, a medida que sus compromisos profesionales aumen-taban, tenía menos tiempo disponible, mientras que elotro, un hombre muchos años mayor que yo y de gustosmuy refinados, no podía comprender mi anhelo de desem-barazarme del mundo del buen tono y la moda y relacio-narme con mis parientes espirituales. Lo que por encimade todo quería yo era llegar a conocer otros escritores, serbien acogida por la gente que vivía para las mismas co-sas para las cuales yo en secreto había vivido siempre.Conocía a un solo novelista, Paul Bourget, una de lasinteligencias más cultivadas y estimulantes que encon-tré en mi camino, y quizás el más brillante conversador;pero nos veíamos apenas dos o tres semanas al año, ytambién él estaba constantemente censurando la apatíaque me hacía seguir una vida de tediosa frivolidad e in-sistiendo en que en la etapa formativa de mi carrera yodebía estar entre personas que pensaran y creasen.Egerton Winthrop era demasiado generoso para no su-marse también a este punto de vista, y al final fue él quienurgió a mi marido a que fuera cada año conmigo a pasarunas semanas en Londres, a fin de que yo pudiera por lomenos conocer a algunos hombres de letras y establecercontacto con una vieja sociedad en la que los diversoselementos se habían amalgamado en el curso de las gene-raciones.Prevalecieron estos argumentos, y fuimos a Lon-dres el año de la publicación de The GreaterInclination. Poco después de nuestra llegada un ami-go me dio la dirección de James Bain, el conocido li-brero, y un día pasé por su establecimiento para pre-guntar qué novedades interesantes tenía. En respues-ta, el señor Bain me entregó mi propia obrita, con laobservación: “De esto es de lo que todo el mundo ha-E
image/svg+xmlVoces Recobradas39bla en Londres en estos momentos.” Como el señorBain no tenía idea de quién era yo, su asombro al co-nocer mi identidad fue tan grande como el mío cuan-do trataba de venderme mi primogénito literario ¡comoel libro del día! Yo debería haber gozado intensamen-te con el seguimiento de aquellos primeros indiciosde triunfo, pero mi marido se aburría en Londres,donde sólo se habría más o menos entretenido entredeportistas, mientras que yo quería conocer escrito-res. Siempre es deprimente vivir con alguien insatis-fecho, y mi capacidad para pasarlo bien es tan eclécticaque cuando era joven no me resultaba difícil acomo-darme a las preferencias de cualquier persona por laque sintiera afecto. La gente que me rodeaba era hastatal punto indiferente a todo cuanto a mí me interesa-ba que acomodarme a los gustos ajenos se había con-vertido en un hábito, y no fue hasta años después,cuando ya había escrito varios libros, que terminé porrebelarme y reclamar mi derecho a algo mejor. No tar-damos pues en dejar Londres para reemprender losvagabundeos por Italia, cosa que nos gustaba a losdos, de los cuales surgiría en 1904 The Valley ofDecision.Antes de que esto último ocurriera se había pro-ducido otro cambio. Vendimos nuestra casa deNewport y compramos otra cerca de Lenox, en losmontes al oeste de Massachusetts, y por fin escapé delas trivialidades de balneario para vivir realmente enel campo. De haber podido efectuar antes el cambioestoy segura de que no habría pensado ni por un ins-tante en los deleites literarios de París o Londres; por-que la vida en el campo es la única condición que siem-pre me ha satisfecho por completo, y hasta entoncesno había tenido manera de disfrutarla ni unas pocassemanas seguidas. Ahora iba a conocer el encanto depasar seis o siete meses del año entre campos y bos-ques exclusivamente míos, y el éxtasis pueril de aque-lla primavera inicial de paseos por Mamaroneck ba-rrió todo mi desasosiego con la profunda alegría deentrar en comunión con la tierra. En una ladera convistas a las aguas oscuras y al denso arbolado de lasorillas del lago Laurel edificamos una casa espaciosay señorial, a la que dimos el nombre de la residenciade mis bisabuelos, The Mount.Teníamos un extenso huerto con una pérgolaemparrada, una pequeña granja y un jardín de floresque comenzaba al pie de la amplia terraza que domi-naba el lago. Allí viví más de diez años, dedicada tran-quilamente a la jardinería y a escribir, y allí habríasin duda terminado mis días de no ser porque un se-vero cambio en la salud de mi marido hizo demasiadopesada la carga de la propiedad. Pero mientras tantoThe Mount iba a darme la protección y la alegría delcampo, largas y dichosas cabalgatas, excursiones encoche por las rutas entre bosques de aquella preciosaregión, la compañía de unos pocos amigos queridos yla liberación de los compromisos triviales que yo ne-cesitaba si quería continuar escribiendo. The Mountfue mi primer hogar en el sentido genuino de la pala-bra, y aunque hace casi veinte años que lo vi por últi-ma vez (porque fui demasiado feliz allí para desearvolver a visitarlo como una extraña) todavía vive enmi su venturosa influencia.La paz del campo estimuló mi fervor creativo; ydesde la publicación de The Greater Inclination yo erapresa, lógicamente, de la primera fiebre provocada porla condición de autor. Un año después, en 1900, di aluz mi primer intento de novela (más bien un cuentolargo), y el año siguiente publiqué una segunda reco-pilación de relatos cortos, bajo el título de CrucialInstances. El cuento largo, que se titulaba TheTouchstone (un título discreto cuidadosamente ele-gido para uno de mis más discretos relatos), tuvo pocoéxito en Estados Unidos. John Lane compró los dere-chos ingleses, y considerando el título descolorido endemasía rebautizó el libro (¡naturalmente tomando laprecaución de no consultarme!) A Gift from the Gra-ve. Esta seductora pero engañosa etiqueta debió de serexactamente del gusto de los lectores de novelas sen-timentales de la época, porque ante mi mezcla de có-lera y diversión el libro se vendió rápidamente en In-glaterra, y con frecuencia me he reído al pensar cuándefraudados se sentirían los compradores tras leer lasprimeras páginas.Mis relatos cortos habían captado la atención quele fue negada a The Touchstone, y creo que fue conreferencia a un cuento incluido en Crucial Instancesque recibí la que seguramente es una de las cartas másconcisas y enérgicas jamás escritas por un crítico es-pontáneo. ‘Estimada señora —decía mi desconocidocorresponsal—, ¿se ha encontrado usted alguna vezcon una mujer respetable? Si ha sido así, ¡en nombrede la decencia, escriba sobre ella!’. Parece larga la dis-tancia entre aquella exclamación conminatoria y elpunto de vista del crítico que, refiriéndose el otro díaa la reedición (en una antología de relatos de fantas-mas) de una de mis narraciones, The Lady’s Maid’sBell (La Campanilla de la Doncella), comentaba acer-bamente que resultaba difícil creer que un fantasmacreado por una escritora tan refinada como la señoraWharton hiciese algo tan estúpido como llamar al tim-bre. Mi carrera se inició en la época en que a ThomasHardy, con el fin de publicar Jude The Obscure en undestacado periódico neoyorquino, se le exigió conver-tir los hijos de Jude y Sue en huérfanos adoptados;cuando la más popular de las revistas americanas des-tinadas al público juvenil excluía cualquier relato quecontuviera referencias a ‘la religión, el amor, la polí-tica, el alcohol o la homosexualidad’ (textual); por losdías en que un conocido director de una publicaciónde Nueva York, al ofrecerme una elevada suma porlos derechos de serialización de una novela que yo te-
image/svg+xmlVoces Recobradas40nía en proyecto, estipulaba únicamente que no debíafigurar en ella ninguna alusión a ‘apareamientos ile-gítimos’; cuando Theodore Roosevelt me reprendió ca-riñosamente porque el poderoso duque de Pianura (enThe Valley of Decision) no hacía una mujer honestade la humilde hija del librero, que le amaba; y cuandoel traductor de Dante, mi caro amigo el profesor Char-les Eliot Norton, sabedor (tras la publicación de Lacasa de la alegría) de que yo preparaba otra novela‘de sociedad’, me escribió alarmado implorándome querecordase que ‘¡ninguna gran obra de la imaginaciónse ha basado jamás en pasiones ilícitas!’.A los pobres novelistas que fueron contemporá-neos míos (en los países de habla inglesa) se les pedíaque hicieran creíbles unos muñecos de madera, y aqué-llos tuvieron que luchar duramente por el derecho aconvertirlos en seres humanos que se esforzaban ysufrían; pero hemos sido vengados, y más que venga-dos, no sólo por la vida sino por otros novelistas yconfío en que estos últimos no tardarán en ver quetan difícil es dar enjundia literaria a una pandilla decriminales irresponsables como darla a los títeres pu-ritanos que antaño constituían nuestros recursos. Laauténtica naturaleza humana se encuentra en algúnpunto entre unos y otros, y estará siempre ahí en es-pera de que un nuevo novelista de talento la redescu-bra.Lo gracioso del giro que han dado las cosas esque quienes combatimos por la buena causa somos hoyescarnecidos como escritores gazmoños y melindro-sos que cerraban el paso a la libre expresión; cosa quequizá deberíamos haber realmente intentado, ¡de ha-ber sabido que el arte creativo acabaría siendo reem-plazado por la patología! Pero debo retornar al pode-roso duque de Pianura, quien por aquella época erapara mí más real que la mayoría de las personas conquienes hablaba y en cuya compañía transcurría mivida cotidiana.Con frecuencia me han preguntado si escribir TheValley of Decision no me exigió unos meses previosde intenso estudio.Yo jamás en mi vida he estudiado intensamente,y era ya muy tarde para aprender a hacerlo cuandoempecé a escribir; pero siempre que daba esta respuestaera acogida con cortés incredulidad. La verdad es quesiempre me ha costado explicar cómo se produjo aque-lla gradual absorción, a través de mis poros, de unamiríada de detalles: detalles del paisaje, de la arqui-tectura, del mobiliario antiguo y de los retratos delsiglo XVIII, de los chismorreos de diaristas y viaje-ros contemporáneos, vivificado todo por los reitera-dos vagabundeos primaverales guiada por Goethe yel Chevalier de Brosses, por Goldoni y Gozzi, ArthurYoung, el doctor Burney e Ippolito Nievo, de cuyaamalgama brotaba el relato literario. Yo no viajaba,miraba y leía teniendo en mente el libro que iba a es-cribir; pero mis años de intimidad con el Dieciochoitaliano gradual e imperceptiblemente configurabanla historia y me compelían a escribirla; y cualesquie-ra que fueran sus defectos (y había muchos), ésta es-taba saturada de la atmósfera en que yo había vividotanto tiempo inmersa.El profesor Norton, por aquella época uno de misgrandes amigos, siguió con interés el desarrollo delrelato y contribuyó a él con uno de los gestos máselegantes que a una principiante haya dedicado nun-ca un erudito tan prestigioso. Le conté casualmenteun día que, pese a haber estado comprando libros desegunda mano sobre la Italia del siglo XVIII donde-quiera que los encontrase (prácticamente ninguno delos clásicos de aquel período había sido reimpreso des-pués), había unos pocos que no pude conseguir, y unoo dos que ni siquiera las bibliotecas públicas los po-seían. Entre ellos estaba la versión original (france-sa) de las memorias de Goldoni, así como las memo-rias de Lorenzo da Ponte, publicadas en Boston (¡cu-riosa coincidencia!) hacia 1824. Pocas semanas des-pués llegó a The Mount una caja que contenía aque-llos tesoros inasequibles, y otros muchos libros casitan raros, procedentes de la gran biblioteca de viajesde Shady Hill. Durante un verano entero aquellos li-bros extremadamente valiosos, algunos irreemplaza-bles, fueron dejados a disposición de una jovenescritorzuela que apenas tenía el inicio de su primeranovela entre manos; y a Charles Norton le pareció per-fectamente natural, casi una obligación, facilitar aaquella principiante semejante ayuda.El año siguiente a la publicación de The Valleyof Decision, la revista Century, con gran alegría pormi parte, me pidió que redactara un texto para acom-pañar una serie de acuarelas de villas italianas pin-tadas por Maxfield Parrish. La idea había surgidocomo consecuencia de la inesperada popularidad deLa Decoración de Viviendas, y también de The Valleyof Decision, que ahora me recompensaba por los lar-gos meses de afanes y perplejidad que había compor-tado escribirla. Yo apenas comenzaba a ser conocidacomo novelista, pero en cuestión de arquitectura ita-liana de los siglos XVII y XVIII, sobre lo cual se ha-bía escrito muy poco, se me tenía por persona de ab-soluta competencia.Aceptado con júbilo el encargo, partí con mi es-poso hacia Roma el invierno de 1903 y me puse a tra-bajar muy en serio.”
image/svg+xmlVoces Recobradas41ice de Nabokov el escritor norteamericano JohnUpdike:“Esta edición definitiva de “Habla, Memoria”, corre-gida y aumentada por el autor, resulta, pues, una excelenteintroducción a Nabokov, una antología, un conjunto de pis-tas y claves que permitirán hacer una lectura más intensa yprofunda de sus novelas. Y es también un elogio de susgrandes pasiones: la literatura, las mariposas, el ajedrez y¡oh sorpresa! la familia. Escribe en prosa de la única maneraque debería escribirse: es decir, en estado de éxtasis... el mejorescritor norteamericano de su época. Un incomparable des-tilador de lo inefable”.Nabokov es fiel a los consejos que daba a sus estudian-tes de literatura: “Acariciad los detalles. Los divinos deta-lles”. Un prólogo elaboradísimo de ocho páginas da cuen-ta de diversos procesos y momentos de la escritura de estelibro, y sólo transcribiremos algunos párrafos que dan cuentade las incorporaciones diversas que ha tenido esta redac-ción, que tampoco es la definitiva, quizá. Y va siendo laquinta.H.C.“... Cuando escribía la primera versión de estos textos en losEstados Unidos me sentí estorbado por mi casi completa carenciade datos en relación con la historia de la familia y, en consecuencia,por la imposibilidad de verificar mis recuerdos cuando tenía lasensación de que podía estar equivocándome. La biografía de mipadre ha sido ahora ampliada, y revisada. He realizado otras mu-chas revisiones y adiciones, sobre todo en los primeros capítulos.He abierto ciertos paréntesis herméticos y permitido que se derra-mase su contenido aún activo. Ha ocurrido también que algúnobjeto que no había sido más que un suplente elegido al azar y queno tenía una intervención significativa en el relato de un aconteci-miento importante insistíaen incomodarme cada vezque volvía a leer un pasaje alcorregir las pruebas de las di-versas ediciones, hasta que alfinal, gracias a un gran es-fuerzo, las arbitrarias gafas(que Mnemosina ha debidonecesitar más que nadie) semetamorfosearon en una cla-ramente recordada pitilleraen forma de ostra, que cente-lleaba en la hierba húmeda alpie de un álamo temblón delChemin du Pendu, el lugaren donde encontré aquél díade junio de 1907 una esfingeque raras veces se ve tan aloeste, y el mismo donde un cuarto de siglo antes mi padrehabía cazado un pavo real muy infrecuente en nuestros bos-ques del norte.Durante el verano de 1953, en un rancho cercano a Portal,Arizona, en una casa que alquilé en Ashland, Oregon, y en variosmoteles del Oeste y del Medio Oeste, conseguí, en los ratos libresque me dejaba la caza de mariposas, y la redacción de Lolita y dePnin, traducir con la ayuda de mi esposa, Speak Memory al ruso.Debido a la dificultad psicológica que suponía volver a tratar untema desarrollado en Dar (The Gift) omití un capítulo entero (elundécimo). Por otro lado, revisé muchos pasajes e intenté reme-diar los defectos amnésicos del original: puntos en blanco, zonasconfusas, solares sombríos. Descubrí así que a veces, por medio dela concentración intensa, podía forzar ciertos tiznones neutros hastaenfocarlos maravillosamente bien e identificar la repentina visión,y darle su nombre al anónimo criado. Para esta edición definitivade Speak Memory no solamente he introducido cambios esencialesy copiosas ediciones al texto inglés original, sino que me he servidode las correcciones que fui haciendo mientras lo traducía al ruso.Esta re-anglificación de una nueva rusificación de lo que habíasido un recontar en inglés lo que al comienzo fueron recuerdosrusos, resultó ser una tarea diabólica, pero obtuve cierto consuelopensando que esta múltiple metamorfosis tan familiar para lasmariposas, no había sido intentada anteriormente por ningún serhumano.De entre las anomalías de esta memoria, cuyo poseedor yvíctima jamás hubiese debido tratar de convertirse en autobiógrafo,la peor es su tendencia a identificar en el recuerdo mis años con losdel siglo. Esto produjo una serie de bastantes coherentes metedurasde pata cronológicas en la primera versión del libro...”Y sigue el relato de las dificultades de armonizar supropio cronograma vital con el calendario gregoriano, porejemplo, y con las alternativas de su transcurrir en Rusia,hasta el refugio en Europa, y todas las alternativas suyas yde su propia familia, acerca de esta coyuntura. Total, queuno se convence ya desde el intrincado prólogo, que se estádelante de un testimonio trabajoso, particularmente enre-dado, de alguien que por otra parte, atraviesa el siglo consus memorias y sus creaciones, conciente como pocos de ladificultad de ser fiel a Mnemosina, la memoria a la que lepide que hable, y desde la cual cobra confianza en su tareade contar su autobiografía... a lo largo de trescientascautivantes páginas.Partamos pues, modestamente, desde la simplificaciónde que no somos novelistas de fuste como Nabokov, nientomólogos famosos, ni rusos nobles emigrados a Europay a los Estados Unidos. Pero somos o queremos ser buenostrabajadores de la Historia Oral y la autobiografía es paranosotros, hasta cierto punto, una manera de hacer historiacon nuestra memoria.«HABLA MEMORIA. UNA AUTOBIOGRAFÍA REVISITADA»,VLADIMIR NABOKOV.Traducción de Enrique Murillo (Barcelona, Anagrama, 1994.)D
image/svg+xmlVoces Recobradas42Una identificación del paisaje de La Poma vieja, escrito con un fervordespojado, burilado, en la piedra desnuda y el asombro de una mañana desol en la altura. La conversación con estas “damas pomeñas” pone huma-nidad al paisaje milenario y devuelve actualidad e historia. Un texto belloy revelador.H. C.Plato si es de barro, si se compuenePlato, si es de loza, no se compuene Silvia, de Samay Huasi“Por la calle de La Poma vieja, apenas los pe-rros. Voy subiendo hacia la iglesita; una muchachade pullover verde, mate en la mano, aparece en la ven-tana un momento y sonríe. Yo soy la del asombro enesta mañana de sol. Es un pueblo colonial y semi aban-donado desde que el terremoto de la navidad del ’30se llevó una mitad. En las casas aún en pie, viventodavía nueve familias. Las otras casas, van dejándo-se caer de a poco. Entro en una desbastada, y en loque fue la cocina, ahumada y protegida, todavía seadivina la vida familiar.La plaza, incluso abandonada, y melancólica, eshermosa con sus olmos y cercos de rosetas. Desde aquíse ve claramente el valle, que ha venido estrechándo-se desde Cachi y Payogasta, unos 40 kilómetros ca-mino abajo. Porque La Poma es la puerta de la Punasalteña, y aquí abunda la piedra negra de Los Geme-los, el volcán sobre cuyas laderas el sol subraya in-quietantes cráteres. Aquí no hay árboles casi, sólo es-tos olmos y los de la plaza del pueblo nuevo, cons-truido a sólo 1 kilómetro, como si el pomeño demos-trara así su obstinación contra la naturaleza. Entreambos pueblos, un camino pelado, con paredes de ado-be a los lados, lo que le da cierto aire de muralla. Con-tra el viento, claro, que aquí empieza a soplar apenasdespués del mediodía y sólo calma a la noche, fríasnoches serenas y estrelladas.Pero esta plaza enmalezada donde a cada pasogime la hojarasca, justo enfrente de la iglesia, se prestaa pensar epitafios, a imaginar una vida que debió serpujante. Al mirar los frentes de las casas, se advier-ten viejos colores gastados: un azul fra angélico, unmorado, algún toque de blanco o amarillo. Todo elpueblo debía estar de gala, una costumbre que no seha heredado.Enfrente, del otro lado del río, una casa color rosacon cuatro columnas. Un caballito negro pasta entrela alfalfa. Me prometo llegar hasta allí y conversarcon sus dueños porque a esa postal le falta un nom-bre. Y me voy a la iglesia con puertas de cardón y doscampanas al alcance de la mano. Una está rajada des-de el ’30 y la otra tiene como badajo algo que ha sidouna herramienta. El tañido es muy dulce. Al hacerlassonar, parece que se quiebra algo y también que el aireextrañaba el repiqueteo.Una pastora joven, que de lejos me parecía unmuchacho, sonríe; es Fátima y le pregunto cómo en-trar. Me indica una casa que parece principal. Estáentreabierta la puerta y golpeo las manos. Viene co-rriendo desde el fondo, por un corredor estrecho alque dan muchas puertas, Doña Elsa. El trapo blancocon que cubre sus ruleros es un pañal (que remite agu-damente a Las Madres): hoy toma el micro a Salta, vaa cuidar al nieto y eso merece un instante de coquete-ría. En la sala, llena de sillas y mesas (tal vez allí secosa o se estudie, probablemente catecismo), la fotode una niña ante el piano y un ciervo de madera de-muestran que aquí hay mundo. Doña Elsa tiene oji-tos agudos y el mentón sin sonrisa: además hoy estáapurada, dice al poner en mi mano una gran llave del-gada con la que vuelvo a la iglesia.Diminuta, toda de adobe y cardón. Los bancos,PAISAJE Y PERSONAS«DAMAS POMEÑAS», CLAUDIA SCHVARTZ.
image/svg+xmlVoces Recobradas43las ventanas, el techo a dos aguas y caleadas en celes-te las paredes. Dos imágenes de vestir, antiguas, consatenes y brillos y en el altar objetos pocos y un misalque lamió el fuego. Por la ventanita, otra vez el valle.El cura ya no vive aquí y sólo viene cada tanto a darla misa.Otra vez en la calle, me encuentro con NicanoraYara, la madre de Fátima: pollera azul, blusa fucsia yun pañuelo de colores. Ella es la primera persona queconocí en La Poma, y bajo su sombrero de ala ancha,supo hacer buenas preguntas con que responder a lasmías. Trae ahora un atadito a la espalda, con papita yhabas que acaba de cortar para la sopa. Me cuentacon espléndida sonrisa que ha tenido doce hijos y pideque le adivine la edad. “Alrededor de los cincuenta”y ella con coquetería dice “cincuenta y cinco y tengoun marido siete años menor”. “¿El mismo siempre?”,pregunto. Duda un instante y ruedan las diminutivaspapas que me acaba de mostrar. Para borrar nuestramutua incomodidad le cuento que conocí a Doña Elsa.Y Nicanora echa a volar un suspiro con el que co-menta que sigue sola, sin suerte para el amor. “¿Yaquella casa, enfrente?”... “De Eulogia Tapia”, res-ponde, antes de traspasar el muro de una casa que yohubiera pensado abandonada.Cierta vez, los poetas de Salta (El CuchiLeguizamón, Castilla) llegaron hasta lo de Eulogia yal cabo de la noche habían compuesto la zamba.“Eulogia Tapia en La Poma, cantando y desencan-tando...” Si quiero saber cómo es, me dicen todos lomismo: una mujer sencilla, que siguió igual a la zam-ba. ¿Hermosa? No, una como cualquier otra.Para pasar el río hay un puente con base de hie-rro, el resto de un camión, parece.Una bandada de golondrinas sobrevuela el agua,desprendiéndose de una pared de arenisca roja. Estoytan quieta que no interrumpo sus abluciones matina-les, pero apenas me pongo en movimiento, retrocedenen el aire. Jugueteando, alguna se remoja en el agua.En las orillas crece el berro.El camino que sigue es de piedra, flanqueado porpircas de adobe que el viento va borrando. Busco elsendero hasta la casa cuando por el camino avanzahacia mí una dama. Pollera escocesa recta, zapatillasy medias opacas. Un sombrero oscuro y paquetes a laespalda. Le pregunto por Eulogia y me dice que se haido al puesto con las cabras. “¿Y el marido?” quierosaber. “Y el marido...”, concede.Lucía de Colque tiene el pelo renegrido debajo desu sombrero y camina con paso veloz hacia el pueblodonde no sabe todavía qué es lo que cocinará este do-mingo para los nietos. Lleva carne, verdura y otrascosas envueltas en un repasador de primorosa blan-cura.Cuando de mi bolsillo saco un pequeño grabador,lo mira con ceño insistente. Le explico que es paragrabar sus palabras. Mueve negativamente la cabezay responde “¿y adónde irán las palabras, luego?” conlo cual cierro definitivamente el aparato y vuelvo aguardarlo en el bolsillo.Se casó a los dieciocho y en el ojo izquierdo tiene“una nube”, producto de un golpe de su marido. Muymalo, la ha hecho sufrir constantemente. “¿Y qué de-cían sus hijos?” “¿Mis hijos? Aguantaban el miedo,como todos”. Algunos vuelven para las fiestas, otroshace veinte años que no vienen. Justamente el que viveen Buenos Aires le ha regalado la televisión que tieneen el pueblo, pero mucho no le interesa.Cuando intento retomar el tema de Eulogia, medice brevemente, como para no perder el tiempo, quees como ella, que su casa se ha venido un poco abajoahora que ha cambiado de patrón. Es que cuandomueren los padres, los que vienen se desinteresan delcampo. “¿Y usted, no quiere ir a vivir al pueblo?”“¿Y quién atendería la finca, los animales?”, respon-de. Nos despedimos en la orilla del pueblo nuevo, ca-minos que se bifurcan.Vuelvo a golpear la puerta de Doña Elsa paradevolverle la preciada llave. Ella misma me atiendeporque pasado el primer apuro tiene tiempo hasta lahora del Marcos Ruedas. Me cuenta que tiene setentaaños y el trabajo la mantiene activa y joven. Vive con
image/svg+xmlVoces Recobradas44dos muchachas que cuidan la finca y los animales. Estájubilada desde hace diez años, es enfermera diplomaday al lado de la casa tiene un taller de corte y confec-ción en el que daría clases si hubiera alguien intere-sado. Ha tenido tres hijas. Una vive en La Poma Nue-va, donde es maestra. Los nietos la visitan todos losdías después de la escuela y por la forma de decirlo esevidente que el abuelazgo le devuelve un profundosentido de la vida. Otra de sus hijas vive en BuenosAires: casada, divorciada y vuelta a casar, tiene doshijos. La tercera hija, la de Salta, a la que va a verahora, es madre soltera. Elsa la reemplaza cada tan-to, cuando tiene que ausentarse por el trabajo.Esta apertura me sorprende. Seguramente mi pre-juicio de porteña me hacía suponer una sociedad máscerrada y mujeres más adustas. Pero la historia deElsa es complicada. Años atrás eligió casarse con unhombre que se dedicó al café y al alcohol, “lo que sedice un vago... un hombre de Corrientes” que resultótrago amargo para esta mujer industriosa.-¿Y cómo llegó aquí un correntino?-Trabajaba en la gendarmería. Pero despuésrenunció. Y no dejó de darme disgustos. Si usted su-piera. No sólo me golpeaba. Cuando se le ocurría sa-caba el arma y me apuntaba. Y no dije nada por laschicas. Eran adolescentes cuando se fue. ¡Cómo tuveque trabajar entonces! Porque me había hecho hacerleun poder y se alzó con todo. Me embargó la casa, lahacienda, los animales. Tuve que levantar la hipotecapesito a pesito.-¿Y nunca se le ocurrió rehacer su vida?-Ofrecimientos tuve pero cuando lo pienso meda un asco que se me retuerce todo dentro. No, no.No quiero saber nada.-¿Y qué edad tenía cuando se casó?-Veintiséis.-Ah, era grande.-Grande y opa- me dice con toda seriedad.-Seguramente una linda mujer... -y al decirlo,sé que una mujer fea sabe cabalmente, incluso másque una hermosa, que el reflejo del espejo es equívoco,como escribió Simone Weil.-Ni eso- responde. Lo que pasa es que vio quetenía algo propio. Ahora anda por allá, juntado conotra mujer. Lo bueno es que mis hijas han visto todo,saben todo. Y son muy compañeras mías.Antes de despedirme le cuento que conocí a Lu-cía de Colque y a Nicanora. Entre dientes comentaque, de los doce hijos de la pastora, no es imposibleque algunos sean de distinto padre. Volveré a verla alpie del colectivo, en la plaza de La Poma Nueva, mien-tras converso con otra pomeña, Celestina.Esta abuela los domingos vende empanadas fren-te a la parada del Marcos Rueda. Cuatro por un peso.Las fríe sobre un brasero cuadrado, a pleno sol y lasentrega envueltas en un vasto papel blanco. Son ri-quísimas, papita cortada y carne de vaca, me dice.Además, teje. Vende sus mantas de lana de oveja “in-destructible” a cien pesos o a un millón. Cuando lepregunto por el carnaval, hace un gesto de negativa.“El carnaval ya está muerto”. Ella es de las pocaschayeras que quedan. Se reúne con otros mayores enel almacén de Moya y golpean con la caja. Pero esuna práctica que no siguen los jóvenes, dedicados ala cumbia.La hostería municipal, que es único albergue delpueblo, cuesta diez pesos por persona y generalmenteestá ocupada por geólogos alemanes que vienen a es-tudiar la puna. Vuelven año a año, deslumbrados. Lesgusta esa tierra pelada, escueta, que barren los vien-tos. Leen vestigios marítimos y la lenta constituciónde este presente. Escuchan, como todos, la voz de So-ledad una y otra vez en la compactera de Gregorio,un chaqueño que conoció a Silvia, su mujer, en Bue-nos Aires y ahora dirige la pensión. Tienen varioschicos: Jessica, Kevin, Brenda y otros nombres im-pensables apenas una generación atrás.Gregorio mata el tedio con una banda de cumbiay corre la cerveza en este minúsculo pueblo en el queel domingo se dedica al fútbol y la borrachera.“Aquí todos tienen muchos hijos. Porque se pue-de. La escuela está enfrente y van solitos; práctica-
image/svg+xmlVoces Recobradas45mente no hay nada en qué gastar. No pasa nada, ade-más”- dice detrás del mostrador.De los trescientos habitantes del pueblo, cientocincuenta son empleados de la municipalidad. Losotros viven en los alrededores, trabajando en el cam-po donde el analfabetismo es importante. Hay un soloteléfono público que funciona en la municipalidad yes atendido por una chica por turno. La de la mañanatiene el pelo largo recogido en trenza y ojos de llama,que esconde tímidamente. Es muy hermosa y, dada lademora, conversamos acerca de la timidez.-Un problema gravísimo, sobre todo cuandoera chica. No podía mirar a los ojos. Pero esto me pasacon la gente grande. Con los chicos no. No tuve eseproblema.Y no sé cómo empezó a contarme su vida. Tal vezporque le pregunté el nombre.-Ése es otro problema. Porque me llamoEulalia. Un nombre horrible. Pero me dicen Lali. Asíestá arreglado.Lali es la menor de siete hijos, muchos de los cua-les ya no viven en La Poma. Y en la época en que ha-cía el secundario, como en el pueblo no había todavía,se fue a Salta a estudiar. Allí se encontró con un mu-chacho del pueblo y se enamoraron. Al cabo de un mo-mento, Lali estaba embarazada. Se lo dijo. Le dijo quelo iba a tener. Él no quería. Desapareció. Lali estuvointernada con una enfermedad que casi le hace perderel embarazo. La hermana en cuya casa vivía, insistíaen que fuera a exigirle que se hiciera cargo. Obedien-te, Lali fue hasta su casa para saber solamente quehabía fracasado en el examen, y se había mandado amudar sin dejar dirección. Ella no hubiera queridovolver al pueblo, pero al cabo del nacimiento de suhijo, viviendo ya en Pocitos, en lo de otra hermana,fue a visitar a los padres y ya no volvió a dejar LaPoma. El dilema, ahora, es si contarle a su hijo decinco años la historia o mantenerlo en la ignorancia,como quisiera su madre. Pero si trata de hablarle, elnene no quiere saber.Después, cuando le pregunto si hay algún mu-chacho, hace un gesto de negación que abarca los ojos,la cabeza, las manos.Tampoco ella terminó el secundario y por haceralgo, estudió enfermería, que no le gusta. Pero aquíno hay hospital ni farmacia, apenas un médico queviene de Jujuy.Entonces le hablo de mi hija, que vive con su no-vio sin haberse casado.-Aquí tampoco la gente se casa. Se juntan. Vie-ne el cura y dice que hay que casarse. Pero nadie secasa. Es demasiado complicado- dice Lali antes depasarme la comunicación con Buenos Aires.La nafta llega aquí semanalmente. Cada tanto uncamión viene a cargar piedra en la cantera: ónix ytramontino. Allí, donde la piedra es abrupta, sin si-quiera la aparente tersura que le da la tarde a los ce-rros, sube un hombre lentamente, sus herramientasal hombro. Después, contra una pared, un pico muyantiguo y una maza, dan cuenta de una presencia quesin embargo no vemos.Paredes amarillas o la piedra negra del volcán...un dibujo apenas, el agua que corre al fondo de la gar-ganta...Quien llega de visita, sólo puede otorgar a estepaisaje una mirada defensiva: la puna es demasiadoáspera, demasiado magnífica. Sin embargo, aquípervive una cultura cuyos bordes sólo rozamos. Es-tos pueblos hicieron del frío su dominio y su fuerzaorganizativa: por ejemplo, permite guardar papas yotros productos que después se muelen y así se resis-ten las épocas duras. De la altura hicieron una defen-sa impenetrable, porque vencer el mal de puna no escosa de un día (si bien La Poma es sólo la puerta y nose sufren mareos ni dolores de cabeza)... y si por ca-sualidad una conversa con la gente, lo primero queescuchará será el acompañamiento de la queja, parade inmediato incluir la sonrisa, concediendo que suranchito no lo abandonarían nunca.”