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asta aquí nos
hemos hecho fuertes
para encontrar
fundamentos a la historia
oral mediante dos o tres
núcleos de argumentación
concluyente e irrebatible.
No es el caso de poner
reparos a esas seguridades,
pero sí sigue siéndolo
ahondar en los perfiles de
la historia que finalmente
alcanzamos, y poder
cotejar su validez referida
a novedades y precisión de
fuentes. Dicho de otro
modo, mantener vivo el
propósito de analizar qué
historia producimos a
partir de nuestras
indagaciones...
He tomado al azar un
número de esa joya de
Revista que es
Historia y
fuente oral
, un número
“antiguo”, el Nº 5, titulado:
“El peso de la historia:
1989”, precisamente
porque recordaba una
suerte de balances y
perspectivas de diversos
artículos allí insertos, que
tienen que ver con esta
inquietud que propongo
referida a la necesidad de
anclar titubeos mediante
elaboraciones de síntesis
que configuren un
apelativo constante a la
reflexión sobre historia, en
su fluencia de pasado-
presente-devenir. Giovani
Contini escribe allí una
crónica de la historia oral
en Italia, y hace lo que
H
¿Qué de nuevo?
A P U N T E S T E Ó R I C O S
etnólogos y antropólogos
de tendencia izquierdista
en su mayoría, que a su
vez alimentaban el juego
de los intelectuales de
izquierda. La realidad es
que con Gramsci este
monopolio se enriqueció
notablemente con la
incorporación de
evaluaciones culturales y
no simplemente
económicas, con lo cual
este proletariado
campesino aparecía
nutrido de
individualidades
susceptibles de
incorporarse a la historia
genérica, que entonces
adquiría fuertes
contenidos sociales y
aparecía muy diferenciada
de la historia académica de
aceptación generalizada.
De pronto me golpeó el
paralelismo posible con
nuestra historia, la nuestra
americana. ¿Cuándo nos
damos cuenta de que hay
una población inadvertida
en la historia que
aprendemos, cuyos
protagonistas circulan sin
voz en las vidas urbanas
de nuestra América y
nuestra Argentina,
cubriendo los espacios
rurales y no pocos del
ámbito urbano? Los
estudiosos de la izquierda
los bautizaron como
“proletariado rural”, en
cambio paulatino desde
las áreas rurales más
atrasadas, hacia los
núcleos obreros menos
calificados, confundidos
con los que bajan de barcos
a fines de siglo hasta los
veinte, sin otra calificación
que la de inmigrantes, a
quienes les lleva décadas
alcanzar otro lugar que no
fuera el mismo que habían
tenido en Europa.
Hasta allí la similitud,
que vale tener en cuenta
entre nosotros, a menos
que realmente se decida
seguir como “extranjeros a
nosotros mismos” (al decir
de Julia Kristeva).
Comparar es un criterio de
verdad. Y la similitud la
ofrecen las historias
“oficiales” americanas, de
cuño patricio y apoyaturas
de clase alta, que guardan
fidelidad total a los
criterios europeos de
“historia científica”,
alimentada por reservorios
monumentales de fuentes
alojadas en palacios que
imitan similares europeos,
y por escritos de pluma
inteligente y persuasiva,
generalmente elusivas de
la particularidad
americana (el indígena, el
mestizaje, el negro, la
esclavitud y la
servidumbre, el
inmigrante, etc.). Así se
alzaron los pilares de estas
naciones incipientes, a la
medida de una Europa
modélica y elevando la
mira hacia un futuro
llama “un poco de
prehistoria”, cuya
relectura me dejó la estela
de la comparación posible,
entre la historia italiana y
la nuestra, o mejor, la de
algunos países europeos
que se desprendieron de
miles de habitantes, que
vinieron a América.
Dice allí Contini que
con la unidad nacional
italiana, en 1861, comenzó
el estudio de “los salvajes
domésticos” cuyos hábitos
enfrentaban cambios
arrasantes, mientras
etnólogos positivistas y
folkloristas tradicionales
recogían voces,
costumbres, trajes,
proverbios, etc., con el
criterio de
salvaguardarlos. Al
finalizar el siglo, la
cuestión pasó a
considerarse como un
tránsito de la tradición y la
cultura popular que
necesariamente debía dar
paso “al progreso” y
adoptar formas de la
cultura dominante para
superar el calificativo de
cultura campesina,
mezclada con
supersticiones y magia. La
historia fue opacándose
del cuadro, al ser
sustituida por la labor de
etnólogos y antropólogos
culturales, y fue
haciéndose evidente que
estas cuestiones venían
siendo monopolizadas por
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¿Qué de nuevo?
Hebe Clementi
Autor
similar. Hubo que esperar
escritos contestatarios para
que evidenciaran la
mención de estas
realidades, hasta entonces
no relevadas en su confusa
identidad y opaco destino,
sin memoria.
Cuando aparecen
tardíamente las fuentes
orales, se pudo recorrer
este espinel inacabable de
procedencias, atributos,
frustraciones, y en cada
caso las fuentes
simbiotizaron al
historiador-entrevistador
con el entrevistado. Los
informes invariablemente
contestatarios, imprevistos,
desconcertantes frente a lo
conocido hasta allí,
mostraron una disociación
entre la sociedad apática y
opresora, y la otra, distante
y acallada. La historia de la
inmigración, por ejemplo,
seguida en la
dramaticidad de la partida
y la incertidumbre de la
llegada, tanto en la
memoria de la tierra
distante como en el reflejo
americano, fue un surtidor
inacabable de fuentes y
memorias de un pasado
que no se compadece con
las historias “oficiales” de
los Estados europeos ni de
los americanos. En
realidad, entre nosotros
comienza a darse relieve a
los estudios migratorios a
partir de un Congreso
Nacional que se lleva a
cabo en 1982, respaldado
por la Secretaría de
Cultura de la Nación. Otra
historia habrá de ser el
resultado, cuando la
realidad de la superficie se
vea fundada en una suerte
de yacimiento
omnipresente, siempre en
vigilia, cuyo develamiento
constituye todavía tarea
inexcusable de las ciencias
sociales, en relación con la
voluntad de construir las
sociedades donde vivimos
sobre la base institucional
del derecho y del ejercicio
del voto como ingrediente
inexcusable de la
democracia.
Ahora bien, si esta
visión que la oralidad
descubre resulta
contestataria frente a la
visión unívoca “oficial”,
cabe la evidencia de que la
historia (con mayúsculas)
está cumpliendo el papel
que como tal debe cubrir
para la instalación de la
verdad, que conforma
orígenes, memorias,
pertenencias.
América, entonces,
periferia de Europa a lo
largo de los siglos
colonizables, debe
construir su propia
sociedad, y no lo hará si
excluye a sus miembros
originarios o llegados en
barco, sino
incorporándolos a los
mismos códigos que
expresamente se instituyen
para construir las
sociedades modernas, a los
que se llega luego de siglos
de limitaciones, conflictos,
omisiones. A tales fines, el
testimonio oral será más
que fuente, una
cantera
,
para nutrir los pasados
legítimos y legitimadores
de objetivos que redimirán
a la historia de enredos e
incomprensiones, en lo
social y lo individual. Al
dar voz a todos los actores
se encarnará la verdad,
como una genealogía de la
democracia genuina.
En última instancia,
esta tarea aleccionadora,
despaciosa, estimulante,
constructiva, permite
ganar espacios, consolidar
conquistas, reafirmar
vocaciones y reparar
debilidades. La historia es
una sola, de modo que la
oralidad debe ser una
fábrica de fuentes orales,
cuyo producto sea historia
sin desaparecidos ni
olvidados, y por lo tanto
de un
mejor futuro
.
Esta frase que sigue, de
Milan Kundera, aunque
parezca paradojal, se
corresponde con este
reclamo de la construcción
genuina, de lo individual y
lo social, función que
cumple la historia como
verdad. “La única razón
por la que la gente quiere
ser amo del futuro es para
cambiar el pasado.” Las
lecturas de esta suerte de
enigma tiene las
alternativas que sepamos
darle, y en todas ellas
entra el tema de la
documentación de
fuentes orales para
construcción de la
historia...
Lo nuevo es, pues, la
dinámica que debemos
imprimirle al tránsito de
las fuentes hacia la
construcción histórica.
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