image/svg+xml
42
sta dualidad que
intentamos desde el
título es nada más que
un escenario o fondo de
escena, en el cual
quisiera inscribir una
serie de consideraciones
que después de más de
tres décadas de
reflexión, alcanzo
tardíamente y también
tímidamente, pero que
me rondan en forma
sistemática ante
cualquier tema que
aborde, que se parezca a
un tema arropado en el
pasado, es decir
histórico.
Esta forma un tanto
dubitativa que utilizo
deriva de la
ambigüedad misma del
vocablo “realidad”, que
parecería convocante en
su integridad visible y
perceptible a los
sentidos, en su
contundencia concreta,
como el hecho previo
que luego convoca para
su investigación y
E
Realidad e Historia
o Historia y
Psicoanálisis
A P U N T E S T E Ó R I C O S
alcanza quizá el carácter
de fuente para su
estudio. La
contundencia de la
res
,
la cosa misma, ha sido
un objeto de indagación
filosófica y lo seguirá
siendo hasta el punto de
que se opta por
considerarla una manera
del conocer, que supone
varias vías o maneras.
Para la historia, que
etimológicamente deriva
de un verbo que
significa investigar, la
res
es aquello sucedido y
que ha dejado impronta,
documentación
verificable, de su
existencia concreta de
haber sido, al menos en
un pasado, del que se
conserva memoria.
Cuando la
indagación baja a una
formulación equivalente
a definición de la
historia en sí misma, nos
encontramos que un
Collingwood, en su
Idea
de la Historia
, marca la
Este texto ha sido pensado sobre la base de las
definiciones de historia, a partir de un trabajo de
Peter Gay “History for psychologists” y del libro de
Luis Hornstein
Práctica Psicoanalítica
, Paidós, 1993.
image/svg+xml
43
Realidad e Historia o Historia...
Hebe Clementi
Autor
idealidad de la historia
porque consiste en
descubrir el sentido que
los hechos tuvieron en
ese pasado que se
investiga a través de
documentación escrita.
Con lo cual se introduce
otro elemento más para
la cuestión: el
documento debe ser
escrito, vale decir, debe
poderse comunicar en
forma inequívoca y se
piensa que sólo lo que
ha quedado escrito
retiene ese carácter.
Andando por la
historia, buscando
identificar un pasado
definido, uno encuentra
que esas memorias que
develarían los
documentos escritos son
susceptibles de muchas
lecturas, de muchos
acompañamientos que
son antecedentes o
conjuntos con el hecho
investigado y que
múltiples ejemplos
delatan imprecisiones,
fragmentos de memoria,
olvidos imposibles de
aceptar, equivocaciones
deliberadas o no.
La duda se impone,
la lectura se multiplica
en múltiples lecturas y
las evidencias de la
res
,
pretendidamente segura
y congruente, se tornan
borrosas, dudosas,
cuestionables. Pero en
modo alguno se
desestima la posibilidad
de alcanzar alguna, sino
todas las evidencias que
revelan aquella realidad
pasada que nos invita a
ser penetrada. Aquel
cogito
cartesiano, sigue
siendo un incentivo
poderoso. La invitación
a seguir pensando está
siempre en el umbral de
cualquier indagación
posible, tanto más
cuando la probeta
testimonial puede
perderse en la bruma de
la memoria o en los
velos de las
desmemorias.
Aquí es donde entra
la cuestión del
psicoanálisis, que ha
hibridado todos los
saberes del hombre y de
la sociedad que él
forma, cuestión que
pocas veces entra a
compararse con la
historia misma o a
reconocerse como
presencia sin voz ni
voto. Aunque nuestro
saber es magro en la
disciplina que plantó
Freud y que hicieron
crecer tantos
investigadores, filósofos,
psicólogos y cientistas
sociales, podríamos con
provecho señalar cómo
se trata de mundos
relativamente
polarizados en sus
diferencias, que en
algún momento se
encuentran, para
dispararse enseguida,
cada uno a su lugar,
aunque con una
estocada cada uno,
portadora de cambios
significativos.
Trataremos de
acercarnos a algunas
situaciones donde
claramente se da esta
circunstancia, sólo como
anticipo, de lo que
debiera ser un territorio
de investigación
conjunta constituido por
la seguridad de que la
pretensión de que son
territorios totalmente
separados es
descaminada, errada y
suscitadora de
divisiones enfermas y
contaminantes para la
vida personal y social de
cada quien.
a) De qué se hacea) De qué se hace
a) De qué se hacea) De qué se hace
a) De qué se hace
la historiala historia
la historiala historia
la historia
Como primer
deslinde, luego de estas
consideraciones, habría
que poder decidir de
qué se hace la historia,
tema tan viejo como el
tiempo. La causalidad,
como tema filosófico, es
un disfraz de la
pretensión racional a
ultranza. Encontrar
razones justifica miedos
y prevenciones,
organiza la vida, regula
la disciplina, encamina
tareas, fundamenta la
ciencia. Y los desvíos de
esa causalidad, tan
viejos como el hombre
sobre la Tierra, pudieron
atribuirse al azar, la
casualidad (que no por
nada se parece tanto a la
causalidad).
Es todo un tema de la
filosofía y hasta de la
historia de la ciencia y
de la intelección de la
realidad. En una
primera y grosera
apreciación puede
aceptarse que si la
causalidad implica una
racionalidad fija, fuente
de toda una vertiente de
la ciencia y del
pragmatismo, el azar ha
sido la propuesta que ha
dado pie a la influencia
de los dioses en el
mundo de los hombres y
de la naturaleza
imprevisible, como
oposición a la idea de
ley natural o de causa,
pero al mismo tiempo
como integrante de la
propuesta de la
probabilidad y su
fijación estadística
eventual y, en todo caso,
como opuesto a la
finalidad, que en cambio
se percibe como
ajustadamente asignable
al concepto de causa.
Todo un mundo, que
si tiene poco que ver con
la intelección de la
realidad desde la razón,
en cambio irrumpe en la
historia, haciendo mella
en su racionalidad, en la
posible averiguación del
sentido, que por otra
parte, adoptamos como
definición de la historia
hecha por los hombres...
Pero respondiendo a la
43
Andando por la historia,
buscando identificar un
pasado definido, uno
encuentra que esas
memorias que
develarían los
documentos escritos
son susceptibles de
muchas lecturas...
image/svg+xml
44
pregunta de este acápite:
“¿De qué se hace la
historia?”, no podríamos
responder sino
afirmando que de los
hechos encadenados por
causas eficientes, que
producen efectos
previsibles, además de
aquellos incausados,
provistos por el azar o
que escapan a la
racionalidad estricta.
Es una manera de
entrar en la
irracionalidad, campo
en el que se mueve
cómodamente el
psicoanálisis, en tanto
que el historiador acepta
en la medida que no le
cabe ninguna otra
posibilidad explicativa.
De hecho, el
psicoanálisis puede
abordar zonas brumosas
en donde coexisten los
sueños y los deseos más
absurdos, las
pretensiones más
desorbitadas y las
sospechas más
criminales, los sueños,
las apetencias más
escondidas, las
distorsiones más
trágicas o infundadas.
La mente como
fábrica de ficciones,
parecería ser el baluarte
de Freud, nos dice Peter
Gay en un trabajo
referido a la historia y el
psicoanálisis. Y fue éste
sin dudas su baluarte
para aportar una
interpretación de la
neurosis. Y también para
escuchar las confesiones
más escandalosas de sus
pacientes mujeres, que
se le aparecieron de
pronto como increíbles
“y lejos de la realidad”.
Pero estaban trabajadas
en cambio por la
fantasía, ingrediente
básico para la
comprensión de cómo
podía funcionar esa
fabulosa construcción
del psicoanálisis. Y la
metodología freudiana,
de dejar que el paciente
relate lo que le viene en
mente como piedra
miliar del método y del
tratamiento, parece lo
menos comparable con
el cuidado institucional
de preservación de lo
existente, que a la
postre, es muchas veces
el
leit-motiv
de lo que
queda del pasado, de lo
que se enseña y sobre lo
que se escribe para las
generaciones que
vendrán. De modo que
podría apuntarse esta
segunda paradoja en
tren de comparaciones:
mientras el psicoanálisis
se ocupa de lo más
oculto que, sin embargo,
aflora en conductas no
demasiado visibles –el
inconsciente–, la historia
sólo atiende lo visible, lo
comprobable y busca
sentido expreso que los
actores elegidos para el
estudio histórico dejan
como constancia de su
accionar. Y aquí se nos
plantea otra cuestión, ya
exclusiva de la historia,
si se quiere, y es optar
por el tipo de historia
que nos parezca más
adecuada para la
comprensión del
accionar del hombre a
través de los siglos.
Éste es un largo
debate, que
afortunadamente parece
haber llegado a una
situación de equilibrio
con el fin del siglo, luego
de haber atravesado un
verdadero desfiladero
de argumentaciones
monumentales, en
contra de la historia
“antigua”, o
precisamente
monumental, que es la
que ayuda a la
conmemoración de
hechos notorios del
accionar político-militar
de las naciones, que a su
vez hereda la historia
para glorificación del
poder de la era romana
y la de los héroes
epónimos griegos.
Con el avance del
racionalismo del siglo
XVIII y las
incorporaciones de la
arqueología y la
lingüística, más la
especie de locura por la
historia que resultó del
develamiento de
culturas indo-europeas
y recopilaciones de
documentos
institucionales de todos
los siglos anteriores,
florece un tipo de
historia de eventos, de
imperios, de naciones,
que luego impregna
también las historias de
las nuevas naciones que
surgen al amparo del
credo revolucionario
francés. En América fue
fácil que se cayera en la
imitación de esas
historias, proyectadas
más hacia el futuro
ansiado que hacia el
pasado que sobrevivía
al cambio por doquier,
impostadas hacia
poblaciones mestizas y
aborígenes que apenas
accedían a la percepción
de los cambios políticos.
Con el surgimiento y
avance del positivismo,
los gobiernos, que
adoptaron esta postura,
establecieron un modelo
histórico que borrara
todo lo que coincidiera
con el mismo.
Por lo tanto, en
América no habrá
marginados, ni mestizos,
ni aborígenes, ni
mulatos, ni negros hasta
ayer nomás esclavos.
Todos figuraban en el
catálogo de ciudadanos
en ciernes, aunque los
tiempos fueran
dilatándose en un futuro
sin fechas. Y como el
acento se pone en el
desarrollo político,
crecen las disposiciones
legales y los textos
constitucionales y los
códigos a la usanza de
los franceses, y los
sistemas educativos
buscan emular aquellos
que muestran mejores
desarrollos culturales.
Se envían personajes
de la cultura y la política
a visitar estas
instituciones, con la
preocupación viva de
asegurar la
homogeneidad de la
población frente al
aluvión migratorio, en
primer lugar, y muy en
segundo lugar comienza
a preocupar la presencia
de núcleos aborígenes
en la medida que se
image/svg+xml
45
ocupan las tierras de
frontera y se entrega la
tierra con criterios nada
igualitarios, dejando
marginados a los
pobladores autóctonos
criollos o mestizos. Son
tiempos que entienden
que la cultura es el
aditamento de buenas
maneras y el manejo de
idiomas (inglés y francés
preferentemente),
lecturas de actualidad,
la ópera italiana, el
teatro importado, las
revistas extranjeras...
Habrá que esperar la
década del 20 para
comenzar con
esporádicas
publicaciones y hasta
series culturales de
obras propias –y ajenas–
y un afianzamiento de la
preocupación por los
restos arqueológicos o
museísticos y por los
aborígenes, siguiendo
las modas de Clorinda
Mattos de Turner o del
Smithsonian Institution
o bien, al cabo de la
Primera Guerra
Mundial, de una
Margaret Mead y su
Samoa bienaventurada.
Algunas lecturas de
Freud, en circuitos muy
cerrados para nada
ligados a la medicina,
comienzan a circular con
escasa consternación y
menos difusión.
Batallones de censores
–así los llama Peter
Gay– están listos por
doquier para disimular
las conclusiones,
restarles importancia,
minimizar alcances y
amenazar con sus
alcances insospechados.
Hasta el propio Freud,
en 1933, en su escrito
sobre la feminidad,
aconseja pensar esa
paradoja “de pensar a la
mujer no como un ser
biológico solamente” y,
en todo caso, recurrir a
la literatura por un lado
y a la introspección por
el otro, en procura de
respuestas coherentes.
Su adhesión a algunos
discípulos en los que
teme traición, pero a los
que retiene por su
condición de no judíos,
estriba en el hecho de
que piensa ganar para
su descubrimiento y sus
hallazgos más respeto
desde el campo de
sectores menos
involucrados en un
prejuicio peyorativo,
como es el caso de los
médicos judíos que
difunden los hallazgos
del psicoanálisis.
Entretanto, la historia
campea por sus fueros,
entra en ámbitos antes
impensados como
historia de precios,
costos de la canasta
familiar, balance de
viviendas en relación
con la población,
limitaciones salariales,
reclamaciones
huelguísticas,
organizaciones
sindicales, complejos de
sufragistas mujeres,
movimientos pacíficos,
coeficientes de
inteligencia aplicados a
la elaboración de
contenidos educativos,
medidas sanitarias
preventivas, limitación
de horarios insalubres,
todas respuestas de
aquel positivismo
biologista y del
sindicalismo militante,
marxista, anarquista o
como quiera que fuese,
pero de todos modos,
presionante y triunfante
–si cabe decirlo así en
relación con un antes
anacrónico– frente a un
acuerdo que hasta el
Papa consiente en su
encíclica
De Rerum
Novarum.
Realidad y razón
confluían, en función de
premisas básicas de
buen gobierno y mejor
calidad de vida, en una
serie de reclamaciones
que irán siendo cada vez
más específicas, más
demandantes y que
hacia 1930 harán crisis.
No será la única crisis,
pero tiene carácter de
universal en los países
americanos, ni siquiera
se salva Estados Unidos.
Se trata de la crisis de
grandes inversiones
europeas y
especialmente inglesas,
en las diversas áreas
americanas, para el
trazado de ferrocarriles
y caminos, con
financiación y
tratamiento técnico
ingleses, y basadas en el
comercio exterior
garantizado por la
clientela europea que, al
retacearse en parte por
los acuerdos del Reino
Unido con Canadá y
Australia
primariamente, contraen
el desarrollo agro-
ganadero que había sido
básico y generan el
éxodo de poblaciones
rurales hacia la periferia
de las grandes ciudades.
Mientras, los
prolegómenos de la
Segunda Guerra
Mundial permitirán
acceder a industrias
sustitutivas y a una
población obrera
suburbana que pondrá
en evidencia la cuestión
social, hasta allí sin
registro. Los hijos de
“gringos” (acepción que
indica en general
antecedentes itálicos y
analfabetos) se funden
con hijos de aborígenes,
criollos, etc., cada cual
con denominación
genérica despectiva en
relación con la población
blanca, católica y
alfabetizada, que nutre
la población ciudadana.
Sólo la psicología social
bien orientada puede
penetrar esa maraña de
identidades y recelos y
podrá encaminarse a
proponer mejoras.
Vuelve aquí a
producirse una suerte
de escisión entre el
entendimiento de una
obediencia a leyes
ordenadoras que no
siempre se compaginan
con una libertad
individual plena, o bien,
tomar partido por una
injerencia dudosa y una
pertenencia difusa y
precaria. Historia y
psicoanálisis pudieron
aquí operar de consuno,
amplificar canales de
encuentro, armar rutas o
emprendimientos
operativos, apelando a
image/svg+xml
46
una inteligencia de la
economía básica y a
factores de psicología
elemental en la
pretendida sociedad
democrática.
b) El rescate de lab) El rescate de la
b) El rescate de lab) El rescate de la
b) El rescate de la
memoriamemoria
memoriamemoria
memoria
Es fuerza volver a
nuestro paralelo
intentado. Ningún saber
es integralmente
autónomo, sino que su
autonomía es siempre
relativa. Un criterio de
análisis puede facultar
para investigar a fondo
ese confuso montón de
requerimientos y
solidaridades o tomar
partido por alguna
intencionalidad
pertinente, aceptada por
la organización social
prevalente. Historia y
psicoanálisis pudieron
operar aquí en armonía,
amplificando canales de
encuentro o armando
aparatos de difusión del
emprendimiento, o bien,
apelando a oscuros
factores de psicología
profunda o deseos
inconscientes. Pero hubo
inercia en ese sentido y
fuimos organizando
nuestras cuestiones en
una forma conflictiva y
ajena a esas enmiendas
posibles, atomizando
cualquier proyecto
definido y poniendo el
énfasis en adecuación al
número más que a la
calificación de
diversidades. Lo que
para el analista puede
ser un proceso
transferencial, para el
historiador es el proceso
de comprensión, sin el
cual la historia es una
retahíla de hechos y
fechas sin significación
intrínseca, salvo la de la
sistematización y el
ordenamiento
cronológico o datístico.
Con todo y
lentamente, va
evidenciándose que
historia y psicoanálisis
permiten una mejor
intelección del presente,
a partir de un mejor
conocimiento de pasado,
tarea donde “la
memoria” es recurso y
materia imprescindible,
si se busca aprehender
la compleja realidad de
todos y cada uno. Es
decir, del individuo
conectado con su
sociedad de pertenencia.
Alguien ha llamado a
esto “el futuro del
pasado”, como una
preocupación central de
la indagación histórica,
que parece ser similar a
la búsqueda de claves
psicoanalíticas. Un
ejemplo revelador es el
rescate biográfico, que
no alcanza a lograrse si
no percibe el tiempo
social interactuante. La
historia, por lo demás,
ha sido siempre
modulada por
instituciones ligadas al
poder social. Religión y
militarismo, además de
docencia, siguen siendo
tres atributos de la
sociedad organizada,
más o menos rígida
según el avance de la
legislación que se
adopte, cercando de
múltiples maneras el
comportamiento social.
“En el mundo
occidental” la búsqueda
de los orígenes ha sido y
sigue siendo el lícito
interés por parte de
individuos y sociedades,
que se descubre
generando mitos, que a
su vez están hechos de
historia y de indagación
más o menos velada
que, de cualquier modo,
implica una búsqueda
de sentidos que dan
satisfacción cuando se
los encuentra.
La primera postura
de la “Historia” –como
indica su etimología– es
la indagación de lo
sucedido en el pasado.
A la memoria de ese
pasado se busca
generalmente protegerla
e inscribirla en la
memoria social
correspondiente. Sin
intentar seguir los
orígenes de nuestra
historiografía argentina,
vale, sin embargo,
recordar que el famoso
Dean Gregorio Funes es
el autor de nuestro
primer esbozo de
historia, que escribe
estando preso y por
encargo de la misma
Junta que lo ha
encerrado. Se trata de
una “primera ruptura
generacional” que
explica, o intenta
hacerlo, la Revolución
de Mayo y la búsqueda
de una construcción
independiente de la
Corona Española.
Tendremos así
sucesivas “rupturas”,
como será la política de
Rosas y luego las
premisas de la
Generación del 37,
ambos en relación con
las propuestas de Mayo,
la incorporación de los
caudillos del interior
(Quiroga, por ejemplo)
que, a la vez que exaltan
la omnipotencia
regional, expresan y
rescatan acciones
autónomas que
respaldan el ideario de
Mayo. Por lo demás, es
bien cierto que todas las
historias nacionales
ofrecen argumentos que
llamaremos
“revisionistas” en la
medida que no
concuerdan totalmente
con la memoria
centralizadora, situación
que es frecuente cuando
los procesos están
todavía en gestación, o
bien, se espera que el
tiempo vaya limando las
aristas contestatarias.
En el caso de la
historia americana, por
ejemplo y
generalizando, la
indagación de orígenes
resulta de contornos
fascinantes. Tal sucede
con el descubrimiento
del continente
americano, “la leyenda
negra”, como bautizó
Inglaterra a la gestión
colonizadora española,
que si bien es apelativo
Ningún saber es
integralmente
autónomo, sino que su
autonomía es siempre
relativa.
image/svg+xml
47
siniestro, no deja de
contar con apoyos
logísticos. La trata
negrera, enseguida, fue
la manera de proveer
mano de obra barata
para plantaciones y
explotaciones mineras,
que esclavizaban a
africanos capturados en
las costas. En cuanto al
mundo indígena
americano, se calcula
que en los siglos
coloniales mueren
alrededor de seis
millones de indios,
mientras menos de
trescientos mil españoles
se instalan en la tierra
nueva para ser sus
señores. El mestizaje es
el fenómeno que tiñe la
ocupación de América
toda, que un historiador
calificó con fortuna
como “pigmentocracia”
y siempre llevará
distintos colores según
la mezcla de sangres
resultante y según las
poblaciones que van
sometiendo.
Una distinguida
historiadora bautiza
como “poliginia
desenfrenada” el
período que sigue, en
tanto que el espacio que
falta ocupar es un
desafío permanente para
el establecimiento de
ciudades a la manera
europea. Así transcurren
los siglos coloniales, a
mitad de camino entre la
explotación de riquezas
y el sometimiento a la
Corona, más las
alternativas que la
ocasión y las
dificultades instalaban
con rigor.
Hasta que sobreviene
una “segunda ruptura”,
representada por las
ideas de la Ilustración
que de diversas formas
alcanzan a Las Indias y
que a poco de andar se
traducirán en fórmulas
revolucionarias. El
mejor tratamiento de los
cultivos (fisiocracia), la
producción vigilada y
protegida, la educación
técnica para la
navegación y la
superación de
deficiencias en el manejo
de las aduanas, deben
dejar de ser patrimonio
de especuladores y
propietarios
monopólicos, para
asegurar el bien común.
Son los proyectos que
trae de Europa Manuel
Belgrano y, de su
estadía en la
Universidad de Charcas,
Mariano Moreno. La
piedra de toque de esta
“ruptura” hubo de darla
un texto y un contexto
provisto con alguna
anterioridad por
Voltaire, en su
Tratado de
Tolerancia
(1762) donde
con valentía rescata la
necesidad de sacudir
vínculos antiguos y dar
paso a la inteligencia.
Ponemos en boca de un
notable político
contemporáneo, Palmiro
Togliatti, que en julio de
1949 prologa una nueva
edición del
Tratado de
Tolerancia
:
“El mérito del
racionalismo
dieciochesco y en
particular el de los
ilustrados franceses
consiste en haber
llevado a cabo la batalla
con la mayor decisión,
sin vacilar ante los
colosos de la autoridad
y de la tradición, frente
a los amenazadores
poderes de una
jerarquía que se
afirmaba espiritual y de
un gobierno que se
proclamaba y era
absoluto y en haberla
combatido con ‘fe
ilimitada en su propia
fuerza intelectual y
moral’, lo que quiere
decir en sustancia con
‘fe ilimitada en las
facultades de la razón
humana’ y fue el punto
culminante iniciado en
el pensamiento del
Renacimiento, sostenido
por las renovadas
investigaciones
científicas y la
demolición de la
filosofía previa”.
Digamos que 1762 es
el centenario del
degüello de cuatro mil
hugonotes, que ha
tenido lugar en un
ángulo de la Francia
Imperial y que es el
inicio de la crítica
cuestionadora del poder
que clausura las
libertades individuales y
colectivas.
Apurando el vaso del
tiempo cronologizado,
este mismo vuelco, y
más acentuado todavía,
se vivirá con las
doctrinas marxistas y
socialistas desde fines
del siglo XIX, como
aceleradores de la
racionalidad
cuestionadora frente al
poder que limita
libertades individuales y
colectivas, en relación,
sobre todo, con la
explotación del trabajo.
“La razón aparece desde
entonces como el resorte
de la renovación del
mundo”, aunque
subsistan religiones y
búsquedas de oscuras y
cautivantes derivaciones
revisitadas por amantes
de misterios cósmicos y
otras organizaciones
desafiantes de premisas
de la razón.
En un segundo
momento de esta
“emancipación de la
razón individual frente
al poder organizado”,
que atraviesa el período
revolucionario antes y
después de 1789 y todos
los ecos imaginables que
alcanzan a nuestra
América en
ordenamientos y
premuras diversas, van
señalando las
deficiencias de una
ortodoxia
generalizadora frente a
cualidades diferenciadas
muy profundamente.
Sin entrar en la situación
americana, pensemos en
la “comuna de París” y
en el fracaso de su
rebelión, que derivó en
la pérdida de la brújula
que hasta allí había
alimentado el
enfrentamiento con el
poder constituido. Así
habrá de expresarlo
Federico Engels, en
Londres, en un 18 de
marzo de 1891:
“El enfrentamiento
image/svg+xml
48
será en adelante contra
la clase política (...) cada
uno de los partidos que
alternativamente ejercen
la hegemonía está
dirigido por gente que
hace un negocio de la
política, que especula
con los puestos en las
asambleas federales y
aún en las de los
Estados, que viven de
la agitación en
beneficio de su partido
y que son
recompensadas con
buenos empleos (...) el
proletariado en su
lucha para llegar al
poder, deberá hacer lo
que hizo la Comuna,
atenuando todo lo
posible sus malos
efectos hasta el día en
que una generación
educada en la nueva
sociedad de hombres
iguales pueda
desembarazarse de
todo el confuso
agregado
gubernamental”.
A partir de este
momento, la historia
habrá de ser objeto de
tesaurización
permanente para
legitimar su existencia
mediante documentos
que preserven sus
fundamentos y habrá
una resurgencia de la
institucionalidad de
documentos
probatorios, cada país
conforme a sus medios.
Grandes bibliotecas,
monumentales
testimonios
preservados
arqueológicamente,
museos donde se
preserva y se exponen
testimonios del pasado,
estudios
antropológicos que
amplían el horizonte
histórico de
poblaciones hasta allí
desconsideradas,
exacerbación de las
ciencias sociales como
consecuencia de esta
ampliación de
horizontes hacia atrás
y hacia delante,
investigaciones
demográficas y
jurídicas legalizadoras
de apropiación y
pertenencias, que
reflejan estos cambios
en relación con la
manera de interpretar
la historia.
Se llega así a
mediados del siglo
pasado, cuando dos
guerras mundiales casi
sucesivas unifican el
universo y desbaratan
la cuadrícula
imperialista que se
venía impostando,
sustituida entonces por
el multiculturalismo de
una enorme
masificación de
espacios y poblaciones.
Tanta diversidad
cultural no oculta, sin
embargo, la indagación
posible de las
peculiaridades
colectivas o
individuales, de forma
que la psicología
mantiene su magma
comprehensivo y la
“historia pasa a
considerar el peso de
las mentalidades” en la
confección de
ordenamientos
identitarios y
colectivos. La “historia
simbólica”, apelando a
representaciones
convertidas en
adelante en materia
histórica, aunque
disimuladas detrás de
prácticas y oralidades
variadas, habrá de
constituirse en
adelante en práctica
común de historiadores
y psicoanalistas. Será
entonces una cesura
altamente distintiva,
frente a la modalidad
anterior, porque esa
indagación de las
representaciones dará
el sentido de pautas,
ideas, gestos,
relacionados con el
inconsciente y regidos
por el juego
permanente de la
memoria, responsable
de esas
representaciones y esas
imágenes.
c) La vivencia de lo
histórico y la
reconstrucción
auténtica
“El imaginario pasa
entonces a constituirse
en el enigma a
descifrar”, con todas
las variantes atribuidas
a divisiones o
clasificaciones
operativas pero no
excluyentes: clase,
género, nación,
religión, etcétera, que
indefectiblemente se
insertan en la
representación de la
sociedad y de la
historia personal y
colectiva.
Y en esa tarea
interpenetrada por la
historia, alentada por
el núcleo de verdad del
subconsciente, la
vivencia de lo histórico
parece como esencial
en la vinculación con el
inconsciente, que
relaciona lo histórico
con lo psíquico y a la
vez trasciende el
pasado, tanto el de la
infancia, que siempre
para el psicoanálisis
aparece como historia
del paciente, y permite
elaborar una
trascendencia donde el
hecho pasado se
transforma en
memoria, constructiva
de un presente distinto.
De hecho, los trabajos
de Freud más
vinculados a la historia
llegan en un momento
alto de su existencia,
hacia el final, cuando
para su propia
existencia se hizo
imperativa esa
reflexión sobre la
historia, que le
consentía no quedar
abrumado por los
hechos sino recuperar
la verdad, ante el
horror. Dice Lacan al
respecto: “La historia
no es el pasado. La
historia es el pasado
historizado en el
presente porque ha
sido vivido en el
pasado. El camino de
la restitución de la
historia del sujeto
adquiere la forma de
una búsqueda de
restitución del pasado.
Esta restitución debe
image/svg+xml
49
considerarse el blanco
hacia el que apuntan
las vías de la técnica”.
Esta restitución
implica obviamente
una reconstrucción
crítica de la
documentación que se
ofrece, en paralelismo
muy fuerte entre las
disciplinas a que nos
estamos refiriendo,
porque tanto lo hará el
historiador con sus
múltiples documentos
que se convierten en
fuentes, como el
psicoanalista con el
texto que a cada paso
renueva en vertientes
propias e
insustituibles, el
paciente, en su fluir de
la memoria, centrado
en el lenguaje en
revelación constante.
Parece que estas
razones finales nos
consienten una última
reflexión que es
constitutiva de ambas
disciplinas: si la historia
para ser integralmente
la historia que tiene
sentido hace del
pasado una
contemporaneidad,
tanto en el vigor
interpretativo que
acerca el pasado como
en el reconocimiento de
esa humanidad que
caracteriza al hombre en
su historia, también el
analista no indaga e
investiga para aclarar el
pasado por sí mismo,
sino para abrir las
compuertas de un
presente liberado del
peso del pasado.
Y para cerrar,
algunas consideraciones
estrictamente referidas a
la historia incompleta
que hemos hasta aquí
estudiado. Precisamente
por influencia de la
reflexión política sobre
el devenir de las
sociedades, surge la
seguridad de que todos
los componentes de una
sociedad democrática
deben poder acceder a
un territorio de
igualdad, si la opción
por la vida democrática
y sus valores es integral
y decidida. Y ante esta
afirmación encontramos
muchos seres que han
sido excluidos de esa
sociedad de eventuales
iguales, empezando por
la mujer y en las
sociedades en vías de
desarrollo, muchos
otros marginados hacen
legión. En los países
americanos y
específicamente los
latinoamericanos, que
son los que mejor
conocemos, la demora
ya no es tal sino
“olvido”. Y por lo
mismo, las ópticas que
pueden aventurarse a
repensar el pasado –la
historia– son tan
variadas e inusitadas
en la descripción de
esas marginaciones y
desmemorias, que
aparece toda “otra
historia”, que ha sido
constitutiva de nuestro
presente. Y cierro con
estas líneas de Jurgen
Habermas:
“El presente
auténtico es desde hoy
el lugar donde
tropiezan la
continuidad de la
tradición y la
innovación. Esta
peregrinación de las
energías utópicas hacia
la conciencia histórica,
caracteriza en todo caso
el espíritu de la época
que, a su vez, imprime
sus rasgos a la opinión
pública de los pueblos
modernos (desde los
días de la Revolución
Francesa) de modo que
la conciencia histórica
políticamente activa
está implícita en esa
perspectiva utópica”.
Tenemos, pues, vía
libre para internarnos
en este trabajo de
rescate, que si se
cumple, o al menos si se
intenta, ampliará
nuestro marco histórico
y devolverá la calidad
de personas a
integrantes de la
sociedad y hechos hasta
aquí desestimados, en
un diseño que
represente el pasado
más ligado al presente
humanizado, tal como
desde otro lugar se
produce el rescate y el
develamiento de
nuestro ser más
escondido a través del
psicoanálisis personal,
que a su vez tiene un
desemboque final en lo
social, como destino
común de estos
estudios.
Hoy se trata de una
búsqueda que casi se
torna una pesquisa en
medio de la
globalización y los
medios uniformadores
que mimetizan los fines
y desidentifican al
individuo. De la
concertación de las
ciencias humanas, se
busca una
conceptualización que
detrás de imágenes y
representaciones
preformuladas genere la
posibilidad de
búsqueda e
identificación del propio
camino y el encuentro
de interpretaciones
satisfactorias.
El tema de “las
mentalidades” es un
recurso explicativo que
hoy por hoy emplea la
nueva historiografía,
que adhiere al mundo
de las representaciones
y al peso de las
concepciones del
mundo y del
imaginario colectivo, lo
que implica
obviamente la “larga
duración” y el escape
de la historia
concebida como cadena
de eventos puntuales.
La idea de proceso se
impone y al mismo
tiempo refrenda la
seguridad de que el
hombre que está
impulsando esa
búsqueda de sentido,
no debe ni puede
dejarse avasallar por
las circunstancias.
Premisa que creo es el
centro dinámico de la
historia concebida
desde la construcción
de la identidad
subjetiva, que es
también el punto de
llegada del
psicoanálisis.