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drástica expansión del marco crítico y analítico
dentro del cual ha llegado a actuar la historia
oral. Sin embargo, sería erróneo sugerir que en la
actualidad predomina en el terreno este tipo de
trabajo. Es preciso señalar, también, que el reto de
la historia oral a la historia académica formal
alentó una profusión de trabajos y proyectos que
reconocieron escasamente ese marco crítico. En
gran parte de esta producción, la historia oral y
su potencial democrático se toman por su valor
nominal. La historia oral sólo incrementa tanto la
cantidad de sujetos que se incorporan a la
narración histórica como la información empírica
sobre ellos. Se celebra la virtud aparentemente
obvia del testimonio oral: su transparencia, su
carácter directo, su autenticidad
emocional, en la cual las palabras
significan lo que dicen y, de ese
modo, ofrecen un acceso inmediato a
los estados de ánimos. También ha
surgido una versión académica de
este proceder, con monografías que
utilizan la historia oral ya sea como
una especie de decoración –un gesto
de autenticidad para sus
narraciones– o como una fuente
alternativa casi indiscutida de
información empírica.
Esto implica un problema para el
compromiso democrático asociado al
proyecto de la historia oral. Ha
aparecido una suerte de campo
bifurcado. Por un lado hay una gran
masa de trabajos, a menudo de
orientación comunitaria e inspiración
política activista, sobre fuentes orales con poca
referencia a un aparato analítico explícito. Por
otro, existe un corpus de trabajos –principalmente
centrados en el mundo académico– que se fundan
en una interrogación teórico crítica cada vez más
elaborada de los textos orales y sus condiciones
de producción. Esto, a su vez, implica un
cuestionamiento de los estudiosos consagrados a
este enfoque, en términos de la propiedad de sus
estrategias críticas y los límites de la
interpretación aceptable. Mi propio trabajo sobre
el testimonio oral de doña María Roldán, La
historia de doña María, suscitó lo que tomo como
una amable crítica de Lila Caimari en Clarín:
“Difícilmente haya imaginado esta trabajadora de
la carne que sus palabras convocarían el giro
lingüístico, los «testimonial studies» y a Walter
Benjamin y Jacques Derrida”.
Para terminar, me gustaría decir algo sobre la
cuestión de la memoria y su incidencia sobre la
práctica de la historia oral contemporánea. Los
estudios de la memoria, desde luego, abundan a
nuestro alrededor. Como decía un artículo
reciente de una revista académica
norteamericana: “¡Bienvenidos a la industria de la
memoria!”. Ya sea en las librerías de los campus
estadounidenses, las listas de best-sellers del New
York Times o las librerías de la avenida Corrientes,
la memoria es al parecer una garantía de éxito
académico y comercial. Dentro del mundo
académico, el auge de los estudios puede
remontarse a dos (ur-textos) textos de referencia
fundamental dentro de la disciplina: Zajor. La
historia judía y la memoria judía, de
Yosef Yerushalmi, y Les lieux de
mémoire, de Pierre Nora, ambos de
principios de la década del ochenta.
En uno y otro libro, la memoria se
identificaba como una forma
primitiva y sagrada de conocimiento
del pasado, en oposición a la
conciencia histórica moderna. No es
éste el lugar para examinar en
profundidad las razones del auge de
la memoria: en parte, podríamos
sugerir que la “memoria” planteaba
al canon de la historia un
compromiso y un desafío similares a
los de la historia oral: se proponía
humanizar, dar algo de calidez a la
árida y fría objetividad del análisis
histórico. Por supuesto, ese auge no
era simplemente una respuesta a
textos determinados o estilos de historia en boga.
En América latina, la preocupación por la
memoria apareció como una respuesta al trauma
de la represión y el genocidio y las políticas de la
amnesia oficialmente sancionada, y esa respuesta
surgida en la sociedad civil influyó sobre la
producción académica. En la Argentina, el
ejemplo más significativo de ello ha sido, quizás,
el proyecto “Memorias de la represión”
coordinado por Elizabeth Jelin.
Es evidente que el balance general del auge
de la memoria fue positivo: un enorme aumento
de los estudios de prácticas y rituales
conmemorativos, una mayor atención a las
diversas expresiones de práctica rememorativa,
con inclusión de los aspectos visuales
(fotografías) y estético monumentales (arte
público). En nuestros días hay algo así como una
No es éste el lugar para
examinar en
profundidad las razones
del auge de la memoria:
en parte, podríamos
sugerir que la
memoria planteaba al
canon de la historia un
compromiso y un
desafío similares a los
de la historia oral: se
proponía humanizar, dar
algo de calidez a la árida
y fría objetividad del
análisis histórico.