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erré
El refugio en la memoria
de Eugenia
Meyer y Eva Salgado, con la complacencia de no
haber dejado de leer ni un solo párrafo, de no
haberme ahorrado un solo testimonio, como si
una responsabilidad que nadie me había fijado
respecto a la memoria política y ética de todo un
continente se hubiera visto, además, gratificada
por la lectura, es decir, por el texto mismo, y por
todo el peso de su valor. Sólo después de
terminar de leerlo volví sobre el título, sobre la
portada y las páginas que había dejado de lado
inicialmente para ir directamente a la
introducción. Sé que un libro es también todo
eso: las telas que lo cubren, el lomo que lo
sostiene, las solapas que lo visten. En la portada
la fotografía de un muelle sobre el mar, solitario,
antiguo y desgajado. Si se fijan bien verán que
en él se ponen en juego dos incitaciones
dolorosamente contrarias a partir y a regresar,
pero que no hay un “hacia dónde”, a menos que
al llegar al final del puente nos arrojáramos al
mar, ni tampoco un “desde dónde” pudiéramos
regresar, a menos que, obstinados, decidiéramos
regresar a una tierra de nadie. La fotografía se
repite en la contraportada, creando una cita de
sí misma. Curiosamente, en la de la tapa se
insinúa una playa para el regreso, apenas una
línea de arena; en la réplica, más pequeña, esa
playa ha sido cortada y el muelle se inicia o
termina en sí mismo. Hay otro detalle que sólo
descubro después, en este viaje breve sobre las
tablas desvencijadas del embarcadero/
desembarcadero según desde dónde se lo mire:
un cable que pasa por unos postes todavía en
pie y que seguramente traía o llevaba, depende
también de la mirada, luz al muelle, y sobre el
piso se advierte un tubo o conducto que parece
haber conducido también alguna corriente; dos
México
tierra de exilio
C
N O T I C I A S S O B R E P U B L I C A C I O N E S
En el número anterior de
Voces
Recobradas
anunciamos en
“Noticias sobre publicaciones” la
presentación en Buenos Aires del
libro de Eugenia Meyer y Eva
Salgado:
Un refugio en la memoria.
La experiencia de los exilios
latinoamericanos en México
. A
continuación publicamos, a manera
de comentario, el texto elaborado por
la escritora Tununa Mercado para
dicha presentación.
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cables, en suma, que confirman el fuerte nexo
que se establece entre el muelle y la tierra.
Refugio, memoria, experiencia, exilios, son
las diversas instancias que el título del libro
resume; núcleos que se sueltan y recomponen,
hasta detenerse en una unidad de sentido que
nunca se pierde en sus pasos intermedios. Tal
vez al principio no se podía advertir el valor
que tiene la preposición
en
que sitúa el lugar del
refugio en el interior de la memoria, ni podía
entenderse el carácter de recinto que cobija y
protege: un refugio “en la memoria” es un
espacio que circunscribe; en él se acoplan y
desacoplan los recuerdos. Mientras no sean
experiencia girarán sin rumbo como astros
vagabundos.
Permítanme no entrar nuevamente en el
interior del libro, el refugio del que acabo de
salir. Me detengo en el cuadrado negro central
junto a la fotografía del muelle abandonado, y
en la frase que lo acompaña: “con una cierta
mirada”, que sería el nombre de la colección.
Breve destello iluminador que romperá esa
opacidad del negro y que justifica la inserción
de un libro crítico y esclarecedor dentro de un
proyecto editorial. Y no por obvia la palabra
“océano”, que para los mexicanos es sin acento,
oceano, ni tampoco por azar que esté en la parte
superior de la foto, como un lapsus que también
significa
en ese final de muelle tendido al
infinito. Y, además, por si todo esto fuera poco,
el sintagma “espejo y ventana” en el texto de la
contraportada para describir con dos palabras
la clave del libro de Meyer y Salgado que va del
sujeto a la historia, y de la historia al sujeto,
como un modelo de conocimiento que parece
postular que el otro, el diferente, se refleja en
nuestra propia imagen y que sólo si nos
México tierra de exilio
Tununa Mercado
Comentario
atrevemos a mirarlo en su condición de
perdedor podemos entender lo que se pierde, de
manera crucial, cuando se nos despoja del país
y se nos coloca fuera de nuestra propia historia.
Y, además, que la ventana que nos encerraba en
un espacio que creíamos poseer para siempre,
de pronto nos arroja literalmente por la ventana,
de manera subrepticia y clandestina, hacia lo
desconocido. Paradójica intemperie: de pronto
advertimos que esa ventana se abre a mundos
nuevos con un efecto de renovación, que al
exiliarnos también hemos roto un encierro.
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Creía haber terminado este merodeo por las
afueras del volumen posterior a mi lectura,
cuando encuentro en la primera página
preliminar nueve rinocerontes, que van de
salida, el noveno ligeramente separado de la
hilera compacta de los demás, como si hubiera
quedado rezagado en su individualidad,
retrasando su viaje o su regreso. ¿Adónde,
desde dónde y hacia dónde van? ¿Se salen del
libro hacia el este, o hacia el oeste? Lo cierto es
que una hilera de elefantes o rinocerontes de
mármol o marfil, de esas series que van de
mayor a menor, y que sirven de adorno sobre las
chimeneas, debe ser colocada mirando hacia el
interior de la casa porque quiere la superstición
que los elefantes y los rinocerontes sean
portadores de riqueza y que si miran hacia la
puerta se van con todo y riquezas. El editor
debió colocar la hilera en vertical para que la
fortuna no se fuera, como el dragón alado que
vuela desde el mito hacia la historia y que
ilustra la página siguiente, pero quienes van o
vuelven, salen o llegan, se enriquecen y
enriquecen a otros aunque los éxodos sean
acumulación sólo para un día, provisorios
bienes, nunca estabilidad. Por eso el
leimotiv
de
las maletas siempre listas, por eso la
precariedad que persiste en los muebles del
exilio, en ese colchón que fue de casa en casa, en
la cacerola descascarada, portátil por traspaso
de dueño, en las posesiones que dejó el que tuvo
la suerte de volver a su país por final de
dictadura. Y llegamos a la última hoja de esta
edición que estuvo cuidada por Rosalba
Aguirre, el colofón del pie de imprenta, en el
que, debajo de otro animal fantástico, escamado,
con mirada intimidatoria, se lee lo siguiente:
“
Un refugio en la memoria
, escrito por Eugenia
Meyer y Eva Salgado, alberga en sus páginas, y
para siempre, el recuerdo de hombres y mujeres
que adquirieron un nuevo rostro y le dieron otro
a México”.
Me resisto, como puede verse por mis
prolegómenos, al comentario o la glosa,
tratando quizá de que la reflexión surja de los
efectos de lectura y de las transformaciones que
se produjeron en mí en estos días en los que el
libro ocupó mis horas. Ponderar la magnitud del
fenómeno del exilio desde una visión que sólo
se limitara a ordenar los hechos y a determinar
sus causas políticas o sociales sería una manera
de hacer historia con las ventanas cerradas. El
refugio en la memoria que Meyer y Salgado
erigen es un universo con tantas entradas como
relatos de vida surgieron en la búsqueda. Pero
la novela es una sola: México como tierra de
exilio para perseguidos políticos de ocho países
latinoamericanos. México como un destino
afortunado, que colma, completa, restaña.
México que hace sufrir, que desalienta, que
desasosiega. Que no se deja, dejándose.
Aunque tuviéramos orígenes distintos, se
establecieron lazos entre exilios, sobre todo
entre las organizaciones políticas o de
solidaridad que nos congregaban. Pero esa
comunidad de experiencias que se generó sin
que nos diéramos muy bien cuenta de su
dimensión, necesitaba anclar en vidas, en
imágenes personales, para poner en descubierto
hasta qué punto estábamos hermanados. Las
autoras, al disponer sobre el fondo de los
hechos políticos y sociales los testimonios de
ese gran relato compartido, dejaron ver que si
algún saldo o beneficio quedó de tantos años de
desarraigo ése fue la integración, lo que en un
nivel superestructural suele enunciarse como
integración latinoamericana. Como si un mismo
espíritu hubiera modelado las formas de la
nostalgia creando un tipo humano reconocible,
se diría un arquetipo: las historias que se
relatan son semejantes, más allá de las marcas
individuales. De ahí el efecto de resonancia que
produce cada evocación y que sólo se suspende
cuando aparecen los rasgos nacionales, y aun
así, sería difícil hacerse cargo de diferencias
sustanciales cuando se habla de dictaduras
militares en América latina.
El regreso de la democracia en nuestros
países dejó el tema del exilio fuera de la suma
de los agravios sufridos, como si un recelo sordo
impidiera incluir en el recuento de daños a los
que se salvaron de la represión. De tanto en
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tanto, algún bien pensante lo incorpora,
haciendo gala de un afán de totalidad. Quienes
lo padecieron podrán leerse en este libro.
Quienes no lo sufrieron, paradójicamente,
podrán completar su propia imagen: los
espacios vacíos que dejaron los que se fueron se
sumaron a formas de ausencia que ellos mismos
se vieron obligados a crear para poder
sobrevivir: borrarse, ocultarse, clandestinizarse
en el propio país. Si el fatalismo que la pérdida
y la derrota instauraron en todos nosotros
pudiera decantarse, el exilio tendría fin y
Eugenia Meyer estaría escribiendo un epílogo
para dar cuenta de los testimonios de ese final
de duelo que su propio libro habría propiciado.
Acaso un nuevo libro, algo así como el de la
recuperación de lo perdido y la ponderación de
lo encontrado, que ahondara en ese peligroso
punto del retorno o del no retorno, encrucijada
existencial que este refugio en la memoria de
Meyer exacerba. Pocas semanas después de
llegar a México en 1974 escribí un texto que
quería describir mi estado; lo titulé
En qué lugar
:
“Se levanta por debajo de la piel, crece como
una cornamenta. No cubre ni ocupa ningún
espacio vacío. Los agujeros, el agujero, no puede
llenarse; es una ausencia que no habrá de llenar
ninguna presencia. El agujero y el nuevo órgano
que crece (cuerno, miembro, excrecencia)
conviven en el cuerpo; el muñón y la
protuberancia se complementan, pero no
embonan, no calzan uno en el otro. Como si te
cortaran el brazo y te creciera una buba, como si
te arrancaran una uña y te creciera una joroba.
Ni ojo por ojo, ni diente por diente, sólo
deformación.
Estamos nerviosos, los que tenemos la
deformidad. Pero no parece avergonzarnos. Día
a día nos miramos en un espejo, vemos lo que
nos falta, vemos lo que nos ha salido. Crece o no
crece, el vacío no se llena, el pus se agiganta,
comienza a supurar. Y andamos por el mundo
como una raza nueva, como una especie que
espera su clasificación y el desiderátum de la
selección, que no tardará en venir.
Somos cientos de miles. Nos objetivan en
seminarios, nos descomponen en lecciones de
anatomía. Por lo que hemos perdido y por lo que
nos ha crecido, no ocupamos un espacio que
naturalmente debiéramos ocupar entre los
humanos, entre los propietarios, entre los
ciudadanos, entre los nacionales, locales,
regionales habitantes del mundo”.
El dilema no ha sido resuelto. Sin embargo,
un día cualquiera, en mi último viaje a México,
alguien por puro afecto dijo: “Pero si ustedes
son de aquí, ya quédense”. Nada menos cierto.
Unas semanas antes, en Buenos Aires, yo había
sentido, casi silenciosa e imperceptible, la
sensación de haber, finalmente, llegado a mi
casa. Mi aspiración máxima fue alguna vez ser
mexicana. Acaso logre finalmente, con esfuerzo,
ser argentina.
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50
n noviembre de 2003
partimos hacia Balcarce. El micro
salió de la ciudad de La Plata.
Hacia allí, con Claudio Panella,
Juan Ghisiglieri, Alicia Sarno y
Guillermo Clarke, viajamos para
presentar el libro
Algunas voces,
todas las memorias. Talleres de
Historia Oral en Balcarce
1
, el
emprendimiento del Instituto Cul-
tural de la provincia de Buenos
Aires, de la gente del Archivo de
la provincia y de la gente de
Cultura de la ciudad de Balcarce.
Esta obra es el resultado de
varios trabajos y voluntades: la
principal es la de insistir sin la
necesidad de registrar la
“oralidad” como generadora de
fuentes históricas que convivan
con los documentos escritos del
prestigioso Archivo de la
provincia de Buenos Aires.
Se advierte en el equipo de
Buenas noticias:
nuevas voces
E
trabajo un verdadero trabajo de
equipo.
Juan Ghisiglieri, con su doble
responsabilidad (investigación y
programa de historia oral), nos
revela la compatibilidad de ambos
registros. Que esto se realice en el
Archivo de la provincia coloca en
el lugar que corresponde a la
historia oral, pero marca una
continuidad en la preocupación
expresada en los fundamentos del
1º Congreso de los pueblos de la
provincia, que en 1950 organiza
Ricardo Levene y que se cita en el
libro.
Reconstruir la historia
apelando también a la memoria es
el desafío de este programa que se
realiza en diferentes pueblos de la
provincia de Buenos Aires. Los
temas generales son: el ferrocarril,
la escuela y la producción y el
trabajo, temas que permitirán un
registro transversal. En este caso,
la cantera y la militancia política
constituyen la excepción.
El método de taller utilizado
ha complejizado el registro a la
vez que lo enriquecen los
testimonios, que a veces se definen
como la pequeña historia y que
permiten que la gran historia
tenga sentido.
La presentación del libro
(transcripción de los talleres)
NOTA
1. Ghisiglieri, Juan A.; Sarno, Alicia de las Nieves; Clarke, Guillermo;
Algunas voces,
todas las memorias. Talleres de Historia Oral en Balcarce
, Publicaciones del Archivo
Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Contribución a la Historia de los Pueblos
de la Provincia de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, Instituto Cultural,
Dirección Provincial de Patrimonio Cultural, Archivo Histórico “Dr. Ricardo Levene”,
La Plata, 2003.
suscitó una movilización
importante en la ciudad: allí
estaban los testigos, maestros,
trabajadores de FF.CC. y la
cantera, y políticos de todos los
partidos.
Las preguntas de cada
coordinador revelan oficio,
madurez y conocimiento del tema.
Esta premisa es básica al encarar
cualquier proyecto de historia
oral: no se puede preguntar sin
conocer el tema. Este conocimiento
sirve para saber formular las
preguntas y organizar el taller.
Después de presentar el libro
se manifestó en nuestras
conversaciones la importancia que
tuvo y tiene hoy el ferrocarril y la
memoria ferrocarrilera. El Archivo
de la provincia de Buenos Aires y
el Instituto Histórico de la Ciudad
de Buenos Aires preparan varias
acciones sobre este tema para
recuperar esa memoria porque,
como dijera Jacques Le Goff, lo
esencial estriba en saber hacer la
historia que hoy se precisa.
Ciencia del dominio del pasado y
conciencia del tiempo deben
definirse además como conciencia
del cambio, de la transformación.
En esta definición la historia
oral es la herramienta pionera. La
gente del archivo lo sabe y su
proyecto lo demuestra.
El fin de siglo y el umbral del tercer milenio (1983-1999)
Buenas noticias: nuevas voces
Autora
Liliana Barela