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Voces en el Taller
de la Memoria
El presente trabajo es el texto
de la conferencia que Arturo Alape
dio en el Encuentro
Internacional de Historia Oral
“Oralidad y Archivos de la Memoria”,
en Bogotá del 5 al 7 de mayo de 2005.
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a inclinación hacia lo histórico siempre ha
ejercido una profunda influencia en mi trabajo
narrativo y en mis pesquisas periodísticas, por lo
tanto, con el acercamiento a la comunidad de
Ciudad Bolívar, retomo mi preocupación por la
problemática de la ciudad.
En la universidad, en mis clases de
periodismo, nos hacemos muchas preguntas sobre
qué es la ciudad, una ciudad como Bogotá de 6 o 7
millones de habitantes. Si realmente se tiene un
conocimiento parcial de esa ciudad, cómo se
piensa esa ciudad, cómo se camina, cómo la hemos
vivido, cuáles son nuestros itinerarios diarios,
cómo es la relación con los
vecinos y la percepción que
tenemos de ciudad como
espacios de encuentros y
desencuentros.
Pensar la ciudad como la
posibilidad de estructuración de
un gran relato urbano: la ciudad
capital donde confluye el país,
Bogotá es el país configurado a
retazos culturales regionales,
colores, gestualidades y voces. Estas reflexiones
conducen a plantearme un trabajo experimental
desde la literatura a indagar en una localidad muy
pobre en Bogotá, Ciudad Bolívar, y hacerlo con la
idea de escribir un libro sobre jóvenes. El tema de
los jóvenes se había vuelto moda influyente en las
ciencias humanas en algunas ciudades,
especialmente Medellín y Cali: en los años 80 y 90
apareció la figura prominente del sicario y daba la
impresión de que el mundo de la realización
humana de los jóvenes entre los 12 y los 15 años
era volverse sicario, asesino a sueldo para ganar
grandes sumas de dinero, vivir de marca y
escuchar su música, morir en su ley a los 17 y
dejar como herencia un techo a la madre.
Quiero reflexionar sobre esta experiencia de
investigación social y diversas escrituras porque
hace parte de mi posterior trabajo narrativo.
Ciudad Bolívar es una ciudadela parecida a las
favelas de Río de Janeiro, medio millón de
El enfoque biográfico interpretativo en la investigación
socio-histórica
Autor
Arturo Alape
Escritor, investigador y periodista.
Doctor
Honoris Causa
en Literatura
de la Universidad del Valle, Colombia.
Voces en el Taller de la Memoria
Pensar la ciudad como la posibi-
lidad de estructuración de un
gran relato urbano: la ciudad
capital donde confluye el país,
Bogotá es el país configurado a
retazos culturales regionales,
colores, gestualidades y voces.
habitantes con la particularidad de ser hoy el
epicentro de la miseria en Bogotá y el espejismo de
la tierra prometida para muchos desplazados que
culmina con la ilusión de tener casa propia,
construida con todo tipo de material en medio de
un paisaje desolado de inmensas piedras.
Ese conglomerado humano tiene la
particularidad de ser una población eminentemen-
te mayoritaria de niños y jóvenes de 12 a 18 años,
y una población adulta, los padres de familia que
llegaron a esa zona huyendo de la violencia o
arribaron a Bogotá con el sueño de la realización
humana bajo el acicate del peso de la exigua
economía casera. En la localidad
se produce un enfrentamiento de
dos memorias: la memoria de la
transhumancia de adultos que
expresa un imaginario
campesino, la tierra en la lejanía,
frustración por los sueños
perdidos, y en su mirada una
reciente mezcla explosiva ur-
bana; por el otro lado, miles de
niños que crecen y viven su
experiencia de niñez en el contexto de una ciudad
que no les pertenece porque físicamente ellos son
excluidos, son mirados como sospechosos y
advenedizos. Los adultos conviven con la memoria
que trajina geografías: la imagen del perseguido en
un viaje interminable, luego el choque cultural de
llegar y adaptarse brutalmente a la ciudad. Los
niños vueltos jóvenes crecen con otros intereses,
asumiendo la visión del mundo que expresa los
límites de otras necesidades humanas impuestas
por la ley del consumo y por actitudes dominantes
del dinero fácil que ellos tratan de conseguir, como
dóciles criaturas.
En los noventa, durante cinco años, los
medios de comunicación, radio, prensa y
televisión, aseguraban en sus informes, por
supuesto sin ninguna profunda investigación, que
Ciudad Bolívar era la zona más peligrosa de
Bogotá, que si ibas de visitante te asaltaban, te
mataban, te enterraban, te secuestraban, en fin no
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te dejaban hueso bueno. Con ojos escrutadores de
escritor, entro a la zona para hacer la experiencia
de escribir relatos o historias de vida que desde el
punto de vista teórico había trabajado en la
universidad con mis estudiantes. Quería construir
estos relatos de vida no sólo desde lo periodístico,
sociológico o antropológico sino desde de la
literatura. Me carcomía la necesidad de conocer a
profundidad esa parte de la otra ciudad, la
ciudadela oculta para la inmensa mayoría de los
habitantes de Bogotá. La otra ciudad también
desconocida para mis huellas.
Entro a la localidad acompañado de personas
que trabajan especialmente con jóvenes agrupados
en organizaciones no gubernamentales. Entre el
tiempo de la iniciación de la investigación y la
culminación del texto invierto cerca de 3 años.
Quiero subrayar algunos momentos de esta
experiencia, importante como escritura, y la
posibilidad real de entablar con
el otro una larga y profunda
conversación. Cuando llego a la
zona, de inmediato siento el
rechazo de alguien que está
excluido por la ciudad, alguien
que por su misma condición so-
cial es mirado como transeúnte y
sospechoso, absolutamente
excluido de ciertos espacios
urbanos. El excluido socialmente
también excluye al otro que llega, la exclusión se
vuelve también una manera de ser socialmente
para enmascarar la necesidad de sobrevivir. Me
encuentro con jóvenes terriblemente agresivos para
quienes somos forasteros y llegamos de otros
desconocidos territorios urbanos. Son
mentalidades cerradas, digamos que actitudes
brindadas contra el virus del visitante. A medida
que voy conociendo a un grupo de jóvenes, me doy
cuenta de que era inoficioso escribir sobre estos,
porque comencé por aprender la primera lección:
para escribir sobre estos, debía aprender a hablar
con ellos, conocer sus gestualidades y además,
escuchar y descifrar su lenguaje, y eso requería un
proceso lento de observación y aprendizaje.
En el grupo de jóvenes que voy conociendo,
hay sicarios, estudiantes, desocupados, niñas de
12 a 15 años con un aborto sobre la vida,
guerrilleros urbanos y posiblemente integrantes de
grupos de limpieza social. En la zona confluyen el
país político, el conflicto armado, la dramática
situación social y económica: amalgama humana
de regiones. Pasa el tiempo y voy aprendiendo con
mucha sutileza cómo conversar con ellos, dejando
a un lado la desconfianza mutua, el temor a lo
desconocido, aprendiendo a escuchar el sonido de
la voz del otro.
Un día asisto a una reunión muy interesante,
concurren cerca de 300 jóvenes. La citación corre a
cargo de una organización no gubernamental, su
objetivo, escuchar las diversas propuestas de
trabajo de quienes hemos llegado recientemente a
la zona. Los muchachos están ávidos por
escucharnos: la sala está repleta. Un cineasta de la
televisión que trabajaba para el viceministerio de
la Juventud, hizo un discurso por cierto corto y
muy significativo que a mí me enseñó muchísimo.
Él dijo lo siguiente:
Señores yo vengo a realizar un
documental para la televisión sobre
los jóvenes de Ciudad Bolívar. El
documental será muy importante
para ustedes los jóvenes de esta
localidad, pues será una
oportunidad para que el país
conozca su problemática. Quiero a
través del documental, adentrarme
en sus vidas, en sus necesidades, en
sus sueños.
Al final de su
improvisación, hizo un
premeditado silencio a la espera de un largo
aplauso, luego sacó a flote la logística que
necesitaba para realizar el documental. Dijo en
tono muy convincente:
Necesito que ustedes me
consigan cuatro jóvenes sicarios, tres prostitutas de 12
a 15 años, dos ladrones de apartamentos y además,
ustedes mismos determinen cuántos muchachos pueden
ayudarme a cargar la cámara.
Mientras escuchaba al
hombre de la televisión, miraba los ojos de los
muchachos y esa tarde percibí el profundo odio
que había en esos cientos de miradas, que le
estaban diciendo al personaje televisivo que
simplemente era un hijo de puta. La pobreza no se
puede manosear, la pobreza no se puede manipu-
lar. Cuando me tocó el turno de intervención, me
preguntaron: ¿qué quiere de nosotros?, ¿por qué
usted viene a Ciudad Bolívar? Con cierta timidez
dije, soy un escritor que he publicado 15 libros,
quiero simplemente escribir un libro sobre los
El excluido socialmente
también excluye al otro
que llega, la exclusión se vuelve
también una manera de ser
socialmente para enmascarar la
necesidad de sobrevivir.
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jóvenes de Ciudad Bolívar, no sé si lo pueda
escribir, si ustedes están interesados. Un silencio
de incredulidad se apoderó de la sala: me estaban
diciendo que no eran ratones de laboratorio.
En esa reunión aprendí que debía realizar un
proceso distinto de acercamiento a los jóvenes, que
debía usar un método poco usual en el país:
aprender a escuchar al otro, conocer su voz y a
través de su voz conocer sus pensamientos, sus
instancias íntimas, su manera de actuar. El origen
y las razones desde el punto de vista sociológico
del conflicto armado colombiano en su raíz
histórica están definidos por la relación con el
desconocimiento hacia la existencia del otro. El
otro es alguien que camina con figura prestada, un
hombre invisible que no piensa: ese hombre invi-
sible que sólo sirve para darle una patada en el
culo. ¿Por qué debo escucharlo y visualizarlo?
¿Por qué debo escuchar a un hombre que no piensa
y si no piensa es porque no existe y si existe es
para borrarlo de la faz de la Tierra: se precisa un
disparo sobre la frente?
Es el comportamiento que se ha socializado
muchísimo y hace parte de la mentalidad que ha
desarrollado en el ejercicio de la violencia en todas
sus características: oficial, guerrillera, paramilitar.
Ejercicio autoritario del poder político, de las
clases políticas, de los diversos actores armados.
El otro existe para matarlo o secuestrarlo, el otro
no existe para escuchar de él lo que piensa. Somos
un país de autistas armados hasta los dientes, con
mentalidad que piensa que el mundo gira
alrededor de nuestros pies, y sólo debemos
escuchar en nuestra perturbada soledad, el
hermoso sonido de nuestras palabras.
Duré cuatro meses en compañía de diversos
grupos de muchachos. Comencé a identificar en
ellos un elemento que me pareció era decisivo,
conmigo siempre hablaban de la siguiente manera:
la gente de Bogotá no nos comprende; nosotros
queremos que nos entiendan, porque somos
jóvenes con los mismos conflictos que tienen los
jóvenes en el país: tenemos problemas familiares,
problemas educativos, vivimos entre todo tipo de
violencia y drogadicción, somos de origen muy
humilde, pero somos jóvenes. Es decir que en ellos
existía la profunda necesidad de que los
reconocieran en su condición de ser jóvenes. Ya
era un indicio para hablar con ellos, para que me
abrieran las puertas de su intimidad memoriosa y
de sus emociones recónditas.
Pero también encontré a otros jóvenes que
querían utilizarme como puente para conseguir
cosas materiales. Alguien que llega a un sitio de
pobreza, se encuentra con personas con
mentalidades mendicantes y menesterosas: el que
viene de afuera con una cámara fotográfica es un
hombre rico y por lo tanto, puede y debe hacerme
favores, resolver de pronto nuestra pobreza.
Incluso, cuento una historia; un muchacho un día
me dijo:
Mire señor escritor, yo tengo la historia más
escabrosa, hago el amor con mi mamá, también con mi
hermana, me gusta mi tía, he matado como a cuatro...
Al final me dijo:
¿Cuánto me paga para terminar de
contarle mi historia para que usted la escriba?
Con el
aprendizaje diario, fui quitando de camino lo que
podríamos llamar los obstáculos humanos,
psicológicos, ideológicos e históricos para poder
establecer con ellos una conversación de larga
duración, que en últimas es la que puede
consolidar un relato o una historia de vida. Y tres
meses después de esta extenuante confrontación
Espacios cotidianos, Ciudad Bolívar.
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verbal con esa dura cotidianidad, a mí se me
ocurrió una idea que al final se volvió como una
especie de trueque con ellos: yo les doy, les aporto
conocimientos y ustedes me cuentan historias,
claro que voluntariamente. Pasaban los meses, no
había escrito nada y ninguna institución me
estaba pagando; la investigación corría a cargo de
plata de mi propio bolsillo, financiaba la ansiedad
de escritor.
Iba a la zona cada sábado, toda la tarde y
regresaba a casa en la noche. Ciudad Bolívar es
una localidad de 250 barrios, que crece porque
cada día hay nuevos barrios de invasión: medio
millón de habitantes, es decir, una ciudad
intermedia. Un día le puse nombre al trueque ver-
bal con los muchachos, lo bauticé El Taller de la
Memoria. Yo les dije en tono
muy emocionado hagamos un
Taller de la Memoria y
preguntaron, ¿qué es eso? Les
dije que íbamos a crear un
espacio de discusión en el cual
ellos pudieran expresar
abiertamente lo que pensaban
del mundo que los rodeaba. Yo
simplemente les facilitaría unos
textos para discutir y así abrir
la discusión colectiva. Ellos
responden, qué vamos a ganar
nosotros; yo les digo, van a
ganar la posibilidad de hablar y discutir sobre la
problemática de ustedes como jóvenes. ¿Y usted
qué va a ganar? Yo les respondí la posibilidad de
escucharlos, quizá escribir un libro sobre ustedes.
Se rieron con sorna y el escepticismo se reflejó en
sus rostros.
Convoqué a una reunión y les dije el plan es
siguiente: durante 6 meses vamos a reunirnos,
leeremos y discutiremos una serie de textos,
ustedes discutirán sobre sus problemas. Ese día
asistieron 35 muchachos, en el grupo había una
chica que había estudiado sociología en la
universidad. El resto había terminado la primaria
y otros ni siquiera habían alcanzado el
bachillerato. También asistieron ese día algunas
jóvenes madres comunitarias y profesores de
escuela primaria, era un grupo de gente joven.
Fluctuaban entre 13 y 17 años y los adultos apenas
pasaban los 20 años. Yo les propuse la
metodología: leeremos en grupo varios libros; cito
los títulos:
Biografía de un cimarrón
, de Miguel
Barnet, bello texto en el cual un negro cubano de
104 años cuenta la historia desconocida de los
esclavos cimarrones durante las luchas de
independencia; un segundo libro,
Juan Pérez Jolote
,
de Ricardo Pozas A., la historia de un indígena
que va a estudiar antropología a ciudad de México
y regresa a su comunidad y luego escribe sobre su
comunidad;
Antropología de la pobreza,
de Oscar
Lewis, texto fundador, profundo acercamiento a
ese puente humano entre lo rural y lo urbano;
No
nacimos pa’ semilla
, de Alonso Salazar, lacerante
libro que a través de relatos testimoniales, nos
descubre el mundo de los jóvenes sicarios bajo las
órdenes del Cartel de Medellín, y agregué otras
lecturas adicionales.
Yo les dije, vamos a organizar
grupos que deben leer los libros,
lectura referida a diversos temas
sobre los jóvenes en Ciudad
Bolívar: historia de la comunidad,
historia del barrio, historia de la
familia, los sueños como
realización humana, los sueños
cotidianos convertidos en
pesadillas por la continuidad, el
significado, y el valor de los sitios
de reunión como por ejemplo la
cuadra o la esquina; relaciones
entre jóvenes, relación con la policía y el ejército,
relación con la guerrilla; su visión de la ciudad y
del país; todo un eje problemático implícito en sus
propias vivencias. Además, flotaba en el ambiente
una pregunta terriblemente provocadora: ¿Los
jóvenes de Ciudad Bolívar son por naturaleza
violentos, pistolocos, sicarios? Los medios de
comunicación habían dictado cátedra escrita, vi-
sual y verbal durante cinco años, comparando a
los jóvenes de esta zona con los jóvenes de las
Comunas de Medellín. Y claro, una conclusión al
aire: si viven en las mismas condiciones
infrahumanas como los jóvenes de las Comunas de
Medellín, por lógica deben pensar lo mismo y por
lo tanto deben actuar siempre con un revólver en la
mano o una patecabra al cinto.
El Taller de la Memoria era el comienzo de
una loca experiencia pedagógica, contradictoria en
su esencia por la desigualdad en los
Un día le puse nombre
al trueque verbal con los
muchachos, lo bauticé
El Taller de la Memoria.
Yo les dije en tono
muy emocionado hagamos
un Taller de la Memoria
y preguntaron,
¿qué es eso?
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conocimientos y formación o deformación de los
asistentes. Pero la esencia misma de la propuesta
se basaba en la pedagogía de la provocación: la
discusión sobre sus vidas sería, ante todo, un
espacio de reflexión que los ayudaría a conocer las
fibras de su propia identidad.
Escogimos los grupos lectores,
se suponía que leerían y
hablarían de los textos, además
la lectura los incitaría a
profundizar en su razón de ser
social. Hice fotocopias y todos
entusiasmados de verdad
comenzaron a leer. La
propuesta había calado, en el
grupo se detectaba cierto febril
nerviosismo, como si se
estuvieran metiendo las manos
dentro de sus cuerpos. Estaban
tocados y provocados.
Hermosas tardes de lecturas, exposiciones
comparativas y discusiones sobre los textos
propuestos. Cada sesión era un hallazgo porque
cada quien se documentaba no solo desde su
propia experiencia, sino desde la experiencia de la
comunidad.
Se conjugaba lo propio con el entorno, se
rescataba y se asumía la historia de los padres
como memoria de transición y memoria
contemporánea. La idea del libro salía a flote.
Entonces, una tarde aparecieron los “Testigos” y el
libro comenzó a escribirse.
El tema propuesto era la historia de los ba-
rrios, una visión de la comunidad. Había mucha
expectativa en la sala, cuando de pronto el grupo
al que le tocaba hablar sobre los barrios, llevó a un
viejo curtido en su rostro, vivaz en los ademanes y
los gestos, de una seguridad imperturbable. Los
muchachos que debían exponer lo leído dijeron:
Nosotros no hablaremos sino que lo hará en nombre de
nosotros don Guillermo, aquí presente, porque él es
nuestra memoria en estas lomas.
Don Guillermo contó
o narró en forma maravillosa su experiencia de
cinco o siete barrios que él había invadido, de
cómo esos barrios comenzaron a fundarse cuando
se les bautizó con el nombre escogido por la
mayoría de los habitantes; de cómo se habían
construido, de cómo había sido la primera noche
de una familia cuando llegaba con sus cosas y
armaba una casa de cartón o de tela asfáltica,
dormía y soñaba por primera vez en habitación
propia; noche de fundación y regocijo familiar; de
cómo los habitantes para poder llegar al terreno
que habían comprado, cambiado por un
electrodoméstico o invadido a la
fuerza, debían pasar por retenes
establecidos por la policía y a su
vez, cómo ellos debían pagar los
impuestos a la policía para pasar
legalmente sus enseres, en fin
todo ese proceso social y humano
que consiste en construir una
vivienda propia, en una zona
geográfica asentada en inmensas
rocas. Hoy en día, son barrios con
vías de comunicación, con agua y
luz. Don Guillermo había narrado
en dos o tres sesiones, una
historia de vida de muchos años
cuando el tiempo detiene su ritmo endemoniado
para abrir cause a la reflexión de naturaleza vital.
Don Guillermo se convirtió en algo definitivo para
Cada sesión era un hallazgo por-
que cada quien se documentaba
no solo desde su propia expe-
riencia, sino desde la experiencia
de la comunidad.
Se conjugaba lo propio con el
entorno, se rescataba y se asu-
mía la historia de los padres
como memoria de transición y
memoria contemporánea.
Árbol del Ahorcado, Ciudad Bolívar.
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la escritura posterior del libro, la figura del
testigo
histórico
que hablaba a través de la experiencia
vivida y convertida en memoria social, memoria de
la comunidad. Don Guillermo nos hizo sentir que
estábamos en presencia de un hombre que no se
arrugaba ante su voz, por el contrario, cuando
hablaba en su mirada no había vacilación alguna:
expresaba decisiones.
En la exposición de los temas posteriores, los
muchachos se apropiaron de nuevos “Testigos”
que hablaban en nombre de ellos. No era una
apropiación en el sentido mecánico y brutal de la
apropiación e imposición de la experiencia ajena.
Tampoco que ellos hubieran adquirido de pronto
el virus de la mudez. La palabra
no se había ahogado en el río de
la memoria. Por el contrario,
para ellos la presencia de “El
Testigo” fundamentaba y
permitía que la huella de uno y
de todos quedara como huella
definitiva en quienes
escuchábamos atentos esa
narración convertida en puente-
humano de la memoria.
Entonces “El Testigo” se
volvió figura fundamental en el
transcurrir del Taller de la Me-
moria. Su voz y su gestualidad
creaban como recuerdos,
ámbitos de profundidad de lo
que había sido la experiencia social en lo indi-
vidual y en lo colectivo. La confluencia de muchas
voces, escenificada en la voz única y auténtica de
“El Testigo”
,
quien asumía y representaba las
otras voces que yacían en el silencio impuesto por
la fuerza del olvido. Por ejemplo, las madres
comunitarias eran tres y llevaron al Taller a otras
cinco y cada una durante una semana fue
contando historias de cómo el jardín infantil fue
creándose en su barrio, en su cuadra. Su origen:
una madre con cinco hijos de diversas edades,
mientras va a trabajar los deja encerrados durante
el día, en un cuarto cubierto por tela asfáltica,
espacio de dos metros por tres, entre camas y una
estufa de gasolina. Muchos niños habían muerto
incinerados en incendios provocados
accidentalmente en aquellos cuartos miserables,
con candado en las puertas para que los niños no
salieran a jugar al aire libre.
Otra mujer madre con cinco hijos le propone a
las otras madres-padres: yo les cuido los hijos a
ustedes. Ellas le pagan algún pequeño valor y
después ese patio o casa con 15 o 20 niños se
vuelve un jardín infantil a la fuerza. Y esta mujer
se transforma a la fuerza en una madre
comunitaria que por oficio cuida niños ajenos y
posteriormente, podrá asistir a pequeños cursos de
pedagogía infantil, dictados por profesionales
pagados miserablemente por el Estado.
El Taller de la Memoria tuvo un desarrollo
pleno, la gente leía los textos y llevaba sus propios
testigos, la discusión se encendía en plenitud. La
palabra provocaba comentarios
encontrados, el tono verbal se
acaloraba, al final la historia
narrada unía ánimos y reflexión.
Se fue creando un espacio
propicio, los muchachos
hablaban de su vida personal sin
tapujos, ni rencores, ni odios o
frustraciones frente a 30 o 40 per-
sonas; hablaban porque todo el
mundo los escuchaba con
respeto; hablaban sin temor de
las historias vividas: hablaban de
robos o acciones criminales como
asesinatos, problemas familiares,
adicción a la droga, de su
participación en la guerrilla. El
olvido de la historia personal había quedado
anclado en los límites de un río lejano. El espacio
del Taller de la Memoria se volvió un espacio de
complicidad, quienes escuchábamos nos
convertimos en cómplices, nadie asumía el papel
de policía ni de juez ni siquiera de periodista.
Comenzó a crearse en el inconsciente del grupo, la
idea o la conclusión de que las historias que se
estaban escuchando en ese ámbito de respeto y
complicidad serían incluidas posteriormente en el
libro. La idea de escribir el libro era ya una
necesidad suprema en todos los asistentes, se
volvió una obligación que debía cumplirse.
Claro que sería el libro de ellos, escrito por
alguien muy atento que estaba escuchando sus
historias. En el quinto o sexto mes de reuniones
semanales, aparecieron las historias de los jóvenes
y continuaron con el mismo proceso: sus testigos
Su voz y su gestualidad creaban
como recuerdos, ámbitos de
profundidad de lo que había
sido la experiencia social en lo
individual y en lo colectivo. La
confluencia de muchas voces,
escenificada en la voz única y
auténtica de “El Testigo”, quien
asumía y representaba las otras
voces que yacían en el silencio
impuesto por la fuerza del
olvido.
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escogidos. Fue cuando sentí en lo más hondo de
mi ser que el libro se escribiría por fin. Habíamos
logrado trabajar a unos niveles de reflexión
colectiva extraordinarios porque en el contexto de
tantas historias narradas, aparecía la conjugación
de lo íntimo personal con los sueños posibles de
realizar. Aparecía en las narraciones por
ejemplo, la hermosa, contradictoria y dramática
relación de familia, encierro en un pequeño
espacio de 2 x 3 m donde vivían cinco, seis o
siete personas hacinadas en construcciones de
cemento, adobe o tela asfáltica. Y en ese espacio
asfixiante, vislumbrar o detectar cómo puede
desarrollarse la convivencia de lo cotidiano fa-
miliar; cómo los padres hacen el amor, mientras
los hijos duermen o hacen que duermen; y
aparece el morbo inocente de lo erótico entre
hermanos y hermanas; cómo se mezcla el sueño
imaginado con el sueño real de todos los días,
cuando se hablan de estos en la mesa sin pan;
cómo en ese espacio de la miseria la gente puede
construir una vida digna, que les permite caminar
por la ciudad como cualquier ciudadano normal.
Esa relación encerrada y agobiada por el
desdén de la miseria produce en los muchachos un
creciente odio acumulado hacia ese espacio
urbano que les impide caminar tres pasos
seguidos, entonces por inercia libertaria buscan la
esquina. Y en la esquina se reúnen 20 muchachos,
hablan de los sueños, fuman marihuana, meten
droga, basuco, se regocijan con el ritmo cadencioso
de los cuerpos de las muchachas, hablan de lo
aprendido en la escuela, planean fechorías por
diversión o quizá con mentalidad profesional.
Viven ese espacio de la esquina gozándolo a
intenso ritmo interior. Ellos, los jóvenes agrupados
en la esquina, se vuelven un conflicto para el
entorno social, familiar. Los padres que han
venido del campo no pueden tolerar que sus hijas
estén con esos tipos que pierden el tiempo en el día
y la noche, y son como estatuas fortificadas en la
esquina, sombras definitivas. Es decir, es una
mentalidad policíaca: si esa persona está parada
en la esquina es porque está pensando en algo
Barrio popular, Ciudad Bolívar.
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12
malo, la lógica demencial creada por el temor a lo
envolvente inquisidor. Ese muchacho está
pensando meter droga, robar un apartamento o
matar a alguien. Entonces esa mentalidad y ese
distanciamiento generacional, de una u otra
manera, producen un fenómeno terrible, impulsan
los llamados actos de limpieza social, parecidos a
las
razzias
de limpieza que suceden en muchas
de las ciudades del Brasil. En los años 92 y 95
asesinan en Ciudad Bolívar a alrededor de 500
muchachos de 12 a 15 años. Y los asesinos,
apoyados por sectores de la autoridad, incluso
de la propia comunidad y pagados por dueños
de establecimientos comerciales, son grupos
enmascarados que los cogen,
los llevan a un sitio y los
matan a quemarropa. Grupos
que tienen un nombre singu-
lar: grupos de limpieza social.
Muchos de estos
muchachos roban tiendas,
pequeños supermercados; y los
dueños de los supermercados
tienen contactos con aparatos
oficiales y se crea un grupo
desde adentro y afuera del ba-
rrio que tiene como tarea
limpiar el mal ejemplo y matar
a los muchachos. Esta
situación se vuelve algo muy
normal. Lo terrible es que algunos padres de
familia aceptaron como concepto definitivo de
una mentalidad para sobrevivir: si mataban a
un muchacho, lo mataron con razón porque
andaba metido en algo malo; acto de fe social
para justificar el asesinato colectivo.
Cuando en El Taller de la Memoria aparecen
los muchachos contando sus historias, que por
cierto una de éstas la retomo 8 años después en
mi novela
Sangre ajena
, digo en ese momento: el
libro va a escribirse, debe escribirse. Es la
presencia de la escritura con su ritmo
endemoniado que asoma como necesidad vital
impulsada por sus propias leyes. Era tanto el
material escuchado y recogido que había que
entrar a procesarlo como escritura. Después
tendría que plantearme los conflictos de la
estructura narrativa. Hasta ese momento yo no
había escrito ni una página.
Esa es una extensa documentación que aún
conservo en mis archivos. Cuando terminamos
El Taller de la Memoria, los muchachos dijeron
muy convencidos:
Ahora sí, querido Arturo, a es-
cribir el libro
. Yo les dije necesito más historias,
otras historias para aproximarme a ese mundo
complejo de la mentalidad de los jóvenes que
habitan esta zona periférica donde pulula el
desarraigo. Cada ocho días ellos aparecían con
nuevas historias y nuevos personajes, en ese
transcurrir de hallazgos narrativos duramos
dos o tres meses. Ellos buscaban afanosamente
personajes y yo comencé a escribir las historias
escuchadas.
Surgieron conversaciones
de larga duración, que se fun-
damentaban en ciertos princi-
pios enraizados en la experien-
cia de hablar con el otro: ha-
blan dos, vamos a discutir los
dos, a construir una historia
entre los dos, dos sujetos ha-
blan y escuchan en igualdad de
condiciones, ninguno de los
dos será un objeto de uso y de
información para el otro, es de-
cir la historia escuchada por
uno pero contada por la memo-
ria del otro, en una situación de
respeto y reflexión; conversa-
ción cimentada en una profunda confianza o
empatía mutua que pueda crear una adecuada
atmósfera posible para hablar y escuchar; situar
la conversación en el espacio y en el tiempo his-
tórico en que sucedieron los acontecimientos,
entorno social para el logro de una relativa ve-
racidad de la historia que se escucha; introducir
en la conversación el arma de la pregunta y la
contrapregunta en quienes asumen el rol de pre-
guntar, narrar y escuchar; la pregunta suele
convertirse en un acto de imposición de quien
por razones de supuesta formación académica,
piensa que el otro no debe preguntar sino sim-
plemente escuchar la pregunta y narrar la inti-
midad de su vida. El que confiesa también pre-
gunta. De antemano propuse un compromiso
con los protagonistas: antes de publicar la his-
toria, los muchachos, muchacha o muchacho,
leerían el texto escrito sobre su vida, propon-
Cada ocho días ellos aparecían
con nuevas historias y nuevos
personajes, en ese transcurrir
de hallazgos narrativos
duramos dos o tres meses.
Ellos buscaban afanosamente
personajes y yo comencé
a escribir las historias
escuchadas.
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drían reformas y se publicaría lo que quisieran
que se publicara; incluso, en algunas conversa-
ciones surgieron nexos de estos con la guerrilla
y esos datos comprometedores los fui eliminan-
do de acuerdo con ellos. Me interesaba construir
relatos en los cuales se pudiera constatar y me-
dir una profunda dimensión de vida de unos
jóvenes de 14 o 15 años; una niñez y una juven-
tud que nunca tuvieron y a la vez, la relación
con el crecer humano que tiene tantas complica-
ciones en la periferia de una ciudad violenta en
sus ejes fundacionales.
Posteriormente fui trabajando algunos tex-
tos y un día en boca de uno de los protagonis-
tas, escuché una verdad que me dolió en el
alma:
Nosotros los jóvenes somos
gente muy buena, gente sana, gen-
te soñadora, gente que abraza con
mucho afecto, gente aventurera
pero también los jóvenes somos
unos hijos de puta...
Esto me si-
tuó en la dura realidad para
poder entender ese fenómeno
de lo que es la mentalidad de
muchos jóvenes. Busqué litera-
tura, leí una novela de Paul
Nizan que se titula
Aden Arabia
.
Nizan comienza su novela: “Yo
tenía 20 años no permitiré que
nadie diga que es la edad más
hermosa de la vida”. Afirmación que a renglón
seguido le da un hondo significado de apropia-
ción de una realidad compleja, cuando escribe:
“Todo amenaza con la ruina a un hombre joven:
el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la
entrada al mundo adulto. Le es duro aprender
cuál es su lugar en el mundo”. Y luego Sartre
hace un sesudo prólogo sobre la novela y dice:
“Hemos traicionado tantas veces nuestra juven-
tud que no mencionarla es una decencia míni-
ma. Nuestros antiguos recuerdos han perdido
sus dientes y sus garras; veinte años, sí, he debi-
do tenerlos, pero tengo cincuenta y cinco y no
tendría la audacia de escribir: ‘Tenía veinte
años y no permitiré que nadie diga que es la
edad más hermosa de la vida’.” Esto me hace
descifrar más a fondo esa mentalidad juvenil.
Entonces ocurre el fenómeno hermoso que
ellos, por iniciativa propia, comienzan a buscar
(...) un día en boca de uno de los
protagonistas, escuché una
verdad que me dolió en el alma:
Nosotros los jóvenes somos
gente muy buena, gente sana,
gente soñadora, gente que
abraza con mucho afecto,
gente aventurera pero también
los jóvenes somos unos
hijos de puta...
otras historias y son muchas las historias que
vienen hacia mí con su vuelo oral. Yo voy selec-
cionando el material, me reúno y trabajo con los
personajes tres o seis días, grabo entrevistas de
una a diez horas y comienzo a elaborar ese pro-
ceso escritural través de lo que califico el proce-
so de los originales. En síntesis, hice seis origi-
nales del texto
Ciudad Bolívar: la hoguera de las
ilusiones.
El primer original era la trascripción
absoluta sin editar de la conversación grabada,
especie de constancia de esta en su conjunto
lingüístico, con sus silencios, repeticiones y
modismos; el segundo original era un texto dra-
mático, que consiste en hacer una lectura de la
historia dándole prioridad a los hechos dramá-
ticos, es decir, subrayar o nu-
merar en secuencias las situa-
ciones más cruciales en la vida
del personaje y luego, reorgani-
zar de nuevo el texto en su es-
tructura a partir de la impor-
tancia de cada secuencia dra-
mática y así evitar la monoto-
nía de la cronología cuando se
trata de un texto oral; el tercer
original era el mismo relato
contado desde los hechos dra-
máticos conservando la esen-
cia lingüística del texto en su
trascripción; el cuarto original
era el estudio lingüístico del texto oral para uni-
ficar secuencias semánticas y rescatar ritmos
connotativos que se pierden en la oralidad, y a
la vez, limpiando el texto de repeticiones y
modismos; el quinto original era una confluen-
cia de lo dramático y lo lingüístico y, en el sexto
original, el escritor introduce su voz escritural
en segmentos cuando la historia oral lo permite
o necesita profundizar en ciertas situaciones de
la intimidad del personaje o en cuestiones rela-
cionadas con sus diversos entornos sociales e
históricos.
Finalmente apareció el libro con un inmenso
éxito editorial y esto produjo una serie de nue-
vas situaciones que quiero sintetizar: primero,
que con su publicación, hoy día cuando los me-
dios de comunicación se refieren a Ciudad Bolí-
var lo hacen con mayor respeto; se demostró que
Ciudad Bolívar no era el infierno de la violencia
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capitalina que los medios de comunicación ha-
bían propagado como peste ambulante en sus
mensajes, se aclaró que en Ciudad Bolívar viven
jóvenes que están luchando para que se les entien-
da su identidad de jóvenes, que piensan, viven la
ciudad y tienen una visión sobre el país; segundo,
los relatos producen una profunda transformación
en los propios personajes, uno de ellos, que en esa
época pintaba, después del texto publicado va a la
universidad y estudia Filosofía y Letras, continúa
su carrera de pintor y hoy día, es profesor; tercero,
el libro como experiencia humana se convirtió en
un texto muy leído en todos los colegios de Bogotá
Barrio popular, Ciudad Bolívar.
y ha logrado a través de su lectura abrir un amplio
diálogo entre los muchachos del sur con los mu-
chachos del norte de la ciudad. En últimas, el texto
es una reflexión profunda sobre los imaginarios de
los jóvenes, de su visión de la ciudad, de sus itine-
rarios y desplazamientos geográficos. El libro no
sólo es un texto sobre jóvenes o un texto sobre la
ciudad, es también una íntima y larga conversa-
ción que abre puertas a esa memoria, que yace en
los recuerdos individuales del otro cuando el tiem-
po no tiene prisa y rehace, en una conjugación de
voces, otra orilla clarividente de la memoria colec-
tiva urbana.
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traduccione
s
Vozes
na Oficina
da Memória
Arturo Alape
Este trabalho apresenta as reflexões
feitas sobre um diálogo ou
"conversação de longa duração" que
duraria mais de 6 meses em Cidade
Bolívar, entre o autor e jovens desta
Localidade, com a intenção de escutá-
los e escrever um livro sobre jovens e
que mostrasse a complexidade da
cidade. A Oficina da Memória era o
começo de uma louca experiência
pedagógica, contraditória em sua
essência pela desigualdade nos
conhecimentos e formação ou
deformação dos assistentes. Mas a
essência mesma da proposta,
apoiava-se na pedagogia da
provocação. Por esta razão se
menciona que a Oficina da Memória
teve um desenvolvimento pleno, a
gente lia os textos sugeridos e levava
suas próprias testemunhas, a
discussão se acendia a plenitude: a
palavra provocava comentários
encontrados, o tom verbal se
acalorava, ao final a história narrada
unia ânimos e reflexão. foi criando um
ambiente maravilhoso: pela primeira
vez os moços falavam de sua vida
pessoal, sem disfarces, rancores,
ódios ou frustrações frente a 30 ou
40 pessoas; falavam porque todo
mundo os escutava com respeito;
falavam sem temor das histórias
vividas. Esta Oficina se voltou um
espaço de cumplicidade. É a partir
desta experiência, que se
reconstruíram estes relatos de vida
não só desde o sociológico ou
antropológico a não ser desde da
literatura, para o qual se destaca que
"Me carcomia a necessidade de
conhecer profundidade essa parte da
outra cidade, a cidade oculta para
maioria dos olhares dos habitantes de
Bogotá. A outra cidade também
desconhecida para meus rastros".
Des voix dans
l'Atelier de la
Mémoire
Arturo Alape
Ce travail présente les réflexions issues
d'un dialogue ou " conversation de
longue durée ", qui se maintiendrait à
Bolívar pendant plus de 6 mois, entre
l'auteur et des jeunes de cette localité, avec
l'intention de les écouter et d'écrire un livre
sur les jeunes tout en montrant la
complexité de la ville.
L'Atelier de la Mémoire était le début d'une
étrange expérience pédagogique,
contradictoire dans son essence par
l'inégalité par rapport aux connaissances
et à la formation ou déformation des
assistants. Pourtant, l'essence même de la
proposition se fonde sur la pédagogie de
la provocation. C'est pour cette raison qu'il
faut signaler que l'Atelier de la Mémoire a
eu un développement complet, les gens
lisaient les textes suggérés et amenaient
leurs propres témoins, la discussion
s'enflammait dans toute sa plénitude : la
parole provoquait des commentaires
opposés, la conversation s'échauffait, à la
fin, l'histoire racontée réunissait les
humeurs et la réflexion. Ainsi s'est crée
une ambiance merveilleuse : pour la
première fois les jeunes parlaient de leur
vie personnelle devant 30 ou 40
personnes, sans rien cacher, sans
rancune ni haine ni frustration ; ils
parlaient parce que tout le monde les
écoutait avec respect ; ils parlaient sans
peur des histoires vécues. Cet Atelier est
devenu un espace de complicité.
C'est à partir de cette expérience que ces
récits de vie ont été reconstruits non
seulement du point de vue sociologique
ou anthropologique mais à partir de la
littérature, pour ce faire, il faut remarquer
que " j'étais rongé par le besoin de
connaître en profondeur cette partie de
l'autre ville, la ville cachée pour la plupart
des regards des habitants de Bogotá.
L'autre ville inconnue aussi pour mes
traces ".
Voices in Memory
Workshop
Summary
Arturo Alape
The present piece of work presents the
results of a discussion or “long length
conversation” which would last more
than 6 months in Ciudad Bolivar, be-
tween the named author and some
young habitants, with de intention of
listening to them and writing a book
about young people showing the town
complexity.
Memory Workshop was the beginning
of a crazy learning experience, contradic-
tory in its own essence because of the
difference in knowledge and formation
of its participants. The main point of this
proposal was based on the exciting
pedagogical strategy that was chosen.
That is why, in this article it is mentioned
that Memory Workshop had a broad
development: people read the suggested
texts and invited their own witnesses;
that is why the discussion reached a
very high level. The results were
interesting thoughts and confronting
ideas. The area was marvellous: for the
first time young people were allowed to
talked about their personal stories of life,
without limits, anger, hate or
frustrations, in front of an auditorium of
30 40 people. Everybody listened to
them showing respect as they talked
without feeling fear. Memory Workshop
became a place of huge complexity.
Thanks to this experience it was possible
to rebuild those stories of life, not only
from the sociological or anthropological
point of view but also from a literary
aspect. “I really needed to know in deep
this other side of town, the one that’s
hidden from the mayor part of the
habitants of Bogotá, and which is also
strange for my footsteps”, the author
said.