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e elegido para mi conferencia hablar de una
dificultad, en realidad, de las múltiples dificultades
que entraña hacer historia oral de los hechos de
períodos recientes.
En primer lugar, el estatus del concepto “memo-
ria” ocupa hoy un lugar central en el interés de las más
diversas disciplinas y es el eje de debates que –entre
otros temas– incluyen su definición, el vínculo entre
memoria individual y colectiva, su relación con la
historia, con el mundo social y las metodologías para
su abordaje. Si preguntamos qué es la “memoria”
encontramos definiciones que abarcan un amplio
espectro. Desde quienes la consideran facultad
psíquica individual que sólo puede dar cuenta de lo
singular, hasta quienes trabajan sobre la base del
concepto de memoria colectiva, como una “cosa” o
entidad social que existe por encima y en forma
independiente de los individuos.
En torno a su función social sucede algo parecido.
En la línea de Nietzsche, algunos sostienen la
necesidad de deshacerse de la memoria en tanto ficción
que limita las posibilidades presentes y futuras, y otros
abonan una “cultura de la memoria”, que fetichiza y
cultiva el pasado, organizando su presencia en todos
los ámbitos de la vida contemporánea, como forma de
contrarrestar su ritmo rápido, su transitoriedad, o de
ocultar sus falencias en lo social.
Algunos teóricos expusieron temores referidos a la
relación entre memoria e historia. Aquí también, en un
extremo, el positivismo tradicional adjudica a la
historia el papel de transmitir lo “fáctico” (identificado
con pruebas materiales de lo que ocurrió) y por lo tanto,
desecha la subjetividad de los actores. En el otro
extremo, algunos constructivistas y subjetivistas
identifican memoria con historia en forma acrítica.
Maier, por ejemplo, sostiene que la memoria se ha
vuelto el discurso que reemplaza a la historia, frente a
esto habría que esperar que, de un momento a otro, el
tiempo de la memoria dejará lugar al tiempo de la
historia (Maier, 1993). Nosotros partimos de que existe,
sin duda, una memoria individual con forma de
recuerdos de experiencias vividas. Pero sabemos
también que estos recuerdos sólo existen y adquieren
sentido en un contexto, en una memoria colectiva o una
narración que incluye imágenes, creencias y valores
compartidos por un grupo. Se trata de una
construcción en la que tienen un papel activo distintos
actores sociales, muy especialmente, los medios de
difusión, la escuela y demás dispositivos culturales, de
los cuales la historia forma parte. Ahora bien, memoria
individual, memoria colectiva e historia no son
compartimentos estancos ni se mueven en un sentido
único. La historia crea memoria, pero a la vez, es
penetrada e influida por ella. La memoria colectiva crea
subjetividad en tanto marco en el que adquieren
sentido los recuerdos individuales, pero también es un
espacio donde las distintas subjetividades pugnan por
imponer sus sentidos. En síntesis, no hay una memoria
estática ni única, por ello algunos autores prefieren
hablar de “memorias” (en plural).
La historia, a su vez, tiene algunas
responsabilidades específicas de las que no se
preocupa la memoria, por ejemplo, la crítica
metodológica, la búsqueda y la confrontación de
fuentes, la reflexión teórica, la desconfianza a la verdad
instituida, la incorporación permanente de nuevas
voces y miradas tanto del pasado como del presente.
Otra preocupación es el carácter mitologizador de
la memoria, especialmente cuando se trata de
testimonios de víctimas de situaciones traumáticas
(como la Alemania nazi o la Argentina de la dictadura).
Es cierto, las voces de las víctimas pueden incluir
expresiones mitologizadoras. Sin embargo, ¿podemos
prescindir de esas voces para comprender el
funcionamiento del terrorismo de estado y sus efectos
sobre la sociedad? No lo creo. Es imprescindible que
utilicemos otras fuentes para evaluar razones políticas
o económicas o para confrontar hechos, pero “el testi-
monio de las víctimas es nuestra única fuente para la
historia de su propia muerte y su senda a la
H
Memoria e historia
Reflexiones sobre
la metodología
de Historia Oral
1
II Encuentro Internacional de Historia Oral
“Construyendo la otra historia: fuentes y metodologías”
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9
destrucción. (...) Evoca a su manera, caóticamente, la
profundidad de su terror, desesperación, apática
resignación (...)” (Friedlander, 1992). En la Argentina, el
testimonio de las víctimas permitió no sólo conocer su
sufrimiento, sino también sus formas de resistencia, y
–a falta de otras fuentes– orientó la identificación de
represores, el conocimiento del dispositivo del terror
planificado, y hasta la reconstrucción de su mapa físico
(ubicación de centros clandestinos, tiempos en que
funcionaron, etc.), (Calveiro, 1998). Todo ello es prueba
de los modos en que “la voz de las víctimas ensancha
radicalmente el espacio narrativo” (Calveiro, 1998).
Otra crítica al tratamiento de hechos traumáticos
de la historia reciente –o que tienen fuertes
repercusiones en el presente– es la expresada por
Todorov (2002). Se trata de la manipulación ideológica
(extorsiva y distorsiva) que denuncia algunos
“genocidios” y niega otros. Cita como ejemplo el hecho
de que –para la opinión pública– los nazis se hayan
convertido en la encarnación ejemplar de los
malhechores y, para la izquierda, en la “única”
encarnación del mal, olvidando los crímenes cometidos
por los comunistas. Todorov condena, especialmente,
la preservación de una memoria “literal” (singular) de
los hechos, donde víctimas y criminales son vistos
como únicos e irrepetibles, en una experiencia
intransitiva, que no va más allá de sí misma. Y defiende
un uso “ejemplar” de la memoria (Todorov, 2000), es
decir el tipo de memoria donde un hecho del pasado
sea visto como modelo que permita entender
situaciones nuevas, con agentes diferentes. Reclama
una memoria que habilite a reflexionar sobre el
racismo, la violencia, la exclusión actual, una memoria
donde el “nunca más” no sea un cierre o una expresión
tranquilizadora que nos ponga a salvo del horror, sino
un proyecto que une pasado y futuro, que se actualiza
en cada contexto y de cuyo cumplimiento somos
responsables aquí y ahora.
Habermas presta atención a este tema, insistiendo
en la responsabilidad y la culpa colectiva: “Es la
persistencia de la culpa colectiva la que funda la
responsabilidad civil intersubjetiva por las formas de
vida que hacen posible a Auswichtz y que son aún
constitutivas de la cultura alemana. Pero el pasaje del
fenómeno psicológico de la culpa colectiva a su
investidura de deber moral se realiza, realmente, por el
ejercicio activo de la “fuerza anamnésica de la
solidaridad”, del recuerdo activo, que nos religa al
pasado de las víctimas. (Habermas, 1987). En la misma
línea de búsqueda, Paul Ricoeur sospecha del “deber
de la memoria” porque podría convertirse en un
vínculo atávico con nuestro pasado que nos ciegue
frente al sufrimiento de los otros. Entonces busca
diferenciar dos conceptos interrelacionados: el “deber
de justicia”, en tanto imperativo ético, y el “trabajo de la
memoria”, más vinculado a la tarea crítico-reflexiva del
historiador (Ricoeur, 2000).
Finalmente, quiero recordar dos reflexiones de
Philippe Joutard. Una de ellas tiene que ver con el
silencio, con el olvido: “El verdadero fundamento de la
memoria no es el recuerdo sino el olvido. La memoria se
constituye primero por lo que rechaza, sea porque lo
encuentra insignificante o demasiado significante”. La
segunda reflexión está relacionada con la función
crítica de la historia que se refuerza en la modestia del
historiador: “Debemos tener el coraje de decir que la
perspectiva de la historia tiene todo su valor pero es
sólo una aproximación de la realidad”. (Joutard, 1999).
Nosotros hacemos historia oral. Trabajamos con
memorias individuales y colectivas, incorporamos
voces (metafórica y literalmente). Debemos convertir
esas voces en fuentes, y esas fuentes en historia.
Tenemos muchos interrogantes: ¿cómo recoger
testimonios?, ¿qué papel juega la subjetividad del que
testimonia y del que pregunta?, ¿qué clase de
información contienen esas fuentes?, ¿de un individuo,
de un imaginario social, de los hechos?, ¿qué significan
los silencios? Tomemos un caso. En el Instituto
Histórico hemos trabajado con militantes de base de la
Argentina de los 70, militantes alejados de la
conducción, que creían “casi religiosamente” en el
cambio revolucionario y que fueron víctimas de la
represión. Nosotros les preguntamos por la militancia,
y ellos hablaron de cómo y por qué eligieron militar, sin
detallar las consecuencias posteriores. Más tarde nos
dimos cuenta de que la complicidad generacional con
los entrevistados nos sirvió de coartada para eludir un
tema espinoso: no preguntamos por la violencia en la
lucha política, y ellos no hablaron del tema. El implícito
que permitió ese silencio fue que todos nosotros
sabíamos que, en los años 70, los métodos de lucha
violentos eran considerados legítimos por gran parte de
las ideologías vigentes, y la violencia política era vivida
como “natural” por gran parte de la sociedad. ¿¡Qué
intelectual de época no leyó
Los condenados de la tierra
de
F. Fannon!? Como sea, se hizo silencio sobre un tema
central respecto de la militancia de los 70. Sin embargo,
ese silencio tampoco fue estéril, habló de nosotros
(entrevistados e historiadores) como generación, y
provocó la reflexión.
Queda claro que existen muchas dificultades para
hacer historia cuando la memoria se activa, pero no se
puede hacer historia ignorando la voz de las víctimas y
de los sobrevivientes. Sobrevuelan dos conceptos:
verdad y justicia. Podremos expresar nuestras
discrepancias con respecto a lo que es verdad en
historia, pero no sobre la necesidad de la verdad en un
juicio y la condena de los culpables.
¿Cómo conjugar memoria e historia? La memoria
de los pueblos se construye. Los medios masivos de
hoy, del mismo modo que los museos, los monumentos
y los textos desde hace mucho, suponen que nos
Autora
Liliana Barela
Instituto Histórico de la
Ciudad de Buenos Aires
Memoria e historia. Reflexiones...
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convirtamos en ciudadanos informados.
¿Cómo se construyó y activó la memoria de la
dictadura de 1976 en nuestro país? El 24 de marzo de
1976 la proclama del golpe militar hablaba de la
Constitución y de un proceso de reorganización
nacional (a diferencia de los anteriores golpes que se
autotitularon “revolución”). Los medios masivos de
comunicación anunciaron, reclamaron y apoyaron el
golpe aduciendo el desgobierno y el caos social.
El discurso de la dictadura fue un discurso de
“guerra” contra la subversión y, por lo tanto, “guerra
sucia”. Pero los libros de texto de la época no
mencionaban el golpe de estado, simplemente, porque
el presente no era historia. El proyecto educativo se
expresó en la escuela mediante la prohibición de libros
de texto sospechados de subversivos, y se reemplazó la
materia ERSA (Estudio de la Realidad Social Argen-
tina) por la de Formación Moral y Cívica
.
Los
contenidos escolares se desentendieron de la
actualidad. Las reflexiones concretas sobre las
situaciones sociales y políticas fueron reemplazadas
por valores morales abstractos, sustentados en
declamación y mentiras. El ciudadano no existía dado
que no había estado de derecho y las personas no
conservaron ninguno de sus más elementales derechos
cívicos.
Se eliminó todo lo que no avalara la mentira, se
incendiaron colecciones de libros enteras –como por
ejemplo, las del CEAL (Centro Editor de América
Latina)– y se prohibió todo lo que entrara en sospecha,
fueran explicaciones históricas inconvenientes o
pensamientos lógicos matemáticos.
Hasta los nombres de algunas calles sufrieron
cambios. En algunos casos el motivo fue francamente
ideológico, por ejemplo, la avenida Raúl Scalabrini
Ortiz (historiador nacionalista que analizó y denunció
como imperialista la política británica en la Argentina)
fue rebautizada como Canning (ministro inglés que
firmara un tratado de comercio con las Provincias
Unidas del Río de la Plata en 1825). Pero también hubo
otros cambios mucho más absurdos, como una vieja
calle de la ciudad de Buenos Aires que homenajeaba al
presidente colombiano Camilo Torres, y que perdió su
nombre por su potencialidad de evocar al homónimo
cura guerrillero.
El retorno a la democracia fue acompañado por un
auge del discurso y de la lucha por los derechos
humanos que ya se había ido gestando durante la
dictadura. Durante años dos discursos coexistieron y
ocuparon el lugar central de la narrativa sobre la
dictadura. Uno, instalado durante el gobierno radical y
expresado en el prólogo del informe de la CONADEP
(publicado con el título
Nunca
Más
), conocido como la
teoría de los dos demonios. Este discurso condenaba al
estado terrorista, pero le hacía compartir la
responsabilidad con los grupos políticos armados que
habían actuado en el país. Atrapada entre ambos,
quedaban la sociedad y sus víctimas “inocentes”. La
paradoja era que los muertos y los desaparecidos, para
ser víctimas y no demonios, debían demostrar su
inocencia.
La otra interpretación fue la de los organismos de
derechos humanos que negaron la existencia de este
segundo “demonio”, pero también simplificaron:
existía un estado militar terrorista, por un lado, y
víctimas por el otro (más allá de su filiación política).
En ambos casos, las “verdaderas” víctimas eran
pasivas, y se les borró su identidad política.
Con el retorno a la democracia se empezaron a
renovar los libros de texto escolares y aparecieron
expresiones como “golpe de estado” o “terrorismo de
estado”. Sin embargo, las explicaciones siguieron
siendo incompletas y avanzaron tímidamente. La
palabra “desaparecido” no se utilizó en los libros de
texto hasta la década de 1990.
Otra vez fue la materia Formación Moral y Cívica
la que registró cambios, dejó de llamarse “moral” para
ser sólo Formación Cívica. Se incorporaron temas de
derechos humanos especialmente vinculados a la
dictadura. También la discriminación, la pobreza y las
desigualdades sociales van encontrando su lugar, pero
con un cuidado que a veces convierte estos temas en
“híbridos”. El criterio editorial intenta ser aceptable
para la educación pública y la privada, y para todo el
arco ideológico que las habita.
Dentro del primer gobierno elegido democrática-
mente se llevó a cabo el histórico Juicio a las Juntas.
Pero también, se sancionaron las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final que clausuraron las
posibilidades de hacer justicia.
2
La crisis inflacionaria
que terminó con ese gobierno, habilitó una nueva etapa.
A comienzos de los años 90, la preocupación por la
estabilidad económica opaca el tema de derechos
humanos y da lugar a un nuevo período. El clima de
individualismo ideológico, la pérdida de fuerza de
organizaciones sociales y políticas fueron, sin duda,
factores que facilitaron el indulto presidencial a los
condenados en juicio y la implementación del
programa neoliberal que, durante la década de 1990,
transformó profundamente a la Argentina.
Estas políticas económicas y sociales hicieron
estragos y sus consecuencias (desocupación masiva y
estructural, precarización del empleo, desprotección
social, deterioro de los servicios de salud y educación)
se hicieron visibles en la segunda mitad de la década.
Se destruyó el presente y el futuro de varias
generaciones de argentinos. La Ley Federal de
Educación y su aplicación nefasta –sin repitentes y con
aprobaciones masivas– crearon una generación de
jóvenes con título secundario pero sin idoneidad para
lograr un ascenso social. Frente a un mercado de
trabajo restrictivo y escaso se generaron jóvenes
graduados, pero excluidos.
La conciencia de esta situación fue acompañada
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11
por una transformación del clima de ideas y la
incorporación de nuevos actores sociales. Las marchas
por la abolición de los indultos y de las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida se hicieron multitudinarias
y contundentes. El reclamo se extendió a la vigencia de
los derechos humanos que garantizaran vivienda,
educación, trabajo, cultura.
Aparecieron las organizaciones de desocupados y
de los hijos de desaparecidos. Comenzó a proliferar la
literatura sobre la dictadura y los derechos humanos
(autobiografías, investigaciones, documentos, etc.) y
hubo una real transformación de los libros de texto.
La debacle del modelo económico en 2001 y 2002
puso fin a una época. Aún no podemos evaluar los
resultados de los cambios políticos implementados a
partir de 2003 por el actual gobierno. Pero podemos
decir que la derogación de las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final es un hecho contundente que
permitió reabrir los juicios. Y también que existe un
nuevo clima (en el gobierno y en la sociedad) que
habilita a los jóvenes a formar una nueva conciencia
sobre estos temas, conciencia que incluye retomar el
debate sobre los aspectos económico-sociales de la
dictadura, o abordar las identidades y conflictos
político-ideológicos de los 70. Sin embargo, esta política
no alcanza porque los reclamos ahora son más
exigentes y más actuales. No hay aquí espacio para
detallarlos, pero quizás se puedan sintetizar en dos
cuestiones: la urgencia de defender la vida (en todas
sus dimensiones) y recuperar el futuro como
posibilidad colectiva. Y en eso consiste tener activa la
memoria de los días de la dictadura: en la defensa de
todos los derechos para todos, en analizar la historia
reciente sin perder la lucidez de hacer una crítica
honesta y en el deber de recordar lo que otros se
empeñan en olvidar. Y hablando de olvidos, existe un
hecho vinculado con la dictadura que ha sido, de un
modo u otro, negado o relegado por la mayoría de los
argentinos: es la guerra de Malvinas. Quiero contarles
una experiencia referida al tema.
Desde 1986 hemos desarrollado un programa de
historia oral en el Instituto Histórico. La práctica
elegida y privilegiada por nosotros para recoger
testimonios y construir fuentes es el taller de historia
oral.
En la década del 90 nos solicitaron el dictado de
un seminario en el marco de un proyecto de
capacitación del Instituto Nacional de Administración
Pública. En cada seminario intentamos que los
alumnos comprendan que no es lo mismo “recordar”
en una entrevista entre dos personas (entrevistado-
entrevistador en una situación dialógica única similar
a la relación “terapéutica” entre profesional y paciente)
que recordar en un ámbito colectivo, no estructurado ni
armado previamente, sino simplemente convocado en
forma aleatoria. Para ello, reproducimos con ellos la
experiencia de un taller de historia oral. En esa ocasión,
utilizamos como disparador del recuerdo un hecho
traumático ampliamente conocido por los argentinos:
el 2 de abril de 1982, fecha del desembarco en
Malvinas. La guerra de Malvinas es un hecho
silenciado en la sociedad argentina. Existen varios
prejuicios en su análisis. En parte surge de la falta de
experiencia de la sociedad argentina que no había
vivido hasta entonces guerras en el siglo XX. Por lo
tanto, la idea de guerra surge a través de variadas
mediaciones: los medios masivos, los libros de texto o
las narraciones de los mayores (especialmente padres y
abuelos inmigrantes europeos). Las expresiones sobre
la guerra se construyen ingenuamente.
En los testimonios, la guerra de Malvinas fue
recordada de diferentes modos, de acuerdo con las
edades de los participantes, su lugar de nacimiento, su
condición social y política, el lugar en que se hallaba
cuando se produce la guerra. Una de las diferencias
que encontramos es que la guerra recordada en el Sur
de nuestro territorio y la recordada en el Norte fueron
diametralmente opuestas. A pesar del reclutamiento
masivo de soldados inexpertos, en Buenos Aires
especialmente la guerra no alteró la vida cotidiana; en
cambio, en el Sur, la proximidad geográfica, la
concentración de soldados en lugares próximos e
inhóspitos, los preparativos (apagones, simulacros de
ataque, etc.) conllevaron experiencias muy diferentes.
En algunos casos participaron excombatientes o
parientes de oficiales. Contra lo que se podría esperar,
las narraciones de los ex combatientes sobre la guerra
se encuentran más cercanas a la versión estereotipada
de los medios que a percepciones vividas. O bien se
sintetizan en reflexiones simplistas –asociadas al
gobierno militar– que dominaron durante los primeros
años de derrota, por ejemplo, “la guerra fue un error”.
Quizás ello esté ligado a la necesidad de los
excombatientes de encontrar un sentido a esa guerra.
Las interpretaciones sobre Malvinas que
circularon en el ámbito público fueron varias. En un
primer momento se la presentó como una “guerra
justa” contra el imperio “británico” apoyada por los
gobiernos latinoamericanos. Luego de la derrota, y ya
iniciada la transición democrática, se criticó la guerra
como una “locura” o una acción siniestra más de un
gobierno dictatorial que mandó “soldaditos” a pelear
una guerra perdida de antemano. Esto reforzó las ideas
de victimización de los jóvenes por parte del gobierno
militar y colaboró en reforzar la frágil democracia.
Lo que quiero demostrar en este trabajo es que el
juego interactivo que se realiza a partir de la
construcción de un relato periodístico al instalar una
“memoria oficial” es aceptado casi “automáticamente”
por la sociedad.
Esa memoria social, esculpida por frases y
razonamientos esgrimidos por los medios masivos,
lleva al convencimiento de que lo que “realmente
aconteció” es la construcción a la que la mayoría
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adhiere en forma automática. Basta con recorrer lo
publicado por la prensa para darse cuenta del modo
curioso en que se metamorfosea: “cómplice” de la
guerra durante su desarrollo, se transforma
rápidamente en su detractora, después de la derrota.
Esta cuestión de la memoria de la guerra tiene si-
militudes con la memoria del golpe de estado. Los
medios –ya lo dijimos– anunciaron, reclamaron y
acompañaron el golpe pero, una vez instalada la
democracia, llenaron las tapas de las revistas con las
inhumaciones de los muertos no identificados.
Lo mismo sucedió con Malvinas. Desde la ficción,
la exitosa película
Los chicos de la guerra
(1984, Bebe
Kamin) se instaló una imagen que se mantiene por
años, aún cuando los “chicos”, que tenían 20 años en
1982, ahora son señores de 45. El film tuvo gran
aceptación porque se adecuó a lo que la mayoría quería
ver y oír.
Los chicos de la guerra
se basa en un libro
homónimo de Daniel Kon, en el que recoge testimonios
de soldados sobrevivientes que recuerdan a su regreso
de Malvinas. La película es una recreación ficcional
que presenta la guerra como una locura de la que son
responsables los militares. Los “chicos” son tres
jóvenes soldados (el provinciano pobre que trabaja en
un bar, el estudiante de clase media, y el hijo de militar
de clase alta que quiere ser músico, pero cuyo padre
“desea” que vaya a pelear). Los tres sobreviven a la
guerra pero el único que supera el trauma y se adapta a
la sociedad es el de clase media, que tuvo contención y
no padeció las contradicciones familiares o sociales
que sufrieron los otros.
El problema en la memoria sobre Malvinas tiene
varias aristas. Algunas de ellas son: quiénes la llevaron
adelante, la responsabilidad colectiva de la sociedad
que apoyó la guerra y la derrota, no sólo evaluada
como fracaso sino como el parto de la democracia
porque desde junio de 1982 la dictadura no podía
sostenerse más. Es también un hecho que puede
inscribirse en la categoría de “trauma” social por las
dificultades de incorporarlo en forma coherente a un
discurso narrativo, por los silencios, los huecos o las
contradicciones que su evocación provoca. En otro
trabajo del Instituto Histórico, llevado a cabo con
motivo del cambio de siglo, registramos las voces de los
vecinos comunes con el objetivo de revisar con ellos sus
recuerdos sobre el siglo XX. Más allá de las formas en
que se construyó la memoria del siglo, la irrupción de
la guerra de Malvinas en el recuerdo se ligó al estupor,
al enojo, la indignación o a la idea de ingenuidad,
expresadas en frases como “somos patriotas” o “muy
zonzos”, “yo pienso que en aquel momento fuimos
todos medio inconscientes”, “la guerra significó la
recuperación de la fuerza de la dictadura”, “lograron
confundirte...”.
La derrota de Malvinas significó el rápido fin de la
dictadura pero, por otro lado, quebró el “nosotros” que
estaba empezando a constituirse en contra de esa
misma dictadura. Sólo tres días antes del 2 de abril de
1982, día en que las tropas argentinas recuperaron las
islas, una multitudinaria marcha contra el gobierno
militar había intentado llegar a la Plaza de Mayo frente
a una feroz represión y la detención de varios
manifestantes.
Además, el apoyo de la sociedad a Malvinas no fue
unánime y, mucho menos, unívoco. ¿Qué se apoyaba?, ¿al
gobierno?, ¿la recuperación de la soberanía?, ¿el
enfrentamiento con una potencia tradicionalmente
imperialista?, ¿a los jóvenes soldados?
Varios testimonios coincidieron en evocar
discusiones que se producían en los lugares de trabajo,
en las aulas de las escuelas, en las casas, sobre si
estaba mal o bien apoyar, sobre qué es lo que había
(o no) que apoyar. Pasaron 25 años y, entre otras cosas,
creemos que la memoria debería reparar la injusta
negación del papel de los soldados. Ellos no eligieron ir
a la guerra, sufrieron todas sus consecuencias y fueron
relegados al olvido y al silencio. Aún no recibieron el
merecido reconocimiento de sus compatriotas.
NOTAS
1
Conferencia presentada en el II Encuentro Internacional de
Historia Oral “Construyendo la otra historia: fuentes y
metodologías” y el I Encuentro Nacional de Historia Oral
“Experiencias historiográficas, docentes y visuales”, organizado
por el Departamento de Historia de la Universidad de Panamá,
el 30 de enero de 2007.
2
La Ley de Punto Final (1986) estableció un plazo de 60 días
para emprender acciones jurídicas por violación de los
derechos humanos durante la dictadura, fuera del cual ya no
se podrían iniciar más juicios. La Ley de Obediencia Debida
(1987) eximió de responsabilidad penal a todas aquellas per-
sonas que hubieran cometido crímenes obedeciendo órdenes de
superiores.
BIBLIOGRAFÍA
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Poder y desaparición
, Buenos Aires,
Colihue.
Friedlander Saul, 1992, “Trauma, Transference and ‘Working
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History and
Memory
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Habermas, Jürgen, “Vom öffentlichem Gebrauch der Historie,
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Nacional de Patrimonio, Museos y Artes, p. 160.
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Voces Recobradas
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, Barcelona,
Paidós.
Todorov, Tzvetan, 2002,
Memoria del mal, tentación del bien
,
Barcelona, Península.
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13
traduccione
s
Memória e Historia.
Reflexões da
metodologia de
historia oral
Liliana Barela
Este artigo reflexiona sobre o lugar as
testemunhas na construção da historia e da
memória. Alerta sobre as dificuldades do
tratamento dos mesmos, e sustem a
impossibilidade de prescindir deles, ao
menos, em aqueles temas onde a dimensão
imaginaria de vivencia se vira em chave
explicativa. Finalmente, a reflexão teórica se
abre à experiência das oficinas de historia
oral, onde a Guerra de Malvinas aparece
como um fato social traumático. A ação dos
médicos de comunicação, os sentidos do
apoio à guerra, seu efeito na ditadura, o
silencio sobre o assunto, ou sua canalização,
são alguns dos tópicos que surgem do
trabalho com testemunhas, para abrir os
novos interrogantes e delinear caminhos
para a pesquisa.
Mémoire et histoire.
Réflexions sur la
méthodologie
d'histoire orale
Liliana Barela
Cet article médite sur la place les
témoignages dans la construction de
l'histoire et de la mémoire. Il alerte sur les
difficultés de leur traitement et il soutient
l'impossibilité de s'en passer, au moins, dans
ces sujets où la dimension imaginaire et
vécue devient clef explicative. Finalement, la
réflexion théorique ouvre à l'expérience des
ateliers d'histoire orale où la Guerra de
Malouïnes apparaît comme un fait social
traumatisant. L'action des médias, les sens
du support à la guerre, leur effet dans la
dictature, le silence sur le sujet, ou leur
canalisation, ce sont quelques-uns des
points qui émergent du travail avec les
témoignages, pour ouvrir de nouvelles
questions et esquisser des chemins pour
l'enquête.
Memory and history.
Meditate on the
methodology of oral
history
Liliana Barela
This article meditates on the place the
testimonies in the construction of the
history and of the memory. It alerts on the
difficulties of the treatment of the same
ones and it sustains the impossibility of
doing without of them, at least, in those
topics where the imaginary dimension and
experience of lived become explanatory key.
Finally, the theoretical reflection opens up to
the experience of the shops of oral history,
where the Guerra of Malvinas appears as a
traumatic social fact. The action of the
media, the senses of the support to the
war, their effect in the dictatorship, the
silence on the topic, or their canalization,
they are some of the topics that emerge of
the work with testimonies, to open new
queries and to delineate ways for the
investigation.
13