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H
e perdido a una amiga. Murió Mercedes. He-
mos perdido a una compañera y a una profe-
sional inteligente.
Mercedes podía hacer el diagnóstico psicológi-
co de cada uno de nosotros y dar en la tecla. Pero no
pudo con el suyo y pese a amar la vida, dejó de vi-
vir y cuidarse, y se murió. Tuvo una muerte dulce,
con ternura de sobrinos nietos y maní con chocolate.
Está presente en el recuerdo de cada uno de
nosotros con su actitud chispeante, sus alegatos ab-
solutos, su solidaridad desbordada y sus proyectos
comprometidos.
Alma máter
de esta Revista y de los encuentros
internacionales de Historia Oral, puso el acento en
proyectos que recuperaban, a través de la memoria,
los mejores ideales sociales.
Trabajó con los viejos, sus queridos viejos, en
los proyectos de Pami que se materializaron en
cuatro publicaciones de la serie Relatos que hacen
historia:
El trabajo
;
Un lugar para vivir
;
Mi barrio, mi
mundo
y
¡Ojalá te enamores!
También trabajó con
jóvenes historiadores a quienes formó en la re-
fexión de las tareas, su problemática, su gestión y
las dudas.
Su último empeño fue “La historia salva la
vida”, probablemente el proyecto en el
que mejor se sintió. Esos jóvenes de
“Hablando bajo” de la Villa 1-11-14
que pasaron por las etapas de
registro de la historia oral de
su barrio, la publicación del
diario y la realización de un
corto hasta el último proyecto
de documentalista. Seguro que
Mecha desde algún lugar verá
el resultado de estos nuevos
cineastas, aunque ella du-
daría de poder hacerlo.
Buscó tener fe con deses-
peración, especialmente
para no tener miedo. Sin
embargo creía más en las
conclusiones de
Críme-
nes y pecados
de Woody
Allen que en el paraíso
terrenal que su escuela
de monjas intentó va-
namente inculcarle.
Los pobres y excluidos eran su preocupación.
Los trabajos sobre villas, cartoneros y viejos fueron
sus predilectos. Admiraba al padre Mugica aunque
no era peronista; murió en la misma fecha que él. Se
enojaba con el posmodernismo, el neoliberalismo y
creía todavía en la posibilidad de las utopías.
Su crítica intelectual la llevó a ser opositora de
casi todos los gobiernos y políticos. No perdió nunca
su lucidez, ni siquiera cuando la falta de oxígeno la
dormitaba, ya que al despertarse surgía un nuevo
razonamiento. Así vivió Mercedes.
Estuve con ella cuando murió su mamá, a los 8
años y cuando perdió a su papá, a los 15.
La vi abandonar su promisoria carrera de
abogada y varios proyectos personales para hacerse
cargo de sus obligaciones familiares. También fui
testigo de su esforzada y maravillosa carrera de psi-
cología. Allí Mecha encontró su vocación.
Disfrutó de una profesión que ejerció con res-
ponsabilidad y ética; disfrutó de cada viaje, de cada
experiencia, de cada difcultad, de cada festa. Se
alegró con el nacimiento de mis hijas y el de los hijos
de sus sobrinas, a quienes amó desmesuradamente.
Estuvo en los diez años de los encuentros de
Historia Oral y en los diez de la Revista. Pudimos
compartir una última festa: otro ritualizado cum
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pleaños de Luis.
Tuve como premio el privilegio de una última
conversación en la que ambas admitimos extrañar-
nos mucho. Fue lo mejor que nos pasó desde que
comenzó su enfermedad, porque cada encuentro era
una discusión por su propio abandono. Hoy sé que
Mecha lo eligió.
Finalmente murió en la casa de sus padres, allí
donde de chicas jugábamos en la terraza con parra
incluida, durante las obligadas siestas de Villa del Par
-
que. Desde su muerte estará disfrutando de la ternura
de su mamá. Una parte de nosotros se fue con ella.
Le hubiera gustado que el Nano le dedicara una
canción, pero le alcanzaba con que los dos fueran
capricornianos y en el tema del Curro mencionara su
nombre: Merceditas, la del guardarropa.
Mecha fue la mejor persona. Hoy queremos
evocarla con uno de sus mejores trabajos escrito en
ocasión de la muestra “Nosotros y el fútbol” realiza-
da en 1998. Lo preparó sin saber nada de fútbol, sólo
preguntándoles a sus muchachos, esos mismos que
llevaron el ataúd el 12 de mayo.
Liliana Barela
Mercedes