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U
no nace y empieza el partido. Claro, uno todavía
no sabe que empezó, ni siquiera sabe que es un
partido, pasará tiempo, mucho o poco, según se
mire para que vaya dándose cuenta que uno lo juega
a veces y otras lo mira. Bueno… en realidad cuando
lo mira, también lo juega desde algún lugar.
Suena el silbato, el primero, y uno es el número
10, y por qué no el 5 y el 1, es todos los números,
ocupa todas las posiciones, puede todo, es el ídolo,
el crack, el rey de la cancha porque su vida está
completa, pero uno es un bebé y lamentablemente ni
siquiera se da cuenta, no sabe qué es ser “uno”, ni que
hay otros, ni que existe una cancha ni que para bien o
para mal, irremediablemente se está adentro.
Lentamente el tiempo va pasando y uno
va creciendo, va escuchando ser nombrado y
va aprendiendo que hay otros que lo nombran.
Todavía todo es muy confuso, a veces uno es hijo,
otras hermano o primo o nieto o… y recién apenas
voy sabiendo que éste es mi cuerpo, que empiezo
a manejarlo, que lo que siento es mío aunque no
siempre pueda descifrarlo.
Estoy adentro de la cancha, ahora sé que estoy
adentro, y que está llena de extraños y algunos
conocidos.
Quiero la pelota, la agarro con la mano, la
empujo con el pie, me la sacan, lloro, me dicen que
no, que hay que compartir, ¿qué es eso? Yo sólo sé
que la quiero sólo para mí y me obligan a prestarla.
La pelota se empuja con el pie, no se toca con la
mano, se pasa al compañero; son las reglas dicen y las
reglas están para cumplirlas vuelven a decir, si no te
vas en penitencia.
Ya soy grande, al menos crecidito, soy faco, no
muy alto, veloz, de refejos rápidos y mala puntería.
Soy hijo, hermano, tío, sé con qué me río y con qué
me pongo triste, de qué cuadro soy y cuál es mi
ideal. En fn, sé quién soy, siento que soy éste desde
siempre aunque sé que fui cambiando.
Estoy en el partido, soy el número 5. Están el
arquero, los delanteros, los mediocampistas, los
defensores, los rivales y por supuesto las reglas, y el
encargado de hacerlas cumplir, el representante de la
ley, o sea el referí.
Hay un plan, una estrategia, un reconocimiento de
sí y del otro, y una posible anticipación de su conducta.
Sé qué lugar debo ocupar y cuál es mi papel en
este juego y sobre todo llevo los colores de mi club, que
Uno y el fútbol
es como decir mi vieja: lo amo, me enojo, me amigo, le
reprocho, le pido más, se lo perdono, pero es parte de
mí, de lo que soy y de cómo me reconocen, así fui ayer
y seguiré siendo hasta mi muerte.
Me llega un pase, tengo la pelota en mis pies, mi
cuerpo se transforma, se tensa, tengo toda la fuerza, la
destreza, la creatividad y la potencia, soy Maradona,
gambeteo a uno, a dos, a tres, a seis. La tribuna grita
GENIO, pateo, la pelota se dispara con la fuerza de
una cañón y enfla justo al arco… ¡Che, dormido,
pasame la pelota! grita el 9 zafado de su marcador…
y la paso, él sabe que es la jugada que conviene y sabe
cuál es mi función y yo sé que él tiene razón.
Si habré ensayado sus gambetas, si me habré
reconocido en sus jugadas y hecho cada uno de sus
goles, pero aquí estoy, con la número 5 y pasando la
pelota.
¡Qué ganas de romper todas las reglas, tener
para mí solo la pelota, qué deseos de hacerle un corte
de manga al referí y treparme al alambrado, hacerle
un caño al adversario, romper la red de un golazo y
atrapar un penal, y todo al mismo tiempo! Pero, o me
las banco y sigo en juego, o me saco las ganas y me
mandan al vestuario.
El 9 avanza como una aplanadora, crece la
tensión, algo va a ocurrir, la espera desespera y da
placer, anticipa el desenlace, se suspende el tiempo
en un segundo, es como si la vida se jugara en ese
instante, pero es eso, nada más que un juego y la
incertidumbre y el azar están ahí, encerrados en
ese espacio, y en eso... ¡¡¡GOOOOOL !!! y estalla la
alegría, y uno se pierde en el “nosotros”, el gol es
nuestro, y la tristeza de los “otros”. Esa pierna que
pateó el gol es cada pierna de cada uno de los pases,
es cada gambeta que superó al rival y es cada una de
las miles de gargantas que gritan festejando.
Son esos momentos fugaces donde hace un clic
en la conciencia y ese saber quién soy, sentirme quién
soy se transforma en saber quiénes somos, por todo
lo que nos une y también nos diferencia pero, que en
última instancia, nos da identidad en la manera única
y particular de encarar el juego, de sudar la camiseta.
Terminó el partido. Salimos campeones, jugamos
como dioses. ¡Decí que el referí fue un bombero,
que sino matábamos por goleada! Sigo bajando las
tribunas, enrollando las banderas, recordamos a la
hermana del contrario y detrás del alambrado, miro,
y el campo de juego ya se vació.
Autora
Mercedes Miguez
Psicóloga
Historia oral y psicología concreta...