Voces Recobradas
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Género y transnacionalismo en los estudios
sobre migración
En las últimas décadas, los estudios sobre inmi-
gración, al incorporar categorías provenientes de otras
ciencias sociales, posibilitaron una comprensión más
profunda, a la vez que se hizo evidente la necesidad de
un abordaje en una doble escala: alejándose de una vi-
sión macro, los conceptos de expulsión y atracción no
resultan operativos; hay decisiones que solo pueden ser
explicadas con una aproximación microsocial.
Al mismo tiempo, comenzaron a cuestionarse las
relaciones entre inmigración y género, y, más precisa-
mente, el concepto mismo de género. Frente a una idea
binaria, casi biológica, Donna Gabaccia propone el géne-
ro como una categoría relacional sometida a los efectos
del contexto temporal y espacial. La familia y los lazos
de parentesco generaron comunidades denidas por una
etnicidad y una religión común, y especialmente el tra-
bajo impulsó a las mujeres inmigrantes a relacionarse de
forma cooperativa y conictiva con personas de otras co-
munidades (Gabaccia, 1984).
El hogar inmigrante es transnacional, un ámbi-
to donde se dirimen y se replantean las relaciones y los
roles, mientras que se cristalizan ciertas costumbres. Lo
transnacional o lo translocal (como preere Gabaccia)
remite a un proceso en el que los inmigrantes establecen
múltiples lazos (“involvements”) económicos, culturales,
políticos y familiares entre el lugar de origen y el lugar de
Mujeres
en la frontera
fueguina a
principios
del siglo XX
Género e identidades
transnacionales
1
Élida Clara
Repetto
Universidad de
Buenos Aires
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Revista de Historia OralRevista de Historia Oral
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Asimismo, una nueva visión
de la etnicidad puede ser clave
para analizar el proceso de adap-
tación de los inmigrantes.
llegada que convierten al hogar y la sociedad en la que
residen en una arena de acción social (Foner, 2006).
Asimismo, una nueva visión de la etnicidad puede
ser clave para analizar el proceso de adaptación de los
inmigrantes. Partiendo de la “invención de la tradición
de Eric Hobsbawm, Werner Sollors propone que la et-
nicidad debe ser considerada una invención en tanto es
una construcción debatida, colectiva y continuamente
reinventada, y por lo tanto, historizada. (Sollors, 1991).
Las fronteras entre los grupos étnicos son continuamen-
te renegociadas, así como los símbolos que expresan la
etnicidad (tradiciones étnicas) deben ser reinterpretados
(Conzen, 1990). La invención de la etnicidad sugiere la
activa participación de los inmigrantes en la construc-
ción de sus identidades y solidaridades.
Otro concepto muy útil es el de la “localización de
las culturas inmigrantes”: la tendencia por parte de los
inmigrantes en la construcción de culturas que favorecen
su reproducción, no solo a nivel familiar, sino a nivel de
instituciones educacionales, políticas, gubernamentales,
mediáticas, de negocios, etc. (Conzen,
1991). De esa manera, lo que inicial-
mente constituyen los valores de un
grupo étnico juega un papel deter-
minante en la denición de los va-
lores locales.
El género en su aspecto rela-
cional recién comienza a ser con-
templado en la historiografía latinoamericana. Ellen
Woortmann trabaja sobre las relaciones entre parentesco
(especialmente el matrimonio como alianza) y el laboreo
de la tierra en las colonias teutobrasileñas en Río Grande
do Sul, pero las relaciones de género no están en primer
plano (Woortmann, 1995).
Hay varios trabajos como el de Pilar Cagiao sobre
las inmigrantes gallegas o el trabajo de Carina Silberstein
sobre las “inmigrantes invisibles. Pero, al estar enmar-
cados en concepciones feministas especialmente preocu-
padas por la discriminación, les otorga a las mujeres un
papel claramente subordinado. (Silberstein, 1998).
Ni invisibles ni subordinadas son las mujeres cuyas
trayectorias personales ha trabajado María Bjerg en His-
torias de la inmigración en la Argentina (Bjerg, 2009). El
tratamiento de cuestiones como la reimaginación de las
identidades de género, el hogar transnacional como una
arena en donde interactúan el pasado y el presente, la
distribución de los roles en el espacio público y privado,
entre otras, son abordadas con un cambio de escala. Las
historias de vida o los testimonios personales como la
correspondencia, permiten desentrañar lo más íntimo de
un proceso, imposible de ser captado en una perspectiva
macrohistórica. María Bjerg no renuncia al conocimien-
to de ese contexto mayor, sino que apuesta a bucear en
aguas más profundas y no siempre tranquilas.
El trabajo y sus fuentes
María Bjerg ha mostrado la utilidad de trabajar con
trayectorias personales. Partiendo de esta convicción, el
presente trabajo indaga sobre las relaciones entre género
e inmigración a través de la perspectiva de dos mujeres
cuyas familias inmigraron desde distintos lugares de Eu-
ropa a principios del siglo XX a Tierra del Fuego.
Sus experiencias individuales van revelando aspec-
tos signicativos de estos hogares transnacionales: el
esfuerzo por construir el hogar (tanto físico como sim-
bólico), los nuevos roles en lo privado y en lo público, el
hogar como arena que reproduce y resignica lo étnico,
la percepción de los otros, el matrimonio y la solidari-
dad dentro de la misma colectividad y fuera de ella, entre
otros. La idea que anima este trabajo es, en palabras de
Bjerg, pensar en la migración como una
experiencia de género.
Los testimonios utilizados for-
man parte de una serie de entrevistas
que realizamos entre 1992 y 1995 con
otra historiadora, María Luisa Bou,
en el marco de un proyecto patroci-
nado por el Municipio de o Grande
en Tierra del Fuego, cuyo objetivo era relevar la historia
de la localidad a través de la palabra y la memoria de sus
pobladores. Completamos cinco viajes con una perma-
nencia de seis días cada uno, espaciados a lo largo de un
año. Se entrevistó a un grupo pobladores fueguinos ma-
yores de sesenta años, de distintos orígenes étnicos, per-
tenecientes a familias pioneras de la región y que durante
su juventud y adultez desarrollaron diferentes activida-
des en la isla. Se llevaron a cabo entrevistas individuales
y reuniones colectivas en donde se pudieran conversar
temas que fueran surgiendo. Con el material obtenido se
publicó un libro en el que se transcribieron las entrevis-
tas como historias de vida.
En una primera aproximación logramos: relevar
distintos momentos de la vida cotidiana en Río Grande;
identicar los elementos históricos (situaciones, proce-
sos, personajes, acontecimientos, ideas o creencias) que
podrían ser consideradas “marcas” signicativas en la
construcción de vínculos locales, regionales, naciona-
les o internacionales; establecer una periodización his-
tórica a través de las posibles rupturas y continuidades
manifestadas en los registros de la cotidianeidad; de-
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tectar los grupos o instituciones que cumplieron un
rol fundamental en la generación o reproducción de
interpretaciones del mundo y la sociedad; y estudiar
la percepción del espacio en los distintos procesos de
rememoracn y la posible influencia de la relación
memoria-oficio.
La palabra y la memoria abren ámbitos, perspecti-
vas y dimensiones inhallables a través de otras fuentes
documentales y en este caso, la historia de las personas
y su vida cotidiana, buscada además en los relatos de
hombres y mujeres, de orígenes étnicos diversos, lle-
gados o nacidos en momentos distintos del siglo XX,
permiten acceder al tema de la “propia historia y del
arraigo en relacn con la construcción histórica de un
“lugar” y de su identidad colectiva. Cada uno cuenta su
propia historia en un emotivo proceso de rememora-
ción, donde recuerdos y olvidos van perfilando lo que
vivieron o desearon en el esfuerzo de
construir su lugar. Y, como cada
historia entra un proyecto de ser,
un drama de adversidad, sintetiza
en sus definiciones más singulares,
momentos que hacen a lo histórico
social. De allí la importancia asig-
nada a las fuentes orales para la
comprensión de este proceso, ya que
por no ser anónimas e impersonales
(como muchas veces son las institucionales), contie-
nen recuerdos compartidos con otros, al tiempo que los
entrevistados son siempre individuos singulares que se
hacen cargo de lo que recuerdan y dicen.
No retrasemos más la presentación de las dos pro-
tagonistas. Emilia Susic, nac en la isla en 1924. Su
padre llegó de Split, en Yugoslavia a Tierra del fuego
en 1905 y su madre lle con su familia de Dalmacia
en 1921, previo paso por Punta Arenas. La vida de esta
familia transcurre principalmente en la zona rural, en
consonancia con sus orígenes como campesinos y for-
ma parte de uno de los grupos inmigrantes europeos
s importantes en la zona. Emilia creció en el seno
de este hogar inmigrante en el que se va construyendo
su identidad como fueguina y como yugoslava. Se casó
con un italiano y se fueron a vivir a Río Grande a partir
de 1940 donde reside actualmente. Con un alto grado
de participación y exposición pública, Emilia llegó a ser
consejera territorial en la década de 1950 y fue una de
las responsables de la creación de la primera escuela se-
cundaria de Río Grande en 1960. En 1962 fue candidata
a intendente por la UCR, elección que pierde por muy
pocos votos.
Por otro lado, Sara Sutherland nació en 1917 en
Punta Arenas. Sus padres escoceses arribaron a la isla a
principios de siglo XX. Su madre llega con sus abuelos
a Punta Arenas desde Malvinas, que fue su primer ho-
gar. Allí instalan un hotel en donde se alojan preferen-
temente los inmigrantes de esa colectividad que llegan
para trabajar tanto en Punta Arenas como en Río Gran-
de. Allí conoce a su padre que llega reclutado en Escocia
por la compañía Menéndez Behety para trabajar en las
estancias de Tierra del Fuego. Durante toda su vida la
familia mantuvo los lazos con el resto de los integrantes
que quedaron en Malvinas o en Inglaterra: sus bisabuelos
vuelven a Inglaterra y compran un campo en Essex y su
madre regresa a Malvinas en 1975.
La familia Sutherland se instala al principio en lu-
gar de cierto privilegio, ya que el padre es administrador
de una estancia importante. Luego sobrevienen tiempos
más difíciles cuando se mudan a un
campo propio y construyen su pe-
queña estancia. Durante todos estos
años, la vida de Sara alterentre la
escuela en Punta Arenas y la vida en
el campo.
Se casa muy joven en su pro-
pia percepción, y con un español
bastante mayor que ella, conocido
de sus padres por ser administrador de
otra estancia. Allí comienza una nueva etapa en su vida
signada por el aislamiento que le impone el lugar y la
dureza del trabajo. Después de la muerte de su marido,
se muda a Río Grande con sus tres hijos, buscando un
futuro distinto para ellos en la ciudad. Allí, con gran
esfuerzo, construye un nuevo hogar y va adquiriendo
prestigio como profesora de inglés. Justamente su len-
gua materna y su contacto con los aborígenes en su in-
fancia le posibilitan colaborar con la antropóloga Anne
Chapman cuando realiza su trabajo sobre los selknam
de Tierra del Fuego.
Las dos son grandes luchadoras que, en los últimos
años, se dedicaron al rescate de la historia de su locali-
dad, lo que les ha valido estar al frente de la Asociación
de Antiguos Pobladores. Paradójicamente, la necesidad
de recuperar esa historia en las que ellas se sienten pro-
tagonistas surge de un sentimiento de extrañeza en su
propia localidad cuando a nes de la cada de 1970 se
produjo la llegada de miles de inmigrantes de otras pro-
vincias. Tuvieron entonces que reinventar la etnicidad
fueguina, aunque partiendo de sus orígenes diversos. Al
respecto, es muy signicativa una frase frecuente en los
antiguos pobladores cuando quieren expresar ese senti-
Y, como cada historia entraña
un proyecto de ser, un drama de
adversidad, sintetiza en sus defini-
ciones más singulares, momentos
que hacen a lo histórico social.
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Revista de Historia OralRevista de Historia Oral
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miento: “a los fueguinos nos mataron dos veces, primero
a los indios y después a nosotros.
Río Grande a principios del siglo XX
A comienzos del siglo XX, empresarios de Punta
Arenas concentraron su interés en la desembocadura del
Río Grande en el Atlántico, probablemente motivados por
las crisis internacionales del precio de la lana y la aper-
tura del canal de Panamá. Así comenzaron a construirse
las primeras grandes estancias en la zona: La Primera
o José Menéndez y la Segunda, también llamada María
Behety, de más de 60.000 hectáreas, el más importante
de los establecimientos ovinos de la isla. Más adelante, la
Sociedad Anónima Ganadera Argentina de Menéndez-
Behety no solo tendrá tierras en propiedad (unas 400.000
hectáreas) sino que se dedicará a empresas comerciales,
frigorícas, de telecomunicaciones y energía eléctri-
ca distribuidas en Tierra del Fuego,
Chubut, Santa Cruz y Punta Arenas.
Se puede decir que la ocupación de
las tierras en el norte fueguino tuvo
características similares a las del
resto del territorio patagónico: una
importante presencia de adquirien-
tes extranjeros, mayoritariamente
británicos y españoles, procedentes de
Malvinas y sobre todo de Punta Arenas, tempranamente
convertido un centro productivo y comercial.
La introducción de ovinos traídos desde Malvinas y
el comienzo de estas actividades denió el avance de los
blancos como una frontera móvil que se fue extendiendo
en función de las posibilidades del terreno y la dirección
de los os. Esta marcha afectó denitivamente las rutas
de trashumancia de los grupos aborígenes que comenza-
ron a dispersase en dirección oeste-este, impregnados de
otras luchas intestinas cuyo origen es previo a la llegada
del blanco. Las tierras ocupadas por estos pueblos pasa-
ron a formar parte del patrimonio scal, y a pesar de una
maniesta preocupación por parte del Estado respecto
de la radicación de población en las zonas de frontera,
en la mayoría de los casos se produjo la concentración
en pocas manos. Como sostiene Susana Bandieri, dicha
acumulación se materializó en la medida en que estas
compañías fueron adquiriendo tierras al Estado sin dar
lugar a la formación de pequeños y medianos propieta-
rios rurales, tal como aparece en el discurso ocial. (Ban-
dieri, 2005).
Hacia 1910 el stock ovino llegó a casi 800.000 ca-
bezas, produciéndose la saturación de los campos. Una
salida para el crecimiento natural de las majadas fue la
instalación en 1917 del frigoríco en la margen sur del
o que elaboró carne ovina destinada al mercado inglés.
Mientras tanto, el oro seguía atrayendo a hombres de los
más diversos lugares y una vez agotada esa posibilidad,
muchos de ellos, especialmente de origen yugoslavo, for-
maron parte de los trabajadores estacionales que alterna-
ban tareas en las estancias y en el frigoríco. Se podría
decir que la radicación se fue dando por la alternancia
de tareas estacionales y complementariedad de labores
dentro de la familia que atendían algún hotel o comercio
de ramos generales y servicios demandados debido a la
circulación entre las dos orillas. Es este el contexto en el
que llegan las familias de Emilia Susic y Sara Sutherland
a principios del siglo XX.
“A las yugoslavas no nos ganaba nadie.”
Emilia Susic
El padre de Emilia, Miguel Susic, era
de una familia campesina yugosla-
va de Split. Llegó a Tierra del Fue-
go solo a los 17 años en 1905, como
otros inmigrantes yugoslavos. Y su
madre, Franka Suvic, también yu-
goslava, llegó junto a dos hermanas
en 1921, proveniente de Dalmacia.
Emilia cuenta que:
Él llegó más bien al sector del Punta Páramo, al norte en
el límite con Chile. Al llegar mi padre ya no era negocio
el oro. Se dedicó entonces a todo tipo de tarea rural que
estaba iniciándose y como se necesitaba mano de obra, él y
otros pudieron trabajar. (…) Mi padre se inició como coci-
nero en el comedor general de la estancia Sara Braun; lue-
go fue esquilador, prensero, alambrador y mil otras cosas
en esa estancia. Hacía la temporada de trabajo y se iba de
vacaciones desde el de mayo hasta septiembre a Punta
Arenas. Allí la conoció a mi mamá. El iba al hotel de la tía
de mi madre a hospedarse.
El aislamiento generó el deseo de formar una familia y a
se fueron construyendo redes dentro de cada colectividad
que facilitaban la llegada de otros integrantes. Existieron
verdaderos caminos que conducían a la isla: desde el
lugar de origen hasta la llegada en hoteles o pensiones en
Punta Arenas y Río Grande en donde se alojaban y po-
dían conseguir trabajo. Entre los inmigrantes europeos,
las estrategias fueron variadas: algunos conocieron a sus
cónyuges en Punta Arenas, el “Buenos Aires de esa épo-
ca. Otros, hacían venir a las mujeres desde sus países de
origen o a la inversa, los padres traían a los candidatos
El aislamiento generó el deseo
de formar una familia y así se fue-
ron construyendo redes dentro de
cada colectividad que facilitaban
la llegada de otros integrantes.
Voces Recobradas
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para sus hijas. Sin embargo, no todas aceptaron, como en
el caso de de Franka Suvic, la madre de Emilia:
Yo vine al hotel y ahí lo conocí a mi marido. Podía haber-
me casado con cualquier cantidad de yugoslavos, de estan-
cieros de Porvenir, de Río Grande. ¡Pero yo, no! Le dije a
mi tía: ¡Vine a América para casarme con el hombre que
yo quiera!
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De todas formas, se casó con alguien de su mismo gru-
po étnico, algo bastante frecuente entre los primeros que
llegaban. Es notable como Emilia al recordar a sus padres
nos devuelve una imagen que poco tiene que ver con la
visión clásica de los géneros:
Mi mamá era muy buena moza, de un carácter muy fuer-
te, asobrellevó todo lo que le tocó. Si no hubiera tenido
ese carácter, no hubiéramos nosotros hecho nada. Mi papá
era muy suave de cacter, él era el débil
y muy buena gente (…) era muy pa-
yado, muy alegre.
Se casaron por civil en Punta Are-
nas y por iglesia en o Grande. El
matrimonio religioso fue una cons-
tante entre los inmigrantes europeos
y para la primera generación nacida
en la isla. Y no solo por convicciones
religiosas propias, sino por cierta presión ejercida por
autoridades locales, como el Juez de Paz. Miguel Susic
y Franka Suvic se instalaron en Río Grande en una zona
llamada El Tropezón, donde construyeron una casa, un
pequeño hotel y un almacén de Ramos Generales. Cuan-
do la madre estaba embarazada de su primera hija, se
produce un incendio y pierden la casa. El fuego es un
elemento constitutivo de la realidad: es imposible sobre-
vivir allí sin calor. Está en el nombre de esta tierra y en la
imaginación de los primeros viajeros. El fuego nos remi-
te al tema de la leña, al trabajo cotidiano necesario para
asegurar la vida. Aparece relacionado en los recuerdos
con una disciplina cotidiana y estacional impostergable
que pauta con crudeza el invierno y el verano, el adentro
y el afuera de la casa. Y que pauta también las actividades
y responsabilidades de grandes y chicos en las familias.
La otra cara del fuego son los frecuentes incendios.
El abrigo y el peligro van juntos en la vida cotidiana. Hay
incendios que por su envergadura o signicación en el
pueblo han quedado como marcas en la historia del lu-
gar. Otros, más pequeños, más íntimos y muy dramáti-
cos, dejan profundas huellas en las historias familiares.
El temor al incendio es uno de los grandes fantasmas de
esta sociedad y de tan frecuente es lugar comúnen las
historias familiares:
A mi madre se le prende fuego la casa cuando estaba em-
barazada de mi hermana –relata Emilia– ¡Fue a las tres
de la mañana en pleno junio cuando se congelaba el Río
Grande! Mi padre acaparaba la leña durante el verano y
esperaba a que se congelara el río para cruzar y traer la
leña en trineo para la casa. Con el incendio se quedan sin
la casa y mi papá la mandó a mi mamá a vivir por un
tiempo a Punta Arenas.
Cuando la casa está reconstruida, doña Franka vuelve
con su hija, que ha nacido en Punta Arenas. En El Trope-
zón nacieron sus otros hijos, cuatro en total: la segunda
hija fue Emilia. Allí vivieron hasta que Emilia tuvo seis
años.
En el censo de 1920 había en la
zona trescientos cincuenta habitan-
tes, incluyendo las dos orillas del río
y los trabajadores de las estancias.
Los recuerdos identican a un pu-
ñado de familias como una especie
de grupo inicial y es para esta década
cuando comenzaron las demandas
elevadas a autoridades nacionales y
territoriales por algunos pobladores
que ya habían formado familia o trabajadores de las es-
tancias, solicitando tierras scales. En 1925 el Poder Eje-
cutivo sancionó un decreto por el que se establecieron
nuevos arrendamientos a pobladores, y se adjudicó con
carácter precario un lote para la Misión Salesiana y cua-
tro para “familias indígenas de la región. Esto generó un
conicto con las grandes compañías que venían ocupan-
do esas tierras para pastoreo.
3
Al respecto Emilia recuer-
da que fue su madre la que gestionó y luchó por un lote
de tierra:
Mi mamá comenzó a tratar de conseguir tierras en Buenos
Aires. Acá en ese entonces (…) llegó mucha gente que les
decían palos blancos o testaferros que después se iban ar-
mando y se quedaban con los campos. Después de mucho
ir y venir nos dieron el lote 80 en zona de cordillera, al que
mi padre le puso de nombre La caída (…)
El hogar es una referencia permanente en el relato, a
como el protagonismo de su madre. Desde el esfuerzo
por construir ese lugar hasta la descripción minuciosa
de las tareas del campo y de la casa que aparece organi-
Otros, hacían venir a las mu-
jeres desde sus países de origen
o a la inversa, los padres traían a
los candidatos para sus hijas. Sin
embargo, no todas aceptaron (...)
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zada estacionalmente. El recuerdo del invierno nos lleva
al interior del hogar donde la cocina y el fuego son un
refugio frente al aislamiento. Y la presencia indiscutible
de la mujer:
Mi maera la dueña de casa, era la mujer orquesta por-
que estaba dedicada a los trabajos de la casa (…). Mamá
era una enciclopedia en cuanto a manualidades femeninas
(…). Dejaba medio sancochado el almuerzo y salía ayudar
a mi papá en las tareas del campo (…) Ordeñaba doce o
catorce vacas diarias. En su tierra también tenía campo así
que no le era novedad la vaca, era como seguir la costum-
bre de su casa. La única tarea que no hacía era el hacha,
la leña.
En el verano, las tareas del campo representaban el tiem-
po del encuentro con otros, un momento especialmente
interétnico, poblado de otras solidaridades y conictos.
Era además, el sostén del invierno: de
septiembre a marzo los hombres de-
bían hachar, estibar y acopiar leña; el
trabajo en la huerta era una ocupa-
ción para la mujer y los niños de la
casa. Casi todas tenían una huerta,
ya que era un complemento indis-
pensable de la alimentación.
Y, fundamentalmente las labo-
res propias de estas pequeñas explota-
ciones ovinas pautaban los tiempos. Sigue Emilia:
Después está el cuidado de los animales. Está primero la
parición, el tiempo en que los animalitos nacen; después,
la señalada, en que hay que identicar a tu animal y cas-
trar al macho; luego viene la esquila. La señalada es más
o menos a nes de noviembre. Desde nes de diciembre
hasta febrero empieza a rotar en la isla todo el tema de la
zafra, la esquila. Eso mi padre lo solucionó con la turbina,
que antes lo hacía a tijera (…) Después hay que enfardar
la lana para la venta (…) ¡Mi viejo se hizo su máquina de
enfardar!
El trabajo duro, el aislamiento, el clima, la condición de
frontera y la escasez de mujeres son tópicos permanentes
en el recuerdo de estos primeros años, que condiciona-
ron las relaciones entre los géneros. Hay en el relato de
Emilia cierta paridaden el esfuerzo y en la toma de
decisiones entre sus padres. Una mirada femenina, que si
bien privilegia el hogar, también nos devuelve un mun-
do de relaciones con las otras mujeres y con los hombres
en el esfuerzo diario de sobrevivir. La mujer articulaba
el adentroy el afueray al mismo tiempo, el mundo
interior reforzaba el contacto con lo yugoslavo, favore-
ciendo la reproducción y la resignicación de la propia
etnicidad, a través de la lengua o algunas tradiciones que
los seguían conectando con el mundo que habían de-
jado ats. Un vehículo importante fue el ámbito de la
cocina:
Comíamos comida yugoslava, la tradición la seguía mi
madre… yo aprena comer esa comida como las przu-
ratas que son unos buñuelos con puré de papas, nueces y
manzanas o las grztulas o el zoparniak que era como un
pastel de espinacas.
La lengua fue un motivo de cohesión y de conicto en el
seno del hogar inmigrante. A los ocho años Emilia y su
hermana van pupilas a una escuela María Auxiliadora en
Porvenir (Chile). La separación de su madre por tantos
meses y la obligación de acostumbrarse
a un mundo nuevo hace que Emilia
lo viva como un desarraigo. Sin em-
bargo, no era la única descendiente
de yugoslavos, ya que la mayoría ter-
minaba en ese colegio. Cuando Emi-
lia cuenta lo dura que le resultó la
vida aly el rechazo que le producía
que le enseñaran inglés, arma que
también sentía vergüenza por el idioma
de sus padres:
Aparte, creo que yo renegaba del idioma de mis padres.
Me sentía avergonzada de escuchar hablar a mis padres
porque en mi casa o se hablaba yugoslavo mientras estabas
en la mesa o no se hablaba y se comía en silencio.
Si consideramos como Conzen que la etnicidad es una
construcción cultural y como tal se redene constante-
mente, lo que ocurre con el idioma es que en ocasiones
este tipo de defensas étnicas(al igual que roles de -
nero o la endogamia) son cuestionadas por la primera
generación nacida en Tierra del Fuego. Irma Kovacic,
otra mujer nacida en Tierra del Fuego en 1910 e hija de
yugoeslavos, también registra esta transición respecto
del idioma cuando dice que después de cinco años en el
mismo colegio, salió sin recordar el yugoslavo, lo que le
generó problemas con su padre:
Cuando llegué a casa –cuenta Irma– mi papá me decía:
No quiero que me conteste en castellano, solo hable en yu-
goslavo. Y yo decía: ¡Claro, porque es tan importante como
El recuerdo del invierno nos
lleva al interior del hogar donde
la cocina y el fuego son un refugio
frente al aislamiento. Y la presen-
cia indiscutible de la mujer (...)
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el de los ingleses que no quieren hablar más que el inglés!
(ríe). Mi papá decía que no había que tener vergüenza del
idioma de sus padres, pero él no entendía que yo me había
olvidado. Y la verdad que lo recuperé bien pronto porque
en mi casa, como se reunían todos los yugoslavos, se habla-
ba yugoslavo siempre.
La etnicidad se “inventa” (en el sentido planteado por So-
llors) con la participación de los inmigrantes en la cons-
trucción de sus identidades y solidaridades. Las interac-
ciones competitivas, cooperativas, sinérgicas son com-
ponentes esenciales en la formación y denición de los
grupos étnicos. Los yugoslavos compiten con los otros
grupos étnicos en el trabajo, en la destreza y hasta en el
ingenio para sobrevivir, estrechando lazos dentro de su
comunidad. Lo étnico aparece asociado a la importancia
asignada a sus trabajos como esquiladores u ovejeros y
el prestigio reconocido por los otros:
yugoslavos, onas y escoceses pare-
cen establecer una suerte de compe-
tencia de destrezas. La misma Irma,
luego de la muerte de su madre, es
internada en el colegio de monjas de
María Auxiliadora, que pertenece a
la Misión:
Yo fui al Colegio María Auxiliadora y estaba bien conten-
ta. Me acuerdo que yugoslavas éramos unas cuantas chi-
cas y no nos ganaba nadie para todo (…) en el colegio un
grupo eran todas las hijas de yugoslavos y el otro eran las
hijas del país. El grupo nuestro parecía un grupo militar,
muy unidas y no éramos nada de parientes, ¡pero muy
unidas!
Las expresiones de Irma son muy elocuentes. Por una
parte distingue a su grupo del de las “hijas del país, ha-
ciendo referencia a las niñas aborígenes o mestizas que
están internadas en el colegio. Y por otra, dentro de su
grupo de pertenencia establece un vínculo tan fuerte
como la del parentesco consanguíneo. La competencia
por el prestigio aparece en otros testimonios. Hay lugares
comunes como que los escoceses eran los más capacita-
dos para el trabajo de ovejero (considerado todo un ocio
dentro de las tareas rurales) o para desempeñar cargos de
mayor responsabilidad; los yugoslavos aparecen como los
mejores esquiladores, los que tienen las mejores huertas;
los asturianos, los que se dedican al comercio y ocupan
lugares vinculados con el poder público.
Construyeron verdaderas redes de asistencia entre
familias y sobre todo en los momentos de necesidad se
ponían de maniesto. Como cuenta Irma Kovacic cuan-
do recuerda el incendio de su casa:
Quedamos los cuatro hermanitos con mi papá, y me acuer-
do cuando tuvimos que llevar los restos… los cuatro her-
manitos delante con mi papá y todas las mujeres lloraban y
yo era chiquitita. Todas las señoras vecinas, todas yugosla-
vas, todas me ayudaron y me vistieron de negro (…) Ocho
años tenía yo cuando murió mi mamá.
Los yugoslavos constituyeron en Tierra del Fuego una
importante comunidad, no solo en número, sino porque
fueron de los primeros pobladores blancos. Junto a otros
inmigrantes que iban llegando debieron construir su “lu-
gar”. De alque se adjudiquen, como pioneros, un pa-
pel relevante en la historia y en la identidad fueguina. El
concepto de “localización de una culturautilizado por
Conzen es aquí muy oportuno: lo que
inicialmente constituyen los valores
de un grupo étnico juegan un papel
determinante en la denición de los
valores locales. Y fueron el ingenio,
el esfuerzo y el coraje aquellos valo-
res yugoslavos. Cuando doña Franka
nuevamente gestionó en Buenos Ai-
res en 1936 otros lotes de mejor tierra,
comienza una nueva etapa para los Susic. Después de “El
Tropezón, vino “La Caída, luego tuvieron una carnice-
ría “El Golpe, así que a esta estancia la llamaron “Liber-
tad”. Los primeros años, como dice Emilia “vivimos bajo
tierra, ya que su padre había cavado un espacio en una
loma y lo había forrado en madera para que pudieran
alojarse, mientras se construía la casa. Otra vez, el regis-
tro del esfuerzo y el destino de construir desde la nada. Y
el ingenio yugoslavo para abastecerse de agua caliente o
fabricar máquinas que no podían comprar como una en-
fardadora de lana o una turbina para accionar las manijas
de una esquiladora.
Es cuando Emilia se casa con un italiano, al que co-
noce en Punta Arenas mientras está estudiando, cuando
aparecen en la escena otros inmigrantes y se va arman-
do su identidad como fueguina, que se acrecentó con su
acción en la esfera pública.
“No es cierto que el sur mate a la gente.”
Sara Sutherland
Sara Sutherland, hija de escoceses provenientes
de Malvinas, nació en Punta Arenas en 1917. Su abue-
la materna de apellido Clion y su abuelo materno de
apellido Mac Phee, emigraron de Londres y Escocia
Las interacciones competi-
tivas, cooperativas, sinérgicas
son componentes esenciales en
la formación y definición de los
grupos étnicos.
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Revista de Historia OralRevista de Historia Oral
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respectivamente, a Malvinas. Allí se casaron y nació su
madre. De Malvinas pasaron a Punta Arenas donde pu-
sieron un hotel en 1908, al que llamaron istle, que es la
or de Escocia. Estuvieron tres años y después se fueron
para Río Gallegos donde instalaron otro hotel. Su padre
Sutherland-Mc Donnald, también escocés, oriundo de
Inverness, lle a la isla en 1906 a los diecinueve años
reclutado en Escocia por los Menéndez. Previo paso por
Punta Arenas, comienza a trabajar en las estancias José
Menéndez y María Behety. Su condición de escocés le
facilita cierto progreso y llega a ser administrador de la
estancia Ruby. En esa época, en un viaje que hace a Punta
Arenas conoce a su futura esposa:
Mi papá conoció a mi mamá porque él iba a parar al hotel
que ellos tenían y ahí se conocieron… ¡Se conocieron todas
con los maridos en el hotel! (…) Mi papá tenía treinta años
cuando se casó en 1917 y mi mamá te-
nía 21 años… Casi todos se casaron
a esa edad.
Cuando Sara dice que todas se co-
nocieron con los maridos en el ho-
tel” se reere no solo a las mujeres
de su familia, sino a un grupo más
amplio, al que pertenece por su ori-
gen étnico. La descripción minuciosa de
todas las ramas de su familia evidencia un fuerte senti-
do de pertenencia a una comunidad que mantuvo una
gran cohesión. Las alianzas matrimoniales fueron muy
importantes: los futuros esposos se conocían en esos los
hoteles o pensiones que formaban parte de la propia co-
lectividad, tanto en Punta Arenas como en Porvenir o en
Río Grande.
Una vez casados, vuelven a Río Grande en 1917 y en
ese año nace Sara. Comienza entonces a trabajar como
administrador de otra estancia de la Compañía Sara
Braun, La Teresita. Allí vivirá la familia Sutherland hasta
1927. Esos años son registrados por Sara como los s
felices de su vida. Se trata de un tiempo idílico, en el que
resignica su etnicidad.
En verano pasábamos mucho tiempo al aire libre. Jugá-
bamos con mi hermanita en el potrero cercano a casa o
algún domingo nos íbamos a pasear a las estancias vecinas
en sulky. (…) Cuando llegaba el invierno y había menos
trabajo, mi padre nos llevaba en trineo hasta las secciones
de la estancia. Los caballos briosos galopaban en la nieve,
llevándonos como en los cuentos antiguos de la tierra esco-
cesa que él mismo nos contaba. ¡Parecíamos volar!
El relato describe la casa de la administración en la que
viven como una construcción de tres pisos con personal
doméstico: cocinera, niñera, mucamas. Los recuerdos
transmiten claramente un orden de diferencias y dis-
tancias sociales que recrea la etnicidad. Es en esta etapa
de su vida en la que el registro de los otros” aparece en
cuentos escuchados en la niñez, sustos o bromas en don-
de elementos de otras culturas como la selknam se entre-
tejen con los duendes de Escocia. Sara relata la experien-
cia vivida por su padre cuando recién había llegado a la
isla desde Malvinas:
A papá le habían dicho que había que tener cuidado
con los indios, esa era la palabra que se usaba, con los
indios (…). Creo que hacía ocho días que había lle-
gado y lo llevaron a un puesto en la cordillera en José
Menéndez. Y, entonces, mientras se hacía la comida,
vio un indio en la ventana del puesto
mirando lo que estaba haciendo. Mi
papá lo miró y no sabía qué pen-
sar. Entonces, lo invitó a pasar y se
sentó a la mesa y comieron los dos
juntos… ni uno ni otro sabía ha-
blar, porque uno hablaba ona y el
otro, inglés () Y aquella noche les
había robado los caballos (a los del
puesto), entonces mi papá por señas le
preguntaba si sabía dónde estaban los caballos, y el in-
dio le dijo que se estuviera quieto, le hacía señas para
que se sentara. ¡Y se fue y le trajo todos los caballos y
los puso en el corral!
Lo más signicativo de este relato es probablemente,
cómo se construye la mirada sobre el otro, aquel que es-
taba desde siempre y al que era necesario descifrar”. En
general hay una distancia que oscila entre el respeto y
la desconanza, inuenciada por la historia posterior y
porque se trató de un grupo étnico que fue blanqueán-
dose” e identicándose con los chilenos. Sara es muy elo-
cuente cuando relata cómo se instalaban familias onas en
la época de esquila de diciembre a febrero en la estancia
La Teresita de la Compañía Sara Braun. Ella era una niña
en ese entonces y se escapaba para jugar con los chicos
de los campamentos. Venían de la zona Laguna Pesca-
do y Cabo San Pablo (cerca de la cordillera), donde iban
quedando connados por el avance de las explotaciones
ovinas. Había dos lugares que funcionaron como arti-
culadores del espacio aborigen. Por un lado, la Misión
Salesiana instalada en 1893 y sostenida con ayuda de fon-
dos del gobierno nacional y que fue quedando como la
Los significativo de este
relato es probablemente, cómo se
construye la mirada sobre el otro,
aquel que estaba desde siempre y
al que era necesario “descifrar”.
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última posibilidad para aquellos onas que, afectados por
el avance de la frontera agrícola, no pudieron sostener a
sus familias.
Por otra parte, la estancia Viamonte de la familia
Bridges. Inicialmente Lucas Bridges, un misionero pro-
testante proveniente de Malvinas, se instaló en Ushuaia y
allí su vinculación con los grupos yámana, le permitió es-
cribir el primer y único diccionario inglés-yámana. Más
tarde, su hijo cruza la cordillera y construye Viamonte,
lo que fue posible gracias a la relación que entabló con
grupos onas que ocasionalmente cruzaban a la zona de
Ushuaia. El prestigio de Viamonte fue tan importante,
que “venir o ser de Viamonteera una recomendación
segura. Hay en Sara cierta identicación con los Bridges
en la descripción meticulosa que hace de las costumbres
de los onas con una mezcla de extrañamiento y de cono-
cimiento.
El tiempo idílico llega a su n
cuando la familia se muda a un cam-
po propio. Una verdadera pesa-
dilla, en la que están presentes los
conictos con los grandes propieta-
rios, que eran los empleadores de su
padre. Cuando Sara dice “había llegado
la hora de la subdivisión de tierras”
parece enunciar el avance de una
nueva frontera que se dio desde las
márgenes de un espacio usado hasta
ese momento por otros estancieros. Los
recuerdos de ese tiempo son como una “pesadilla y la
palabra concentra tanto el temor que despertaban estos
caminos desconocidoscomo las privaciones y las vio-
lencias vividas a raíz de los conictos y las represalias que
sus padres tuvieron que enfrentar.
Al anochecer, llegamos al puesto que tenía Bilbao en este
campo. Era una media agua de tres piezas donde se podía
ver la luz del día por cualquier rincón (…) Nadie decía
nada. Todo era voluntad y trabajo (…) Pero llegó la nieve
y todo se cubrió de blanco. Por lo tanto mi tío, un ovejero
escocés y mi papá tuvieron que salir a abrir camino entre
una mancha de bosque y otra para que las ovejas pudieran
comer pasto debajo de los árboles.
En su testimonio, como en el de otros que se establecen
por primera vez en un campo, aparece la expresión “po-
blar”. En este contexto de frontera, poblar implica ocupar
una tierra con familia y animales y persistir, mantenerse
con el n de poder reclamar luego la propiedad efectiva
al Estado. Poblar es un complejo de signicaciones en
donde no solo se reconocen como protagonistas de cons-
truir lo que no estaba hecho todavía, sino de instituir los
cimientos mismos de lo perdurable. En el esfuerzo de
poblares el trabajo familiar la fuerza principal. Insta-
larse en estas “pequeñas estancias” está asociado con el
esfuerzo de construir en los peores lugares. Sin embargo,
los que logaron instalarse no solo estuvieron librados a su
tenacidad, sino que también dependieron de la buena vo-
luntad de las grandes estancias. ¿Cómo iban a encontrar
animales apropiados para mejorar las majadas? Es por
eso que a veces los relatos son cuidadosos al mencionar-
los y en ese sentido son elocuentes las frases como “todo
se cocinaba en Punta Arenas” o “sobrevivíamos gracias a
los barquitos de Menéndez, que revelan por una parte,
cierto reconocimiento al rol cumplido por estos y, por la
otra, la sensación de abandono por parte de un Estado
distante o complaciente.
En esta etapa, la supervivencia
dependió de solidaridades que tras-
pasaron las fronteras étnicas. El
aislamiento y la extrema necesidad
favorecieron estos acercamientos y
crearon vínculos tan fuertes como
los consanguíneos. Era habitual
compartir personal o instrumentos
de trabajo o simplemente ir a cola-
borar con una familia necesitada. Se
dieron casos en que peones después
de muchos años pasaron a formar parte
de la familia, especialmente aquellos que formaban parte
de la misma colectividad o tenían un origen étnico co-
mún.
Cuando Sara relata las dicultades para instalarse
en las tierras, recuerda que solo con la ayuda de otros pu-
dieron sobrevivir. Ese invierno en el que pierden la única
vaca lechera, su hermano de enferma de bronquitis:
Nuestros vecinos más cercanos eran el matrimonio Oje-
da. Él era chileno y ella era ona pura. Eran muy buenos y
tenían bastantes vacunos. Convinieron que todos los días
ellos traerían botellas de leche hasta el alambrado límite y
allí iría uno de nosotros a buscar la leche a la hora indica-
da antes de que se escarchara mucho. Así hicieron hasta la
primavera. Fue un invierno muy frío.
En principio la nueva vivienda nada tenía que ver
con la casa de la estancia Teresita. Era un puesto de tres
piezas “llenas de lauchas. En una vivía la familia, en otra
estaba la cocina y en la tercera vivía un tío y otro ovejero.
El dramatismo de los primeros tiempos se reeja manera
Poblar es un complejo de
significaciones en donde no solo
se reconocen como protagonis-
tas de construir lo que no estaba
hecho todavía, sino de instituir los
cimientos mismos de lo
perdurable.
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risueña en un episodio que debe haber sido muy traumá-
tico para una niña de ocho años: una invasión de lauchas
tan terrible que Sara se va a vivir a Punta Arenas con su
abuela materna y recién vuelve a los doce años cuando
sus padres terminaron de construir el nuevo hogar. La
estancia a la que su padre le puso por nombre La Nueva
Argentina, quedaba a una hora de viaje a caballo de La
Caída de la familia de Emilia Susic.
Esta etapa de su recuerdo está signada por el cole-
gio y su abuela Caroline Clion. Durante el tiempo de
la escuela, permanecía pupila en Punta Arenas. En los
veranos retornaba a la casa y allí estaba la abuela a la que
llamaban Grany. “Una mujer de armas tomar’ que viv
hasta los 93 años… Por eso –aclara Sara– los que dicen
que el sur mata a la gente, no es cierto, ¡se vive muchí-
simo!”
Grany organizaba la vida de la familia y repartía los
trabajos dentro de la casa. En las pa-
labras de Sara “¡era s que mamá
en la casa!” Había que levantarse
temprano, y después del desayuno
comenzaban las tareas: limpiar la
casa, darle de comer a los animales
y arreglar la huerta. Y por supuesto,
estaba la comida. Esta mujer bajita
y rubia sigu recreando lo escos
a través tanto de la lengua como de
las costumbres, como lo que ocurría en
la Navidad.
¡Para Navidad era tradicional todo! Se hacían las dos co-
sas: lo criollo y lo tradicional europeo. La primera noche
era todo a la forma escocesa (…) Para la Nochebuena la
abuela empezaba días antes: preparaba un pudding que es
tradicional con frutas de todas clases. Aparte de las fru-
tas, le ponía un anillo o botón, una moneda y otras cosas
más (…) Primero, entonces teníamos la costumbre europea
para la víspera y al día siguiente, todos los corderos asados
al asador y los juegos: carreras de embolsados, carreras de
tres piernas…
En la vida de La Nueva Argentina hay como una transi-
ción hacia las costumbres locales incentivada por el con-
tacto con los otros y el esfuerzo de construir un lugar
propio. Ese desplazamiento es claro en Sara cuando más
adelante relata la participación con su familia en una ex-
pedición a caballo que se hizo hasta Ushuaia en 1937. Era
una expedición de catorce personas entre los que estaba
un ingeniero de Vialidad. El relato del cruce de la cordi-
llera tiene un tono de epopeya y la presencia de un ba-
queano famoso, cuyo nombre se le pone al paso abierto
en la cordillera (Paso Garibaldi), la ubica como mujer y
como hija de escoceses en un acontecimiento histórico.
Su fortaleza tanto física como de carácter está presente
en todo momento, aún ante situaciones diciles, como
la que vivió en el regreso cuando al salir de Ushuaia su
caballo se asusta y se cae sobre un durmiente de la a
del tren.
La armación de Sara se apoya especialmente en las
guras de su padre y de su abuela materna, que mantie-
nen vivos los lazos con el resto de la familia que quedó en
Malvinas o que regresó a Inglaterra. La identidad sigue
estando dominada por el origen étnico. Esto es algo que
va a acentuarse frente a un acontecimiento que obligó a
Sara a alejarse de ese mundo conocido y familiar. Cuando
dice “no pasó tanto tiempo entre que salí del colegio y me
casé con un asturiano” enuncia el inicio de una etapa di-
fícil. Nemesio Menéndez era del mismo
lugar que los Menéndez, de Oviedo y
había llegado a Puerto Deseado con
su hermana en 1926. De allí fue a
trabajar a la estancia Irigoyen, donde
llegó a ser administrador y conoció a
la familia de Sara.
El matrimonio se celebra solo
por civil, porque no había iglesias
protestantes, aunque luego se hace
católica porque quería bautizar a sus hi-
jos y de allí siguió la línea católica de las cuatro genera-
ciones. Se casaron en el pueblo y al día siguiente se fue-
ron para Irigoyen que estaba tan aislada que solo se podía
llegar a caballo. En 1940 tuvo a su primera hija y como no
estaba muy bien tuvo que viajar a caballo con siete me-
ses de embarazo hasta Comodoro Rivadavia donde vivía
su cuñada. Después del nacimiento vuelve a Irigoyen y
como ella dice “allí mis ocupaciones eran bastante duras”.
Debía cocinar para todo el personal, que eran como doce
personas, ya que no había cocinero y ocuparse de sus tres
hijos. Era una vida muy distinta a la que había dejado,
signada por el sometimiento al esposo y el aislamiento de
su grupo de referencia. Es entonces cuando Sara refuerza
su etnicidad frente a los otros. Una experiencia aterrado-
ra la devuelve a la estancia de sus padres. Estando sola en
la casa, alguien quiere entrar:
Yo estaba haciendo el pan para el día siguiente en la cocina
y había bañado a los dos chicos allí porque estaba calenti-
to. Me iba para el pasillo con el más chico en el cochecito y
la nena agarrada del coche conmigo. ¡Justo entré y puse la
llave en la puerta cuando siento que empujaban la puerta
El dramatismo de los primeros
tiempos se refleja manera risueña
en un episodio que debe haber
sido muy traumático para una
niña de ocho años: una invasión
de lauchas (...)
Voces Recobradas
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del otro lado! (…) ¡Nunca había experimentado tanto mie-
do hasta ese momento! ¡Y así pasé once horas durante la
noche clavando ventanas, clavando puertas, con un revól-
ver en la mano! ¡Y no los dejé entrar! (…) En un momento
estuvieron a punto de entrar por una ventana y les tiré
un tiro y se dejaron caer para abajo. Mi esposo llegó a las
dos de la tarde y no podía creerlo ¡Me miraba como si no
lo creyera! Pasé muchas noches en que no podía dormir.
Hasta que vino mi padre a buscarme. Así que papá agarró
el caballo y me vine para la Nueva Argentina durante tres
años. (…) Volví cuando las cosas habían cambiado porque
pusieron un matrimonio para mí.
Volvió y tuvo su tercer hijo y vivió alhasta 1960, cuan-
do después de la muerte de su esposo se mudó con sus
hijos a o Grande, donde volv a construirse un lugar
como escocesa. Como no haa recibido ninn tipo de
indemnización o reconocimiento económico por par-
te de los dueños de Irigoyen, empe a trabajar como
profesora particular de inglés. Su prestigio fue en au-
mento y llegó a dar clases a empleados de las compa-
ñías petroleras y como traductora de textos técnicos. La
Guerra de Malvinas provocará una verdadera fractura
con su familia, ya que su madre había vuelto a las islas
en 1975.
Breves reflexiones a modo de conclusión
Los hogares de estos inmigrantes funcionaron como
lugar de protección, de solidaridad y reproducción de la
etnicidad. Cuando el infortunio golpeaba a alguna fami-
lia, fueron los vínculos que se construyeron dentro de los
grupos étnicos los que ayudaron a superar el mal mo-
mento. Estas redes que llegaban hasta el mismo lugar de
origen en Europa, incluyeron a personas más allá de la
familia nuclear y tuvieron un rol muy importante en el
sostenimiento familiar.
Tanto en el caso de Emilia como en el de Sara, sus
hogares son transnacionales y funcionaron articulando
el adentroy el afuera, un “nosotroscon los otros”;
un hogar especialmente identicado con el de la infan-
cia, aquel que construyeron, tanto en un sentido físico
como simbólico, con sus padres inmigrantes. Pero, ade-
más, como se trata de una región de frontera donde las
condiciones de vida fueron muy difíciles, la posibilidad
de unos dependió de las solidaridades de los otros. Cuan-
do Conzen plantea que la invención de la etnicidad es
un proceso, un diálogo entre una mayoría y una minoría
cultural del que emergen identidades grupales (Conzen,
1990), cabría preguntarse en este contexto cuál es una y
cuál es otra. La respuesta no es sencilla, ya que la región
en la que se establecieron estaba ocupada por grupos
aborígenes y por algunos establecimientos ovinos que no
pueden considerarse una etnocultura dominante. Por lo
tanto, estos grupos de yugoslavos, españoles, escoceses
e italianos comparten en cierta forma un lugar casi fun-
dacional.
Sin embargo, existieron diferencias sociales. Hay
cierta percepción de superioridad en los escoceses que se
traduce generalmente en las tareas y en los lugares donde
viven. En general, como en el caso de los padres de Sara,
fueron ovejeros, lo que implicaba cierta calicación, y
llegaron a ser administradores de estancias. Los yugosla-
vos, mientras tanto, competían en destrezas con los abo-
rígenes que en su mayoría se enganchan como peones o
esquiladores. De allí, el énfasis puesto por Emilia para
resaltar el ingenio o la capacidad de su padre y la forta-
leza de su madre, a n de equipararse con quienes ella
considera que empezaron en mejores condiciones.
A pesar de las diferentes experiencias, en la forma
en que ambas recrean sus historias se percibe una mirada
propia del género. No es una mirada de mujeres sobre
las mujeres, sino que muestra cómo la condición de la
emigración cambió las pautas de femineidad o masculi-
nidad: se ve en la distribución de tareas y responsabilida-
des y también en la ruptura de ciertas normas como las
que pautaban los casamientos. El género aparece como
una construcción relacional.
Las fuentes orales permiten, mejor que ninguna
otra, comprender cómo se profundizó y resignicó la et-
nicidad, especialmente en momentos de crisis económi-
cas o de identidad al interior de los grupos. Y al mismo
tiempo, como se trataba de una región con poca densi-
dad de población, relevan la necesidad de integrarse a
un todo mayor que irá conformando la identidad fuegui-
na. Es por eso que van desapareciendo algunas “defensas
étnicasen la primera generación cuando se casan con
personas fuera de su comunidad, algo nada frecuente en
los recién llegados, o cuando reniegan del idioma de los
padres.
Finalmente, es necesario puntualizar que los recuer-
dos de Sara y Emilia se van organizando en torno al “lu-
gar en la historia” (“localization en términos de Conzen)
que ellas se adjudican a sí mismas y a sus grupos étnicos
en la construcción de la identidad de Río Grande. Así,
recrean su propia vida desde el lugar que ocupan hoy,
remarcando especialmente cómo los valores propios de
estos grupos inmigrantes jugaron un papel determinante
en la denición de los valores y las formas locales (“la
manera en que hacemos las cosas aquí”). Emilia lo sinte-
tiza cuando arma:
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Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
1
El presente trabajo forma parte de la tesis de la Maestría en Ciencias
Sociales con mención en historia (UNLu).
2
Extraído de Domingo Gutiérrez, “De por acá. Impactos. Punta Arenas.
Enero de 1992.
3
Las grandes compañías en ese tiempo eran cinco: Braun, Menéndez-
Behety, Bridges y Reynolds, José Montes y Cullen.
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Mi padre llegó a Tierra del Fuego en el año 1905 y mi ma-
dre en 1921. Mi madre trajo dos hermanas casadas tam-
bién con yugoslavos y aquí formaron lo que es hoy Río
Grande. Soy de la primera generación de hijos de estos pio-
neros inmigrantes, porque acá había de todo, yugoslavos,
españoles, ingleses, chilenos, escoceses… los que trabaja-
mos duro no solo por las condiciones climáticas que enton-
ces eran sumamente duras, sino también por la condición
de aislamiento y olvido en las que vivimos por parte de las
autoridades que estaban allá lejos, en Buenos Aires.