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se concentran abrumadoramente en la experiencia de las
organizaciones armadas.
Es un buen momento de preguntarse el sesgo clasis-
ta de estas interpretaciones. Esto implica varias cosas: por
caso, revisar la composición social de la guerrilla y de sus
frentes de masas. Relativizar, para cuestionar, lecturas de la
época que responsabilizan a las conducciones guerrilleras
por un derroche desaprensivo de vidas humanas, sobre todo
porque esto trae aparejada la construcción de que quienes
arriesgaron sus vidas fueron títeres llevados al matadero por
irresponsables que se salvaron.
Además de inexacto, esto es fundamentalmente injus-
to. Si algo hubo de esto, mucho más hubo de compromisos
traducidos en actitudes vitales. El rescate mediante el análi-
sis de las historias de vida de los trabajadores es un acto de
justicia a la memoria de tantos que no tienen la posibilidad
hoy de defenderse de las interpretaciones que escribimos
sobre ellos.
Al mismo tiempo, pensar hasta qué punto al concen-
trarnos en lecturas acotadas sobre las formas de la lucha
política en los años setenta nos colocan como funcionales a
sectores sociales dominantes. Hacerlo coloca en un segun-
do lugar a los principales culpables de la tragedia argentina:
los que se benecian del país reestructurado a sangre y fue-
go entonces, en el que la casa inconclusa de Martín Toledo
es el cimiento de una villa miseria.
No solo se trata, entonces, de no subestimar a Jaimi-
to y a sus compañeros. Según la feliz expresión de Pablo
Semán, ciertos saberes y experiencias populares, como un
bajo continuo, perduran y sostienen identidades a lo largo
del tiempo. Veinte años antes de las palabras de Jaimito ante
los docentes, y diez después del feroz golpe del 76, el sindi-
calista Germán Abdala, que se había formado militando en
el sindicalismo de los años setenta y durante la dictadura, y
fue uno de los fundadores de la CTA, también reivindicaba
el lugar de los trabajadores para pensar el país, en una entre-
vista televisiva de mediados del ochenta con palabras muy
similares, tanto que me ilusiona pensar en acordes del mis-
mo bajo: el de la experiencia de los trabajadores. Lo entre-
vistaban, también, dos “históricos”, pero del establishment
económico, Bernardo Neustadt y Mariano Grondona:
Neustadt: –Abdala, en vez de ser un dirigente gremial, pa-
rece un intelectual, folklórico, losóco. Doña Rosa está di-
ciendo: ¿este me representa a mí?
Abdala: –Y también, no hay que subestimarnos. Los traba-
jadores no necesitamos estar en mameluco y pedir nada más
por el salario, queremos opinar sobre el país también.
Grondona: –Lo que pasa es que nosotros no quisimos cre-
cer, Abdala, no quisimos porque no hicimos el esfuerzo.
Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
* Esta es una versión actualizada y modicada de Federico Lorenz, “No
nos subestimen tanto. Experiencia obrera, lucha armada y lecturas de
clase”. En Lucha armada en la Argentina, Año 3, N ° 8, abril de 2007.
Correo electrónico del autor: federicoglorenz@gmail.com
1
Entrevista abierta a Luis Benencio y Carlos Morelli, Cátedra Abierta,
CePA, 7/10/2006.
2
Luis Benencio, en CET, Navales, p. 51. Se trata de un manuscrito inédito
que contiene la desgrabación de una mesa redonda entre tres trabajadores
de los astilleros de la zona del Tigre, realizada en 1988.
3
Ídem, p. 54. Mi subrayado.
4
Ídem, p. 66.
5
Rubén Díaz, en CET, Navales, p. 72.
6
Ídem, p. 73.
7
Jotatepé, Año I, N° 1, 1a. quincena de octubre de 1973, p. 2.
8
De hecho, en muchos casos tales aciones sirvieron políticamente a los
intereses de la organización militar. Uno de los líderes de los navales tenía
una relación amorosa extramatrimonial con la secretaria de uno de los
gerentes de Astarsa. Esta le comentó que por encargo de su jefe estaba
topeando listas de activistas para entregar a la comisaría de la zona. En
respuesta, los referentes de la agrupación amenazaron a los dueños del
astillero diciendo que tenían información al respecto, desatando una
verdadera paranoia acerca de que los Montoneros realizaban escuchas
telefónicas en el nivel más alto de la empresa, que cambió sus líneas.
9
CET, Navales, p. 79.
10
María Runa Gastón (2003), testimonio brindado al Archivo Oral de la
Asociación Civil Memoria Abierta.
11
Evita Montonera, Año 2, N° 13, abril-mayo 1976, p. 32
12
Juan Sosa, comunicación personal, 20 de julio de 2004.
13
María Runa Gastón (2003), testimonio brindado al Archivo Oral de la
Asociación Civil Memoria Abierta.
14
Conviene tener presente que más allá de dar este consejo, la organización
solo dispuso de recursos para dar seguridad a uno de sus militantes,
Hugo Rivas, que fue secuestrado el mismo día que iba a mudarse. Las
columnas Norte y Sur de Montoneros habían manifestado la necesidad
de descentralizar la organización y proveer recursos para proteger a los
militantes, lo que fue visto por la Conducción Nacional de Montoneros
como una pérdida de poder.
15
María Runa Gastón, entrevista citada.
16
Basualdo, Victoria, Complicidad patronal-militar en la última dictadura
militar. Los casos de Acindar, Astarsa, Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y
Mercedes Benz, Buenos Aires, FETIA, marzo de 1996, pp. 24-25.
17
20 de noviembre de 1986, en el Programa Hora Clave. En Jorge Giles,
Los caminos de Germán Abdala, Buenos Aires, Colihue, 2000, p. 71.
Abdala: –No, aquí crecimos, este fue un país con justicia,
con equidad, donde hubo salud, hubo educación, hubo vi-
vienda, hubo distribución de los ingresos, y después... des-
truyeron todo.
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