Voces Recobradas
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Voces de
trabajadores
para la historia
reciente
Acerca de los testimonios
de la militancia sindical en
las lecturas sobre “los setenta”*
Federico Lorenz
IDES-UNGS
“El poeta de la Revolución
es el Pueblo; pero el pueblo
concreto, de persona a
persona”.
Francisco Urondo,
¿Soy el poeta de la revolución?
19
Revista de Historia OralRevista de Historia Oral
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E
l 7 de julio de 2006 realicé una entrevista abierta a
dos ex trabajadores navales de los astilleros Astar-
sa, Carlos Morelli y Luis Benencio, para un postí-
tulo para docentes de escuelas medias de la Ciudad
de Buenos Aires. Hasta el golpe militar de 1976, ambos
habían sido militantes de la Agrupación Naval Peronista
José María Alessio, de la Juventud Trabajadora Peronista,
frente obrero de los Montoneros. Ante unos ciento cin-
cuenta profesores, ambos compañeros evocaron su expe-
riencia sindical en la zona Norte del conurbano bonaeren-
se durante los años setenta. Al momento del cierre, al abrir
un espacio para preguntas, uno de los asistentes inició una
larga intervencn muy crítica a los Montoneros y hacia su
política, asumiendo que estos habían sido los responsables
de la destrucción de numerosas iniciativas
subordinadas a esa experiencia político-
militar. Al nalizar su pregunta, dijo:
–¿Cómo evalúan ustedes qué pasó
cuando llegó Montoneros, estos pro-
tectores?
Quien le respondió fue Luis Benen-
cio, Jaimito:
Yo me voy a remitir a un punto. Porque
en general hay una subestimación de nosotros los laburantes
que se da seguido. Digo, a mí me pasa seguido. Cuando me
invitan a hablar, me dicen: “Bueno pero ustedes fueron este,
digamos captados por los Montoneros y después a partir de
ahí hicieron todo lo que quisieron”... Yo no me sentí jamás
así... En el caso nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Pri-
mero porque como les confesaba recién, yo aprendí a pen-
sar, también, no mucho, pero un poquito, y eso me posibili-
poder discernir qué era lo bueno y qué era lo malo para
mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros teníamos
una ambivalencia ahí (...) Porque nosotros duramos tanto,
y tuvimos tanta fuerza, y pudimos hacer lo que hicimos no
porque nosotros éramos valientes, sino porque también ha-
bía un miedo hacia nosotros que si a nosotros nos pasaba
algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y que es
lo central para (...) es que nosotros cuando se acerca la
JTP y empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue
todo una discusión muy, muy grande (...) Los que sabíamos
lo que había que hacer dentro de brica éramos nosotros.
Digo, no nos subestimen tanto, nosotros también sabemos
discernir entre lo bueno y lo malo.
1
Este contrapunto y esta reivindicación de la experiencia
obrera sintetizan uno de los nudos conceptuales que orien-
tan una porción importante de las reexiones y aproxima-
ciones críticas hacia los años setenta: para el autor de la
pregunta, los Montoneros eran los protectores, es decir,
los trabajadores eran los protegidos, los guiados (errónea-
mente) o descuidados por la guerrilla. Pero para Jaimito,
cuando se acercó la JTP empezaron las discusiones. En
la brecha entre ambas asunciones, vive la posibilidad de
recuperar un lugar para la experiencia de clase a la hora
de pensar la confrontación social de los años setenta y,
especícamente, la de los trabajadores, blanco masivo de
la represión pero, como contraparte, actores sociales infra
representados en las interpretaciones del período. ¿A dón-
de, a quiénes “se acercó” la JTP?
Los navales de Tigre
Los astilleros Astarsa, ubicados
en Tigre, empleaban a cerca de mil
quinientos hombres: la mitad eran
obreros metalúrgicos, y el resto, na-
vales. Los talleres fueron un polo de
desarrollo para la zona Norte del Co-
nurbano bonaerense. En ese espacio
funcionaban, en esos años, numero-
sas fuentes de trabajo: establecimien-
tos metalúrgicos, madereros, alimen-
ticios, plásticos y cerámicos, además de
otros astilleros. Miles de familias de los sectores populares
se asentaron en respuesta a posibilidades de trabajo y as-
censo social concretas.
Con la radicalización de los conictos sociales y el
activismo político, desde mediados de los años sesenta la
zona se transformó en un hervidero de agrupaciones de
distinto signo, prácticas y color ideológico. En Astarsa esta
actividad se materializó, a principios de la década de 1970,
en la constitución de una agrupación que buscaba dispu-
tarle el control a la dirigencia sindical del SOIN (Sindicato
de Obreros de la Industria Naval). Este grupo de trabaja-
dores hizo hincapié en la democracia sindical y en la me-
jora de las condiciones de trabajo, a partir de demandas
concretas en cuestiones relativas a la higiene y seguridad
de las tareas. Entre sus integrantes iniciales había hombres
provenientes de distintas experiencias políticas, desde el
marxismo al peronismo. Otros no tenían experiencia ni
práctica política alguna hasta ese momento. Coincidían,
no obstante, en su juventud frente a los demás trabajado-
res, lo que los distinguía y los agrupaba.
En mayo de 1973, poco después de la asunción de
Héctor Cámpora, un accidente se cobró la vida del obrero,
José María Alessio, y esto precipitó la decisión, por parte
de la agrupación, de tomar el astillero. En el contexto de
Este contrapunto y esta
reivindicación de la experiencia
obrera sintetizan uno de los nudos
conceptuales que orientan una
porción importante de las re-
flexiones y aproximaciones críticas
hacia los años setenta (...)
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movilización popular de esos meses, los huelguistas ob-
tuvieron todas sus reivindicaciones, entre ellas el derecho
a controlar las condiciones de salubridad del trabajo en el
astillero, y de este modo incidir directamente en los rit-
mos de producción. Además, su victoria los transfor
en un referente para otras comisiones internas de la zona.
Durante los días que duró el conicto, habían decidido la
incorporación de la agrupación a la Juventud Trabajadora
Peronista, el frente sindical de los Montoneros.
Luego del conicto, los trabajadores navales se vieron
en el centro de la toma de decisiones. Todo el cuerpo de
delegados les respondía, la participación de otros traba-
jadores aumentaba, y eso los colocaba en la situación de
gestionar además de confrontar. ¿Qué consecuencias tiene
esto para un gremio combativo? Para los miembros de la
Agrupación se trataba de mantener y extender las conquis-
tas y construir conciencia entre el resto de los trabajadores.
Para ello, debían enfrentar la presión de la ortodoxia sin-
dical –relegada frente a su victoria– que
se concretaba en maniobras espurias
(como la intervención al sindicato),
aprietesy asesinatos. Algunas de es-
tas prácticas, a la vez, fueron parte de
la lógica de la agrupación Alessio.
¿De qué modo enfrentaron “los
navales(como se los conocía) estas
formas de lucha política? La violencia y
las formas militares de la política fueron una divisoria de
aguas entre los militantes de la agrupación. En tanto que
vinculados a los Montoneros, al interior de la agrupación
se reprodujo la tendencia a la militarización por parte de
esa organización guerrillera.
En el caso de los “navales”, hubo dos posturas. Frente
al recrudecimiento de las acciones de la Triple A, algunos
de ellos sostenían la necesidad de profundizar el trabajo
sindical, extender la participación de otros obreros y no
aislarse en prácticas militaristas. Los demás –cuya opinión
en denitiva prevaleció– sostenían la necesidad de encua-
drar militarmente a los militantes sindicales, y responder
a la agresión en función, además, de un enfrentamiento
que se consideraba inminente. En este punto, el caso de
Astarsa permitirá responder a esta pregunta: ¿La creación
de la JTP fue un verdadero proyecto de construcción de un
nuevo poder sindical, o desde su concepción fue pensada
como un mero apéndice de una estrategia militar?
Pese a estas tensiones, la agrupación participó y pro-
tagonizó las masivas movilizaciones sindicales de junio de
1975, un grupo más dentro de un proceso que muestra el
desarrollo que habían alcanzado los gremios combativos.
Las coordinadoras de gremios en lucha, fenómeno de bre-
ve duración pero intenso impacto, podrán ser abordadas
también desde la historia de una agrupación que era vista
como la vanguardia de estos grupos.
Entre nales de 1975 y el verano de 1976 la Triple A
ya había asesinado a algunos de los integrantes de la Agru-
pación y muchos de sus integrantes decidieron militari-
zarse, mientras que otros rechazaron esa posibilidad. Por
ese entonces, el espacio para cualquier tipo de actividad
sindical era prácticamente nulo. ¿Cómo responder a la
gran cantidad de problemas operativosplanteados por
estas decisiones? Numerosos miembros de la agrupación
fueron detenidos el mismo día del golpe, el 24 de marzo de
1976, en un gigantesco operativo en los talleres de Astar-
sa y Mestrina; muchos otros desaparecieron en la primera
mitad de 1976, y para 1977, la mayoría estaban muertos,
desaparecidos, en el exilio o refugiados en el silencio de
ciudades pequeñas del interior.
La toma
Durante los días que duro la
toma, en 1973, los militantes deci-
dieron denirse como integrantes de
la Juventud Trabajadora Peronista,
fundada a mediados de mayo de ese
año. Uno de los organizadores de la
Agrupación, el Chango (Juan Sosa) lo
sugirió en una de las discusiones. Otro
de los referentes de los obreros que ocupaban la fábrica,
el Tano Martín Mastinú, propuso lo mismo en uno de los
viajes en auto entre el astillero tomado y el Ministerio de
Trabajo:
Cuando aparece la JTP apoyándonos en concreto a nadie
se les ocurre cuestionarlos políticamente. También porque
había un reconocimiento hacia algunos de los compañeros,
como el caso del Chango, que tal vez si hubiera dicho otra
cosa, era otra cosa... o no... No si me explico. No si en
verdad existía el espíritu de decir somos JTP.
Porque había mucha gente que ni siquiera era pero-
nista. Estábamos bien todos juntos. Que la experiencia fue
buena, en eso sí acordábamos.
2
El Gayo, otro de los participantes en la toma, muestra en
su testimonio la combinación de pragmatismo y lealtad
personal que orientó el encuadramiento en esa agrupación
política:
Digamos que se llega a la toma y el Chango trae alguno de
la JTP. Se vinieron otras agrupaciones a ofrecer y les dijimos
que no, que ya teníamos... Muchos venían a sacar su tajadi-
Para los miembros de la Agru-
pación se trataba de mantener y
extender las conquistas y construir
conciencia entre el resto de los
trabajadores.
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ta, más grande o más chica, pero alguna tajada se querían
llevar. Y ahí andaba el Puma viejo, ¿no?, para todos lados.
Ya teníamos ese apoyo.
3
Sin embargo, la pertenencia al frente sindical de una or-
ganización guerrillera sin duda traía problemas. Funda-
mentalmente, aquellos derivados de la voluntad de esta de
subordinar la actividad sindical en los talleres a sus obje-
tivos políticos a escala nacional, y como consecuencia, el
aspecto más dramático y vital de estos, es decir las contra-
dicciones que esto planteaba a los militantes sindicales en
sus prácticas cotidianas:
También se empieza a trabar todo, a complicar. Aquí la cosa
es más compleja. Ocurre que la JTP empieza a meterse más,
a querer decidir más (...) Empiezan a aparecer problemas,
¿hacia dónde vamos? ¿cómo seguimos?
La mano por otro lado, se empieza a
poner dura. No era necesario ser vi-
dente para darse cuenta que cada vez
se iba a poner más dura. Había que
pensar hacia dónde íbamos o más
bien... ¿cómo la seguimos?
Porque jate vos, un laburante
que va a la brica y después tiene que
hacer laburo de militante, andar por
todos lados..., es demasiado jetoneo.
Ponele el Tano Mastinú, que va
de aquí para allá, que es responsable de
todo el gremio, y además tener que hacer el
laburo de militante... eso era lo que se discutía un poco... ¿es
conveniente o no?
Primero que lo que signicaba el Tano. Cualquier cosa
que le hubiera sucedido, signicaba una pérdida demasiado
importante para nosotros.
4
En el caso de Mastinú, el Tano, un ejemplo a partir de un
episodio producido durante un conicto en Mestrina de-
sarrollado entre septiembre y diciembre de 1974 evidencia
la armación anterior. En apoyo a los que habían tomado
el astillero, los Montoneros secuestraron al dueño, Antonio
Menín, al que liberaron al poco tiempo. Cuando durante
las negociaciones Mastinú llegó a negociar con este en su
calidad de referente sindical del sindicato para la zona, el
empresario lo reconoció: era uno de los montoneros que
lo habían “apretado. Se trataba de una dualidad de tareas
por lo menos peligrosa y sin duda, un despropósito desde
el punto de vista de sostener un trabajo sindical.
El Polaco, Rubén Díaz, fue un militante que entró a
trabajar a los astilleros Mestrina en 1974, llevado por los
dos referentes (en ese momento) de la Agrupación: el Tano
y el Chango. Para él, que dejó el trabajo en el año 75 por
sus diferencias con la conducción de la actividad sindical,
el hiato fundamental fue entre dos concepciones distintas
acerca de ella:
Se propone otra política a la agrupación que era, hasta
ese momento, una estructura abierta a todo el gremio. Se
plantea, por otra parte, la necesidad de reforzar con cuadros
a la JTP en desmedro de la agrupación. Entonces se da una
confrontación muy fuerte ahí adentro que, creo, la agrupa-
ción no la puede soportar. Es ahí cuando hay oposición y
se dice que aquellos que quieren otro tipo de laburo lo pue-
den hacer, que todo el mundo sabe a quién dirigirse (...) Se
quería que toda la agrupación en bloque, pasara al laburo
militante de la JTP. Esa discusión fue medio liviana, pero
después se dio la otra, muy pesada, en el
club del Rincón de Milberg.
5
En Mestrina, los referentes de los na-
vales eran el Titi Echeverría y el Maca-
co, Hugo Rezek. Para nales de 1974
y el verano de 1975, el Polaco podía
sentir que:
Personalmente me llevaba bien con
ellos. Cuando no hablábamos de polí-
tica andábamos de lo más bien. Pero
cuando metíamos la política en el me-
dio, cagábamos. Nunca tuvimos conictos,
ni de poder, ni de manija, porque no había ese tipo de con-
ictos.
6
La armación del Polaco es clave: si se trata de inte-
grantes de una agrupación sindical, ¿cuáles son las conse-
cuencias de que dos delegados se lleven bien personal-
mente” pero no “políticamente”? ¿A partir de qué cuestio-
nes aparecían semejantes contradicciones?
Disciplinas
Poco después de la toma de Astarsa, en 1973, un nú-
mero especial del periódico Jotatepé reproducía las decla-
raciones de uno de los líderes de la toma:
Ocupamos la empresa porque era el único camino que tenía-
mos ante la muerte del compañero Alessio. Fue la primera
vez que ganamos y eso nos dio conanza a todos, porque
al poder de los patrones, conseguimos oponerle el nuestro.
Ahora la situación en fábrica es distinta: el trato de los ca-
pataces e ingenieros cambió por completo y el obrero ya no
Sin embargo, la pertenencia
al frente sindical de una organi-
zación guerrillera sin duda traía
problemas. Fundamentalmente,
aquellos derivados de la voluntad
de esta de subordinar la actividad
sindical en los talleres a sus
objetivos políticos a escala
nacional (...)
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baja la cabeza; aparte ellos están asustados, porque saben
que en cualquier momento volvemos a reventarlos.
Pero hay otra cosa: después de la toma los compañe-
ros empezaron a sentirse cada vez más identicados con la
lucha, y ahora los temas principales de conversación ya no
son el fútbol, el boxeo, las mujeres; en la fábrica se comenzó
a vivir la política.
7
Casi en tono monacal, una de las expresiones escritas
ociales de la Juventud Trabajadora Peronista establecía
como un logro que “la políticahubiera desplazado a te-
mas evidentemente habituales de conversación en el as-
tillero: el fútbol, el boxeo, las mujeres. Esta antinomia
deriva en gran medida de la construcción de un obrero
ideal por parte de agrupaciones políticas que concibieron
a la lucha obrera como un espacio más
del enfrentamiento político militar
desde el cual organizaban su concep-
ción de la política. Es interesante esta
cuestión pues buena parte de las leal-
tades políticas construidas entre los
trabajadores derivaba precisamente
de compartir este tipo de aciones.
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Ni hablar en cuanto a las reivin-
dicaciones. Aunque formuladas desde
el punto de vista de conquistas de clase,
en las evocaciones de los protagonistas de la toma, los lo-
gros más fuertes aparecen como vindictas personales: por
ejemplo, haber hecho que los jerárquicos retenidos como
rehenes “comieran lo mismo que nosotros. Más paradóji-
co aún: si el argumento de la lucha había sido la insalubri-
dad del trabajo, y la reducción de la jornada laboral a seis
horas una conquista: ¿qué hacer con quienes no entendían
esto como una dignicación del trabajo, y en cambio
como la posibilidad de trabajar el doble (por ejemplo, en
otros talleres, propios o como asalariados) a la salida del
astillero, “para hacer unos mangos más”?
Para Jaimito la lectura clasista estereotipada de la or-
ganización era una tendencia muy fuerte y que planteaba
contradicciones insalvables:
Ahí la cosa se miraba como si se estuviera haciendo la re-
volución y por eso lo disciplinario, lo organizativo. Se hacía
como si ya estuviéramos ahí nomás.
Como que estuviéramos preparando la toma del poder.
Entonces era necesario acostumbrarse a la disciplina, al aca-
tamiento, a la forma organizativa más severa, más rígida
¿no es cierto?
Era, por otra parte, difícil rebelarse... yo no coincidía
con muchas cosas... con muchísimas... Incluso formas que se
deban ante determinados conictos y esos sapos te los tenías
que comer... pero era difícil decir, bueno... no, en esta no me
prendo... era como ser menos...
Y por otro lado uno había contribuido, participado:
largar esto no era fácil...
Uno había puesto muchas cosas ahí... era como re-
nunciar... Y si no era la JTP, ¿qué había? No, no había otra
cosa...
9
Por otra parte, no se trataba solamente de dejar un espa-
cio en el que se había participado, sino de abandonar a
los compañeros de trabajo, a los amigos. El Huguito, Hugo
Rivas, uno de los referentes de la toma del 73, enfrentó un
dilema similar, y decidió seguir, aceptando la opción de
encuadrarse militarmente. Pagó esa decisión con su vida:
Cómo hicieron el círculo, porque si
bien este era un compañero... era un
activista gremial, aunque estaba muy
ligado a la Agrupación, y fueron casi
los últimos compañeros que se integra-
ron (...) Ellos no querían saber nada,
ellos querían seguir participando den-
tro de la Agrupación (...) La discusión
más fuerte fue esa. Hugo era uno de los
que no quería ser incorporado a la Orga.
Después los compañeros deciden no por convicción, sino por
una cuestión de seguir siéndole el al Tano y al Gordo. Acep-
tan para poder mantenerse juntos. Si la Orga baja esto, los
compañeros aceptaron esto, nosotros no nos vamos a que-
brar porque se quiebra la Agrupación.
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Este dilema, por ejemplo, fue el resultado de episodios de
la historia de la agrupación naval que representaron un
punto de inexión en las vidas de los militantes, como su-
cedió en una reunión en Rincón de Milberg donde la con-
ducción les avisó de la inminencia del golpe y les propuso
militarizarse. Eran instancias en las que los trabajadores
debieron responder a propuestas de acción por parte de
la organización que los encuadraba. El número del Evita
Montonera editado para el período abril-mayo de 1976, es-
tablecía las siguientes líneas de acción para los integrantes
del frente sindical de Montoneros:
“El Bloque Sindical del Peronismo Auténtico, integrado
por las agrupaciones y dirigentes representativos de cada
zona, es el instrumento concreto de conducción político-
sindical del Movimiento conducido por Montoneros.
Debe difundir la estrategia de Liberación y Guerra Inte-
gral al conjunto de los trabajadores y sumar a la Resisten-
Aunque formuladas desde
el punto de vista de conquistas
de clase, en las evocaciones de
los protagonistas de la toma, los
logross fuertes aparecen como
vindictas personales:
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cia a los delegados y trabajadores no comprometidos con
la burocracia o la patronal. Con los aliados políticos y los
dirigentes de base impulsará la formación de la CGT en la
resistencia (pág. 31).
La militarización deberá extenderse a la mayor canti-
dad de compañeros de fábrica posible, aunque no integren
la agrupación, hasta constituir piquetes de la defensa por
sección o fábrica.
La línea de acción de las milicias será: 1) Disciplina
estricta en el funcionamiento clandestino y compartimen-
tado; 2) Formación militar teórica, práctica y física del
miliciano; 3) Boicot y sabotaje a la producción en forma
planicada; 4) Hostigamiento de alcahuetes, carneros,
capataces, ejecutivos y patrones; 5) Organización y co-
ordinación de los distintos pelotones para participar en
movilizaciones y operaciones mayores;
6) Participación activa en la cons-
trucción del Ejército Montonero.
La milicia obrera se verá forta-
lecida con la presencia del Ejército
Montonero, a cuyo cargo están las
operaciones de mayor envergadu-
ra como ejecuciones de patronales
represivas.
11
La disciplina de la organización, por otra parte, desconocía
lealtades básicas que a la vez eran las que daban cohesión a
los grupos que se buscaba subordinar a la política militar.
El Chango Sosa, defensor de la línea de trabajo sindical
y que se enfrentaba a las propuestas de militarización (al
punto tal de enfrentarse a sus antiguos compañeros). La
organización lo condenó, pero apeló a uno de sus más cer-
canos amigos para ejecutar la sentencia. En la cita que sigue
se confunden pertenencias y ámbitos de militancia (política
militar y sindical) y, sobre todo, lazos afectivos, materiali-
zados, en algún caso, por hechos fuertemente simbólicos
como la entrega de un arma por parte de un referente:
La cuestión pasaba por: dar la pelea al aparato, con el con-
siguiente desgaste y confusión hacia los compañeros y el
gremio, o abandonar el trabajo. Decidí irme de Astarsa y
del gremio. Ya con la decisión tomada soy citado para una
reunión, no recuerdo si era de JTP o de UBR, creo que ni
ellos lo sabían (...) Había un ambiente espeso, un ambiente
de patota. Se me insiste a que renuncie al cargo de la Agru-
pación y que lo haga público, que me discipline, etc. Y que
les entregue el arma pues se me va a hacer un juicio político
ahí mismo.
Les respondo que a mí los únicos que tienen derecho a
juzgarme son los obreros, que el arma no me la dio la Orga,
que casi todas las armas que hay en esta reunión las regalé
yo, que me voy, y que no intenten detenerme. Creo que me
juzgaron en rebeldía y me condenaron a muerte, pues des-
pués de muchos años, a la vuelta del exilio, la viuda de un
compañero naval me contó llorando que la Orga le había
impuesto a su compañero la infame tarea de matarme. El
compañero hizo una crisis y le contó todo a su mujer. La
nobleza de esos dos compañeros y la delidad al cariño que
siempre nos habíamos profesado abortó el intento.
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Contradicciones vitales
A Martín Toledo, delegado en astilleros Mestrina,
lo secuestraron el 25 de septiembre de 1976 y permanece
desaparecido desde entonces, Chaqueño, hijo de un mili-
tar, a mediados de la década del setenta integraba la Agru-
pación José María Alessio. Se lo llevaron
de una obra en construcción, la nueva
casa que se estaba construyendo:
Él se negaba a tener que irse de su casa
(...) Decía que él tenía que trabajar, y
que tenía su casa. Y que él los proble-
mas laborales los arreglaba en el traba-
jo, los problemas sindicales los arregla-
ba en el sindicato, y que la casa no, no
tenían que venir a su casa. “Si me tienen a venir a buscar,
que me vayan a buscar. Si me van a buscar por algo de lo
que hago, que me vayan a buscar al laburo (...) Cuando
vio que la cosa se ponía mal (...) Rincón era un polvorín,
los camiones entraban y salían Entonces empezó a irse
de la casa, y para irse de la casa, él se había comprado
un terreno donde se estaba edificando una casa, que le
estaba poniendo el techito, que se iban a dormir ahí, y
era a cinco cuadras de la casa (...) Esa es la parte más
terrible de la cosa. Porque un trabajador ¿mo sale de
su casa que le costó tanto esfuerzo? Que tuvo, qué se yo,
... es muy difícil dejar su casa (...) Ellos vinieron de su
provincia, se trasladaron a un lugar, hicieron su casa, o
la iban haciendo de a poco, iban poniendo las cosas que
les gustaban, y después tener que irse (...) Dejar eso para
irse a dónde.
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Toledo se negaba a mudarse ante instrucciones de sus res-
ponsables de la organización Montoneros. No había sido
la primera. Toledo y muchos de sus compañeros habían
tenido una reunión en el Club El Ahorcado, de Rincón de
Milberg, en el verano de 1976, donde referentes montone-
ros les habían advertido de la inminencia del golpe para
instarlos a encuadrarse militarmente en la organización.
Entre otras cosas, esto implicaba recibir una suma para
La disciplina de la organiza-
ción, por otra parte, desconocía
lealtades básicas que a la vez
eran las que daban cohesión a los
grupos que se buscaba subordinar
a la política militar.
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gastos de seguridad, y el abandono de la fábrica, sus pues-
tos de trabajo en los astilleros de la zona:
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Ellos discutieron que ellos nunca iban a recibir plata de la
Orga. Ellos se iban a ir a la casa de un pariente. Nunca iban
a aceptar...porque les parecía que no, que eso no era así. En-
tonces así fue como fue cayendo Martín, que lo vienen a
buscar a su casa, y se lo llevan. Y queda Yoly con sus dos
chicos, y le roban las cosas, le llevan la plata.
A el lo llevaron con ropa de trabajo (...) y al tiempo la
llaman a Yoly para decirle que habían encontrado una bolsa
en el río con un carnet del sindicato (...) la plancha y la ropa.
La citan a la Prefectura y la interrogan.
15
La respuesta de Toledo ante la amenaza represiva surgió
desde su experiencia de clase, desde una
serie de valores y jerarquías que lo lle-
varon a participar en el frente sindi-
cal de una organización armada, pero
que no necesariamente tenían que ver
con los que esta se daba en relación
con los obreros que la integraban.
En la dramática historia de Mar-
tín, el desafío político enunciado por
una organización revolucionaria es res-
pondido desde las experiencias y expectativas de clase de
un trabajador argentino de la cada del setenta. Aunque es
algo que debe hacerse, no es la intención de este texto llamar
la atención sobre las falencias en la conduccn de su lucha
por parte de los Montoneros, ejercicio que en todo caso los
mismos actores deberán en algún momento hacer, proba-
blemente cuando el tiempo permita atenuar el impacto de
episodios tan dolorosos, por su sencillez, como este: para
refugiarse de la represión que como trabajador recibía, visto
como enemigo subversivo integrante de una organización
revolucionaria, Toledo, desde su memoria histórica de tra-
bajador, abandosu casa construyéndose otra, en el mis-
mo barrio, cerca de la que se había levantado inicialmente
cuando dejó su provincia, al igual que miles.
Leer esto sólo desde una falta de recursos o desapren-
sión de la guerrilla por las vidas de sus militantes, es descono-
cer un aspecto central de la historia reciente argentina: que el
golpe de Estado de 1976 fue el episodio inicial de la revancha
de sectores que vieron amenazada su posición de privilegio
social por la movilización de los sectores trabajadores y que
también buscaron revertir un modelo estatal y social instala-
do desde mediados del siglo XX en la Argentina:
¿Cuáles fueron los motivos por los que estas empresas se
involucraron, hasta el extremo de volverse co-responsables,
en la política represiva? Analizando los efectos de la repre-
sión sobre los trabajadores, puede verse que esta tuvo, por lo
menos, dos grandes consecuencias. Un primer efecto tiene
que ver con la transformación de las condiciones de trabajo,
sociabilidad y organizacn en el ámbito de la fábrica (...)
Un segundo efecto de la política represiva se relaciona con
el impacto de estos cambios en cada uno de los contextos
fabriles en las relaciones políticas y sociales a nivel nacional.
La política represiva y la anulación de todo movimiento so-
cial de oposición fue una precondición para la implementa-
ción de un modelo económico que modicó radicalmente
la estructura económica y social argentina, destruyendo las
bases del modelo industrial vigente, para imponer, en cam-
bio, un nuevo modo de acumulación centrado en la valori-
zación nanciera.
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Después del golpe de Estado de 1976, y
de su continuidad estructural durante
las décadas del ochenta y del noven-
ta, no solo Martín Toledo y la mayo-
ría de sus compañeros no están s.
La experiencia de la clase trabajadora
argentina, construida históricamen-
te a partir de episodios fundacionales
como su participación política a partir de
la década del cuarenta, su alto grado de movilización en los
os sesenta y setenta, un nivel de vida y expectativas de
futuro alcanzados en esos años de lucha y crecimiento están
tan desaparecidos como las vidas de muchos de los que los
encarnaron y protagonizaron.
Dar densidad al problema de las relaciones entre la
guerrilla y sus frentes de masas es una forma de hacer justi-
cia a estos muertos, y a sus historias. Una forma de hacerlo
es, apartándose del maniqueísmo, explorar el sesgo clasista
que tiñe las lecturas acerca de los obreros desde hace treinta
o cuarenta años: las de quienes pretendieron conducirlos,
las de quienes los reprimieron, y también las de quienes hoy
escribimos sobre ellos. Retomar la vieja cuestión acerca de
que una historia popular no se dene solo por su objeto,
sino desde el punto desde el cual se mira para escribirla.
Frente a esta voluntad de justicia, el análisis de la expe-
riencia de los actores es una pieza fundamental para evitar
las simplicaciones, que suelen ser, como se quejaba Jaimi-
to, subestimaciones. Una forma de rescatar a los trabajado-
res de esa condición es la de eludir una mirada dominante:
aquella que infravalora y subordina su lucha al análisis de
otras experiencias políticas que participaron del enfrenta-
miento de esos años y lo encarnaron, probablemente, de
un modo más espectacular, pero no necesariamente pro-
porcionalmente radical. Las lecturas acerca de los setenta
Dar densidad al problema de
las relaciones entre la guerrilla
y sus frentes de masas es una
forma de hacer justicia a estos
muertos, y a sus historias.
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Revista de Historia OralRevista de Historia Oral
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se concentran abrumadoramente en la experiencia de las
organizaciones armadas.
Es un buen momento de preguntarse el sesgo clasis-
ta de estas interpretaciones. Esto implica varias cosas: por
caso, revisar la composición social de la guerrilla y de sus
frentes de masas. Relativizar, para cuestionar, lecturas de la
época que responsabilizan a las conducciones guerrilleras
por un derroche desaprensivo de vidas humanas, sobre todo
porque esto trae aparejada la construcción de que quienes
arriesgaron sus vidas fueron títeres llevados al matadero por
irresponsables que se salvaron.
Además de inexacto, esto es fundamentalmente injus-
to. Si algo hubo de esto, mucho más hubo de compromisos
traducidos en actitudes vitales. El rescate mediante el análi-
sis de las historias de vida de los trabajadores es un acto de
justicia a la memoria de tantos que no tienen la posibilidad
hoy de defenderse de las interpretaciones que escribimos
sobre ellos.
Al mismo tiempo, pensar hasta qué punto al concen-
trarnos en lecturas acotadas sobre las formas de la lucha
política en los años setenta nos colocan como funcionales a
sectores sociales dominantes. Hacerlo coloca en un segun-
do lugar a los principales culpables de la tragedia argentina:
los que se benecian del país reestructurado a sangre y fue-
go entonces, en el que la casa inconclusa de Martín Toledo
es el cimiento de una villa miseria.
No solo se trata, entonces, de no subestimar a Jaimi-
to y a sus compañeros. Según la feliz expresión de Pablo
Semán, ciertos saberes y experiencias populares, como un
bajo continuo, perduran y sostienen identidades a lo largo
del tiempo. Veinte años antes de las palabras de Jaimito ante
los docentes, y diez después del feroz golpe del 76, el sindi-
calista Germán Abdala, que se había formado militando en
el sindicalismo de los años setenta y durante la dictadura, y
fue uno de los fundadores de la CTA, también reivindicaba
el lugar de los trabajadores para pensar el país, en una entre-
vista televisiva de mediados del ochenta con palabras muy
similares, tanto que me ilusiona pensar en acordes del mis-
mo bajo: el de la experiencia de los trabajadores. Lo entre-
vistaban, también, dos “históricos, pero del establishment
económico, Bernardo Neustadt y Mariano Grondona:
Neustadt: –Abdala, en vez de ser un dirigente gremial, pa-
rece un intelectual, folklórico, losóco. Doña Rosa está di-
ciendo: ¿este me representa a mí?
Abdala: –Y también, no hay que subestimarnos. Los traba-
jadores no necesitamos estar en mameluco y pedir nada s
por el salario, queremos opinar sobre el país también.
Grondona: –Lo que pasa es que nosotros no quisimos cre-
cer, Abdala, no quisimos porque no hicimos el esfuerzo.
Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
* Esta es una versión actualizada y modicada de Federico Lorenz, “No
nos subestimen tanto. Experiencia obrera, lucha armada y lecturas de
clase. En Lucha armada en la Argentina, Año 3, N ° 8, abril de 2007.
Correo electrónico del autor: federicoglorenz@gmail.com
1
Entrevista abierta a Luis Benencio y Carlos Morelli, Cátedra Abierta,
CePA, 7/10/2006.
2
Luis Benencio, en CET, Navales, p. 51. Se trata de un manuscrito inédito
que contiene la desgrabación de una mesa redonda entre tres trabajadores
de los astilleros de la zona del Tigre, realizada en 1988.
3
Ídem, p. 54. Mi subrayado.
4
Ídem, p. 66.
5
Rubén Díaz, en CET, Navales, p. 72.
6
Ídem, p. 73.
7
Jotatepé, Año I, N° 1, 1a. quincena de octubre de 1973, p. 2.
8
De hecho, en muchos casos tales aciones sirvieron políticamente a los
intereses de la organización militar. Uno de los líderes de los navales tenía
una relación amorosa extramatrimonial con la secretaria de uno de los
gerentes de Astarsa. Esta le comenque por encargo de su jefe estaba
topeando listas de activistas para entregar a la comisaría de la zona. En
respuesta, los referentes de la agrupación amenazaron a los dueños del
astillero diciendo que tenían información al respecto, desatando una
verdadera paranoia acerca de que los Montoneros realizaban escuchas
telefónicas en el nivel más alto de la empresa, que cambió sus líneas.
9
CET, Navales, p. 79.
10
María Runa Gastón (2003), testimonio brindado al Archivo Oral de la
Asociación Civil Memoria Abierta.
11
Evita Montonera, Año 2, N° 13, abril-mayo 1976, p. 32
12
Juan Sosa, comunicación personal, 20 de julio de 2004.
13
María Runa Gastón (2003), testimonio brindado al Archivo Oral de la
Asociación Civil Memoria Abierta.
14
Conviene tener presente que más allá de dar este consejo, la organización
solo dispuso de recursos para dar seguridad a uno de sus militantes,
Hugo Rivas, que fue secuestrado el mismo día que iba a mudarse. Las
columnas Norte y Sur de Montoneros habían manifestado la necesidad
de descentralizar la organización y proveer recursos para proteger a los
militantes, lo que fue visto por la Conducción Nacional de Montoneros
como una pérdida de poder.
15
María Runa Gastón, entrevista citada.
16
Basualdo, Victoria, Complicidad patronal-militar en la última dictadura
militar. Los casos de Acindar, Astarsa, Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y
Mercedes Benz, Buenos Aires, FETIA, marzo de 1996, pp. 24-25.
17
20 de noviembre de 1986, en el Programa Hora Clave. En Jorge Giles,
Los caminos de Germán Abdala, Buenos Aires, Colihue, 2000, p. 71.
Abdala: –No, aquí crecimos, este fue un país con justicia,
con equidad, donde hubo salud, hubo educación, hubo vi-
vienda, hubo distribución de los ingresos, y después... des-
truyeron todo.
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