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Voces Recobradas
4
Patrimonio
tangible
e intangible:
nuevos desafíos
Voces de
Buenos Aires
Liliana Barela
Dirección General
Patrimonio e Instituto
Histórico
E
l patrimonio es un espacio dentro del campo de
la cultura, resultado de procesos sociohistóricos
a nivel macro y microsocial en los que participan
grupos que ocupan diferentes posiciones en la so-
ciedad y desarrollan estrategias con el fn de imponer sus
puntos de vista e intereses.
Se convirtió en un valor estratégico durante el siglo XX,
al calor de la construcción de Estados nacionales que se rea-
lizaba bajo la tensión de un doble mandato: por un lado, la
fe en el progreso pretendía hacer tabla rasa sobre el pasado
tradicional, y por el otro, la afrmación de nacionalidades
requería de un pasado y de raíces culturales comunes para
poder legitimarse los famantes Estados.
Este era el contexto de Francia cuando se desarrolló
un movimiento promovido desde el gobierno por especialis-
tas de la academia interesados en preservar monumentos
y conjuntos históricos y artísticos considerados elemen-
tos únicos, destacables, irrepetibles, representativos desde
sus particulares criterios históricos y estéticos, que de este
modo universalizaban.
1
El poder político y los expertos monopolizaron la le-
gitimidad cultural por largo tiempo mientras el patrimo-
nio se cristalizaba en objetos (edifcios, monumentos, etc.).
Pero las últimas décadas del siglo XX impulsaron muchas
transformaciones en la concepción de patrimonio. Junto a
los bienes materiales y objetos, se sumaron al espacio patri-
monial otros productos culturales “inmateriales”. La idea
de patrimonio se hizo más compleja y dinámica y se agu-
dizaron viejas problemáticas, por ejemplo, qué cosas y con
qué criterios patrimonializar, y al hacerlo, en qué medida
se “congela” atentando contra el carácter dinámico de la
cultura.
Al mismo tiempo, surgieron líneas de pensamiento
que confrontan el carácter absoluto de la mirada del cientí-
fco o experto, al considerar a la sociedad como protagonis-
ta de la cultura y dadora de valor social a los bienes. Desde
esta perspectiva se postula que, en la toma de decisiones
sobre el patrimonio, debe tenerse en cuenta la opinión de
distintos colectivos sociales sobre la signifcación y el senti-
do que tienen para ellos un bien o una expresión cultural.
Actualmente, se acepta que las prácticas preserva-
cionistas se ejercen desde el presente hacia el pasado, me-
diante un proceso de selección a cargo de actores sociales
considerados autorizados para determinar entre todos
los bienes o expresiones culturales cuáles son signifca-
tivos y relevantes para constituir el acervo patrimonial.
Esto signifca que el patrimonio se produce activamente,
y que cada bien o expresión cultural al instituirlo adquie-
ren una signifcación que los diferencia de otros objetos o
prácticas culturales.
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Revista de Historia Oral
5
(...) los documentos interna-
cionales no resuelven ni agotan
los problemas que presenta la
noción de patrimonio inmate-
rial, pero sí son instrumentos
indispensables y una base para
el debate (...)
tos aspectos (oralidad, condición de riesgo de desapari-
ción, culturas minoritarias, autóctonas, desarrolladas en
territorios y culturas originarias, vinculadas al pasado, de
origen genuino) que fueron institucionalizando una no-
ción de patrimonio inmaterial restringida al espacio de las
culturas populares y tradicionales. Y si bien algunos de es-
tos aspectos han sido secundarizados a partir de 2003 en
las redefniciones de la UNESCO, muchos de ellos siguen
primando a la hora de declarar en la práctica Patrimonio
de la Humanidad a determinados bienes. Se trata de ideas
tales como la transmisión de generación a generación, o
la autenticidad, que promueven un imaginario de escaso
o inexistente dinamismo de los sectores
sociales involucrados, bastante cer-
cano al de “reserva cultural”. Esto no
condice con los desarrollos actuales
de las ciencias sociales que sostienen
una noción de cultura más dinámi-
ca, inmersa en la confictividad de las
relaciones sociales y del poder, y que
enfatiza en la producción, circulación,
reproducción y transformación de
signifcados y sentidos.
En consecuencia, los documentos internacionales no
resuelven ni agotan los problemas que presenta la noción
de patrimonio inmaterial, pero sí son instrumentos indis-
pensables y una base para el debate de cuestiones centra-
les como: ¿Qué relación existe entre patrimonio material
e inmaterial? ¿Cuáles son los criterios válidos para evaluar
qué es lo que hay que considerar patrimonio? ¿Qué pro-
cedimientos son más adecuados y quiénes son los actores
que participan (o deberían participar) en los procesos de
patrimonialización?
Lo material y lo inmaterial: las dos caras del
patrimonio
La inclusión de bienes culturales intangibles amplió sig-
nifcativamente el espectro de expresiones culturales pa-
trimonializables. Pero no se trata solo de sumar otro tipo
de bienes culturales a la tradicional lista de objetos mate-
riales, sino de repensar el propio concepto de patrimonio,
en el cual siempre estuvieron presentes (explícita o im-
plícitamente) los elementos materiales y los inmateriales.
Aunque a simple vista, durante largo tiempo el patrimo-
nio estuvo restringido a “objetos” (edifcios, obras de arte),
se debe señalar que su importancia no residía tanto en la
El patrimonio inmaterial en la normativa
La UNESCO acompañó los cambios de las últimas déca-
das. Revalorizó saberes y prácticas de distintos grupos que
fueron incluidos en la defnición de patrimonio cultural
inmaterial, lo que amplió notablemente la concepción uti-
lizada tradicionalmente que se circunscribía a objetos (edi-
fcios, monumentos, obras de arte) considerados de valor
histórico-cultural.
La adopción de la Convención para la Salvaguarda del
Patrimonio Cultural Inmaterial fue la culminación de una
larga indagación sobre la función y los valores de las prácti-
cas y expresiones culturales, así como sobre los monumen-
tos y sitios. El caso de Bolivia dio lugar a
reuniones, refexiones y programas, y
se emprendieron múltiples proyectos.
Uno de ellos es el Tesoros Humanos
Vivos (1994) que tiende a fomentar la
creación de sistemas nacionales que
otorguen reconocimiento ofcial a los
que posean conocimientos y lleven a
cabo prácticas ligadas a las tradicio-
nes, promoviendo la capacitación de
nuevas generaciones en esos conoci-
mientos y técnicas. Otro es el de Obras Maestras del Pa-
trimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad (1997/1998),
que por medio de los sistemas de listas trataba de divulgar,
exaltar y salvaguardar determinados elementos; y el de
Lenguas en Peligro, que busca promover y salvaguardar las
lenguas en peligro y la diversidad cultural.
La necesidad de contar con un instrumento norma-
tivo culminó con la Convención que entró en vigor el 20
de abril de 2006 y que afrma que el Patrimonio Cultural
Inmaterial se manifesta, en particular, en los ámbitos de
tradiciones y expresiones culturales, incluido el idioma, ar-
tes del espectáculo (como la música tradicional, la danza y
el teatro), usos sociales, rituales y festivos, conocimientos
y usos vinculados con la naturaleza y el universo, técnicas
artesanales tradicionales. En síntesis, se trata de los usos,
representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas
que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los in-
dividuos reconozcan como parte integrante de su patrimo-
nio. Si bien celebramos estos avances, la tarea que tenemos
por delante es larga y compleja.
La defnición de bienes patrimoniales inmateria-
les aparecía en los primeros documentos suscriptos en la
UNESCO desde la década de 1960, pero enfatizaba cier-
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Voces Recobradas
6
materialidad, sino en el valor adjudicado por las repre-
sentaciones simbólicas de algunos grupos sociales, en
especial los gobiernos y expertos. Es decir, la noción de
patrimonio involucró desde siempre el elemento “intan-
gible” que convierte un mero objeto en un bien cultural
patrimonializable. Y a la inversa, cuando en la actualidad
pensamos en el patrimonio cultural inmaterial, debemos
preguntarnos en qué medida puede prescindir de la ma-
terialidad, porque ¿cómo preservar aquello que no pode-
mos tocar? La respuesta más inmediata es “convertir lo
intangible en soportes tangibles”, y seguidamente nos ve-
remos obligados a defnir cuáles son elementos materiales
que –en cada caso– resultan un soporte adecuado para
preservar lo inmaterial.
Actores y disputas en la construcción
patrimonial
Lo dicho nos remite a otro interrogan-
te: ¿quiénes son o quiénes deberían
ser los actores que participen en los
procesos de patrimonialización?
Los poderes públicos y los exper-
tos tienen, sin duda, un papel funda-
mental. Pero también existen otros,
como los contrapoderes y ciertos sec-
tores de la sociedad civil (mediadores
culturales) cuyo peso en las decisiones
se incrementa en la medida de su capital cultural que es el
que les otorga legitimidad y capacidad para poder activar
ese patrimonio.
2
En el plano estatal, más allá de la voluntad y orien-
tación política de cada gobierno, participan distintas ins-
tancias institucionales con objetivos y miradas diferentes:
las dedicadas a la cultura y al turismo, las encargadas de la
infraestructura urbana y el espacio público o instancias del
Poder Legislativo. También, como se trata de un terreno in-
terdisciplinario, involucra a profesionales de distintas dis-
ciplinas (arquitectos, sociólogos, arqueólogos, museólogos,
antropólogos, especialistas en conservación y restauración,
etc.). A todo ello se suma el papel de organismos interna-
cionales, organizaciones no gubernamentales (juntas his-
tóricas o por la memoria, asociaciones vecinales, asociacio-
nes amigos de museos etc.), empresas ligadas al negocio del
turismo, el arte u otros bienes culturales (galerías de arte,
coleccionistas) y movimientos sociales ligados a diversos
colectivos (pueblos originarios, artistas, inmigrantes, mi-
grantes internos).
Ahora bien, estos diferentes agentes sociales no tienen
el mismo grado de incidencia dado que se encuentran posi-
cionados en el campo de manera diferencial y desigual, de
acuerdo con el volumen y la composición de su capital infor-
macional, económico y simbólico. Ello incidirá en la mayor
o menor legitimidad, autoridad o capacidad para participar
en las disputas, en especial, en el momento de defnir qué
bienes o expresiones culturales serán patrimonializados, o
cuáles son los criterios válidos para seleccionarlos o estable-
cer las formas de su protección, preservación, salvaguarda, o
qué relaciones entablan con la identidad y la memoria colec-
tiva, etc. En síntesis, el patrimonio está lejos de ser un ámbito
neutro, de coincidencias y defniciones cerradas; se trata más
bien de un espacio de disputas, tensiones, confictos, alian-
zas provisorias y precarias. No hay que olvidar que en la po-
lémica sobre la signifcación del pasado y sobre los criterios
de preservación están también en juego
los sentidos y los intereses del presente,
el valor, la seguridad y accesibilidad de
bienes actuales de toda la sociedad.
3
Memoria e identidades,
diversidad y cambio cultural
Si aceptamos que el patrimonio es un
espacio de disputa, debemos aceptar
que la toma de posición respecto del
mismo siempre refere a algún posicio-
namiento político-ideológico. Ya en 1987, García Canclini
destacaba que la investigación, la restauración y la difusión
del patrimonio no tienen por fn central perseguir la au-
tenticidad o restablecerla, sino reconstruir la verosimilitud
histórica. Por lo tanto, toda operación científca o pedagó-
gica sobre el patrimonio es un metalenguaje: no hace ha-
blar a las cosas, habla “de” y “sobre” las cosas. Por eso, la
política cultural respecto del patrimonio no puede aferrar-
se al primer sentido de los productos culturales. Todo lo
que pertenece al pasado necesita articular la recuperación
de la densidad histórica que incluye los signifcados recien-
tes que generan las prácticas innovadoras de la producción
y el consumo. En fn, la preservación de los bienes cultura-
les nunca puede ser más importante que la de las personas
que los necesitan para vivir.
El problema no reside en cambiar o no las imáge-
nes tradicionales, sino con qué criterios se modifcan y
quiénes lo deciden ¿los artesanos, los intermediarios, los
consumidores?
4
, y también ¿cómo incluir el dinamismo
propio de las culturas?
En síntesis, el patrimonio está
lejos de ser un ámbito neutro,
de coincidencias y definiciones
cerradas; se trata más bien de un
espacio de disputas, tensiones,
conflictos, alianzas provisorias y
precarias.
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Revista de Historia Oral
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Podemos tomar el ejemplo referido a la lengua. En un
trabajo de Armando Minguzzi
5
se analizan dos posiciones
frente a las incidencias culturales de la llegada de inmigra-
ción proveniente de distintos países a la Argentina, la ex-
presada en el
Diccionario de Barbarismos Argentinos y otros
excesos de la misma nacionalidad
, publicado en 1896 de
Juan Augusto Turdera y el
Diccionario Argentino
de Tobías
Garzón, que data de 1910. El autor encuentra que el primer
libro citado deposita la legitimidad lingüística en la gramá-
tica y las reglas dictadas por la Real Academia, sobre la base
de las cuales diferencia lo correcto de los barbarismos, ne-
gando toda productividad lingüística a los contingentes de
inmigrantes, es decir, elige la norma frente al uso y adopta
una postura conservadora que refeja la ideología defensiva
de las clases dirigentes argentinas atemorizadas por el avan-
ce social de algunos inmigrantes.
Diferente es la postura de Tobías
Garzón que construye una noción de
lengua legítima que tiene en cuenta la
presencia de la inmigración, reconoce
los términos de raíz extranjera como
parte de nuestra realidad lingüística
y legitima el empleo de palabras por
su uso. En este caso, la lengua nacio-
nal (argentina) integra los aportes de
la inmigración y adopta característi-
cas particulares que se defnen frente a
lo peninsular. Concluye Minguzzi:
“Es una cuestión de abandonar la idea de que una
cultura nacional es un núcleo que atraviesa la historia
manteniéndose idéntico y empezar a pensarla como un
espacio de intercambio de signifcados. En base a esto, la
lección de Garzón nos debe servir, a futuro, para pensar
la preservación de nuestro léxico como un recorrido
por la pluralidad de voces que nos habita en tanto argen-
tinos. (…) será, en defnitiva, reconstruir orgullosamente
todas las instancias de dialogo que nuestra cultura fue
capaz de generar.”
6
Esto es especialmente importante de analizar en la
actualidad. En las últimas décadas se produjo una interac-
ción creciente y transacciones de todo tipo: circulación de
mensajes, dinero, infuencias culturales, mercancías, per-
sonas, pero también un aumento de contradicciones entre
una gran concentración del poder de decisión económico,
político e informativo, y un aumento de las desigualdades
y asimetrías entre países y en el interior de cada sociedad.
Todo ello produce y producirá nuevos confictos.
7
El impacto de estas asimetrías recae sobre todos los
ámbitos: economía, política, desarrollo tecnológico y cul-
turas. La desposesión cultural ha sido una estrategia sim-
bólica efcaz, históricamente utilizada por las potencias. La
dominación nunca se redujo a la violencia física y material,
a la propiedad o al control de los medios de producción,
también recayó sobre la cultura en tanto espacio de cons-
trucción de identidades y memoria, y por ende, de resis-
tencia.
Eduardo Galeano en su libro
Memorias del fuego
re-
produce la Orden de Areche (Cuzco, 1781) que prohibía a
los “indios” el uso de los trajes de “la gentilidad, y especial-
mente los de la nobleza de ella, que sólo sirven de represen-
tarles los que usaban los antiguos Incas, recordándole me-
morias que nada otra cosa infuyen que en conciliarles más
y más odio a la nación dominante (…)”.
8
La orden de Areche es directa en su
violencia y clara en sus objetivos, pero
durante el siglo XX se han utilizado
otras formas más sutiles para alcanzar
la hegemonía cultural. Y en las últimas
décadas, estas modalidades se han po-
tenciado y reforzado con los cambios
económicos y los avances tecnológicos
que convirtieron al mundo en un úni-
co espacio de comunicación global.
La gran fragmentación social y la crisis
del trabajo y la ideología como referentes de la identidad
han sido en parte reemplazadas por la pertenencia cultural
dando lugar a un resurgimiento de expresiones culturales
que parecían en proceso de desaparición.
Ahora bien, ¿debemos patrimonializar solo aquello
que está en riesgo de desaparecer? ¿No es la propia pa-
trimonialización un intento de actualizar y revitalizar la
herencia cultural? Y cuando esa revitalización se produce,
¿debemos “congelar” los fenómenos culturales en formas
patrimoniales legitimadas o acompañar los procesos de
cambio de la dinámica cultural restituyendo su densidad
histórica que incluye estrategias de hegemonía y contrahe-
gemonía cultural?
Hoy el patrimonio cultural alcanzó un estatus central
como referente del debate sobre la construcción de identi-
dades y memorias. Si la idea de patrimonio nació ligada a
la creación de los Estados nacionales como intento de ho-
mogeneización del pasado según la visión de los sectores
sociales hegemónicos, ahora y cada vez con mayor intensi-
dad, aparecen los reclamos de minorías (étnicas, religiosas,
La dominación nunca se redu-
jo a la violencia física y material,
a la propiedad o al control de los
medios de producción, también
recayó sobre la cultura en tanto
espacio de construcción de identi-
dades y memoria, y por ende, de
resistencia.
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Voces Recobradas
8
culturales) y de las instancias locales (ciudades, munici-
pios, localidades) que buscan en el patrimonio sus rasgos
distintivos para la construcción de un nosotros diferente.
La Ciudad de Buenos Aires y la importancia
de los actores sociales
La Ciudad de Buenos Aires no ha sido ajena a los procesos
vividos por el mundo en las últimas dos décadas. Además
del aumento de desigualdad social y económica, ha sido es-
cenario de la globalización comunicacional, de la multipli-
cación de la diversidad cultural y de crisis de identidades.
Todo ello ha repercutido en el ám-
bito del patrimonio cultural. La lista
de festividades que tienen lugar en
distintos barrios de la Ciudad de Bue-
nos Aires incluye actualmente prácti-
cas culturales tan diferentes como las
de comunidades originarias de países
hermanos como Bolivia, o tan lejanos
como China. ¿Estas expresiones con-
servan el mismo sentido y forma que
las prácticas de sus lugares de origen
o son reconstruidas y resignifcadas en el
nuevo contexto? ¿De qué modo van integrando la cultura
de la Ciudad de Buenos a medida que son institucionaliza-
dos por las propias comunidades? No hay duda de que los
procesos de patrimonialización deberían llevarse a cabo
con la participación de los actores más cercanos a lo que
queremos preservar, pero si recordamos que esos actores
son portadores de distintas cuotas de capital económico,
social y simbólico ¿en qué medida están todos en igualdad
de condiciones de actuar positivamente en los procesos de
patrimonialización?
Dos casos de la Ciudad de Buenos Aires demuestran
la importancia del contexto histórico y social en la valori-
zación del patrimonio. El primero de ellos fue un proyecto
generado por el Estado vinculado al Puente Alsina (decla-
rado Patrimonio de la Ciudad). Ese puente de estilo neoco-
lonial fue construido en la década de 1930 y está emplaza-
do sobre el Riachuelo, en uno de los pasos más antiguos de
entrada a la ciudad que une dos barrios populares emble-
máticos: Pompeya del lado de Capital y Valentín Alsina del
lado del Conurbano bonaerense. La iniciativa consistía en
la recuperación de todo un itinerario de la ciudad, e incluía
–entre otras acciones– la creación de una biblioteca virtual
para uso de los adolescentes del barrio. Pero fracasó por-
que el tejido social lastimado por la pobreza de la zona no
permitió que el proyecto se instalara en el imaginario del
barrio. Una vez fnalizada la gestión política se abandonó
el proyecto.
Diferente fue el caso de Los Angelitos, viejo café del ba-
rrio de Balvanera al que los vecinos habían prestado escasa
atención en las últimas décadas; cerró a principios de los 90
y se proyectó su demolición. En esa época se comenzaban
a sentir los efectos de las políticas neoliberales tanto en lo
económico y social como en lo cultural, cuya expresión más
evidente fue la homogeneización global. Los cafés de Bue-
nos Aires, tan vinculados a su tradición y al tango, se iban
convirtiendo rápidamente en cadenas
de “pizza-café” difíciles de distinguir
unos de otros. Es entonces cuando
añosos bares son revalorizados por
algunos grupos que los ven como nú-
cleos culturales de identidad porteña
y barrial. Nosotros hicimos un taller
de historia oral para indagar sobre la
emergencia de esta “nueva” actitud. De
esa investigación surgió que Los Ange-
litos no parece haber mostrado ningún
esplendor ni haber ocupado un lugar espe-
cial en su propio barrio en las tres décadas anteriores:
(…) Si bien lo conocía de paso al café porque iba de vez en
cuando a tomar algún café o a reunirme con algún amigo
pero nada más. Nunca le dí la importancia que tenía el Café
de los Angelitos. (Carlos)
Era también como un poco antiguo para uno, en la época
que iba… entré a veces a la tarde (…) Era un café que a mí,
la idea que me daba, era que estaba bastante vacío siempre.
(Carmona)
Fueron el cierre y la posibilidad de demolición los hechos
que dispararon la necesidad de su presencia y el proceso de
construcción de memoria que tenía el lugar como anclaje
de identidad:
(…) Lo vi cuando lo estaban tirando… Sentí una cosa rara,
¡qué faltaba algo! Cuando miraba faltaba algo… porque
siempre pasaba del colegio y miraba… y ¡ahora no hay
nada! (Emiliano)
La directora me dijo: ¡Eloísa! Se le cayó el boliche… y me
vine, me vine para acá… y lloraba… desesperada. Estuve
La lista de festividades que
tienen lugar en distintos barrios
de la Ciudad de Buenos Aires
incluye actualmente prácticas
culturales tan diferentes como las
de comunidades originarias de
países hermanos como Bolivia, o
tan lejanos como China.
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Revista de Historia Oral
9
como quince días llorando (…) Para mí es como la muerte.
(Eloísa)
Vecinos, escuela, entidades barriales, se organizaron y die-
ron una batalla de resistencia cultural convirtiéndolo en
un emblema de identidad local. Comenzó como un pro-
yecto de escuela, aglutinó vecinos; en 1996 se constituyó la
Asociación de Amigos del Café Los Angelitos que lograron
la promesa de no demolición.
La movilización se sostuvo en el tiempo, alcanzó más
de una gestión política y logró la sanción de normas que
impidieron la desaparición del café. Hoy ha sido “recons-
truido” y, como era de esperar, no se trata del bar de antes
ni el que esperaban los vecinos (si es que ese “antes” pudie-
ra defnirse y congelarse, o si los vecinos esperaran todos
lo mismo). Lo cierto es que Los Angelitos existe y fgura
en el itinerario turístico, con todo lo que ello signifca,
incluida la cena show. Pero retiene algunas marcas que
dan cuenta de la batalla librada por los vecinos. Junto al
café, el restaurante y los espectáculos de tango, los veci-
nos obtuvieron un espacio cultural en el que se reúnen y
organizan sus propias actividades. Queda pendiente la
evaluación del sentido de estas “reconstrucciones” donde
se cruzan distintas memorias, expectativas, e intereses.
Lo que no tiene discusión es que el actual café Los Ange-
litos no existiría si no hubieran participado en su defensa
los grupos barriales.
A favor y en contra del turismo cultural
El caso que acabamos de mencionar deja planteada la rela-
ción entre patrimonio y turismo. El turismo estandarizado
“sol y playa” ha cedido espacio a un turismo “ecológico, de
aventura, y cultural”
9
, que tiene una estacionalidad menos
marcada, índices
per cápita
más elevados y la posibilidad
de volver rentable el patrimonio cultural.
Pero aquello que potencialmente puede ser estímu-
lo para el reconocimiento y preservación de patrimonios
materiales e inmateriales, en ocasiones se torna problemá-
tico. En especial, cuando para captar distintos contingen-
tes turísticos, la diversidad cultural es tratada en clave de
exotismo, resaltando particularidades y patrimonios, pero
ocultando confictos. O también cuando el patrimonio va-
lorizado, no solo en función de identidades locales, sino
como recurso económico que genera competencias, por
ejemplo entre ciudades, por quién ofrece bienes y expresio-
nes culturales inmateriales más atractivos al nuevo merca-
do internacional del turismo.
La ciudad de Santa María, ubicada en el noroeste de
la provincia de Catamarca, forma parte de los Valles Cal-
chaquíes pero no integraba el circuito más visitado por los
turistas. La Secretaría de Cultura y Turismo local desarro-
lló medidas a fn de convertir a Santa María en un “destino
atractivo” y entre otros emprendimientos, se realizó una
obra escultórica que representa a la Pachamama, encarga-
da al escultor Raúl Guzmán. La iniciativa despertó polé-
mica entre la población local que demostró su indignación
frente a los funcionarios actualizando creencias que, has-
ta el momento, los propios habitantes no habían asumido
como propias sino adjudicadas a los de “las sierras”.
El monumento es una escultura de ocho metros de
altura que representa a la fertilidad que emerge de la tie-
rra: una mujer voluptuosa, desnuda, embarazada, con las
manos sobre su vientre y la cabeza orientada hacia el cielo,
ubicada sobre un montículo de piedra donde aparecen f-
guras de la iconografía de la región: suri o ñandú, la ser-
piente y los sapos. Los habitantes de Santa María rechazan
el monumento porque la Pachamama es concebida por
ellos como una anciana portadora de experiencia y sabi-
duría. Por otro lado, la imagen –cercana a la de una madre
idealizada, generosa y fecunda– no coincide con la de los
habitantes de las áreas andinas, para quienes la genero-
sidad está estrechamente vinculada con las relaciones de
reciprocidad entre los hombres y las divinidades. En esta
cosmovisión andina, la generosidad de la Pachamama se
convierte en rencor y venganza de no realizarse las ofren-
das correspondientes.
A las discusiones en torno a la imagen, su signifca-
do y su representatividad, se sumó el conficto entre el go-
bernador de la provincia de Catamarca y el de su vecina
Tucumán. Después de la inauguración del monumento, el
gobernador de Tucumán opinó públicamente que se deben
respetar las culturas de los pueblos del Valle Calchaquí y
que, apropiarse de la cosmovisión sobre la Pachamama es
toda una imprudencia, porque todos saben que Amaicha
del Valle (localidad de jurisdicción tucumana) es donde
históricamente se venera a la Madre Tierra. En síntesis,
acusó a las autoridades de Catamarca de usurpación de
identidad.
Estos hechos deben interpretarse en el marco de que
los gobernadores pertenecían a diferentes partidos, y que ya
tenían confictos en torno de los límites interprovinciales
y las explotaciones mineras. Mientras tanto, ajenos a estas
controversias, los turistas pasan por Santa María y se retra-
tan junto a la escultura, convencidos de que se trata de la
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Voces Recobradas
10
Pachamama, y contribuyendo a cristalizar esta imagen. Las
diferentes versiones de la Pacha y su culto fueron homoge-
neizados, convertidos en “producto cultural”, y vendidos
como tales, creando un sitio hiperlocalizado de referencia
cultural para los visitantes.
10
Algo semejante sucede con la
recuperación del pasado incaico en versión idílica, descon-
fictiva y cristalizada de los folletos entregados a los turis-
tas, en los cuales no hay mención a la resistencia de los cal-
chaquíes a los incas, ni los ciento treinta años de resistencia
frente a los españoles.
Diferente es la propuesta intercultural de Ava Gua-
raníes cuya comunidad elaboró un proyecto turístico au-
togerenciado que ofrecía conocer la naturaleza de la zona
donde viven, asesorando a los turistas y entrando en contac-
to con ellos. Su requerimiento era que la actitud del turista
fuese de “visita”, y no la de ir a ver objetos exóticos. Visitar es
ir a ver a alguien a su casa, por cortesía, amistad o cualquier
otro motivo, con respeto y en busca de un
encuentro, de un acercamiento que les
permita conocerse mutuamente.
En el presente, el debate por el
reconocimiento de los derechos abo-
rígenes a la propiedad de la tierra o la
propiedad del patrimonio cultural y
arqueológico son aspectos que colabo-
rarían a la revalorización del pasado.
Pero en las condiciones sociohistóricas
de asimetría de poder material y simbólico, se corre el ries-
go de fjar el pasado y el presente de estas comunidades en
representaciones que hacen percibirlas como si se tratase de
una “especie extraña” o un “recurso no renovable”.
La importancia de la transformación de percepciones
culturales está relacionada con la producción de memorias
y por ello es importante hacer seguimientos que permitan
evaluar el desarrollo, el impacto y las consecuencias de
cada gestión de este tipo.
Identidad, patrimonio e historia oral
El efecto de las declaratorias de patrimonio no se limita a la
“preservación” de lo existente, también se convierte en uno de
los referentes en la construcción de identidades y memorias.
La identidad es un proceso de construcción continua,
no obstante, habitualmente sus defniciones son “esencia-
listas”, referen a un “ser” que se mantiene inmodifcable a
través del tiempo. Además de erradas, estas concepciones
sirven a determinados intereses porque la identidad es un
proceso de clasifcación y representación social (nomina-
ción y establecimiento de rasgos distintivos y diferencia-
dores de los grupos) que determina la mirada de los otros
sobre ese “nosotros”. En realidad, todos y cada uno de no-
sotros pertenecemos a varios grupos con los que podemos
identifcarnos (de edad, género, profesión, trabajo, cultura-
les, nacionales, locales, regionales) y circulamos enfatizan-
do una u otra identidad según el interlocutor y las circuns-
tancias. Podemos referirnos al “porteño” (habitante de la
Ciudad de Buenos Aires) señalando ciertas características
distintas de los habitantes de otras provincias que, a su vez
se diferencian entre sí. Pero también, entre porteños po-
demos distinguirnos según vivamos en diferentes barrios
(Pompeya, Boedo, Belgrano), y un viaje al exterior nos en-
contrará a todos identifcándonos como argentinos. Del
mismo modo, un inmigrante de Bolivia es, generalmente,
“boliviano” ante los porteños pero, ante sus compatriotas,
retiene su identidad étnica y local.
Es decir, los sentidos asignados a
las identidades son precarios, fuc-
tuantes, y nunca ajenos de los proce-
sos sociales en los que estamos inmer-
sos. Si admitimos que el patrimonio
está ligado a la construcción de iden-
tidades y producción cultural, y que
estos son procesos dinámicos no solo
con relación al tiempo sino también
a diferentes contextos sincrónicos, todo
nos conduce al tema del comienzo: ¿Quién decide qué es
patrimonio? Es evidente que el Estado –con su posiciona-
miento político-ideológico– auxiliado por un conjunto de
especialistas/autoridades en el tema, constituye el bloque
central que otorga legitimidad, y autoridad (o violencia sim-
bólica en términos de Bourdieu) para decidir y cristalizar el
patrimonio, cuyo plusvalor simbólico genera en la sociedad
representaciones sobre sí misma y su historia.
Pero también es cierto, como planteamos anterior-
mente, que otros agentes (contrapoderes, comunidades,
organizaciones no gubernamentales) participan en esa di-
námica con su mayor o menor cuota de capital económico,
social y simbólico.
Entonces la pregunta que debemos hacernos es ¿cómo
podemos lograr una mayor democratización en la desig-
nación del patrimonio?, especialmente en ciudades diver-
sas culturalmente y con gran desigualdad en la propiedad,
control y acceso a recursos materiales y simbólicos.
Una forma puede ser utilizar el auxilio de las ciencias
sociales y la historia para realizar relevamientos y registros
El efecto de las declaratorias
de patrimonio no se limita a la
“preservación” de lo existente,
también se convierte en uno de
los referentes en la construcción
de identidades y memorias.
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Revista de Historia Oral
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de las diversas expresiones culturales. Para ello es necesario
aunar criterios, por ejemplo privilegiar la representatividad,
signifcación y vigencia de las expresiones culturales. Pero esto
requiere de un trabajo conjunto con la población, entonces:
¿cómo lograr una mayor participación de la ciudadanía?
Finalmente, cuando llega el momento de la patri-
monialización a través de leyes y acciones de protección,
¿cómo proteger sin cristalizar, sin eliminar el dinamismo y
la diversidad propios de las culturas?
Captar la subjetividad, atrapar los sentidos cambian-
tes que las distintas construcciones de identidad en torno a
los objetos patrimoniales, parece ser una de las tareas más
difíciles, y también imprescindible. La historia oral se cons-
tituye como una herramienta privilegiada para ello. El tes-
timonio oral produce sentidos (a veces sorprendentes) que
si bien contienen parte del signifcado tradicional, muestra
su transformación continua. Esos registros son necesarios
para conocer los diferentes puntos de vista de los actores
actuales pero, a la vez, se convierten en fuente que podrá
ser utilizada como punto de partida para analizar resigni-
fcaciones futuras.
Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
1
J.M. Sarmiento, “El valor de la autenticidad en relación con
la cultural local, la tradición oral y los imaginarios colectivos”,
en
¿Credibilidad o veracidad? La autenticidad, un valor de los
vienes culturales
, Lima, UNESCO, 2004.
2
M. Bialogorski, “Artesanías y patrimonialización en el Museo de
Arte Popular José Hernández: el banco de la memoria del campo
artesanal”, en
La artesanía urbana como patrimonio cultural,
Te-
mas de Patrimonio Cultural 10,
Buenos Aires, Comisión para la
Preservación del Patrimonio Histórico Cultural, 2004.
3
H. Invernizzi, “Patrimonio y política”,
en
Archivos de Buenos
Aires, Temas de Patrimonio Cultural 9
, Buenos Aires, Comisión para
la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural, 2004, p.21.
4
N. García Canclini, “¿Quiénes usan el patrimonio? Políticas
culturales y participación social”, en
Antropología, Boletín Of-
cial del INAH.
Nueva Época. Nº 15-16, México, julio-octubre
1987, p.30.
5
A. Minguzzi, “La Lengua frente a los procesos sociopolíticos y
culturales”, en:
Nuestra lengua, un patrimonio
,
Temas de Patri-
monio 4,
Buenos Aires, Comisión para la Preservación del Patri-
monio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2001.
6
Ídem, p. 85.
7
M. Margulis, “Cultura y discriminación social en la época de
la globalización”, en
Globalización e identidad Cultural
, Buenos
Aires, Ciccus, 1997.
8
Galeano, E.,
Memorias del fuego
, Buenos Aires, Siglo XXI,
1985, p. 73.
9
C. A.Capanegra, “Causas, desarrollos y efectos de una antigua
práctica”, en
Turismo Cultural.
Temas de Patrimonio 2,
Buenos
Aires, Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico
Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2005.
10
L. Rodríguez y M. de Hoyos, “Cuando la Pachamama se vuel-
ve tangible”, en
El espacio cultural de los mitos, ritos, leyendas,
celebraciones y devociones
,
Temas de Patrimonio 7
, Buenos Ai-
res, Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico
Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2003.
Bibliografía
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
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cultural local, la tradición oral y los imaginarios colectivos”, en
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