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Voces Recobradas
1918
Revista de Historia Oral
Voces Recobradas
Revista de Historia Oral
1918
Fernando
Portillo
y los primeros
curas obreros
en la Argentina
aquel intento de vivir el Evangelio “en el corazón de
las masas”.
Actor de aquella aventura, la de los primeros curas
obreros de la Argentina, participó activamente en los vai-
venes del país y de la Iglesia Católica durante la segunda
mitad del siglo XX. Tomó postura en todos los debates
que agitaron las ideas desde los años cincuenta y hasta
el presente.
Fue pionero en la formación de
la Fraternidad del Evangelio y de los
Hermanitos de Foucauld, en la Ar-
gentina. En los setenta y en adelante
estuvo comprometido políticamente
con el peronismo de izquierda, siem-
pre en desacuerdo con quienes vie-
ron en las armas un camino para el
cambio. En los años noventa activó en
favor de los objetores de conciencia y por la eliminación
del Servicio Militar Obligatorio. Se recibió de abogado y
defendió a víctimas de la dictadura militar, con especial
dedicación al caso de los religiosos secuestrados-des-
aparecidos de la Fraternidad de Foucauld. Actualmen-
te coordina la Fraternidad Laica de los Hermanitos de
Foucauld.
La entrevista, en sucesivos encuentros, fue realizada
en su casa del barrio de Palermo. Fueron 12 horas de pre-
guntas y respuestas grabadas y varios momentos más de
jugosas remembranzas y conversaciones.
Tienen especial interés los desvelos intelectuales
de Portillo en los años previos al Concilio Vaticano II
(1962/1965), búsquedas anticipatorias de las cuestio-
nes luego confrontadas por los cardenales reunidos en
Roma.
Las visitas al país del padre René Voillaume, au-
tor del libro
En el corazón de las masas
y gran inspira-
dor de las fraternidades de Hermanitos de Jesús fueron
preparando el ambiente hasta la llegada de la hermanita
de Foucauld, Madelaine Geneviéve, a Buenos Aires, en
1957. El arribo de la hermana Madelaine señaló el inicio
de la presencia permanente de la espiritualidad de Carlos
de Foucauld en la Argentina. Así, la primera casa de las
Hermanitas de Jesús fue fundada en 1957, en la Isla Ma-
ciel, en Avellaneda, provincia de Buenos Aires.
Portillo es hoy un cura casado –dispensa papal me-
diante– con Marian, a quien conoció como integrante de
un grupo de jóvenes cristianos que trabajaba en la Villa
Jardín. Tuvieron un hijo, tres hijas y varias nietas y nietos.
Luis García Conde
F
ernando Portillo nació en Buenos Aires en 1925.
Hijo de una familia de inmigrantes españoles. Su
padre, republicano, era de ideas socialistas.
Tras una breve estadía en Buenos Aires, la familia se
trasladó a San Juan. Así, con tan solo dos años de edad,
Fernando llegó a la provincia de su infancia, al lugar de los
mejores recuerdos y que le imprimió una actitud pausada,
así como también la tonada característica de los cuyanos.
Fue ordenado sacerdote en 1949, en esa provincia.
Sencillo en su ser y comprometido con los más hu-
mildes, Portillo fue protagonista de una experiencia que
–pasados cincuenta años– pervive en sus ecos: la expe-
riencia argentina de los curas obreros.
Vivir el Evangelio “en el corazón
de las masas”
Buscando indagar en la memoria desde la voz de sus
protagonistas, durante el año 2005 mantuve una se-
rie de entrevistas con Fernando Portillo, testigo de
Curas obreros y curas villeros
Es muy difundida la historia del Movimiento de Sacerdo-
tes para el Tercer Mundo. También adquirió popularidad
la acción de los curas villeros. Sin embargo, el breve en-
sayo de los curas obreros aún necesita ser analizado con
más profundidad que aquellas historias.
En el entendimiento común, las
tres experiencias –Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo,
curas villeros y curas obreros– sue-
len ser asimiladas en una e incluso
consideradas erróneamente como
sinónimos. Sin embargo, aunque re-
lacionadas, las tres son experiencias
diferentes: el primero fue un movi-
miento de tipo ideológico, teológico,
político; los curas villeros implican un
modo de vida y una pastoral popular; los curas obre-
ros buscaron no sólo una mayor cercanía con el pueblo,
apostaron a un cambio dentro la Iglesia Católica mucho
más radical. Los curas obreros imaginaron una evange-
Actor de aquella aventura, la
de los primeros curas obreros de
la Argentina, participó activa-
mente en los vaivenes del país y
de la Iglesia Católica durante la
segunda mitad del siglo XX.
Fernando Portillo en su casa durante la entrevista. (Foto del autor)
Fernando Portillo en una calle del barrio de Palermo. En los días de
la entrevista. (Foto del autor)
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lización más testimonial, superando la estructura de las
parroquias, viviendo la pobreza en un plano de mayor
cercanía e igualdad con el prójimo y ganando el sustento
con el propio trabajo. Todo un programa de cambio.
Los debates y los intentos renovadores de los años
sesenta, como el de los primeros sacerdotes obreros, fue-
ron antecedente y preparación del posterior movimiento
tercermundista. Abrieron puertas, pero no lograron que
su modelo ganara, hacia el interior de la Iglesia, el espa-
cio deseado.
El planteo de los curas obreros implicaba, dice Portillo:
(…) compartir la vida, evangeli-
zar compartiendo la vida. Era vivir y
estar en la vida cotidiana. (…) vivir
de trabajar, no vivir del ministerio.
Y no fueron pocas las resisten-
cias. Se multiplicaron las discusiones y
los cuestionamientos, le preguntaban:
(…) Si vos tenés que laburar,
si vos laburás ocho horas, necesitás
ocho horas para dormir, necesitás por
lo menos dos horas para la oración,
para la misa; después necesitás otras dos
horas para comer: ¿Cuándo hacés apostolado? ¿Cuándo
sos cura?
Portillo respondía a esas preguntas con frmeza:
¡Soy cura las veinticuatro horas del día! ¡Cuando es-
toy en la fábrica y estoy compartiendo la vida!
Era otra idea de la labor del sacerdote. Monseñor
Podestá, ya en el fnal de su vida, recordaba el hacer de
aquellos curas obreros:
Era la Iglesia desde abajo, desde el pueblo, desde la
realidad humana.
1
(…) No era cuestión de convertir a la clase obrera,
porque con un equipito no se iba a convertir a la clase
obrera, lo que se trataba, primero es que los sacerdotes no
fueran aislados de la gente. En la formación del Seminario
nos metían en la cabeza que el sacerdote era un segregado
de los pecadores, un tipo especial, un tipo superior, un tipo
distinto. Con eso los sacerdotes enten-
dían que eran como todos los demás
hombres.
2
Fernando Portillo estaba aún en
el Seminario cuando llegó a sus ma-
nos una pequeña publicación, una
revista que le abriría nuevas perspec-
tivas a su vida. Lo recuerda así:
(…) Yo soy víctima de la lectura.
Me mandan una revista que publica-
ba acá la obra del Cardenal Ferrari,
llamados Paulinos (…) una revista muy
linda para la juventud que se llamaba
Heroica
. En esa re-
vistita, tipo libro, leí un artículo: “Los curas de mono azul.
El mono, el overol.” (…) Y contaba la experiencia de un
grupo de curas que vestían de civil porque trabajaban en
ambientes obreros y vivían en barrios obreros y convivían
con ellos. (…) Los curas obreros nacen durante la Segunda
Guerra Mundial. (…)
Los alemanes a todos los tipos con capacidad de tra-
bajo se los llevaban a Alemania a laburar en trabajo for-
zado en las fábricas. (…) Algunos curas cayeron presos.
Esos mismos curas fueron los que transmitieron lo que es-
taba pasando, toda esa gente que era cristiana no tenían
ninguna evangelización, ninguna atención espiritual. (…)
Entonces surgió la idea de hacerse agarrar para ser llevado
allá y así, ellos, descubrieron lo que signifcaba el laburo,
trabajar, compartir la vida de trabajo de la gente. Y des-
pués quisieron continuar con lo mismo.
Nace la Misión de Francia
La necesidad de trabajar como todos los demás, de sentir
que este mundo también les pertenecía,
decidió a un centenar de curas fran-
ceses, fnalizada la Segunda Guerra
Mundial, a ocuparse como obreros
en las fábricas de Nimes, de Lille, de
Masella y de París. Así nació la Mi-
sión de París impulsada por el Car-
denal Emmanuel Suhard.
Surgió el movimiento de la Mi-
sión de Francia, que sedujo a Fer-
nando Portillo. Así, cuenta que:
Comenzaron a comprender un
montón de cosas que no eran tan com-
prensibles para otros curas, puestos en luna de cristal, se-
parados de la gente…Entonces, ahí fue cuando yo dije:
¡Esto es lo que yo quiero!
Así, la idea comenzó a madurar en Portillo. Años
después, siendo asesor de la JOC (Juventud Obrera Ca-
tólica), se reunió para conversar e intentar hacer realidad
el proyecto con José María “Macuca” Llorens y Alejandro
Del Corro, que compartían sus ideas. Trazaron las líneas
teóricas del sueño en gestación.
En 1957 Portillo logró viajar a Europa para tomar
contacto directo con los curas obreros y evaluar, toman-
do en cuenta las experiencias concretas, si era posible re-
plicar aquello en la Argentina. Ya para ese entonces:
(…) a la Misión de Francia, como a todos los curas
obreros, les estaban dando por la cabeza. La Misión de
Francia no eran todos curas obreros, había de todo, pero
estaban especialmente en la mira.
Portillo quería entrevistarse con ellos:
(…) pero no conseguía engancharlos, ya que en ese
momento había una gran desconfanza, los curas obreros
no querían saber nada. Cuando les hacían entrevistas pe-
riodísticas era para que los refundieran, era para hacerles
críticas. Se decía que “se hacían comunistas y se casaban”.
En 1954, Pío XII se había dirigido a los sacerdo-
tes obreros para que regresaran a sus destinos pastorales
de origen. Aunque luego del Concilio Vaticano II fueron
nuevamente reconocidos, se mantuvieron sobre ellos las
dudas y los cuestionamientos que terminaron con su de-
fnitiva disolución.
Finalmente y no sin difcultades,
Portillo pudo encontrarse con los cu-
ras obreros europeos e interiorizarse
de las prácticas, las realidades y los
problemas que habían vivido en su
acción evangelizadora, insertos en el
mundo laboral. Dice Portillo:
Yo quería ver la realidad, ver
cómo era.
Su tenacidad y el destino facili-
taron las cosas.
Avellaneda, un lugar ideal donde comen-
zar el trabajo obrero
A su regreso de Europa, en 1961, fue designado obispo de
Avellaneda Monseñor Emilio Di Pascuo. Recuerda Portillo:
Di Pascuo era un viejo amigo mío. (…) Fundador de
la JOC (Juventud Obrera Católica), un hombre muy iden-
tifcado con eso. (…)
Los debates y los intentos re-
novadores de los años sesenta,
como el de los primeros sacerdo-
tes obreros, fueron antecedente
y preparación del posterior
movimiento tercermundis-
ta. Abrieron puertas, pero no
lograron que su modelo ganara,
hacia el interior de la Iglesia, el
espacio deseado.
Surgió el movimiento de la
Misión de Francia, que sedujo
a Fernando Portillo. Así, cuenta
que:
Comenzaron a comprender
un montón de cosas que no eran
tan comprensibles para otros
curas, puestos en luna de cristal,
separados de la gente…Enton
-
ces, ahí fue cuando yo dije:
¡Esto es lo que yo quiero!
Entrada de General Motors que ilustra la nota de
Primera Plana
.
(De izquierda a derecha) Patricio Rice, Juan Martínez, Fátima Cabrera, Guanín Pilatti y Luis Torres. Miembros de la Fraternidad Laica, febrero de
2000. Foto publicada en:
En medio de la tempestad
, p. 199.
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Entonces yo lo llamo, ese mismo día. (…) La llamada
mía no es sin interés, no es simplemente para felicitarlo,
sino para recordarle que yo sigo con mi vieja idea. (…)
Avellaneda sería para mí un lugar ideal donde comenzar
el trabajo obrero.
Meses más tarde, el famante obispo de Avellaneda
le dio la buena noticia a Portillo:
(…) Me hizo una autorización, una especie de decreto
donde me autorizaba para realizar la misión obrera, ini-
ciar la experiencia de la Misión Obrera en Avellaneda.
Sin embargo, pocos días después, Emilio Di Pascuo
fue internado por un cáncer y falleció a
comienzos de 1962. En su reempla-
zo como obispo de Avellaneda fue
nombrado Jerónimo Podestá.
Portillo ya tenía la autorización
frmada por Di Pascuo y había avan-
zado rápidamente en la conforma-
ción del grupo de curas obreros de
Avellaneda, que le fue presentado al
nuevo obispo.
El viento seguía soplando a favor.
Monseñor Podestá dio un decidido apoyo al equipo que
ya había sumado a Francisco Diana, luego a Luciano Gla-
vina y después a Paco Huidobro.
El grupo decidió vivir en un conventillo en la ca-
lle Montes de Oca 364. Unas chicas de la JOC (Juven-
tud Obrera Católica) vivían en una casa vecina, donde
habían creado un hogar obrero para chicas del interior,
venidas a Buenos Aires en busca de trabajo, que no tuvie-
ran vivienda. Rememora Portillo:
Y ahí me fui a vivir. Primero solo. No dije nada que
era cura. En aquel tiempo mi posición era no decir mi con-
dición de cura. No para ocultarlo, simplemente como una
cosa nueva, una novedad, para ser una relación natural
con la gente. Si yo decía que era cura, generalmente no
es indiferente la cosa. Yo quería que me conocieran a mí
como persona, antes que tomaran una postura frente a mi
condición.
Vivir de su trabajo
Pero no sólo se trataba de vivir como cualquier traba-
jador, también quería vivir de su trabajo, no depender
de limosnas, compartir el esfuerzo con todos. En conse-
cuencia, Portillo decidió ingresar como operario en La
Blanca, uno de los inmensos frigorífcos que entonces
existían a la vera del Riachuelo. Dice Portillo:
En La Blanca yo era el valet de los corderos, yo estaba
en lo que se llamaba la playa de los corderos. El lugar era
el galpón donde se faenaban los corderos. Ese faenamiento
era: estaba el cordero vivo en una punta, le pegaban un
combazo en la cabeza. Después de matarlo a palos lo col-
gaban, le clavaban un cuchillo en el corazón, lo dejaban
sangrando y ahí comenzaba la tarea. Era una larga no-
ria, noria porque era una cadena circular llena de gan-
chos que daba una vuelta ondulada a lo largo de todo el
galpón donde éramos qué sé yo cuántos,
seríamos cien tipos o más, o doscien-
tos tipos trabajando ahí en torno a los
corderos. Se faenaban cuatro, cinco
mil corderos por día, se comenzaba a
las cinco de la mañana hasta las ca-
torce más o menos.
A Portillo le tocaba secar los
corderos ya muertos, sin cuero y la-
vados.
Éramos los que esperábamos al cordero que saliera del
baño y lo secábamos. Estábamos con unas toallas, secán-
dolo. (...) era un toallón grande, como esas bolsas de ha-
rina, una tela de esas. Había un tacho de agua hirviendo
en el medio con unos rodillos para escurrir, así que ahí
tirábamos, se llenaba de sangre, de agua y sangre. Al prin-
cipio livianito, pero a la segunda o tercera pasada el trapo
pesaba cualquier cantidad. Este movimiento agarrando las
patas así y bajando y secarlo de un solo tiro, porque si
bajabas dos veces perdías tiempo y trabajabas doble, así
que tenías que aprender a hacer “clac” y tenías que tener
mucho cuidado porque si no venía
[el capataz y decía]
que
estaban entrando muy mojados los corderos, porque el cor-
dero tenía que entrar a la cámara frigorífca bien seco.
Tiempo más tarde, Portillo cambió de ocupación.
Recuerda:
Después trabajé en Pirelli, donde tuve confictos con el
gerente general, porque asistí a unas reuniones en el sindi-
cato para hacer reclamos de salubridad…
El primer año no dije que era cura, para que me acep-
taran o rechazaran sin prejuicios. Se los dije cuando ma-
taron a John Kennedy, el veintidós de noviembre de mil
novecientos sesenta y tres. Pensaron que era una broma,
pero cuando ofrecí que fueran a la misa que celebraba en
casa, me creyeron.
Portillo trabajaba en Pirelli:
(…) desde las seis de la mañana hasta las dos de la
tarde, tenía que tomar dos ómnibus (…) tenía una hora y
media de viaje. (…) Primero pelando cables, después nos
pasaron a otro, que era forrar los cables (...) Después fui
obrero en General Motors.
En General Motors llegó a tra-
bajar un grupo numeroso de curas
obreros. La revista
Primera Plana
en
1966 publicó, con fuerte repercusión,
una nota que incluía una fotografía
de la entrada de la planta de General
Motors señalando que allí trabajaban
una treintena de curas obreros y ex
curas.
3
Portillo señala al respecto:
Yo creo que eran más de cuarenta, entre seminaristas,
ex seminaristas, curas…
Yo no conocía a ningún cura, ni a ningún seminarista
que trabajaba ahí. Yo lo supe después, pero fue a raíz de
eso
[de la nota de Primera Plana]
. Eran tipos que iban
entrando porque no tenían ningún otro lugar donde conse-
guir laburo, porque no tenían historia…
Eso habla de todo un movimiento, en realidad un
movimiento eclesial de curas con voluntad de trabajar en
fábrica.
Sacerdote, pero de otra forma
El sacerdocio era vivido de una manera original. Portillo
recuerda:
Celebraba misa todos los días cuando volvía de la
fábrica. Yo llegaba a casa entre las tres y media, cuatro,
dentro de ese horario. Descansaba un rato, hacía cosas, ha-
blaba por teléfono y a eso de las seis y media, siete, solía ce-
lebrar la misa. Y a la misa venían algunos vecinos y venía
gente del conventillo, mis vecinos de la casa y las chicas de
al lado venían todos los días a misa. Así que teníamos un
lindo grupo. Después comenzaron a venir gente “del Arca”
[se refere a la Comunidad del Arca de Lanza del Vas-
to]
, gente de la Fraternidad, así que había una comunidad
para la oración.
Muchos le recriminaban a Portillo:
¿Qué tiempo te queda para ser cura, para hacer apos-
tolado, para ser ministro?
Las ocho horas de trabajo es mi vida entera, es decir
yo no soy solamente cura cuando celebro misa: la intención
justamente es la predicación con el tes-
timonio. Y yo nunca prediqué tanto
como entonces. Todos los días
[en la
fábrica]
nos pasábamos horas discu-
tiendo y charlando.
Yo conozco curas que lo único
que hacen es celebrar misa a la ma-
ñana y nunca más, no hacen un cara-
jo y no es porque les falte tiempo.
La dinámica de los curas obre-
ros (cuando ya eran un grupo más amplio) incluía
una reunión semanal con revisión de vida. Recuerda
Portillo:
Revisión de vida era un poco la experiencia del tra-
bajo, las difcultades que habíamos encontrado, la expe-
Las ocho horas de trabajo
es mi vida entera, es decir yo
no soy solamente cura cuando
celebro misa: la intención justa
-
mente es la predicación con el
testimonio. Y yo nunca prediqué
tanto como entonces.
No dije nada que era cura.
En aquel tiempo mi posición era
no decir mi condición de cura.
No para ocultarlo, simplemen
-
te como una cosa nueva, una
novedad, para ser una relación
natural con la gente.
Foto que ilustra la nota “No hay tregua en Tucumán”, publicada por
la revista
Siete Días Ilustrados
. Año 1, Nº 36, p. 65 del 16 de enero
de 1968. El padre Sánchez (no aclara nombre de pila) habla ante los
obreros en conficto del ingenio azucarero San Pablo.
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riencia que cada uno iba teniendo, de lo que pasaba, de la
fábrica y también experiencia pastoral, qué se veía y tam-
bién desde el punto de vista espiritual. Hacíamos acto de
oración en común, concelebrábamos en común y hacíamos
también una revisión de vida, de nuestros problemas, la
problemática que se nos presentaba como crisis personal,
a nosotros. (…) Una revisión integral en la vida y en el
trabajo, tanto una visión en común como una experiencia
mutua, compartir experiencias.
[Monseñor Jerónimo Podestá]
solía venir por lo me-
nos una vez por mes y yo creo que más seguido también.
Teníamos una charla, una noche, conversábamos, comía-
mos juntos, celebrábamos también muchas veces. Y venía
Podestá a compartir la revisión de vida con nosotros, y
también hacíamos revisión de vida a él.
Fernando Portillo siempre tuvo
su ideal de lo que debería ser la Igle-
sia Católica. Dice:
Hemos vivido, vivimos, la Iglesia
como una gran organización, se ha
desfgurado lo que es la Iglesia como
comunidad viviente, donde ¿Qué es lo
esencial?: no es la cúpula. Lo importante
no es la cúpula. Lo importante no es la gran organización,
no es la Iglesia poder. La Iglesia es otra cosa. Es una reali-
dad viviente, lo cotidiano, es la vida y es un testimonio, y
un evangelio, y la predicación constante del Evangelio. Es
lo que se entiende como la esencia de ser testigo de Jesucris-
to. Claro, yo también puedo dar testimonio con una gran
misa y un gran poder y una gran catedral. Es la Iglesia del
poder, pero con la cual no se siente identifcada la inmensa
mayoría del pueblo, sobre todo del pueblo pobre.
A modo de cierre
Vale destacar que la Iglesia Católica tenía en aquellos
años sesenta y setenta una fuerte infuencia ideológico-
cultural sobre la sociedad argentina y especialmente so-
bre la juventud. Amplios sectores juveniles escucharon
las invocaciones a una sociedad más
justa y se sintieron llamados a dar
testimonio del compromiso solida-
rio, hasta con la propia vida. Pode-
mos constatar que muchos de quie-
nes se vincularon con aquellas expe-
riencias pastorales luego se volcaron
al compromiso político e incluso a la
lucha armada.
La experiencia de los sacerdotes
obreros y de los religiosos que renun-
ciaban a una cómoda vida burguesa para ir a vivir a ba-
rriadas obreras, a compartir los esfuerzos y condiciones
de vida de los más humildes, impresionaron a muchos
estudiantes y jóvenes de familias acomodadas. Cierta
culpa, de matriz cristiana, referida a la posesión de bienes
suntuarios infuyó en corazones sensibles. El compromi-
so militante comenzó a incluir una moral revolucionaria
ascética, austera. Idealización de los pobres y en especial
de los obreros. Así nacieron muchas “proletarizaciones”
de jóvenes de clases medias y altas que eligieron vivir en
una villa miseria o trabajar en fábricas y talleres reali-
zando tareas manuales. Querían así acercarse al pueblo,
integrar la clase obrera que venía a dar vuelta la historia.
La infuencia política, cultural e ideológica de la
Iglesia Católica, en la historia del siglo XX argentino,
fue relevante y es clave para comprender muchos de los
confictos y comportamientos sociales que lo sacudieron.
La Iglesia no sólo incidió en muchachos/as de izquierda;
desde otro lugar, infuyó en las clases dirigentes, también
en el accionar y en el pensamiento de ciertas derechas;
en ofciales de las fuerzas armadas y en jóvenes que ad-
hirieron al nacionalismo católico. Valen como ejemplo
los intelectuales católicos Jordán Bruno Genta y Carlos
Alberto Sacheri, o los sacerdotes Julio Menvielle, Leo-
nardo Castellani o el histórico líder de “Tacuara” –luego
sacerdote– Alberto Ezcurra Uriburu.
Se han multiplicado los estudios sobre el tema; sin
embargo, aún queda mucho para investigar y debatir.
La experiencia de los curas obreros en la Argentina,
pionera en América Latina, se remonta a los años cin-
cuenta y sesenta. Sus principales gestores han fallecido
Título y foto de tapa de la revista
ASÍ
, Año IV, Nº 190, julio de 1969.
La foto es acompañada con el texto: “En el modesto ‘barrio gráfco’
de la localidad de Wilde, el reverendo padre Luis Emilio Sánchez,
de 44 años, realiza una insólita experiencia de sacerdote obrero. De
noche trabaja como peón, de mañana atiende un puesto de frutería
para ayudar a un amigo enfermo. En el barrio es considerado un
‘excelente vecino’.”
Hemos vivido, vivimos, la
Iglesia como una gran orga
-
nización, se ha desfigurado lo
que es la Iglesia como comu
-
nidad viviente, donde ¿Qué es
lo esencial?: no es la cúpula. Lo
importante no es la cúpula.
Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
1
Lidia González y Luis García Conde,
Monseñor Podestá. La
Revolución en la Iglesia
, Buenos Aires, Instituto Histórico de la
Ciudad de Buenos Aires, 2000, p. 21.
2
Ibidem
, p. 26.
3
“Iglesia Argentina: El éxodo de curas” en: Revista
Primera Pla-
na
, Año VI, Nº 177, 17 al 23 de mayo de 1966, p. 41.
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tina. Desde la Conquista hasta fnes del siglo XX
, Buenos Aires,
Grijalbo Mondadori, 2000.
o son personas de edad avanzada. Por ello es imperioso
registrar sus memorias. Su hacer es parte de un capítulo
relevante de la historia de la Iglesia Católica y de nuestra
historia argentina, no tanto por su magnitud numérica
como por el impacto en el plano de las ideas y en los
acontecimientos de las décadas siguientes.
Indagando en estas cuestiones fue realizada la entre-
vista a Fernando Portillo, pronta a ser publicada con un
estudio crítico y como continuidad de trabajos anteriores.