image/svg+xmlVoces Recobradas7776Revista de Historia OralVoces RecobradasRevista de Historia Oral7776Desde que en agosto de 1615 Hernando Arias de Saavedra otorgó las primeras suertes adjudicando tierras a los pobladores de lo que hoy conocemos como Villa Pueyrredón, muchas cosas han cambiado. Dos de sus vecinos han sido testigos de parte de esos cambios, al menos de los que se produjeron desde 1951 cuando allí se asentaron.Ramiro Blanco es, quizás, el último veterano de la Guerra Civil española. Junto a Celia González se radi-caron hace más de sesenta años en Buenos Aires. Ella llegó para casarse con ese mozo que había conocido, apenas adolescente, en una fiesta parroquial en Ponte-vedra, en 1942. De Galicia a Villa Pueyrredón. Una historia a dos voces de la inmigración gallegaGabriel SeisdedosDirección General Patrimonio e Instituto HistóricoA la sombra de un limonero rememoran en una casa de la calle Pareja en Villa Pueyrredón el inicio de sus vi-das. Es él quien toma la palabra: Y aquí estoy de puro obstinado con 95 años y con fuerzas todavía de contar una historia que comenzó del otro lado del mar, en una aldea gallega siempre verde, en un valle de pinos, toxos y castaños.Nací el 16 de abril de 1920 en la aldea de Lamego, parroquia de Amanzo, ayuntamiento de Villa de Cruces, en Pontevedra, Galicia.Soy hijo de Ma-nuel Blanco Amanzo y Carmen Amanzo García, los dos primos y los dos labriegos.Fui el tercero de sus hijos, el que traía un poco de alegría en una casa que se recupera-ba de la partida de mi abuelo Manuel, muerto a consecuencia de la peste es-pañola, él fue uno más de los millones que cayeron en Europa entre 1918 y 1920. El 18 pasó a ser entre nosotros o ano de la Peste.En mi infancia los niños po-níamos imaginación para hacer de manzanas y patatas pelotas de futbol o convirtiendo los viejos paraguas en arcos y escopetas, jugando a la guerra con amigos y vecinos, sin saber que en 1936 dejaría de ser un juego.Todos los domingos las familias marchaban temprano para asistir a misa en la parroquia de Amanzo, entre bro-mas y juegos que acortaban los siete kilómetros que sepa-raban la pequeña aldea de Dios.En la semana había tiempo para la aventura cuando salían al monte antes del amanecer con otros rapaces y Gu-mersindo, el hermano mayor, a cazar liebres, conejos y perdices, con la ayuda de un hurón domesticado. Todo se vivía con exaltación: el hurón hostigando al conejo a salir de la madriguera, el disparo de la escopeta, el huir antes que la Guardia Civil los detectara, pues el delito de la caza montaraz se penaba con multa. Hacia el mediodía volvían victoriosos a las cocinas donde las maisdespellejaban y marinaban lo que el monte había otorgado.El aroma de los guisos o el caldo gallego son recuer-dos que Ramiro y Celia asocian a sus madres, al calor de los fogones, cuyo fuego avivaban los niños con los fuelles. Se cocían los guisos de carne de cerdo, pues la carne de vaca se reservaba por razones de economía para los días de festa o para los enfermos.Los dos también repiten que en la cocina de los la-briegos se horneaba un pan diferente al de los ricos: el nuestro era pan debrona, una mezcla de centeno y maíz que sería esencial en la alimentación de las aldeas, sin la presencia de los ricos de la ciudad que vacacionaban en sus pazos y comían otro pan,el pan de trigo era una au-sencia que no se añoraba.En las casas se preparaban las conservas y los dulces para el invierno. En la de Ramiro, además, se hervían los huesos de cerdo para impregnar las bordalesas con el ob-jeto de fortalecer el vino que producían.La vida en comunidad hacía que los domingos se ejer-ciera el trueque en las ferias de los pueblos aledaños, con los productos de la fnca, cuando no se vendía en las tabernas. En el caso de la familia de Ramiro, los Blanco, era el vino producto de las vides de Albariño y Torrontés plantadas por el abuelo Manuel hacía ya muchos años, siguiendo con una tradición viñatera de generaciones en ese suelo arcilloso que lo hacía propicio para su desarrollo. En el lagar se procesaba el vino y con los restos se hacía el orujo, el típico aguardiente.Para muchos de los vecinos que veían pasar a los ni-ños de los Blanco y los González rumbo al colegio, que los padres mandaran a sus hijos a la scolaera una forma de malcriarlos; de hecho, Carmen, la hermana de Ramiro, era la única niña que concurría al establecimiento que se hallaba arriba de un establo.Pero lo que esos vecinos no sabían era del miedo de Ramiro mientras atravesaba los montes camino a la es-cuela de Candanedo, ya que aquello era puro monte: mie-do a los gitanos, al lobo, al hombre de la bolsa y a la meiga, la hechicera que vivía en los bosques y podía salirles al cruce en algunos de los senderos y embrujarlos, que ya había por esos montes muchos meigallos o hechizados, en realidad enfermos mentales cuyas familias peregrinaban al vecino santuario de Nossa Señora do Corpiño en busca de su curación. En la scolaa la que iban de lunes a sábado se santigua-ban frente al Santo Cristo, el crucifjo ante el que rezaban antes de entrar a clases. Con la llegada de la República lo seguirán haciendo pero a escondidas del inspector escolar.El maestro impartía conocimiento y disciplina a los niños que llegaban de las aldeas vecinas a Candanedo, el Y aquí estoy de puro obstina-do con 95 años y con fuerzas to-davía de contar una historia que comenzó del otro lado del mar, en una aldea gallega siempre verde, en un valle de pinos, toxos y castaños.Ramiro y Celia.
image/svg+xmlVoces Recobradas7978Revista de Historia OralVoces RecobradasRevista de Historia Oral7978respeto que se tenía por aquel hombre era reverencial, el señor maestro don Benito Vivian, contratado por los padres de la aldeas que deseaban darle educación a sus hijos, pegaba fuerte y tenía la autoridad delegada por los padres para corregirlos y zurrarlos. Muchos de esos compañeros pronto abandonarían la escuela pues los padres necesitaban que los varones cuidaran de la tierra y las niñas del hogar.Rememora Ramiro:De las catorce familias que habitaban mi aldea, en solo dos de ellas se sabía leer, una era la mía. Mis hermanos y yo fuimos la primera generación que accedió a la escuela, mis padres habían tenido una educación muy precaria, ellos tuvieron la suerte de recibir una ins-trucción dada por algún vecino alfa-betizado a cambio de algo para comer. Hasta en ello el trueque era el motor fundamental de la supervivencia de los pueblos pequeños.Ramiro y Celia terminaron una ins-trucción básica. En el caso de él, re-cuerda que:Entre mis 6 y 14 años cuidaba que nuestro ganado no entrara a campo vecino y que pacieran en tierra sin sembrado, siempre corriendo tras Gallarda, Bermella o Amarella, algunas de las vacas que como era costumbre recibían sus nombres de los niños. El ocuparnos de las tareas rurales era una forma más de sentirnos respon-sables de contribuir al trabajo familiar, de sentirnos ya mayores.Las vacas no eran las únicas que recibían un nom-bre. Las casas y las familias que en ellas vivían por generaciones, también. En el caso de Ramiro a su lar y a su familia se las conocía y se las sigue conociendo como Casa do quinto, pues durante un tiempo en el siglo XIX se hacía la revisación médica de los hom-bres convocados por quintas o clases según el año de nacimiento. En el caso de Celia su casa y su familia era llamada como do rexidor, por pertenecer muchos años antes a un rejidor o funcionario municipal. El apelativo los hacía identificables en aquellas zonas donde apellidos como Blanco o González resultaban demasiado populares.La Guerra CivilMi nombre registrado en el ayuntamiento de Selleda es María Mercedes González Gamallo, pero el de bautismo por el que me conocen todos, es Celia. Soy la tercera de doce hermanos, nacida el 23 de enero de 1927 en el pueblo de Lamela. Mi madre tuvo quince partos, pero solo doce le vivieron.Cuando estalló la guerra la noticia llegó en medio de la festas por nuestra Señora del Carmen, las campanas llamando a júbilo por ello se confundían con los que vi-vaban el alzamiento de Franco. Con mis nueve años vivía la tristeza de mis padres por los tres hijos que estaban destinados en el frente… la llegada de cada carta de al-guno de ellos era una alegría que se compartía con los vecinos… en la plaza del pueblo bajo la luz de los faroles de gas los vecinos alfabetizados leían para el resto las noticias que con atraso llegaban en el Faro de Vigo, el diario más popu-lar de Galicia. Los niños seguíamos jugando a lo que fuera, mientras mis hermanas y primas, mayores que yo, se convertían en madrinas de guerra de los nacionales, enviando cartas y prendas tejidas por ellas a soldados que con convicción o sin ella peleaban esa guerra en la que nos habían metido. Esto se vivía en todas partes, en Ga-licia los pueblos eran todos iguales, digamos, una vaca más o menos…En la familia de Celia con tantos varones se les concedió el privilegio de dejar a uno de cada tres convocados para la mili, para poder ayudar en la casa. Recayó en las niñas de la casa jugar a suertes el nombre del afortunado que se privaría de la experiencia bélica.La capilla cumplía la función de comunicar con el tañido de las campanas la muerte de algunos de los hom-bres convocados o mediante el toque a júbilo la caída de algunas de las ciudades tomadas por los nacionales.La niña que era Celia en aquel entonces imaginaba una bruma gris que se esparcía por toda Galicia a causa de la guerra. En los pueblos solo quedaban los ancianos, las mujeres y los niños para labrar los campos. Ya no ha-bría bailes, música ni romerías, escaseaban los alimentos y las mujeres esperaban, mientras se reunían en las casas con sus bastidores a bordar en grupo, el regreso de los hombres, tullidos pero vivos. De Portugal llegaban los primeros extranjeros que Celia conoció, ellos venían a trabajar, preferentemente, en el bosque con la madera, eran reconocidos leñadores. Llegaban caminando desde la frontera a unos sesenta ki-lómetros de mi pueblo, dormían en los graneros o en las cocinas al lado del fogón… para los niños aquello era una festa, les escuchábamos cantar canciones de su tierra… ahora que lo pienso ese fue nuestro primer contacto con la añoranza de la tierra de unoMientras tanto la vida y la muerte seguían visitando a la aldea; los bautismos en la parroquia estarán marcados por la ausencia de los padres que com-batían, y de esa época es su primer recuerdo de la muerte, cuando con-curría al velorio en la casa de algún vecino, en cuya habitación principal se disponía de(…) un cielo falso, una vieja costum-bre de la zona por la cual las aldea-nas llegaban para disponer una gran sábana blanca que cubría el techo en-cima del cajón mortuorio donde las veci-nas al llegar colgaban con alfleres los pañuelos negros con que solían cubrir sus cabezas, en demostración del dolor que provocaba la desaparición del difunto.Las familias esperaban con pavor recibir el sobre cruzado con una franja negra anunciando la gloriosa muerteen combate de alguno de sus integrantes.Todas noches rezábamos en familia a la luz de las lám-paras de kerosene, todavía me conmueve después de casi ochenta años recordar el llanto de mis padres por no tener noticias de seus flhos que estaban en el frente; Juan, heri-do, Ramiro y Pepe incomunicados por meses. Pero mis her-manos volvieron todos, solo uno tullido de por vida, fuimos afortunados… A mí me mandaban temprano a la cama con la oración correspondiente. “Me acuesto en esta cama sin saber si llegaré a mañana, llegare que no llegare a Dios encomiendo mi alma”.En 1938 la quinta, la clase a la que pertenecía Ramiro es convocada, mala suerte la de él, de haber nacido después del 30 de junio y no en abril, su convocatoria habría sido después de fnalizada la guerra. Marchará a la retaguar-dia en la Compañía 17 de ametralladoras de Aragón, en-trando a Toledo y Madrid después de la rendición de los republicanos, cuyas casas habían abandonado tan rápida-mente ante el avance nacionalista que podían ocuparlas amobladas. De paso por los campos de Castilla recordará la angustia de los campesinos cuando el ejército triunfan-te mande a su caballada a alimentarse en los sembradíos de los sospechosos de simpatizar con los republicanos, condenándolos al hambre. Muchas veces veías a los civiles merodear para arrojarse sobre las sobras que dejaban en los campamentos militares o a las pobres mujeres prostituirse por llevar un poco de alimento para sus hijos. La camaradería de los soldados, las carreras de los piojos rebeldes que atacaban sin piedad a los hombres que, con pragmatismo estoico, orga-nizaban carreras por dinero entre los insectos de mayor tamaño, son de los pocos recuerdos que le arrancan una sonrisa casi ochenta años después. Resu-me su experiencia con una frase:Por suerte nunca me tocó echarle un tiro a nadie, la guerra siempre es mala, pero una guerra civil es salvaje.El servicio militar de Ramiro durará siete años por la po-sibilidad de que Gran Bretaña castigara desde su base en Gibraltar por la manifesta adhesión de Franco al nazis-mo bombardeando suelo español. Pasará años de su ju-ventud esperando frente al célebre peñón un ataque aéreo Cuando estalló la guerra la noticia llegó en medio de la fiestas por nuestra Señora del Carmen, las campanas llamando a júbilo por ello se confundían con los que vivaban el alzamien-to de Franco. Todas noches rezábamos en familia a la luz de las lámparas de kerosene, todavía me con-mueve después de casi ochenta años recordar el llanto de mis padres por no tener noticias de seus filhos que estaban en el frente (...)Durante la entrevista.
image/svg+xmlVoces Recobradas8180Revista de Historia OralVoces RecobradasRevista de Historia Oral8180que nunca llega, otros compañeros se apuntarán como voluntarios para integrar la división azul con la que se destacaron en la campaña de Rusia, alistados para frenar el avance del comunismo. La mayoría morirá bajo la in-clemencia del invierno ruso.Indudablemente me tocó una mala época para hacer la mili…Cada tanto una licencia lo devuelve a su pueblo, adonde llega con latas de conservas intercambiadas gracias a su abstinencia al tabaco que los ofciales reparten a sus hom-bres y que Ramiro, más temprano que tarde, canjeará por comestibles.En una de esas licencias, el 19 de septiembre de 1942, va junto a sus amigos al vecino pueblo de Loimil a la festa de la Virgen de la Salleta, sus 22 años reparan en una moza alta y fuerte. Luego del baile la invita a dar un paseo, el permiso que ella debe solicitar al padre revelan sus escasos 15 años. Ramiro, con urgencias de guerrero, va en busca de una muchacha mayor que pueda decidir por sí sola si acepta estrecharse castamente al son de un paso doble.Pero la moza, a diferencia de él, sabrá esperar con paciencia una nueva oportunidad, mientras tanto ten-drá otras cosas en qué pensar. Celia sepulta su sueño de ser maestra urgida por los apremios económicos que la guerra ha dejado en miles de familias, la escuela secun-daria estaba lejos de una aldeana que hubiera tenido que trasladarse a Compostela con los consiguientes gastos de vivienda y alimentos. Los estudios superiores son para jó-venes de familias de posibles.A ella le tocaba contribuir con la economía familiar aventurándose de noche con hermanos y amigas hasta Carboeiro de Francia, el lugar donde se hallaba el yaci-miento de wolframio, ya que la España franquista proveía a los nazis de ese mineral imprescindible para el funcio-namiento de sus submarinos. La tarea era peligrosa, ya un vecino había sido asesinado por las patrullas que cus-todiaban el yacimiento. Cuando después de la Segunda Guerra el lugar fue clausurado, Celia se las arregló con sus conocimientos de costura, cargando sobre su cabeza una máquina de coser portátil recorría los pueblos veci-nos para confeccionar prendas que las mujeres le solici-taban. Las telas eran sencillas, el accesible liencillo o el lino que durante meses procesaban las familias tras un arduo proceso o, en contadas ocasiones, seda que llegaba de Portugal. Desde siempre, sin ser conscientes de la pobreza, nos ga-nábamos buenamente la vida como podíamos, nuestra ri-queza era la salud, el trabajo, la honradez, eso se mama desde niño. Después de todo el dinero es lo que más rápido se acaba.Aquella moza alta que Ramiro había conocido en la festa patronal volvió a coincidir con él, esta vez en una festa de casamiento. Ya con 18 años Celia no tuvo necesidad de solicitar el permiso paterno para acep-tar el convite. Celia recuerda: Nos volvimos a topar en una boda en mi pueblo, Lamela, era un lugar famoso por sus músicos que siempre eran convocados para integrar las bandas de música que iban a los pue-blos cercanos donde al fn de la guerra se organizaban bailes que ayudaban a recuperar la alegría.Rápidamente se pusieron de novios, en las aldeas no con-venía que las muchachas tontearan demasiado para no caer bajo la maledicencia vecinal. Ya se sabía que la excusa de buscar agua en el manantial era ideal para el cotilleo.La quise a Celia desde el primer momento que la vi, siem-pre me costó expresarme pero le hice saber que así eraSeguramente una prueba de ese amor la daba cuando la visitaba los domingos, caminando cuatro horas, atrave-sando montes y sorteando entre las piedras el cruce del río Deza que separaba a sus pueblos.Al poco tiempo falleció mi padre con el corazón cansado, los dos años siguientes guardé luto por él, el brazalete ne-gro me acompañó todo el noviazgo…Ramiro había pasado desde los 18 a los 25 años bajo ban-dera, cuando fnalmente fue licenciado de largo servicio militar, primero como recluta y luego como reservista. Al volver encontró una Galicia sumida en la miseria, si bien no había sido zona de combates, la economía como en el resto del país se había derrumbado. Al principio yo también como muchos me dediqué al es-traperlo… o mercado negro como es más conocido, de Por-tugal o de ciudades grandes llegaban productos que luego vendíamos en las aldeas de las rías baixas. El racionamien-to era atroz, la loza, las telas era lo que más dinero daba. Había vuelto luego de siete años en el ejército y sin un duro. Con el tiempo pude entrar a trabajar en las cuadrillas que a dinamita, pico y pala abrían de lunes a sábados los cami-nos para instalar las vías del ferrocarril que uniría Orense y Santiago de Compostela. Eran dos horas de camino hasta llegar al río Ulla que dividía Pontevedra de La Coruña y otras dos para volver a la casa.De niño yo, como Celia, escuchaba historias de la prosperidad de los indianos como se les llamaba a los pai-sanos que habían ya emigrado y solían volver cargados de relojes y regalos para la familia. Allí mientras picaba la piedra tomé la decisión de emigrar, en un principio a Cuba. Fue Celia quien me convenció que en Buenos Aires había más posibilidades…En junio de 1947, Eva Perón, la joven y bella primera dama de la Argentina, visita la catedral de Compostela. A la salida centenares de manos le entregan cartas a la comitiva que la acompaña, solicitando emigrar a su país. En la España de posguerra la aparición de esa mujer tan ricamente ataviada despertaba los sueños de los que mar-charían a esa tierra ubérrima, en muchos casos para no seguir siendo una carga para los suyos: (…) una boca menos siempre era un alivio para los que quedaban. En aquella época desde el puerto de Vigo salían hasta el tope tres o cuatro barcos para Cuba, Puerto Rico, Venezuela o Argentina. Así que en mayo de 1949 me em-barqué en el Monte Udala rumbo a Buenos Aires. Acudí a prestamistas, mi madre empeñó algunas tierras y así pude comprar el pasaje. Mi hermano Florencio no pudo venir por corto de vista y no pasó el examen físico en el consula-do argentino de Vigo, en eso eran muy estrictos…Su amigo Julio, a manera de augurio, le gritó cuando el barco levó anclas: Suerte tienes, allí te hartarás de pan de trigo.Atrás quedaban la familia y Celia, a la que las vecinas mi-raban con tristeza. Muchas de ellas decían que América se tragaba a novios y esposos que eran seducidos por las mujeres del país, esas criollas que les hacían olvidar a los hombres sus deberes familiares.Pasarían dos años antes de que volvieran a reencon-trarse. Cuando Ramiro le propuso seguirlo a Buenos Ai-res ella no imaginó el llanto y la morriña al separarse de su casa:A la patria se la quiere como a los padres… aquello fue muy duro… si no es por necesidad nadie deja la tierra de uno…Pero esa tierra que dejaba era también la tierra en que las oportunidades eran para los acomodados del régimen. El trabajo era algo difícil de conseguir como no se tuvie-ran relaciones y en su casa se repetía el dicho “no pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”.España se convirtió en la tierra de las venganzas que se ejercían inmisericordes tras la Guerra Civil, en donde Desde siempre, sin ser cons-cientes de la pobreza, nos ganábamos buenamente la vida como podíamos, nuestra riqueza era la salud, el trabajo, la honradez (...)Ramiro Blanco, veterano de la Guerra Civil Española.
image/svg+xmlVoces Recobradas8382Revista de Historia OralVoces RecobradasRevista de Historia Oral8382una denuncia anónima por no concurrir los domingos a la iglesia o expresar discrepancias con el Caudillo podía terminar con la prisión o, peor aún, con el paseíto, tras el cual se terminaba acribillado al borde de un camino o frente a la tapia de un cementerio. Mientras tanto, al amparo de los montes, los guerrilleros antifranquistas gallegos seguían luchando, como sus pares catalanes, después de una década de finalizada la guerra, dirigi-dos por Benigno Andrade García, alías Fousillas por su lugar de nacimiento. Recién en 1954 con su caída y ejecución mediante el garrote vil, la resistencia a Fran-co es desmembrada en Galicia.Buenos AiresAl bajar del barco Ramiro se instaló en una casa del barrio de San Nico-lás, donde desde hacía años residía una familia amiga de su familia. Al poco tiempo ya trabajaba en las noches como sereno en el Banco de España y Río de la Plata y durante el día en una carnicería. Unos meses después dejó ese trabajo para entrar al Hotel Claridge como ayudante de cocina en el restaurant; el comis era el enlace entre la cocina y el salón en donde pasaba los pedidos a los mozos. Todo trabajo era bienvenido para pagar las deudas contraídas en España para comprar su pasaje a América. Aquí fui feliz desde el inicio y trabajaba tanto que ni tiempo de extrañar tenía... en aquel entonces la pros-peridad de la Argentina era tan grande que todos los días llegaban barcos con gente de Europa. En Galicia por ejemplo… todos tenían aquí un amigo o un parien-te, todos sabíamos que Perón se ocupaba mucho de los pobres, incluso había mandado a España barcos llenos de trigo y carne en una época que nos faltaba de todo. Allí se pasaba hambre, sobre todo en las ciudades, y ellos mandaban vida con cada barco... Por eso apenas llegar a Buenos Aires comencé a trabajar… aquí la red de solidaridad entre los paisanos gallegos funcionaba de maravillas, en aquel entonces año cuarenta y nueve, ni siquiera comprábamos el diario para procurarnos tra-bajo. Yo en dos años pude cancelar mi deuda de viaje, solo podíamos girar cien pesos según las leyes argenti-nas pero la cancelé, ahora ya podía pensar en un futuro aquí. Todo costó mucho esfuerzo…, no era cierto que aquí se barría el dinero en las calles de tan próspero que era este país, al menos eso tenía escuchado yo en Galicia…Al final de 1951 es Celia quien se embarca en el Entre Ríos con quinientos pasajeros.Hombres y mujeres llorábamos en el puerto de Vigo, aquello parecía un entierro.Previamente a la partida se había presentado en el consulado argentino de Vigo para demostrar su buena salud y su capacidad para leer, sumar, restar y multi-plicar. El viaje fue pasando entre canciones de su tierra, tangos y las risas ante un audaz que entonaba la marcha peronista. Para ella todo parecía una fiesta a pesar del haci-namiento, en algunos camarotes de ocho literas llegaban a dormir has-ta quince personas.Al principio se me cayó el alma al suelo… la ciudad me parecía grande y fea, todo era gris y comparaba con lo verde de Galicia… aquí nadie se conocía por los nombres de sus casas, esto era inmenso como no lo había visto. Lo único lindo era mi novio que me esperaba en el puerto. Y mis hermanos, que habían llegado antes que yo, Avelina, Luis y Anto-nio… los cuatro trabajábamos en la bodega que habían fundado mis tíos Jesús y Ramiro Gamallo Montero, ellos eran hermanos de mi madre y los que nos abrieron el camino a América. Con los años llegamos a ser seis de los hermanos aquí, el resto de nosotros quedó en Gali-cia. La bodega que fundaron nuestros tíos se llamaba El gran poder y estaba en la esquina de Artigas y Asun-ción… mi hermana y yo limpiábamos y cocinábamos la comida de los hombres. La diversión era poca, con Ramiro había poco tiempo y dinero para pasear, alguna vez un baile en el Centro Lucense o visitar el Parque Japonés de Retiro…Villa Pueyrredón estaba llena de italianos, noso-tros éramos el bastión gallego y a medida que la bodega crecía fuimos llamando a otros paisanos que se fueron instalando en el barrio. Cada hermano, cada antiguo vecino que llegaba… era un pedazo de nuestra tierra Nota de la redacción————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———Este trabajo es un ensayo literario y fue aceptado por la secre-taría de redacción teniendo en cuenta la riqueza de los testimo-nios de Ramiro y Celia. Las entrevistas fueron realizadas por Gabriel Seisdedos entre noviembre y diciembre de 2014.Bibliografía————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———Barela, Liliana, Mercedes Miguez y Luis García Conde, Algu-nos apuntes sobre historia oral y como abordarla, Buenos Aires, Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico, 2da. edición, 2012.Devoto, Fernando, Historia de la inmigración en Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.Fraser, Ronald, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Historia oral de la Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 2001.Pereda, Manuel Enrique, Nuestra querida Villa Pueyrredón,Buenos Aires, Del Carril impresores, 1985.Schwartzstein, Dora, Entre Franco y Perón. Memoria e iden-tidad del exilio republicano español en Argentina, Barcelona, Crítica, 2001.Aquí fui feliz desde el inicio y trabajaba tanto que ni tiempo de extrañar tenía... en aquel enton-ces la prosperidad de la Argenti-na era tan grande que todos los días llegaban barcos con gente de Europa. que llegaba con ellos... Me llevó unos cuatro años perder la morriña y sentir la nueva tierra como propia, en eso ayudó la llegada de los hijos que fueron llegando des-pués de casarnos… nosotros tuvimos tres, Juan, Mónica y Antonio.En abril de 1954 nos casamos en la parroquia Sofía Magdalena Barat, aquí en el barrio… luego brindamos con sidra y tuvimos una corta luna de miel en el hotel que el sindicato bancario tenía en Córdoba…Ramiro entró a trabajar en la bodega familiar en 1956. Mientras hacía el reparto de vino en alguno de los ocho carros, fue testigo de la transformación del barrio de Villa Pueyrredón: Yo tomaba el tranvía 90 del centro que terminaba en América, ahora se llama Mosconi, creo que por un ge-neral, y Artigas. Artigas y Mosconi crecieron hasta ser el centro comercial del barrio, ya no había que ir a Vi-lla Urquiza para conseguir ropa o calzado, por ejemplo. Ahora ni siquiera se hacen las fogatas de san Pedro y san Pablo que eran tan bonitas y nos recordaban a Galicia… Antes por todo Buenos Aires había gallegos a montones, luego fueron llegando menos, iban para Suiza, Alema-nia, Francia… eso fue por 1960 cuando Europa se re-cuperó de la guerra. Para Galicia fue buena la emigra-ción, el municipio de Lalín en Pontevedra creció mucho gracias a las remesas que mandaban los que de allí se habían marchado...El matrimonio accedió a la casa propia en la calle Pa-reja y mandó a sus hijos a los tradicionales colegios re-ligiosos del barrio, Sofía Magdalena Barat, Cristo Rey, el Damasa Zelaya de Saavedra, más conocido como el Damasa.La bodega con su cuñado Antonio González Gamallo a la cabeza, el mismo Ramiro y sus paisanos Ismael Váz-quez y José Vila Neira junto a otros gallegos, tomó el nombre de Bodegas Galán y sus camionetas pasaron a ser parte del paisaje cotidiano de Villa Pueyrredón. Trabajamos a lo bestia. Cuando dejamos los carros por los camiones todo costó mucho esfuerzo. Y trabajar en la calle ya en esos tiempos era peligroso, a uno de nues-tros repartidores, Silverio Cajaravilla, le asaltaron cin-cuenta y tres veces, él las tenía contadas…Yo trabajé en la bodega hasta los ochenta y siete años, cuando ya me hice viejo. A Galicia hemos vuelto cuatro veces, aquello ahora es distinto de lo que dejamos, se han vuelto ricos. Las nuevas generaciones en España no tienen idea de la miseria que se pasó, cuando lo conta-mos nos miran como si ni lo creyeran…Nosotros aquí en Buenos Aires hemos dado educa-ción a nuestros hijos, les hemos visto crecer y formar sus propias familias. Hemos prosperado… pero segui-mos siendo en esencia los labriegos que éramos cuando partimos…Los silencios de Ramiro, el llanto contenido de la niña que fue Celia al evocar el sufrimiento de sus padres por los hijos que estaban en el frente, nos traen asordina-damente a esta casa de Villa Pueyrredón todo el horror de una guerra fraticida que ochenta años después aún divide a España.Más cercano al testimonio que a la entrevista, dejamos que fueran ellos los que elijieran qué contar y qué callar.