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Revista de Historia Oral
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Introducción
Quienes se reconocen como indígenas en la Argentina son
una pequeña parte del total de la población. Según distin-
tas fuentes alcanzarían el 1,5%, es decir 600 mil personas
o, para otros, el 3,4% que es alrededor de 1.360.000.
1
Com-
paradas con otros países de América Latina como Bolivia
(62%), Guatemala (41%), Perú (25%), México (15%)
2
es-
tas cifras nos parecen exiguas. Sin embargo, los estudios
realizados hace ya más de una década por el Servicio de
Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos
Aires, dirigido por el Dr. Daniel Corach, nos llaman a ser
más cuidadosos con nuestras apreciaciones. El Dr. Corach
pudo determinar que un 56% de la población argentina
tiene al menos un antepasado amerindio.
3
Es casi una paradoja puesto que, para el sentido común de
los argentinos, en el país no hay “indios” y los pocos re-
conocidos como tales, son considerados extranjeros o es-
tigmatizados, como los que viven arrinconados, en condi-
ciones de extrema pobreza en zonas rurales. Claro está, en
las grandes ciudades hemos ido convenciéndonos de que
“los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de
los incas y los argentinos, de los barcos” y así, tal cual, ese
dicho se transmitió como verdad inapelable.
Para los que nos dedicamos al estudio de la historia, más
allá de cifras y porcentajes, las memorias de las comunida-
des indígenas y de los individuos que se consideran tales,
interpelan
el relato sobre el pasado común que circu-
la en nuestro país. Estas interpelaciones forman parte
del desagravio que la sociedad argentina le debe aún a los
pueblos originarios y, al mismo tiempo, son un pedido de
explicación en una serie de cuestiones que van desde la
ausencia de los sujetos indígenas como agentes históricos
hasta la forma de mirar, relatar e interpretar el pasado de
esas comunidades que no es coincidente con el modo en
que la cultura occidental mira, relata e interpreta.
Este artículo se propone analizar algunos de esos asuntos
primero, para avanzar luego, en los aportes que puede ha-
cer la historia oral.
Memorias
indígenas
e historia oral
Dora Eloísa
Bordegaray
Asociación de Historia
Oral de la República
Argentina
Relato histórico y ausencia indígena
Tradicionalmente la presencia de indígenas en los progra-
mas de estudio de historia se circunscribía a tres grandes
períodos: el poblamiento del continente americano, la
conquista europea de América (quizás deberíamos de-
cir la invasión europea al
Abya-Yala
) y la constitución de
los Estados nacionales con la eliminación de las llamadas
fronteras internas, esto es la llamada Campaña al Desier-
to (
wingka aucan
, el gran malón de los blancos). Para la
primera época se incluyen las diversas teorías que expli-
can el poblamiento de América y las culturas llamadas
precolombinas (toda una defnición y un “vaciamiento
identitario” a través del uso del prefjo y del adjetivo), des-
de las cazadoras recolectoras, hasta las culturas urbanas
como la azteca, maya e inca. Aparecen entonces, como en
un listado, las diversas culturas ubicadas en esos territorios
y se describen esos pueblos con las características físicas y
culturales tal como se los observaba en esa época, como
si fuesen objetos iguales a sí mismos, inmutables a lo lar-
go de los siglos. Luego, para la etapa colonial se incluyen
fundamentalmente la ocupación de los territorios por
españoles primero y otras naciones después, y allí vuel-
ven a aparecer los pueblos originarios haciendo la guerra
a sus conquistadores; las formas de trabajo compulsivo
indígena; las reducciones o las idealizadas “misiones”, en
especial las de los jesuitas. No hay mucho más; durante
los siglos XVI al XIX hay una especie de silenciamiento
indígena hasta que los indios vuelven a hacerse presentes
como contraparte negativa, en clave de reactivación de los
malones, cuando las elites criollas necesitan expandir la
frontera agropecuaria.
Más de 40.000 años de vida humana en el continente y más
de 500 de resistencia al avance de los europeos y sus des-
cendientes, son reducidos a una docena (con suerte) de
temas acotados a la “subalternidad”. Una historia donde
los indígenas solamente emergen en forma esporádica o
casi espasmódica (si nos permitimos parafrasear a E. P.
Tompson
4
) y se esfuman por completo después de la lla-
mada Campaña del Desierto.
¿A qué se debe la total ausencia o desaparición de los in-
dígenas de nuestra historia? Múltiples son las razones que
coadyuvaron a producir este ocultamiento; examinaremos
solamente algunas.
Desde el punto de vista ideológico, la elite criolla que con-
solidó la organización estatal del país, compartía la mirada
que la cultura occidental difundía e imponía en todo el
mundo: civilizar aún a fuerza de exterminar a los “bárba-
ros”. En Estados Unidos lo decía, sin tapujos, el presidente
Teodoro Roosevelt (1901-1909): “Habla suavemente pero
lleva un gran garrote, así irás adelante”
,
cuando se refería a
su política tanto externa como interior, que le servía para
doblegar a esquimales, pieles rojas, bosquimanos, etcétera.
No eran distintas las ideas y prácticas de otros países de
Europa para repartirse África, Asia y Oceanía en lo que fue
llamado el Gran Imperialismo. En la Argentina, el ideario
del progreso y de la cruzada civilizatoria era compartido
por pensadores, políticos, terratenientes y comerciantes.
Juan Bautista Alberdi escribía
5
: “(…) Nosotros, los que
nos decimos americanos, no somos otra cosa que euro-
peos nacidos en América (…) No conozco persona distin-
guida de nuestras sociedades que lleve apellido pehuenche
o araucano (…) ¿Quién conoce caballero entre nosotros
que haga alarde de ser indio neto?; ¿Quién casaría a su
hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y
no mil veces con un zapatero inglés?” Sarmiento, a su vez,
opinaba: “No hay amalgama posible entre el pueblo salva-
je y uno civilizado. Donde este ponga el pie, deliberada o
Pacta Sunt Servanda.
Interesante compilación de fuentes cuyas auto-
ras son dos importantes antropólogas.
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indeliberadamente, el otro tiene que abandonar el terreno
y la existencia; porque tarde o temprano ha de desaparecer
de la superfcie de la tierra”.
6
Esta necesidad de eliminar los vestigios de la barbarie hizo
que el presidente Julio Argentino Roca dijese ante el Con-
greso Nacional: “Estamos como nación empeñados en una
contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tre-
mendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de
la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza,
aniquilemos sus resortes y organización política, desapa-
rezca su orden de tribus y si es necesario divídase la fami-
lia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la
causa de la civilización”.
7
Estas ideas para ser efectivas debían convertirse en hege-
mónicas y para ello se necesitaba con-
vencer a los sectores populares de las
supuestas bondades que el exterminio
de la barbarie traía aparejadas. Dicho
convencimiento fue obra de diversos
dispositivos, quizás uno de los más ef-
caces fue el sistema educativo; la escue-
la, como órgano central del desarrollo
del Estado, tuvo un rol muy importante
en la consolidación de ese sentido común
que nos hizo creer que éramos radicalmente diferentes a toda
Latinoamérica. A través de las escuelas se impuso la homoge-
neidad como un valor primordial y se difundió el desprecio
a los grupos indígenas. Fue en la escuela donde se prohibió el
uso de las lenguas vernáculas, colaborando de ese modo en
su extinción y se vedó la manifestación de rasgos culturales
diferentes a los supuestamente “nacionales”. Pero además, in-
trodujo el estudio de la historia con el objetivo fundamental
de cohesionar a las masas confriéndoles un pasado común
que ofciara de mito identifcatorio;
8
en dicha historia los gru-
pos indígenas constituían la otredad que se había superado.
Como si todo esto fuese poco, debemos agregar otras dos
cuestiones más. En primer lugar, la ausencia de la cate-
goría “indígena” en censos, los mismos que incluían otras
condiciones identitarias; según Benedict Anderson esto
ha sido un verdadero “genocidio estadístico”. En segundo
lugar el ocultamiento de la identidad indígena bajo ape-
lativos como “mestizos” o “criollos” o “puesteros” o “ca-
becitas” o “villeros”, haciendo especial referencia a que el
mestizaje no es garantía de equilibrio entre partes sino que
todo mestizaje es “blanqueador”.
9
Por su parte, los medios de prensa que forman la opinión
pública compartían (y todavía comparten) esa mirada ra-
cista de los primeros años del siglo XX. En algunos casos,
esas posturas intolerantes fueron ocultándose bajo discur-
sos paternalistas y en otros, volvieron a aparecer mostran-
do sus facetas más discriminatorias como cuando son ho-
mologados los indígenas con la idea de abandono y mise-
ria o los pobres urbanos con delincuencia. Es importante
aclarar que la mayor parte de los indígenas de la Argentina
viven, al día de hoy, en los grandes conglomerados urba-
nos pero su marcación étnica queda velada por la pobreza.
Sea por estas o por otras razones la prensa eliminó casi por
completo toda mención a grupos indígenas que fuese más
allá de los límites de lo folclórico o de las noticias policia-
les y/o sensacionalistas.
Pueblos indígenas
e historiadores
Los estudiosos del pasado tampoco se
preocuparon por esta temática. Cierto
es que, hasta bien avanzado el siglo XX,
se sostenía que la historia debía ocupar-
se de hechos lejanos en el tiempo como
garantía exclusiva de objetividad. Por
otra parte, los fundadores de la “histo-
ria nacional” que se proponían realizar un
trabajo académico
10
formaban parte de aquellas elites intere-
sadas en ocultar un pasado que pudiese ser considerado “bár-
baro”. Muchos de sus discípulos compartieron el paradigma
de civilización/barbarie, de lo contrario sería imposible que
en la actualidad algunos sigan sosteniendo que los mapuches
son extranjeros con el argumento siguiente
: invadieron nues-
tro territorio a partir de fnes del siglo XVIII.
11
Ahora bien, ya hace más de medio siglo que sostenemos que
ocuparse del pasado inmediato también es tarea del historia-
dor y no tiene por qué ser desechado. A pesar de ello, han
sido pocos los historiadores atraídos por investigar estas te-
máticas; “el estudio de las sociedades originarias no fue, ni
es todavía, un terreno que, en general, interese a los histo-
riadores”, dice Raúl Mandrini
12
. Excepciones que confrman
la regla y no podemos dejar de mencionar son los trabajos
(magnífcos si se me permite la adjetivación) de Enrique Tán-
deter
13
o de Luis Vitale
14
, por señalar solo a dos historiadores
y de David Viñas desde la crítica cultural
15
. El problema es
que esas obras no han alcanzado la difusión necesaria para
constituirse en parte de la “historia compartida” por el común
de los ciudadanos y circulan en espacios académicos y/o uni-
versitarios que son acotados.
Por otra parte, los escasos historiadores abocados al pasado
indígena, por lo general, no avanzan más allá de la Conquista
del Desierto (se puede nominar ese hecho como
el
wingka
aucan
–el gran malón de los blancos–) de modo que gran
parte del siglo XX forma parte de esa ausencia indígena en
el pasado común.
Fueron y son profesionales de otros campos quienes se ocu-
paron y se ocupan de esta temática y en los últimos años ha
aparecido un renovado interés de cineastas documentalis-
tas
16
preocupados por recoger los testimonios de las comu-
nidades. Los antropólogos y/o investigadores dedicados a la
antropología,
17
vienen produciendo una gran cantidad de
trabajos que se proponen relevar las memorias que versan so-
bre las comunidades indígenas tanto del pasado lejano como
del reciente y es gracias a varias de esas obras que contamos
con la publicación de documentos e investigaciones que de
otra forma no tendríamos.
Desafío para historiadores
Un refrán popular que repetía una de mis testimoniantes,
dice así: “El que no sabe es como el que no ve”.
18
Este axio-
ma en constante presencia es el único modo de hallar a los
indígenas y sus devenires cuando intentamos acercarnos
a esta temática en cualquier repositorio documental. Segu-
ramente habrá que volver a las fuentes escritas con nuevos
ojos para poder trabajar a través de los indicios
19
y debido a
que las comunidades y sus miembros han sido siempre sub-
alternizados, habrá que buscarlos especialmente en fuentes
policiales y/o judiciales. Pero no solamente en ellas, dado que
muchas veces la presencia indígena se halla subsumida en los
grupos
pobres de población tanto rural como urbana, en es-
pecial con los colectivos de migrantes recientes. Ocultas para
algunos académicos, estas muchedumbres son mencionadas
en las producciones literarias (cuentos, novelas, dramas) de
cada región y no solo en las fuentes primarias. Novelas como
Fuego en Casabindo
de Héctor Tizón, escrita más de un siglo
después de los acontecimientos, pueden movernos a delinear
búsquedas impensadas de otro modo.
¿Y si de historia oral se trata?
Una vez enfrentados a nuestro “Eureka” seguramente se nos
hará necesario consultar testimonios y muchos de ellos nos
colocarán ante nuevos desafíos.
En primer lugar, porque al ir a entrevistar nos hallaremos con
formas de narrar diferentes, que tienen las comunidades y
sus miembros, en particular aquellas que no están totalmente
transculturadas. Esos relatos indígenas poseen una estructu-
ra gramatical y una variedad dialectal distintas a las estándar
y además, un estilo narrativo que no siempre coincide con la
estructura tripartita del cuento occidental, pero que es igual-
mente expresión de confictos.
20
Por otra parte, esos relatos
nos resultan imprecisos cronológicamente y con una mane-
ra particular de referenciar el paso del tiempo, dando cuenta
de una cotidianeidad que se repite y homologando el pasado
cercano con el pasado lejano. En algunos casos hasta inclu-
yen la presencia de personajes fabulosos junto a las personas
comunes o relatos míticos dentro de una trama que, hasta ese
momento, nos resultaba real.
En segundo término, una vez creadas nuestras fuentes estare-
mos dando el primer paso para comenzar a desbrozar
cuánto
de
y
cómo
estas memorias “traumáticas”, de “los vencidos”, o
“negadas”
21
pueden formar parte de un relato histórico com-
partido. Nos veremos urgidos por abordar la lectura de textos
que nos explican la colonialidad
22
en la que hemos sido for-
mados y a partir de allí podremos preguntarnos con nuevos
Por su parte, los medios
de prensa que forman
la opinión pública compartían
(y todavía comparten) esa
mirada racista de los primeros
años del siglo XX.
Nuestros paisanos los indios
. El autor es antropólogo y ha escrito
una de las pocas síntesis completas de la historia indígena desde el
poblamiento de América hasta fnes del siglo XX.
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criterios si estas memorias de grupos “subalternos” pueden
decir su palabra.
23
Con estos dos pasos, podríamos decir que hemos comenza-
do el trabajo del historiador que nos comprometerá a reali-
zar todas las tareas que constantemente llevamos adelante en
nuestras investigaciones: analizar, contextualizar, repreguntar
al texto, contrastar con otras fuentes orales y escritas, estudiar
la bibliografía disponible, replantear hipótesis, volver al en-
trevistado, recabar información y opiniones de profesionales
que pueden complementar nuestra mirada, etcétera, etcétera.
Sin olvidar que los maestros nos enseñaron que
la historia
expande los límites de la memoria.
24
La Asociación de Historia Oral de la República
Argentina y las memorias indígenas
El tema indígena ha estado presente en los Encuentros de
Historia Oral realizados desde 1993 en la Ciudad de Buenos
Aires, pero en la mayoría de los casos estaba velado por cate-
gorías como las de nacionalidad y clase.
25
Recién después de 2001 comenzaron a presentarse ponencias
con testimonios de individuos que se autoidentifcan como
pertenecientes a pueblos originarios que versaban sobre
problemáticas de identidad y de educación, en particular el
abordaje de las clases de historia en escuelas con presencia
indígena. Dado que no había en esos Encuentros una mesa
temática específca, dichas ponencias se presentaban en las
mesas dedicadas a “Historias Locales”, “Cultura”, “Migracio-
nes”, etcétera.
Fue recién en 2012, en ocasión de la 17ª Conferencia Inter-
nacional de Historia Oral que la IOHA (International Oral
History Asociation) organizó conjuntamente con AHORA
(Asociación de Historia Oral de la República Argentina),
cuando por primera vez se dispuso el armado de una mesa
específca para las cuestiones indígenas con 25 ponencias de
distintos países: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México y
Panamá.
El poder de convocatoria que tuvo esa primera mesa fue moti-
vo sufciente para volver a reunir una mesa específca en el XI
Encuentro Nacional y V Congreso Internacional de Historia
Oral de la Argentina celebrado en la ciudad de Córdoba entre
el 25 y 27 de septiembre de 2014. En dicha mesa se presen-
taron ponencias y comunicaciones referidas a las memorias
sobre indígenas vinculados a bandidos rurales, los problemas
de la identidad y quiénes necesitan afrmarla, la permanen-
cia de relatos tradicionales en contextos de migración, las
características de las narrativas populares jujeñas que siguen
transmitiéndose en las comunidades y los procesos educa-
tivos de contextos de interculturalidad. En este último ítem
se encuentra concentrado el interés tanto de los autores de
las ponencias como del auditorio, especialmente compuesto
por docentes. Es que ellos, maestros y profesores, son quie-
nes viven los procesos discriminatorios en el cotidiano esco-
lar y sienten la preocupación por enseñar una historia más
cercana a los alumnos al tiempo que sea herramienta para el
desarrollo cognitivo. De allí que buscan renovar el relato his-
tórico que pueda servir a la autoafrmación identitaria pero,
también, que cumpla con los objetivos más racionales que la
historia tiene como asignatura escolar: coadyuvar a la forma-
ción del pensamiento crítico de los sujetos en formación.
Por tal razón es que se hace indispensable trabajar en varios
niveles: conseguir que las casas de estudio se interesen y fnan-
cien investigaciones que aporten nuevos conocimientos sobre
los avatares indígenas de nuestro pasado reciente; difundir esos
conocimientos e incluirlos en las transposiciones didácticas y,
además, capacitar a los docentes de las escuelas para que pue-
dan dirigir a sus alumnos en proyectos de historia, específca-
mente de historia oral, que a los jóvenes puede entusiasmarlos
Notas
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
1. INDEC, Encuesta Complementaria de Población Indígena
2004.
2. Disponible en: http://www.cepal.org/celade/indigenas/
3. Disponible en: http://www.tecnopolis.mincyt.gob.ar/?p=826
4. E. P. Tompson, “Economía moral de la multitud”, en
Costum-
bres en común
, Barcelona, Crítica, 1995.
5. Juan B. Alberdi,
Bases y puntos de partida para la Organización
Nacional,
Buenos Aires, Eudeba, 1963.
6.
Domingo F. Sarmiento, “Artículos críticos y literarios, 1842-
1853”
en
Obras Completas
, Tomo II, Buenos Aires, Luz del Día,
1948.
7. Diario
La Prensa
, Buenos Aires, 1º de marzo de 1878.
8. Mario Carretero,
Documentos de Identidad. La construcción de
la memoria histórica en un mundo global
, Buenos Aires, Paidós,
2007. M. Carretero y J. A. Castorina,
La construcción del conoci-
miento histórico. Enseñanza, narración e identidades
, Buenos Ai-
res, Paidós, 2010.
9. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/clac-
so/index/assoc/D8642.dir/Gonzalo_Portocarrero.pdf
10. ¿Es necesario recordar aquí que Bartolomé Mitre fundó la Jun-
ta de Historia y Numismática, antecedente directo de la Academia
Nacional de la Historia? Para ampliar consultar: www.an-historia.
org.ar/historia.php
11. Sabemos que es imposible hablar de territorio nacional en la
Patagonia dado que la frontera no existía en esa fecha.
12. Raúl Mandrini,
La historiografía argentina, los pueblos ori-
ginarios y la incomodidad de los historiadores.
Disponible en:
http://ojs.fchst.unlpam.edu.ar/ojs/index.php/quintosol/article/
viewFile/718/646
13. Enrique Tándeter,
Coacción y mercado. La minería de la pla-
ta en el Potosí colonial (1692-1826),
Buenos Aires, Sudamericana,
1992.
14. L. Vitale,
Introducción a una teoría de la historia para América
Latina
, Buenos Aires, Planeta, 1992.
15. David Viñas,
Indios, ejército y frontera,
Buenos Aires, Galerna,
2013 ( A 30 años de la primera edición de este libro).
16. Entre otros: Myriam Angueira
, Inacayal. La negación de la
identidad
; Valeria Mapelman,
Octubre Pilagá
; Marina Rubinos,
Tunteyh o el rumor de las piedras.
17. Tal es el caso de Marcelo Valko, psicólogo. Ha publicado varias
obras referidas a esta temática, quizás la más difundida
Los indios
invisibles del Malón de la Paz
, Buenos Aires, Ediciones Madres de
Plaza de Mayo, 2008.
18. Dora Mesorio Balbín, 90 años, 28 de agosto de 2012.
19. Carlo Ginzburg,
Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Histo-
ria
, Barcelona, Gedisa, 1999.
20. María Luisa Rubinelli,
Los relatos populares andinos: expresión
de confictos,
Río Cuarto,
Ediciones del ICALA, 2011.
21. Para estos temas puede consultarse: Academia Universal de las
Culturas,
¿Por qué recordar?. Foro Internacional Memoria e Histo-
ria. Unesco/La Sorbonne, 1998,
Barcelona, Granica, 2002.
22. Consultar: www.ugr.es/~pwlac/G25_52Pablo_Quintero-Ivan-
na_Petz.html o http://www.culturayrs.org.mx/revista/num10/Paz.
pdf o http://www.udesa.edu.ar/Unidades-Academicas/departa-
mentos-y-escuelas/Humanidades/eventos?eid=2879
23. Gayatri Chakravorty Spivak,
¿Puede hablar el subalterno?,
Bue-
nos Aires,
El Cuenco de Plata, 2011.
24. Jacques Le Gof,
El orden de la memoria: el tiempo como imagi-
nario,
Barcelona, Paidós, 1991.
25. Para todo este acápite véase “Pueblos originarios, memoria,
política e historia oral”, en Revista
Voces Recobradas
N° 33, Buenos
Aires, agosto de 2013.
Bibliografía
————— ————— ————— ————— ————— ————— ————— ———
Alberdi, Juan Bautista,
Bases y puntos de partida para la Orga-
nización Nacional,
Buenos Aires,
Eudeba, 1963.
Carretero, Mario,
Documentos de Identidad. La construcción de la
memoria histórica en un mundo global
, Buenos Aires, Paidós, 2007.
Carretero, M y Castorina, J.A.,
La construcción del conocimiento
histórico. Enseñanza, narración e identidades
, Buenos Aires, Pai-
dós, 2010.
Ginzburg, Carlo,
Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Historia
,
Barcelona, Gedisa, 1999.
Le Gof, Jacques,
El orden de la memoria: el tiempo como imagina-
rio,
Barcelona, Paidós, 1991.
Mandrini, Raúl,
La historiografía argentina, los pueblos originarios y
la incomodidad de los historiadores.
Disponible en: http://ojs.fchst.
unlpam.edu.ar/ojs/index.php/quintosol/article/viewFile/718/646
Rubinelli, María Luisa,
Los relatos populares andinos: expresión de
confictos,
Río Cuarto, Ediciones del ICALA, 2011.
Sarmiento, Domingo, “Artículos críticos y literarios, 1842-
1853” en
Obras Completas
, Tomo II, Buenos Aires, Luz del Día,
1948.
Spivak, Gayatri Chakravorty,
Puede hablar el subalterno?
Buenos
Aires, El cuenco de plata, 2011.
Tándeter, Enrique,
Coacción y mercado. La minería de la plata en el
Potosí colonial (1692-1826),
Buenos Aires, Sudamericana, 1992.
Tompson, E. P., “Economía moral de la multitud”, en
Costumbres
en Común
, Barcelona, Crítica, 1995.
Viñas, David,
Indios, ejército y frontera,
Buenos Aires, Galerna, 2013.
Vitale, L.,
Introducción a una teoría de la historia para América La-
tina
, Buenos Aires, Planeta, 1992.
Fuentes
Diario
La Prensa
, Buenos Aires, 1 de marzo de 1878.
Encuesta Complementaria de Población Indígena, 2004. INDEC,
Censo 2010.
Entrevista con Dora Mesorio Balbín, 90 años, 28 de agosto de
2012.
“Pueblos originarios, memoria, política e historia oral”, en Revis-
ta
Voces Recobradas, revista de historia oral
, N° 33, Buenos Aires,
DGPEIH, agosto de 2013.
Páginas Web
http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/clacso/index/assoc/
D8642.dir/Gonzalo_Portocarrero.pdf
http://www.cepal.org/celade/indigenas/
http://www.tecnopolis.mincyt.gob.ar/?p=826
Acontecimientos casi olvidados, sacados a la luz por un psicólogo
dedicado a la investigación histórica.
más (al tiempo que los introduce en el ofcio del investigador)
y luego reconociéndoles económicamente la tarea. De ser po-
sible, en próximos artículos tomaremos algunos testimonios
indígenas para contextualizarlos y analizarlos como así tam-
bién intentaremos abordar proyectos escolares que utilicen la
historia oral en escuelas con diversidad étnica.